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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El ayudante del cirujano (24 page)

BOOK: El ayudante del cirujano
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«Me parece que la monogamia es la única solución, por desgracia, aunque es tan absurda como la monarquía», se dijo. «No quiera Dios que caigamos en los mismos errores de los judíos y los musulmanes.»

—Sólo quiero decirte una cosa, aunque no creo que importe mucho —dijo Jack, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos—. Le he mandado todo lo que podido, así que al menos no le faltará dinero.

Y después de una pausa, añadió:

—Por eso me molesta tanto que se retrase el cobro del dinero del
Waakzaamheid
, porque precisamente ahora todo lo que tengo está inmovilizado. Eso te afecta a ti también, Stephen. Te corresponde una parte de la recompensa por los tripulantes y los cañones que tenía el navío, y puesto que, además de ti, casi no hay oficiales supervivientes, debe de ser una gran suma.

—Tengo que hacer algunas observaciones respecto a ese asunto —dijo Stephen, dejando a un lado la cuestión del
Waakzaamheid
—. Creo que vale la pena hacerlas porque son adecuadas para este caso y podrían levantarte el ánimo. En primer lugar, debes saber que entre las mujeres con tendencia al histerismo, como la joven en cuestión… Es que sería inútil y poco ético fingir que no sé quién es…

—Yo no he dicho su nombre —dijo Jack—. Que Dios me maldiga si tan siquiera insinúo algo que permita descubrir su nombre, Stephen.

—¡Tonterías! —exclamó Stephen, agitando la mano— Como te decía, entre las mujeres con tendencia al histerismo, no son raros los falsos embarazos. Tienen los más claros síntomas que realmente aparecen durante los nueve meses de embarazo, como el vientre hinchado, la supresión de la menstruación e incluso la producción de leche; todo es igual, excepto el resultado. En segundo lugar, debo decirte lo mismo que le dije a otro amigo no hace mucho tiempo, que incluso en un embarazo real, más de doce de cada cien mujeres abortan. Y en tercer lugar, debes tener en cuenta la posibilidad de que no haya embarazo, ni real ni falso. Puede que la dama se engañe a sí misma o quiera engañarte a ti. No serías el primer hombre a quien engañan de esa forma. En mi opinión, ella no ha hecho un gran esfuerzo por regresar, a pesar de que varios barcos correo han ido hasta allí y han vuelto. Y no se puede negar que una petición de dinero no sugiere nada bueno.

—¡Oh, vamos, Stephen! ¿Cómo puedes decir algo tan malo? Yo la conozco. Tal vez sea bastante… tal vez no sea muy lista, pero es incapaz de hacer eso. Además, le rogué que no viniera… todavía. Te aseguro que la
conozco
, Stephen.

—Por lo que respecta a conocer a una mujer… Se nos dice
entra a la mujer y conócela
, y eso está muy bien. Es posible que nos entendamos y que haya comunicación entre nosotros mientras estemos juntos, pero, ¿qué pasa después? Admito que he dicho algo muy malo, pero hay mucha maldad en el mundo. Además, nunca lo diría si no tuviera motivos para creer que pudiera ser verdad. No afirmo nada, Jack, pero la reputación de esa dama está muy lejos de ser buena, según la información que obtuve de otra fuente, y te aconsejo que no tomes ninguna decisión hasta que no hayas conseguido por otros medios la prueba irrefutable de su estado y hayas analizado realmente el asunto.

—Sé que tu intención es buena, Stephen, pero te ruego que no digas cosas como esa, porque me hacen considerarme aún más despreciable —dijo Jack—. No puedo comportarme como un policía con una persona que… ¡Ya estamos en el puente de Londres! —exclamó mirando por la ventanilla.

Pocos minutos después llegaban al Grapes, donde se habían hospedado juntos hacía muchos años, cuando Jack trataba de eludir a sus acreedores, porque el Grapes estaba situado en el distrito de Savoy, el distrito más liberal que era un paraíso para los deudores fugitivos. Stephen era un hombre pobre y, además abstemio, pero se permitía algunos excesos, y uno de ellos era tener alquilada durante todo el año una habitación en aquel pequeño y confortable hostal. Quienes trabajaban allí estaban acostumbrados a su modo de ser y le dispensaban una buena acogida siempre que llegaba. A la dueña, la señora Broad, una excelente cocinera, la había curado de adinamia y de otra enfermedad menos digna. Podía hacer cuanto quería en el Grapes, y más de una vez había llevado allí a un huérfano (un huérfano muerto) para hacerle la disección y lo había guardado en su armario sin que nadie comentara nada al respecto. Y nadie hizo ningún comentario tampoco ahora, cuando terminó de comerse los pequeños bacalaos y el pastel de vísceras de venado de la tardía cena e hizo la inoportuna petición de que llamaran un coche.

—No te levantes, Jack. Nos veremos en el desayuno, si Dios quiere. Buenas noches.

Mientras se ponía el abrigo, advirtió con satisfacción que, a pesar de que Jack había defendido a la señorita Smith y había asegurado que era inocente, al menos estaba digiriendo algunas de sus palabras junto con las tres cuartas partes del pastel. Ahora parecía más animado y mucho menos avergonzado y se puso a comer vorazmente el queso Stilton.

Otra vez fue sir Joseph quien abrió la puerta.

—¡Por fin ha llegado! —exclamó—. Pase, pase. —Entonces, señalándole la escalera, preguntó—: ¿Se ha enterado de lo que le sucedió a Ponsich?

—Por eso he regresado —dijo Stephen.

—Le esperaba. Le he estado esperando desde que recibí su mensaje a través del telégrafo. Venga, siéntese junto al fuego. Quitaré estos papeles… Perdone el desorden… Hay mucho trabajo que hacer. Los norteamericanos nos están causando muchos problemas, a pesar de su espléndido trabajo; la mitad de los españoles que están en la retaguardia de las tropas de Wellington son partidarios de los franceses; las cosas no van bien. Y ahora esa horrible noticia que ha llegado del Báltico. Si dejamos que el Emperador tenga un respiro, saltaría como el muñeco de una caja sorpresa y habría que volver a hacerlo todo. Desde que llegó la noticia deseábamos que usted viniera.

—¿Sabe lo que ocurrió?

—Sí. Me temo que fue por falta de precaución. Recuerdo muy bien que Ponsich decía que iba a coger el toro por los cuernos… La corbeta se aproximó a la costa, bien porque su capitán calculara mal el alcance de aquellos enormes cañones, bien porque se confiara demasiado por llevar izada una bandera danesa, y antes de que los hombres pudieran echar al agua un bote con una bandera blanca, comenzaron los disparos, muy precisos y con balas rojas. Una dio en la santabárbara y la corbeta se hizo pedazos. Deberíamos haber mandado a un capitán con más experiencia.

—¿Era un hombre joven?

—Sí. Acababa de ser nombrado capitán para tomar el mando de la
Daphne
. Era un oficial muy valiente, pero apenas tenía veintidós años. Sin embargo, antes de que la noticia del desastre fuera confirmada e incluso antes de que llegaran los primeros rumores, ya estábamos intranquilos. En el momento en que Prusia decidió entrar en la guerra, la isla adquirió gran importancia, pero ahora que la situación política mundial cambia tan rápidamente, su importancia es mucho mayor: podría ser el precio de la defección de Sajonia. Si consiguiéramos que el Rey se pasara a nuestro bando, asestaríamos un duro golpe a los franceses, tal vez un golpe mortal, pero una de las principales condiciones que impone es que desembarquemos en la costa de Pomerania para protegerle a él y a Prusia, ya que así podríamos cortar el paso a las tropas francesas que están en Danzig y atacar su flanco izquierdo por detrás. Pero no podemos hacer eso sin Grimsholm. ¿Conoce usted los países bálticos, Maturin?

—No, pero hace mucho tiempo que deseo conocerlos —respondió Stephen.

—Entonces observe este mapa, por favor. Innumerables dunas a lo largo de las costas. ¿Las ve? —preguntó señalando la parte este—. El mar es poco profundo. Siempre sopla el viento del oeste, por lo que la costa está a sotavento, y eso no es bueno. Hay pocos lugares buenos para desembarcar, aparte de los estuarios, y los mejores están dominados por la maldita isla. En una reunión que celebraron los almirantes, todos coincidieron en que incluso sin la protección de los bancos de arena, sin malos lugares para desembarcar y sin el viento fijo del oeste, no había posibilidad de tomar Grimsholm por el oeste, por el lado más próximo a alta mar. El oficial de Infantería de marina de mayor antigüedad propuso un plan para atacarla por el este, un plan que requería la participación de una gran escuadra integrada por barcos de línea que apoyaran el ataque con sus cañones, además de incontables transportes y balas. Calculó el número de probables bajas y era extremadamente alto. Pero, a pesar que el número de bajas fuera aceptable y las probabilidades de ganar fueran mayores de lo que él pensaba, nos hubiéramos visto obligados a rechazar el plan porque no tenemos ni barcos de guerra ni transportes para llevarlo a cabo. La verdad es que no sabemos de dónde sacar más barcos. La maldita guerra con Estados Unidos está haciendo disminuir nuestros recursos, y cada día recibimos quejas de lord Wellington. Se queja de que no cooperamos con él en la costa norte de España, de que la Armada apenas aparece por allí, y de que las escuadras francesas que están en el puerto de Burdeos y más al norte pueden cortar sus extensas y vulnerables líneas de comunicación en cualquier momento. Estamos escasos de barcos, Maturin, y en esta guerra todo depende de ellos.

—De eso se deduce que nuestros nuevos aliados no nos ayudan mucho.

—No en la mar. Los suecos y los rusos son muy buenos soldados, pero es en la mar donde se decide esta cuestión. Por otra parte, en estos momentos es casi imposible considerar a Bernadotte un aliado. Como usted sabe, es un tipo muy variable, un tipo que podría enseñarle a Judas una o dos cosas, y ahora su principal objetivo es apoderarse de la inofensiva Noruega aprovechándose de nuestra ayuda. De todas maneras, los suecos no tienen una armada eficiente, y tampoco los rusos; es decir, poseen algunos barcos, pero no saben cómo gobernarlos. Desde que sus países se convirtieron en nuestros enemigos y los oficiales ingleses se fueron de allí, son incapaces de gobernarlos. Además, son muy torpes y estúpidos. Un almirante ruso que asistió a la reunión sugirió que matáramos de hambre a esos hombres. Le dijimos que tenían provisiones para seis meses, pero él repitió, en un francés execrable, que deberíamos mantener el bloqueo durante ese tiempo para matarles de hambre. ¡Mantener el bloqueo seis meses para matarles de hambre cuando carecemos de barcos para hacerlo y cada día que pasa tiene gran importancia! ¡En una semana podría cambiar el cariz de la guerra en los mares del norte! Sin embargo, no todos los extranjeros son estúpidos. Se encuentra entre nosotros un joven oficial de caballería lituano que ha enviado el ejército sueco y nos ha proporcionado mucha información sobre los hechos más recientes, que espero que nos sirva para, si me permite usar esa expresión corriente, hacer otro intento con una idea más clara de la situación.

—Por favor, dígame la idea que tiene de la situación.

—Es una situación muy curiosa. En las últimas semanas ha habido profundos cambios a causa de las diferencias entre los distintos grupos que hay en la isla. Me parece que en esa carpeta amarilla que está a su lado están todos los detalles. Tenga la bondad… —Entonces se puso las gafas y dijo—: Sí, están aquí. Recuerdo que la última vez que me preguntó por esos grupos u organizaciones no pude darle detalles, pero ahora están aquí, ahora los tengo. Las fuerzas catalanas que se encuentran en la isla están integradas por tres grandes organizaciones: la Lliga, la Confederació y la Germandat.

Stephen asintió con la cabeza. Las conocía muy bien.

—Sí, la Lliga, la Confederació y la Germandat —continuó—. Disculpe mi pronunciación, Maturin. Cada una está bajo el mando de un jefe diferente, que, a su vez, está bajo el mando de un coronel de artillería francés. El coronel fue llamado a tomar parte en el sitio de Riga, y había tanta confusión en ese momento que no fue sustituido inmediatamente. Entonces surgieron disensiones entre las organizaciones, y el jefe de la más fuerte, aprovechando la ausencia del coronel, tomó el mando y envió a los oficiales que estaban en desacuerdo con él a tierra firme, donde fueron reclutados para la Legión española. Ahora se niega a ponerse a las órdenes del coronel sustituto, un tal mayor Lesueur, alegando que Lesueur tiene un rango inferior y que Macdonald faltó a las reglas al darle ese nombramiento. Le escribió una carta al general Oudinot en la que decía que era teniente coronel, pues parece que se ha ascendido a sí mismo, y que preferiría morir que soportar esa afrenta. Tenemos la carta.

—Por favor, sir Joseph, dígame el nombre de la organización dominante ahora y de su jefe.

—La organización se llama Germandat —dijo sir Joseph dándole la carta—. Y el nombre del jefe podrá averiguarlo más fácilmente si ve la firma que si lo pronuncio yo. Además, tiene mala letra.

Ramón d'Ullastret i Casademont. Stephen tenía motivos para esperar que ese fuera el nombre. La palabra Germandat le había dado esperanzas, y tal vez el hecho de ver la letra —aunque no le había prestado mucha atención— le había preparado para encontrarse con él. Con todo y con eso, estuvo mirando fijamente aquella firma tan rara y a la vez tan familiar, la firma de su padrino, durante un largo momento, hasta que se convirtió en algo real, hasta que la idea coincidió con la realidad.

—¿Conoce usted a ese caballero? —preguntó Blaine.

Habría sido extraño que Stephen no le conociera. Ese tipo de relación era tomada muy en serio en la Cataluña de su niñez, y él había pasado muchos días en casa de su padrino. En aquella época Ramón le parecía un héroe. Descendía por línea materna de Wifredo
el Velloso
y era un fervoroso patriota y se negaba a hablar castellano excepto cuando estaba, como decía él, en el extranjero, es decir, en Aragón o Castilla. Era un excelente jinete y le apasionaba cazar, y tanto en las montañas como en los bosques se sentía como en casa, lo mismo que cualquier otro depredador, y gracias a él el Stephen niño había tenido su primer lobo, su primer oso, su primer nido de águila imperial y, además, un ratón almizclero y una jineta. También era un orador incansable. Pero su aureola de héroe fue difuminándose a medida que Stephen crecía. Stephen notó que el orgullo de Ramón tenía una gran parte de vanidad; le juzgó menos subjetivamente y se dio cuenta de que su enorme deseo de destacarse, de guiar en vez de ser guiado, era un obstáculo para el movimiento autonómico catalán; le observó más detenidamente y detectó en él bastante obstinación y estupidez. A pesar de eso, aún sentía un gran afecto por su padrino, y pensaba que su gusto por vestir de gala, su afán por tener supremacía e incluso sus más graves defectos no tenían mucha importancia si se comparaban con su valor, su sentido del honor, su generosidad, y la amabilidad con que trataba siempre a su ahijado. Stephen podía verle ahora caminando de una punta a otra de la fría casa solariega de Ullastret, con una larga capa como la que usaban los caballeros de Malta, moviéndose de un lado a otro, mientras recitaba un poema sobre el sitio de Barcelona en tiempos de su abuelo, cuando los españoles fueron derrotados por catalanes e ingleses bajo el mando de lord Peterborough y huyeron a la desbandada; un poema que habría causado mayor impresión, aunque no habría sido más conmovedor, si el apellido Peterborough, que se repetía con frecuencia, no hubiera rimado casi siempre con la misma palabra.

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