El bokor (73 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

BOOK: El bokor
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Barragán intentó intervenir pero Kennedy lo tomó por un brazo:

—Será lo mejor, en este momento lo que más necesita Casas es ayuda médica y nosotros no se la podemos dar.

—Alcides nunca se había comportado así —dijo Barragán— no era él quien hablaba esas cosas.

—Sebastian tiene razón en que el estado mental puede haberle hecho decir esas cosas, no es nada que no conociera de nosotros.

—Sé muy bien que nada de lo que ha pasado aquí es normal, este hombre estaba poseído y nadie podrá negar que el cambio de voces, la fuerza en su débil cuerpo…

—Todos son cosas que un estado mental perturbado pueden provocar.

—También lo oi hablar en lenguas desconocidas —dijo Jean.

—En un sacerdote no es algo poco común —dijo Sebastian— por lo que sé, usted mismo Barragán es un lingüista.

—Y como tal puedo decirle que este hombre susurraba en lenguas que no conocía.

—Lo escuché —dijo Kennedy— mientras sacaba la lengua como una serpiente.

—Hablaba en lenguas de la antigúa sumeria.

—La lengua de Ardath Lilith —dijo Jean. —Jazmín también habló en esa lengua antes de morir aquel día en Cuba.

—Y por lo que sé, aquel exorcismo no salió bien —dijo Sebastian— deberíamos cuidarnos de no repetir nuestros errores. Luego, pidió ayuda para estabilizarlo y prepararlo para llevarlo al hospital. A pedido de Kennedy y luego de una renuencia insistente, Jean acepto acompañar al médico.

—Sebastian tiene razón —dijo Kennedy— sea lo que sea contra lo que estamos luchando no deberíamos repetir errores del pasado.

—Padre Kennedy, es preciso que recuperemos el sello de fuego.

—No tengo idea de donde puede estar tal cosa.

—Está en Cuba. No se lo había dicho porque desconfiaba de usted, pero ahora creo que es un hombre recto.

—¿Y por qué no lo ha recuperado usted si sabe dónde está?

—No lo sé a ciencia cierta, aunque tengo algunas ideas, pero recuerde que no puedo volver a Cuba por la muerte de Jazmín, si regreso, los Castro no dudarán en encarcelarme.

—Y por eso desea que sea yo quien vaya hasta Cuba a recuperar algo que no conozco.

—Mama Candau puede hablarle de él.

La vieja lo miró con una dulzura en los ojos que rayaba en el maternalismo.

—Mama Candau ¿Cree usted que debo ir a buscarlo?

—Padre Kennedy, todos venimos a este mundo con una misión y creo que la suya está relacionada con el sello de fuego. Solo debe cuidarse de que sea por la causa correcta que usted lo busque, muchos han perdido su alma por obtener el sello, pero ahora que la mujer que ama está comprometida, no veo más remedio que busque usted en sus adentros y luego, si se decide, vaya a Cuba a buscarlo.

—Y una vez que lo tenga ¿Qué se supone que debo hacer?

—Traerlo de vuelta —dijo Barragán— y esperar que aún estemos a tiempo de hacer algo para proteger a nuestros seres queridos.

—Debo ir a ver a Amanda.

—No le gustará lo que encontrará, padre —dijo la anciana.

—¿No creerá que lo que dijo este hombre es cierto, que Amanda y la Mano de los Muertos…?

—Vaya usted, padre, nada ni nadie en este mundo le impedirán que busque su destino.

Capítulo LII

Puerto Príncipe, Haití, 1971

Kennedy salió de la casa con el corazón en un trepidante ritmo y corrió con toda la fuerza que le daban las piernas, las palabras de Casas con la voz de Amanda le retumbaban en la cabeza y lo hacían sentir unas ganas incontenibles de apretarle el cuello a la Mano de los Muertos. Por el camino observó a los vecinos que lo miraban asombrado, como si se tratase de un demonio ardiendo en fuego y no un hombre desesperado. El intento de exorcismo de Casas solo había provocado que su fe se quebrantara más, lo había hecho sin creer en los resultados pero ahora, pensando como psiquiatra, solo podía sentirse un estúpido de haber intentado sacar al demonio de aquel hombre con aquellas oraciones y la ayuda de Barragán, un sacerdote expulsado de la iglesia por hacer exactamente lo mismo que le pedía hacer a él. Debió atender los ruegos de Sebastian desde un primer momento y aplicarle el calmante a aquel hombre que al verse acosado por el grupo, había encontrado en aquel comportamiento un escape. Kennedy sabía que su personalidad podía haber sufrido disociaciones por traumas vividos desde su infancia y que posiblemente lo habían llevado antes a convertirse en un pederasta, el tomar las voces de la Mano de los Muertos y de Amanda solo eran el reflejo de esas personalidades que en aquel momento le resultaban convenientes para enfrentar a un grupo que de todos modos era proclive a creer en aquella especie de posesión. ¿Una alucinación grupal? Podía ser, no sería el primer caso de grupos que creían oir o ver las mismas cosas ante estados de estimulación colectiva. El estar hablando del sello, del libro, del mal… eso tenía que ser, todos, él incluido se habían dejado llevar por un estado de paroxismo, donde casi que estaban a la espera de que algo se manifestara para dar rienda suelta a lo que deseaban creer.

Una fuerte lluvia cayó sobre Haití esa noche, se habían pronosticado vientos huracanados en cualquier momento y aunque los servicios metereológicos no solían acertar, en aquella oportunidad el clima se comportaba como estaba previsto. Densas nubes de un gris oscuro se encargaban de cubrir el cielo y los relámpagos iluminaban las calles por las que corría el sacerdote. A cada paso, pringues de barro saltaban empapándole los ruedos del pantalón. La cantidad de agua acumulada en su ropa era tanta que el hombre sentía la diferencia en el peso que debía arrastrar en aquella carrera hasta la casa de Amanda Strout.

Al llegar, se frenó para tomar un poco de aire y recuperar el aliento, el corazón seguía golpeándole el pecho y el agua corría por su cara como si estuviera bajo una ducha fría. Las luces de la casa estaban apagadas pero en el interior se podía ver una tenue luz, con seguridad de velas pues reverberaban tímidamente. Había movimiento, una sombra se paseaba por detrás de los cristales y a Adam no le costó reconocer la figura de Amanda Strout. Estaba paralizado, sin saber que hacer, se sentía estúpido ya que ahora el sentido de la urgencia con que corrió hasta allí había desaparecido y pensaba en qué excusa darle a aquella mujer para visitarla a aquellas horas sin anunciarse previamente. Solo lo había animado el pensar que Casas en su inconciencia le había dicho que Amanda y la Mano estaban juntos y eso no podía significar más que aquel hombre estaba violentando la casa de la mujer que amaba en secreto. Nuevas sombras aparecieron tras los cristales. Amanda no estaba sola. Kennedy apretó los puños y las ideas se agolparon en su cabeza. Aun con los puños apretados caminó hacia la casa dispuesto a acabar con aquellas dudas. Al estar más cerca pudo escuchar ruidos detrás de la puerta. No eran gritos, ni había señales de pelea, se trataba de susurros ahogados, de palabras que no lograba distinguir pero que tenían la cadencia del amor.

—¿Amanda y la Mano? —Se preguntó con rabia. Como era posible que aquella mujer que decía odiar a la Mano de los Muertos con todo su corazón estuviera amando a ese hombre infernal.

—Casas tenía razón —se dijo con amargura, mientras luchaba con su deseo de abrir aquella puerta de golpe y dejar a la mujer en evidencia de toda su falsedad.

Nuevos ruidos ahogados llegaban desde la casa, provenían de Amanda y no eran un pedido de auxilio dirigido a su caballero de brillante armadura, eran sonidos de placer, de gozo, de un éxtasis sin límites. Amanda lo estaba pasando bien con aquel hombre. Kennedy sintió que las lágrimas escapaban de sus ojos y se confundían con la lluvia que aún mojaba sus mejillas. Dio unos pasos hacia atrás y fuera de la protección del alero la lluvia volvió a cubrirlo. Los truenos seguían escuchándose con fiereza y los relámpagos iluminaban la casa de Amanda. Deseó que un rayo cayera en aquel sitio de abominación y quemara todo aquello que se daba dentro. Deseó que la Mano de los Muertos saliera ardiendo en un fuego arrasador que lo consumiera ante su vista.

—¿Por qué lo has hecho, Amanda? —dijo con amargura mientras emprendía el largo regreso a casa. Ya no le importaba el tiempo ni las condiciones atmosféricas, caminaba ensimismado, lento, con la pesadez propia de quien carga los pecados del mundo sobre sus espaldas. Las lágrimas habían dejado de fluir y la quijada apretada hacía rechinar los dientes. Le tomó más del triple del tiempo el regresar a su casa y al llegar lo esperaban Barragán y mama Candau.

—Está usted empapado padre, pase y cámbiese de ropa o cogerá un refriado —dijo la anciana solícita.

—¿Está usted bien? —preguntó Barragán que descansaba en un sillón.

—Si, estoy bien —dijo Kennedy secándose con una toalla que le extendió la anciana.

—No le ha gustado lo que ha visto ¿No es verdad?

Kennedy miró a la vieja a los ojos grises y no necesitó decirle lo que había visto.

—Casas estaba en lo cierto —dijo Barragán.

—No debe usted mortificarse hijo —dijo Candau con ternura— el amor es un veneno que nos nubla la vista y no nos permite pensar como deberíamos.

—Daniels y Renaud han llevado a Casas al hospital —dijo Barragán— el hombre estaba en un estado crítico.

—¿Ha sucedido algo después de que me fuera?

Barragán y Candau se miraron antes de atreverse a responder.

—Vamos, pueden decirme lo que haya sucedido, nada de lo que me entere en esta noche podrá hacerla peor.

—Cuando el Valium hizo efecto, Casas entró en una especie de trance hipnótico —inició Barragán— sin embargo, su estado de disociación siguió estando presente. Lo ha nombrado a usted con la voz de Amanda Strout…

—¿Qué ha dicho?

—No tiene sentido —cortó Candau— son solo tonterías de un hombre sedado.

—Quiero saberlo.

—No le hará ningún bien, padre Kennedy.

—Aún así, quiero que me lo digan.

—Padre —dijo Barragán dubitativo. —¿Ha tenido usted algún tipo de relación impropia con Amanda Strout?

—¿A qué se refiere?

—Antes quiero confesarle que yo pequé con Jazmín como dijo Casas. Algo se posesionó de mí en Cuba y pequé con la lujuria, justo como Casas lo dijo. También fue cierto lo que dijo de Jean Renaud.

—¿Qué dijo de mí?

—Padre… —interrumpió mama Candau.

—Digánmelo —gritó Kennedy.

—Cálmese, padre, hay cosas que no es bueno conocer y menos cuando se trata de cosas dichas por el maligno. Usted no está en un estado que le permita ver las cosas con claridad y solo logrará hacerse daño.

—Hable mama, dígame que ha dicho ese hombre que sea tan malo para que usted desee ocultármelo.

—Bien, si así lo desea. Casas nos ha narrado un encuentro amoroso entre usted y Amanda Strout…

—Apenas si he visto su sombra…

—No ha sido hoy, padre, Casas hablaba con la voz de esa mujer y nos decía que hace unas noches usted sucumbió al deseo y se acostó con esa mujer. Jean se lo había advertido, ningún hombre puede resistirse a las tentaciones de un súcubo.

—Yo…

—Piense, padre, es posible que para usted no haya sido más que un sueño.

—Los sueños solo son eso —dijo Kennedy contrariado.

—No, padre, no tratándose de un súcubo, la realidad y la mentira se mezclan para enredar a los hombres solos en una fantasía que los lleva a satisfacer sus deseos. Esa mujer deseaba su simiente y Casas dice que la obtuvo.

—Casas miente…

—Ha dicho la verdad con todos —dijo Barragán— por mucho que me cueste admitirlo, ha dicho que estoy condenado por haber copulado con un súcubo y por haber matado a mi compañero el padre Rulfo. Todo es verdad…

—¿Y Casas lo sabía?

—Si, yo mismo se lo dije hace unos días.

—Entonces no debería ser sorpresa que lo haya dejado salir hoy que estaba en un estado de desesperación.

—Pero no le dí detalles de lo que sucedió y cuando usted se ha marchado, mientras estaba en el trance hipnótico, me ha hecho revivir todo lo que pasó extasiándose en hacerme recordar cosas que ni siquiere dije aquel día y que solo pensé.

—¿Está seguro de eso?

—Sólo Jazmín podía saberlo. Solo ese súcubo puede haber adivinado todas esas cosas en el tiempo en que habitó en mí. Esa mujer no murió aquel día, solo el envoltorio que había tomado y que decía llamarse Jazmín. Ahora ha vuelto y habita en el cuerpo de esa mujer que ha ido a ver. Otra vez ha logrado seducir a un sacerdote para obtener su simiente, solo que usted no tendrá el valor de hacer lo que debe, como lo hice yo en Cuba.

—¿Insinúa que debo matar a Amanda Strout?

—Estoy seguro de que ya le ha pasado por la mente, así me sucedió a mí desde que la conocí, sabía que debía terminar con sus días.

—El solo considerar tal posibilidad es un delito.

—No lo es cuando está en juego su alma, padre Kennedy. Casas nos ha dicho todo lo que sucedió entre usted y esa mujer y no hay vuelta atrás, si desea usted recuperar su alma debe matar a Amanda Strout.

—Mama ¿Piensa usted de la misma manera?

—Sólo su corazón puede aconsejarlo, padre Kennedy, cuando decidió venir a Haití puso en peligro todo lo que para usted es sagrado.

—Pero Amanda…

—¿Sabe usted a ciencia cierta quién es Amanda Strout? —Cargó de nuevo Barragán.

—Es una mujer…

—Al servicio de Duvalier, una mujer que ha estado hostigándolo con sus encantos que no pueden ser de este mundo. Dígame Kennedy, ¿Alguna vez sintió algo así por una mujer?

—No, yo…

—Eso es porque no lo es, Amanda Strout no es sólo una mujer como cualquier otra, su padre lo sabía y por eso Amanda lo asesinó.

—¿Qué dice?

—Amanda asesinó a Benjamin Strout para debilitar a la hermandad.

—Y ahora me dirá que también asesinó a Percibal Daniels.

—Usted puede creer en lo que quiera, pero pregúntese, por qué una mujer trabajaría para el hombre que mandó a asesinar a su padre. No tiene sentido. ¿No le parece?

—En Haití no hay trabajo…

—No se engañe.

—Quizá solo esté planeando su venganza.

—Amanda Strout es un engendro del demonio, Jean Renaud ya se lo advirtió.

—¿Jean Renaud está con ustedes?

—El alma de Jean está comprometida por haber yacido con el súcubo, no estará en paz hasta que muera.

—¿Cómo matar a un demonio?

—Con el sello.

—Pero el sello de fuego es solo un amuleto.

—No padre, el sello sirve para impedir la entrada de seres demoniacos a su cuerpo, no permite que ocupen su alma cuando es aplicado previo a la posesión como es el caso de mama Candau, pero si la persona ya está habitada por un demonio, el sello debe aplicarse después del exorcismo y antes de la muerte física de la persona. Cuando le quité la vida a Jazmín no tenía el sello de fuego y no logré acabar con su vida espiritual, por eso me tomó a mí, me obligó a matar a Rulfo y luego tomó el cuerpo de Amanda Strout.

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