Read El beso de la mujer araña Online
Authors: Manuel Puig
—¿Y en qué se parece?
—¿A qué?
—A mi caso. Lo que me decías de mi madre.
—Bueno, nada, que la madre sale muy bien vestida, cuando el muchacho vuelve a su país de los cafetales, y le pide al muchacho que se vuelva a Europa, ah, y me olvidé decirte que cuando al final lo sueltan al padre hay un tiroteo con la policía, y lo hieren de muerte al padre, y la madre reaparece, y quedan juntos, el hijo y la madre te quiero decir, porque la otra mujer no, la que lo quiere se vuelve a París.
—Sabés una cosa, me está viniendo sueño.
—Aprovecha a dormirte entonces.
—Sí, a ver si agarro el sueño.
—Si te sentís mal a la hora que sea, despertame.
—Gracias, me tenés mucha paciencia.
—Nada, dormite. Y no pienses macanas.
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—Toda la noche con pesadillas.
—¿Y qué era que soñabas?
—No me acuerdo para nada. Es que estoy intoxicado, pero ya se me pasará.
—¡Che, cómo comés de rápido! Encima que no estás bien.
—Me vino un hambre bestial, y son los nervios también.
—La verdad, Valentín, es que no deberías comer. Hoy tendrías que haber estado a dieta.
—Pero tengo un vacío bestial en el estómago.
—Por lo menos ahora que termines de comer esta porquería de polenta al yeso, estírate un poco, no te pongas a estudiar.
—Pero ya perdí toda la mañana durmiendo.
—Como quieras, yo te lo digo por tu bien… Si querés te cuento algo para entretenerte.
—No, gracias, voy a ver si puedo leer.
—Sabés una cosa, si vos no le dijiste a tu mamá que te puede traer comida para toda la semana… hacés muy mal.
—No la quiero obligar, yo aquí estoy porque me lo busqué, y ella no tiene nada que ver.
—Mamá no viene porque está mal, ¿sabés?
—No, no me dijiste nada.
—Tiene prohibido levantarse de la cama por un tiempo, por el corazón.
—Ah, no sabía, lo siento mucho.
—Por eso yo estoy sin provisiones casi, además ella no quiere que venga nadie a traerme las cosas, se cree que el médico le va a dar permiso de un momento para otro. Pero mientras me jode a mí, porque no quiere que nadie que no sea ella me traiga comida.
—¿Y vos creés que no se va a componer?
—Sí, la esperanza no la pierdo, pero tendrá para meses.
—Si vos pudieras salir de acá, se curaría, ¿verdad?
—Vos me leés el pensamiento, Valentín.
—Es lógico, nada más.
—Cómo te terminaste el plato, te lo devoraste, estás loco vos.
—Tenías razón, ahora me siento lleno que reviento.
—Estirate un poco.
—No quiero dormirme, tuve pesadillas anoche y esta mañana, todo el tiempo.
—Ya de esa película te conté el final, ahora no tiene gracia que te la siga contando.
—Me está volviendo el dolor, qué macana…
—¿Adonde te duele?
—En la boca del estómago, y abajo en los intestinos también… uj… qué feo…
—Relajate, haceme caso, que a lo mejor es todo nervioso.
—Ay, viejo, me parece que se me agujerean las tripas.
—¿Pido puerta para el baño?
—No, es más arriba, me parece que me quema, algo en el estómago.
—¿Por qué no tratás de vomitar?
—No, si pido puerta van a empezar a joder con la enfermería.
—Vomitá en mi sábana, esperá, yo la doblo, y vomitás adentro y después la envolvemos bien y no va a dar olor.
—Gracias.
—Gracias nada, vamos, ponete los dedos en la boca.
—Pero después vas a pasar frío, sin la sábana.
—No, la frazada me tapa bien. Vamos, vomitá.
—No, esperá, ya pasa un poco, me voy a relajar bien… como vos decís, a ver si se me pasa.
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—una mujer europea, una mujer inteligente, una mujer hermosa, una mujer educada, una mujer con conocimientos de política internacional, una mujer con conocimientos de marxismo, una mujer a la que no es preciso explicarle todo desde el abc, una mujer que con preguntas inteligentes estimula el pensamiento del hombre, una mujer de moral insobornable, una mujer de gusto impecable, una mujer de vestir discreto y elegante, una mujer joven y madura a la vez, una mujer con conocimiento de bebidas, una mujer que sabe elegir el menú adecuado, una mujer que sabe ordenar el vino adecuado, una mujer que sabe recibir en su casa, una mujer que sabe dar órdenes al personal de servicio, una mujer que sabe organizar un recibimiento para cien personas, una mujer de aplomo y simpatía, una mujer deseable, una mujer europea que comprende los problemas de un latinoamericano, una mujer europea que admira a un revolucionario latinoamericano, una mujer más preocupada no obstante por el tráfico urbano de París que por los problemas de un país latinoamericano colonizado, una mujer atractiva, una mujer que no se conmueve ante la noticia de una muerte, una mujer que oculta por algunas horas el telegrama con la noticia de la muerte del padre de su amante, una mujer que se niega a dejar su trabajo en París, una mujer que se niega a seguir a su joven amante en el viaje de regreso a la selva cafetalera, una mujer que retoma su vida rutinaria de ejecutiva parisiense, una mujer con dificultades para olvidar un amor verdadero, una mujer que sabe lo que quiere, una mujer que no se arrepiente de su decisión, una mujer peligrosa, una mujer que puede olvidar rápidamente, una mujer con recursos propios para olvidar lo que ya sólo será un lastre, una mujer que hasta podría olvidar la muerte del muchacho que regresó a su patria, un muchacho que vuela de regreso a su patria, un muchacho que observa desde el aire las montañas azuladas de su patria, un muchacho emocionado hasta las lágrimas, un muchacho que sabe lo que quiere, un muchacho que odia a los colonialistas de su país, un muchacho dispuesto a dar la vida por defender sus principios, un muchacho que no concibe la explotación de los trabajadores, un muchacho que ha visto peones viejos echados a la calle por inservibles, un muchacho que recuerda peones encarcelados por robar el pan que no podían comprar y que recuerda peones alcoholizados para olvidar después su humillación, un muchacho que cree sin vacilar en la doctrina marxista, un muchacho con el firme propósito de entrar en contacto con las organizaciones guerrilleras, un muchacho que observa desde el aire las montañas pensando que pronto allí se reunirá con los libertadores de su país, un muchacho que teme ser considerado un oligarca más, un muchacho que como amarga ironía podría ser raptado por guerrilleros para exigir un rescate, un muchacho que desciende del avión y abraza a su madre viuda vestida con estridentes colores, una madre sin lágrimas en los ojos, una madre respetada por todo un país, una madre de gusto impecable, una madre de vestir discreto y elegante puesto que en el trópico lucen bien sus estridentes colores, una madre que sabe dar órdenes a sus servidores, una madre con dificultad para mirar de frente a su hijo, una madre con un conflicto que la aflige, una madre que camina con la cabeza erguida, una madre cuya espalda recta nunca toca el respaldo de la silla, una madre que a partir de su divorcio vive en la ciudad, una madre que a pedido de su hijo lo acompaña hasta la hacienda cafetalera, una madre que recuerda a su hijo anécdotas de la niñez, una madre que logra nuevamente sonreír, una madre cuyas manos crispadas logran distenderse para acariciar la cabeza del hijo, una madre que logra revivir años mejores, una madre que pide a su hijo acompañarla a pasear por el viejo parque tropical diseñado por ella misma, una madre de gusto exquisito, una madre que bajo el palmar narra cómo su ex esposo fue ultimado por guerrilleros, una madre que junto a un matorral florido de ibiscos narra cómo su ex esposo mató de un balazo a un sirviente insolente y así provocó la venganza de los guerrilleros, una madre cuya fina silueta se recorta contra una sierra lejana y azulada más allá del cafetal, una madre que pide a su hijo no vengar la muerte de su padre, una madre que pide a su hijo que regrese a Europa aunque se aleje de ella, una madre que teme por la vida de su hijo, una madre que parte intempestivamente de regreso a la capital para atender un evento de caridad, una madre que arrellanada en su Rolls vuelve a suplicarle al hijo que abandone el país, una madre que no logra ocultar su tensión nerviosa, una madre sin motivos aparentes para estar tensa, una madre que oculta algo a su hijo, un padre que había sido siempre bondadoso con sus servidores, un padre que había intentado mejorar la condición de sus servidores mediante la caridad, un padre que había fundado un hospital de campaña para los trabajadores de la zona, un padre que había construido viviendas para los mismos, un padre que discutía amargamente con su esposa, un padre que hablaba poco a su hijo, un padre que no bajaba a comer con su familia, un padre que nunca perdonó las huelgas de sus servidores, un padre que nunca perdonó el incendio del hospital y las viviendas a mano de un grupo de trabajadores disidentes, un padre que concedió el divorcio a su esposa con la condición de que partiera para la ciudad, un padre que se negó a tratar con los guerrilleros por no perdonarles el incendio, un padre que arrendó sus campos a compañías extranjeras y se refugió en la Riviera, un padre que volvió a sus posesiones por causas ignoradas, un padre que cerró su vida con sello bochornoso, un padre que fue ajusticiado como criminal, un padre que fue tal vez un criminal, un padre que casi seguramente fue un criminal, un padre que cubre de ignominia a su hijo, un padre cuya sangre criminal corre en las venas de su hijo, una muchacha campesina, una muchacha cruza de indio y blanco, una muchacha con la frescura de la juventud, una muchacha de dientes afectados por la desnutrición, una muchacha de modales tímidos, una muchacha que mira al protagonista con arrobamiento, una muchacha que le entrega un mensaje secreto, una muchacha que ve con profundo alivio la reacción favorable de él, una muchacha que lo conduce esa misma noche al reencuentro con un viejo amigo, una muchacha que monta a caballo admirablemente, una muchacha que conoce los senderos de la montaña como la palma de su mano, una muchacha que no habla casi, una muchacha a la que él no sabe en qué términos dirigirse, una muchacha que en poco menos de dos horas lo conduce al campo guerrillero, una muchacha que con un silbido llama al jefe guerrillero, un compañero de la Sorbona, un compañero de militancia política estudiantil, un compañero a quien no veía desde entonces, un compañero convencido de la honestidad del protagonista, un compañero que volvió a su patria para organizar la subversión campesina, un compañero que en pocos años ha logrado organizar un frente guerrillero, un compañero que cree en la honestidad del protagonista, un compañero listo para hacerle una increíble revelación, un compañero que cree intuir una intriga gubernamental detrás del oscuro episodio que causó la muerte al padre y al capataz, un compañero que le pide volver a la hacienda y desenmascarar al culpable, un compañero que tal vez se equivoca, un compañero que tal vez prepara una emboscada, un compañero que tal vez deba sacrificar a un amigo para continuar su lucha de liberación, una muchacha que lo conduce de regreso a la mansión, una muchacha que no habla, una muchacha taciturna, una muchacha tal vez meramente fatigada después de una jornada de trabajo y una larga cabalgata nocturna, una muchacha que de tanto en tanto se da vuelta y lo observa con desconfianza, una muchacha que posiblemente lo odie, una muchacha que le ordena detenerse, una muchacha que le pide silencio, una muchacha que oye a lo lejos rumores de una posible patrulla de rastreamiento, una muchacha que le pide bajar del caballo y esperar unos minutos escondidos tras la maleza, una muchacha que le pide esperarla en silencio teniendo ambos caballos por las riendas mientras ella sube a un peñasco e inspecciona, una muchacha que vuelve y le ordena retroceder hasta llegar a un recodo de la montaña, una muchacha que poco después le indica una gruta natural donde pasar la noche puesto que los soldados no levantarán campamento hasta el amanecer, una muchacha que tiembla de frío en la gruta húmeda, una muchacha de intenciones inescrutables, una muchacha que puede apuñalarlo durante el sueño, una muchacha que sin mirarlo en los ojos le pide con la voz ahogada acostarse a su lado para entrar en calor, una muchacha que ni le habla ni lo mira de frente, una muchacha apocada o ladina, una muchacha de carnes frescas, una muchacha que yace a su lado, una muchacha que respira agitadamente, una muchacha que se deja poseer en silencio, una muchacha tratada como una cosa, una muchacha a la que no se le dice una palabra amable, una muchacha con acre sabor en la boca, una muchacha con fuerte olor a transpiración, una muchacha a la que se usa y luego se deja arrumbada, una muchacha en la que se vuelca el semen, una muchacha que no ha oído de anticonceptivos, una muchacha explotada por su amo, una muchacha que no puede hacer olvidar a una sofisticada parisiense, una muchacha a la que no dan ganas de acariciarla después del orgasmo, una muchacha que narra una historia infame, una muchacha que narra cómo el ex administrador de la hacienda la violó apenas adolescente, una muchacha que narra cómo el ex administrador de la hacienda está ahora encumbrado en el gobierno, una muchacha que asegura que ese hombre tiene algo que ver con la muerte del padre del muchacho, una muchacha que se atreve a decir que quien tal vez sepa todo es la madre del muchacho, una muchacha que le revela la más cruel verdad, una muchacha que ha visto a la madre del muchacho en brazos del ex administrador, una muchacha a la que no dan ganas de acariciarla después del orgasmo, una muchacha a la que se da una bofetada y se la insulta por decir cosas horribles, una muchacha a la que se usa y después se deja arrumbada, una muchacha explotada por un amo cruel en cuyas venas corre sangre de asesino.
—Estabas gritando en sueños.
—¿Sí?…
—Sí, me despertaste.
—Perdoname.
—¿Cómo te sentís?
—Estoy todo sudado. ¿No me alcanzarías la toalla?, sin prender la vela.
—Esperá, que voy al tanteo…
—No me acuerdo donde la dejé… Si no la encontrás no importa, Molina.
—Callate, que ya la encontré, ¿te creés que soy tan tonta?
{5}
—Estoy helado.
—Te hago enseguida un té, que es lo único que queda.