Authors: Erich Fromm
En la otra foto se aprecia lo mucho que la madre admira al hijo. Erich, que debe de tener unos 17 años, es igual de alto que el padre. Al igual que éste, sostiene un bastón de paseo y un sombrero, atributos del hombre burgués de la época. El padre está mirando la cámara, mientras el hijo tiene la mirada perdida en la lejanía. Pero entre los dos está la madre. Agarrando al hijo con la mano derecha, dirige la mirada —llena a la vez de expectativa y de admiración— hacia éste. Como el propio Fromm nos dirá después, su madre quería que fuera un gran artista y hombre de ciencia, una especie de segundo Paderewski, el celebrado compositor, pianista y político polaco que llegó a primer ministro en 1919, si bien durante poco tiempo.
Una idealización tan excesiva crea una conciencia de sí muy fuerte y con aires de grandeza. Buena parte del aspecto altivo —muchos dicen que arrogante— de Fromm a los 30 y 40 años sería imputable a este amor narcisista de la madre. Pero nadie hereda por casualidad semejante autovaloración. Suele ir asociada a un entorno admirador; no es una apreciación autónoma e independiente de los demás. En realidad, Fromm tuvo que luchar durante mucho tiempo para liberarse de este amor materno posesivo e idealizador.
Si bien la capacidad de amar de un joven debe mucho en general a la experiencia amatoria de los padres, ésta no es la única que determina el desarrollo de su capacidad de amar. El ansia de independencia y autonomía y la propia actividad amorosa marcan el desarrollo psíquico desde la cuna. Al madurar, esta ansia se expresa en la búsqueda de un compañero o compañera que haga posibles tales experiencias amorosas. Según lo inhibidor o perturbador del desarrollo personal que resulte ser el amor de la madre, esta búsqueda de experiencias amorosas nuevas y alternativas se traduce a su vez en unas relaciones en las que reaparece el patrón relacional de los padres.
Con frecuencia, es preciso pasar por toda una serie de experiencias de amor fallidas para no buscar inconscientemente en la pareja un eco del amor materno y paterno. Este tardío proceso de desvinculación del amor materno y paterno suele ir acompañado de dolorosas experiencias de renuncia y perdida. En todos los desengaños y las penas que corren parejos con el abandono de los lazos parentales, al final suele ser determinante la perpetuación o no del deseo de poder amar por uno mismo. En efecto, como dice Fromm en otro lugar, «quien decide resolver un problema mediante el amor ha de tener valor suficiente para superar los desengaños y permanecer paciente a pesar de los reveses».
Este deseo ininterrumpido de poder amar se puede percibir en la vida de Fromm, a pesar del fracaso de sus relaciones sentimentales, hasta pasada la mitad de su vida. El amor paterno cercenador de su capacidad de amar, lo supera él con relativa facilidad. Siendo joven, buscó ya en el rabino Nehemia Nobel, de la sinagoga de Fráncfort en Börneplatz, otra figura paterna, aunque de corte religioso. Nobel constituía en cierta forma un modelo alternativo respecto al padre angustiado de Fromm. Congregaba a su alrededor a un pequeño círculo de jóvenes, entre los que se incluía también el amigo de juventud de Fromm, Ernst Simón. En realidad, Fromm pensaba llegar a ser un maestro del Talmud. Pero estudiar el Talmud en Polonia o en el Báltico habría supuesto un excesivo alejamiento respecto de sus padres, que vivían en Fráncfort, algo que él no estaba dispuesto a aceptar. Así pues, decidió estudiar derecho en su ciudad natal, Fráncfort.
Dos semestres después, en el verano de 1919, se atrevió a dar un paso decisivo: se marchó de Fráncfort y se matriculó en la cercana Universidad de Heidelberg para estudiar Sociología con Alfred Weber. Aquí Fromm también se buscó, al margen de sus estudios, a un maestro religioso, después de que el rabino Nobel muriera en 1921. En Salman Baruch Rabinkow encontró a un estudioso del Talmud influido no sólo por el jasidismo jabad (rama intelectual del jasidismo), sino también por las ideas del socialismo y el humanismo ilustrado. Rabinkow se había establecido en Heidelberg como profesor particular para los emigrados rusos. Durante casi cinco años Fromm acudió numerosas veces a la semana a su estudio, donde trabajó como secretario. De nadie hablaría nunca con tanto reconocimiento y aprecio como de Rabinkow. Por paradójico que pueda parecer, fue este estudioso del Talmud quien posibilitó y guió su desvinculación respecto de la religión paterna.
Naturalmente, para liberarse de la impronta paterna aún necesitó de otras personas y experiencias. Fue sobre todo el descubrimiento del psicoanálisis de Sigmund Freud lo que desencadenó en él una fuerte dinámica de libertad, que le permitió cometer en 1926 «su» gran pecado mortal: saltarse los mandamientos alimenticios del judaísmo y comer en la Pesach, la Pascua judía, carne de cerdo. Fromm asoció su rechazo del angustiado amor paterno al abandono de la religión paterna. Los escritos de Georg Grimm sobre el budismo le ayudaron en su labor de abandonar la fe en un dios personal y orientarse más bien al budismo y a la crítica de las religiones.
Desechar las interiorizadas imágenes paralizadoras del amor paterno puede tener efectos muy fecundos en la creatividad y capacidad de amar de una persona. En los años siguientes, Fromm se sintió ya lo suficientemente libre para desarrollar su propio planteamiento sociopsicológico y preguntarse por las dimensiones sociales inconscientes y hasta qué punto estamos determinados por las exigencias de lo económico y de la vida social. Así, a principios de la década de 1930 —mucho antes que Adorno— formuló la teoría del carácter autoritario y criticó la teoría de Freud del instinto como producto de un pensamiento biológico y patriarcal, a la que opuso su visión del hombre como ser relaciona! que, desde su nacimiento, ya es capaz de amar.
Sin estas nuevas formulaciones teóricas, realizadas entre 1928 y 1937, son impensables los temas y trabajos posteriores de Fromm: su visión de la libertad, del amor, de la agresión y de la destructividad, así como sus trabajos sobre la productividad psíquica y la salud anímica y, sobre todo, la descripción y el análisis de otras orientaciones del carácter de tipo sociológico.
Sus intentos por liberarse del cuasirreligioso amor materno le llevaron más tiempo y le resultaron más penosos en muchos aspectos. Después de que, en 1922, su novia lo dejara por su amigo de juventud Leo Löwenthal, en 1923 conoció a la psiquiatra Frieda Reichmann, once años mayor que él, y que se estaba formando como psicoanalista. Entre 1924 y 1928, Frieda y él dirigieron en Heidelberg un centro terapéutico. La idea era que todos los que residieran en el pequeño sanatorio, sito en la calle Mönchhof, n° 15, se liberaran de sus represiones sexuales sentados en el diván psicoanalítico de Frieda. A dicho fin tuvieron que someterse al psicoanálisis todos los residentes, incluido el propio Fromm. Él se enamoró de su psicoanalista, con la que finalmente contrajo matrimonio en 1926, resultado sin duda de un amor terapéutico transferido. Sin embargo, en 1928 el matrimonio había tocado ya a su fin, aunque Fromm no quisiera reconocerlo. El no podía divorciarse aún, pero sí trató de distanciarse. A partir de 1928, se fue a Berlín para formarse él también como psicoanalista. En 1930 abrió allí su propia consulta psicoterapéutica y empezó a trabajar en el Instituto de Estudios Sociales de Fráncfort.
En 1931 enfermó de tuberculosis y tuvo que retirarse al apartado sanatorio de Davos. Un amigo común de Frieda y él, el psicoterapeuta Georg Groddeck, de Baden-Baden, le aconsejó que se separara de ella, ya que en la enfermedad de la tuberculosis subyacía el deseo inconsciente de dicha separación. Aquí no entraremos a considerar si dicha valoración era certera o no, pero al menos pone de manifiesto que había quienes consideraban necesario el divorcio.
La enfermedad se había encargado ya de que Fromm se separara de hecho de Frieda. Y cuando en abril de 1934 ya estaba lo suficientemente curado para poder volver a viajar, en su patria los nacionalsocialistas estaban al mando. Para Erich Fromm, como miembro del Instituto de Estudios Sociales de Fráncfort, el regreso a Alemania habría supuesto un gran peligro, así que decidió emigrar a Estados Unidos. Una vez allí, su amistad con la psicoanalista Karen Horney, quince años mayor que él, se fue convirtiendo paulatinamente en una relación que, aunque nunca terminaría en matrimonio, fue mucho más allá de! mero interés profesional compartido. Cuando Fromm se marchaba de viaje, Karen Horney siempre lo acompañaba. Los dos encarnaban una nueva visión del psicoanálisis. De todos modos, Karen Horney era una compañera muy celosa, y la relación nunca estuvo del todo exenta de rivalidad.
Su relación con ella llegó a su fin en 1941 tras una tempestuosa pelea, que también acabó con su previamente constituida sociedad psicoanalítica. Con su libro
El miedo a la libertad
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Fromm no sólo se convirtió en un científico reconocido en Estados Unidos, sino también en un autor y conferenciante muy solicitado. Además de su consulta terapéutica en Nueva York y de su trabajo como profesor en la Universidad de Columbia y en la Escuela de Estudios Sociales, durante aquellos años enseñó también en la Universidad de Bennington, en Vermont.
Al poco de su ruptura con Karen Horney, Fromm conoció a Henny Gurland, de su misma edad, que, huyendo de los nazis, había viajado a Francia junto con Walter Benjamin y, en la frontera española, había visto cómo éste se quitaba la vida. Fromm se casó con esta periodista gráfica profesional, nacida en Alemania, en 1944. Finalmente, creía haber encontrado a la mujer de su vida. Juntos se hicieron construir una casa en Bennington, Vermont, en 1947. Al poco de mudarse a la nueva casa, Henny contrajo una enfermedad misteriosa, que la obligó a guardar cama. Al principio se creyó que se trataba de una intoxicación por plomo, pero luego le diagnosticaron una enfermedad artrítica sumamente dolorosa. Él suspendió todos sus compromisos para poder ocuparse de ella y no dejarla sola.
Por amor a Henny se trasladó a México en 1950, con la esperanza de que el clima de ese país aliviara sus dolores. Fromm inició en la ciudad de México una nueva existencia. En 1951 empezó a formar en el psicoanálisis a un grupo de médicos y consiguió una cátedra en la universidad. Sin embargo, la enfermedad de Henny frustró cualquier intento de dedicarse de lleno a sus labores de profesor y conferenciante. No podía llevarla consigo, pero tampoco quería dejarla sola. Hizo todo por ella, y orientó su vida en función de su persona, sin que con ello aliviara sus sufrimientos lo más mínimo. La situación acabó siendo insoportable. En julio de 1952 encontró a Henny muerta en el cuarto de baño.
Fromm había llegado al final de sus esfuerzos por encontrar el amor. Estaba convencido de que había fracasado y se sentía impotente y abandonado. Aunque los candidatos a psicoanalistas que acudían a su consulta no sabían lo que había ocurrido en realidad, comentaban que Fromm había experimentado un cambio radical. Fue para él una manera terriblemente dolorosa y difícil de diluir una imagen de sí orientada a un cuasirreligioso amor materno. La muerte de Henny lo obligó a aceptar su propia limitación, por no decir incluso su propio fracaso.
Unos meses después, Fromm se sintió de nuevo con ánimos para iniciar una nueva relación. Se trataba esta vez de una americana, Annis Freeman, de Alabama, que había enviudado de sus tres maridos. Con el último había vivido en la India, pero, tras su muerte, había vuelto a Estados Unidos. Era una mujer distinta a cualquiera que hubiera conocido hasta entonces. Era muy atractiva, sensible, sin ambiciones profesionales, lo que no impedía que fuera una excelente conversadora. Fromm se enamoró de ella y se casaron en diciembre de 1953. Annis se fue a vivir con él a México. Según los planes que ella tenía, se construyeron una casa en Cuernavaca, en la que residieron entre 1956 y 1973. Annis, que lo acompañaba en sus prolongadas visitas a Estados Unidos, apoyó su implicación en la política estadounidense, principalmente en su lucha por el desarme y la paz.
El libro
El arte de amar
, publicado en 1956, lo escribió a finales de 1955 y principios de 1956, tras haber terminado su otro libro
Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Hacia una sociedad sana
. Aunque muchos pensamientos que Fromm expone en
El arte de amar
también se pueden encontrar en otras publicaciones más tempranas, es esta obra, sin embargo, la que causa mayor impresión en muchas personas. Con su desmayado adiós a Henny y su gran amor por Annis, Fromm encontró una capacidad para amar liberado de las ataduras de la infancia. Sólo ahora su práctica de la capacidad de amar se avino en la realidad con su teoría del amor. Sólo ahora se pudo aplicar también para él mismo esto que aparece escrito en el libro: «que haya armonía o conflicto, alegría o tristeza, es secundario con respecto al hecho fundamental de que dos seres se experimentan desde la esencia de su existencia, de que son el uno con el otro al ser uno consigo mismo y no al huir de sí mismos».
Aunque Fromm decribe su teoría del amor de manera detallada en
El arte de amar
, la siguió desarrollando durante los veintisiete años de su relación amorosa con Annis. Desde que, en la década de 1930, se liberara de la teoría del instinto de Freud, sostuvo que el problema más importante del hombre no radicaba en la satisfacción de sus necesidades instintivas sino en su relación con la realidad.
Desde una perspectiva psicológica, es decisivo para el éxito del ser humano saber de qué manera se puede relacionar con otro ser humano, consigo mismo y con la realidad que lo rodea. Mucho antes de que los estudios sobre el cerebro y los mamíferos demostraran que, desde el nacimiento, el hombre ya es capaz de relacionarse de manera activa con su entorno, Fromm habló (en contraposición al narcisismo original de la teoría freudiana) de una tendencia primaria tan acusada en el hombre a formar ese estar activamente relacionados, que acaba desembocando en una mayor independencia interna respecto de fuerzas no-propias y ajenas-al-yo (personas, espacios de relación e imágenes ajenas). Fromm calificó ese estar relacionados como «productivo» (del latín
producere
) por cuanto viene «presentado» a partir de una actividad propia del hombre. Cuando esta tendencia primaria desemboca en una orientación productiva en la vida de un hombre, éste es capaz de pensar, amar, sentir, fantasear y actuar de manera autónoma y propia.
La tendencia primaria a un amor productivo puede fomentarse considerablemente mediante el amor productivo de las primeras personas de referencia, pero también puede malograrse mediante formas de amor egoístas, ansiosas, absorbentes, posesivas, depreciativas y dependientes por parte de las figuras de los padres, e incluso convertirse en su contrario. Asimismo, en la manera como aman las primeras personas de referencia Fromm ve también la presencia de patrones relaciónales sociales. Para él, los padres son al mismo tiempo representantes y mediadores de lo que una sociedad concreta necesita para su funcionamiento.