Authors: Erich Fromm
Hasta qué punto se puede ver frustrada la propia capacidad de amar es algo que Fromm pudo experimentar en propia carne de manera bastante dolorosa. Pero el daño nunca fue tan profundo para que esa tendencia primaria al amor se convirtiera en su contrario; es decir, en la tendencia a convertir la capacidad de relacionarse en algo básicamente destructivo. Ni siquiera el hecho de que muchos de sus parientes perdieran la vida en los campos de concentración de Hitler le hizo dudar en cuanto a la tendencia primaria al amor productivo. Sostuvo que la «destructividad» y el deseo de aniquilar son tendencias secundarias que sólo se desarrollan cuando se ve frustrada la tendencia a un amor productivo y a lo razonable.
Tras la aparición de
El arte de amar
, la teoría del amor de Fromm se vio cuestionada por dos acontecimientos. Su mujer, Annis, enfermó de cáncer de pecho en la década de 1950. La operaron y tuvo que seguir una dieta. Pese a que el cáncer estaría veinte años sin volver a manifestarse, Fromm lo percibía como una enfermedad que lo perseguía cual dinámica enemiga de la vida. Luchó contra él al lado de Annis y también siguió la misma dieta draconiana que le impusieron a ella (lo que, dicho sea de paso, resultó ser bastante beneficioso para su aspecto exterior y su salud).
El segundo gran reto lo representó la agudización de la Guerra Fría. Aun cuando la lectura de
El arte de amar
no permita tal vez suponerlo, desde su juventud Fromm había sido una persona políticamente muy concienciada y activa. Todo lo que se producía en el terreno de la política y la sociedad le afectaba de una manera sumamente existencial. Y como terapeuta que sabía escuchar, se sintió arrastrado a la política en su calidad de psicoanalista, trabajando básicamente en suelo estadounidense: escribió análisis sobre cuestiones relacionadas con la política exterior, la Guerra Fría con la Unión Soviética y la carrera atómica; entabló contactos con senadores, se vio involucrado personalmente en la elección del candidato presidencial, se manifestó contra la guerra de Vietnam y se convirtió en portavoz de la política de distensión.
Pero fue sobre todo la carrera armamentística la que hizo que su fe en la capacidad de amor primaria del hombre se tambaleara. La guerra atómica se convirtió a principios de la década de 1960 —con motivo de la crisis de Cuba— en una amenaza real. Hasta qué punto ese peligro le quitó el sueño a Fromm lo vemos en esta carta escrita a Clara Urquhart el 29 de septiembre de 1962: «La otra noche escribí una especie de llamamiento centrado en el amor a la vida. Era fruto de una sensación de desesperación ante la perspectiva de que tal vez no quede ya ninguna posibilidad para evitar la guerra atómica. De repente tuve la intuición de que la gente se muestra tan pasiva frente al peligro bélico porque simplemente la mayoría no ama la vida. Me vino a la mente el pensamiento de que podía surtir mayor efecto apelar a su amor a la vida que a su amor a la paz o a su miedo a una guerra».
Fromm se sentía desesperanzado porque la mayoría no se defendía a sí misma contra el peligro de la guerra atómica. Interpretaba esa pasividad como el agotamiento del amor a la vida y como la aceptación inconsciente de una dinámica destructiva, aniquiladora de la vida, como se puede observar también en muchos suicidas. Pero ¿que ocurrirá si cada vez hay más humanos que ya no aman la vida y si parece completamente agostada la tendencia primaria a la capacidad de amar? El judío alemán Fromm sabía de sobra que era más que posible semejante eventualidad. El había escapado a la maquinaria de exterminio nacionalsocialista. Pero, ante una guerra atómica entre las superpotencias, no había posibilidad alguna de escapar. La contaminación resultante destruiría, como un cáncer metastásico, el espacio vital de todo ser humano.
El tenía que reaccionar, y lo hizo de diferentes maneras. Su primera reacción contra la pérdida colectiva de la capacidad de amar fue hacerse oír mediante cartas al director, panfletos políticos, artículos y conferencias, y entrevistándose con senadores amigos para hacerles ver el peligro que entrañaba la pérdida colectiva del amor a la vida y la propagación de un deseo de destrucción general. Asimismo, arremetió contra los políticos y científicos que creían poder justificar el riesgo de una guerra atómica que tendría como resultado la muerte de 20 millones de americanos.
Pero si importante era investigar psicológicamente la capacidad de amar del hombre, mucho más importante le pareció a Fromm descubrir la dinámica psíquica de una destructividad cuyo único objetivo reconocible era la destrucción global. Así, a principios de la década de 1960 se puso a estudiar la atracción por lo destructivo y diferenció varias formas de agresividad y destructividad, la más amenazadora de las cuales era la «necrofilia», es decir, la atracción por lo inerte, lo muerto (
nekros
significa «cadáver» en griego) y lo destructivo, ya que es en esta forma de destructividad donde encuentra lo destructivo su meta suprema. A lo largo de más de diez años, el autor de
El arte de amar
estuvo angustiado ante la posibilidad de que se abortara la capacidad de amar y de que ésta se pervirtiera en un deseo igualmente fuerte de destructividad. Sobre esa necrofilia habló por primera vez en 1964, en su libro
El corazón del hombre
, y los resultados de sus investigaciones los puso por escrito en 1973 en su libro
Anatomía de la destructividad humana
.
Finalmente, como ya dijera en la carta antes citada a Clara Urquhart, Fromm trató de fundar la capacidad de amar del hombre en su capacidad específica para la «biofilia» (el amor a la vida) y en su atracción por lo vivo. Tras preguntarse por la dinámica propia de todo ser vivo, reconocía que, más allá de la búsqueda de la supervivencia, éste posee «una [específica] tendencia a la integración y a la unión». «La unificación y el crecimiento son característicos de todos los procesos vitales, lo cual es aplicable no sólo a las células, sino también al sentir y el pensar.»
En su artículo «Do We Still Love Life?» [¿Aún seguimos amando la vida?], publicado en 1967 en la revista americana
McCalls
, escribió lo siguiente: «Si la vida es, por esencia, un proceso de crecimiento y un proceso de integración y no puede ser amada con medios de control o de fuerza, entonces el amor a la vida es el núcleo de todo tipo de amor. El amor es el amor a la vida en un ser humano, en un animal, en una planta. Lejos de ser algo abstracto, el amor a la vida es el núcleo, un núcleo muy concreto y real, de todo tipo de amor. Quien crea que ama a los seres humanos sin amar la vida, puede desear apegarse a otra persona, pero no amarla de verdad».
«Cuando alguien dice de otra persona que “ama realmente la vida”, la mayoría de la gente entiende lo que se quiere decir con ello. Nos imaginamos entonces a una persona que ama todo lo que crece y está vivo, que se siente atraída por el crecimiento infantil, por la maduración, por una idea que va tomando forma, por una organización que no deja de crecer. Para semejante persona, incluso lo que no está vivo, como una piedra o el agua, se convierte en algo vivo. Y lo que está vivo la atrae, no porque sea algo grande y poderoso sino por estar vivo.»
Esta nueva fundamentación de la capacidad humana de amar también lo llevó a un deslindamiento nuevo de otras teorías del amor, en su mayor parte de orientación biológica. El mundo vivo sirve, fundamentalmente, sólo de «medio para la satisfacción de las necesidades fisiológicas». Pero el ser humano tiene ante todo la necesidad de «expresar sus capacidades frente al mundo». Así, el amor a lo vivo se manifiesta en los humanos por cuanto «persiguen un objeto con el que entran en relación y con el que pueden unirse». Esta es la fundamentación de una afirmación que ya había hecho en
El arte de amar
. «El amor inmaduro dice: “Te amo porque te necesito”, mientras que el amor maduro dice: “Te necesito porque te amo”».
Para ilustrar esto, Fromm tomó una expresión de Karl Marx para hacer la siguiente formulación: «Como tengo ojos, tengo capacidad de ver; como tengo oídos, tengo capacidad de oír; como tengo cerebro, tengo capacidad de pensar, y como tengo corazón, tengo la capacidad de sentir. En una palabra: como soy hombre, necesito al hombre y el mundo».
La capacidad humana de amar se funda en la biofilia, en la atracción por lo vivo. Esta intuición se verificó en la práctica del amor del propio Fromm. La pregunta decisiva es ahora si los hombres pueden conseguir sentir esta capacidad primaria de amar y darle debida expresión, y cómo hacerlo. Una manera decisiva de acceder a nuestra capacidad de amar sepultada y reprimida es descubrir nuestros propios obstáculos internos.
La pregunta por el conocimiento y análisis de uno mismo, por el acceso a los deseos e imágenes inconscientes, tal y como se detectan en los sueños pero también en los rasgos de carácter y en otros síntomas, desempeña ahora en la conformación de la vida cotidiana de Fromm un papel cada vez mayor. Todos los días se tomaba hasta una hora para analizar y meditar sobre sus sueños y hacer diversos ejercicios físicos y de concentración. La mediación del budismo zen de Suzuki fue para él una gran ayuda en este sentido, así como los ejercicios de atención (
mindfulness
), que le enseñó, en la última década de su vida, Nyanaponika Mahathera, un monje budista de Sri Lanka. Las tradiciones místicas del jasidismo, del sufismo y del Maestro Eckhart le dieron importantes impulsos en su camino hacia dentro.
Sin embargo, ese camino hacia dentro practicado por Fromm no se proponía la interioridad y alejamiento del mundo, sino un nuevo trato con la realidad, con el otro y con uno mismo, un trato distinto, más creativo, más razonable y más amoroso. Precisamente porque ese trato siempre está influido por experiencias relaciónales distorsionadas, necesita del camino hacia dentro para poder estar relacionado con los demás desde el amor. Con el camino hacia dentro no sólo deben superarse los obstáculos aparecidos en la relación con los padres. Fromm se interesa sobre todo por las experiencias relaciónales exigidas y recomendadas a diario por la sociedad.
Toda sociedad y agrupación social intenta expresar el amor de la manera que mejor se adapta a su preservación. Así, una sociedad autoritaria ve el amor como agradecimiento y amor a la autoridad, pues sólo así puede funcionar de manera óptima un sistema social basado en el dominio y la sumisión. Una economía de mercado fundada en la competencia y el éxito tiene una visión del amor completamente distinta. La capacidad de amar depende aquí de si cada cual saca o no lo mejor de sí mismo, de si puede prosperar en medio de la competencia y de si es capaz de practicar la sociabilidad, la tolerancia y el juego limpio. Cada cual debe ser cabal, es decir, capaz de alcanzar los objetivos propuestos.
Lo que en una determinada sociedad es visto como digno de amarse es para Fromm algo distinto a la libre exteriorización de la necesidad de amor. Para quien ama autoritariamente, se trata de dominio y autocontrol. El orientado al marketing quiere ser bien recibido, dar buena impresión, tener éxito y amar de esta manera. Pero, en realidad, no tiene ninguna necesidad interior de amar, sino otra necesidad, que le impide sentir esa necesidad de amar y de darle rienda suelta. Reconocer estas necesidades tan perentorias exige una distancia crítica respecto de todo lo que se da por supuesto y se vive en el plano social. Pero si la crítica social no quiere sucumbir al peligro de volverse ideológica, deberá emprender un camino hacia dentro y tomarse en serio la búsqueda del amor a la vida.
El descubrimiento por parte de Fromm de los obstáculos internos a su capacidad de amar le ayudó a practicar mejor su capacidad de amar como una necesidad sensorial. Quienes le conocieron en las últimas décadas de su vida pudieron observar de cerca que vivió la capacidad de amar como una necesidad de relacionarse amorosamente con otras personas. Poder prestar expresión a ese amor se convirtió para él en una necesidad irrenunciable, que satisfizo siempre que le fue posible.
En la década de 1970, en que tuve ocasión de ser su asistente en Locarno, fui una y otra vez testigo de su inusual capacidad de amor: se podía ver cómo trababa conversación con cuantos tenía a su lado. De eso ya se ha hablado antes. Pero, sobre todo, se podía velen su amor a Annis, como, por ejemplo, cuando la besaba en el ascensor, cuando se despedía de ella, cuando hablaba con ella, cuando la miraba y la tocaba. Lo mismo que se puede ver también cada vez que se lee su libro
El arte de amar
.
RAINER FUNK
1900. 23 de marzo: nacimiento de Erich Pinchas Fromm en Fráncfort del Meno. Hijo único del comerciante de vinos, judío ortodoxo, Naphtali Fromm y su mujer, Rosa, nacida Krause.
1918. Bachillerato alemán en la escuela Wöler en Fráncfort y a continuación dos semestres de Derecho en la Universidad de Fráncfort. Amistad con el rabino Nehemia Nobel.
1919. Cofundador de la «Freies Jüdisches Lehrhaus» en Fráncfort del Meno. A partir del semestre de verano, estudios en Heidelberg.
1920. Cambio de los estudios de Derecho por el estudio de economía nacional (sociología) con Alfred Weber en Heidelberg. Flasta 1925, clases sobre el Talmud con el rabino Rabinkow.
1922. Promoción a doctor en filosofía con Alfred Weber sobre «Das jüdische Gesetz» (La ley judía).
1924. Junto con Frieda Reichmann, apertura del «Therapeutikum» en la calle Mönchhof en Heidelberg. Psicoanálisis con Frieda Reichmann, después con Wilhelm Wittenberg en Munich.
1926. 16 de junio: boda con Frieda Reichmann. Abandono de la práctica del judaísmo ortodoxo. Contactos con Georg Groddeck en Baden-Baden.
1927. Primeras publicaciones como seguidor de la ortodoxia freudiana.
1928. Análisis didáctico con Hanns Sachs en Berlín y formación psicoanalítica en el Instituto Karl Abraham en Berlín.
1929. Cofundador del Instituto de Psicoanálisis de Alemania del Sur en Fráncfort, junto con Karl Landauer, Frieda Fromm-Reichmann y Heinrich Meng.
1930. Miembro del Instituto de Investigación Social en Fráncfort, responsable de todas las cuestiones del psicoanálisis y de la psicología social, conclusión de la formación en Berlín y apertura de su propio consultorio en Berlín.
1931. En verano, afección de tuberculosis pulmonar. Separación de Frieda Fromm-Reichmann. Con interrupciones, estancia en Davos hasta abril de 1934.