Todos rieron.
—Jimmy, no seas tan tonto —lo reprendió Wakulla—. No te preocupes —me dijo a mí—, siempre dice estas cosas.
Jimmy sonrió.
—¿Adorabais las coles? —continuó—. Oh, gran repollo, beso a su crucífera colestad. —Se puso de rodillas y agarró un trozo de mi falda plisada—. Bonitas hojas, ¿se pueden arrancar?
—No seas tan aliento de carne —dije.
—¿Qué? —dijo, riendo—. ¿Aliento de carne?
Entonces tuve que explicar que eso era un insulto entre los extremistas verdes. Igual que comecerdo. O cara de babosa. Esto hizo reír más a Jimmy.
Vi la tentación. La vi con claridad. Se me ocurrirían más detalles estrambóticos de mi vida en la secta, y luego simularía que pensaba que todas esas cosas eran tan retorcidas como las consideraban los chicos de HelthWyzer. Eso sería popular. Pero también me vi del modo en que me verían los Adanes y las Evas: con tristeza, con decepción. Adán Uno, y Toby y Rebecca. Y Pilar, aunque estaba muerta. E incluso Zeb.
Qué fácil es la traición. Simplemente te deslizas a ella. Pero eso ya lo sabía, por Bernice.
Wakulla me acompañó a casa, y Jimmy también vino. El iba haciendo el tonto —contaba chistes y esperaba que nos riéramos—, y Wakulla se rio, de un modo educado. Me di cuenta de que Jimmy estaba colado por ella, aunque Wakulla me contó más tarde que sólo podía ver a Jimmy como un amigo.
Wakulla se desvió a medio camino para dirigirse hacia su casa, y Jimmy me dijo que continuaría conmigo porque le iba de paso. Era irritante cuando había más de una persona: seguramente sentía que es mejor hacerte el tonto a que otra gente se burle de ti. Pero cuando no estaba actuando, era mucho más agradable. Me di cuenta de que por dentro estaba triste, porque lo mismo me ocurría a mí. Éramos como gemelos en ese sentido. Nunca antes había tenido un chico por amigo.
—Así que ha de ser raro para ti, estar aquí en un complejo después de las plebillas —me dijo un día.
—Sí.
—¿De verdad tu madre estaba atada a la cama por un maníaco trastornado? —Jimmy era directo con cosas que otra gente podía pensar pero que nunca diría.
—¿Dónde has oído eso? —dije.
—En el vestuario —dijo Jimmy.
O sea que la fábula de Lucerne se había filtrado.
Respiré hondo.
—Esto es entre tú y yo, ¿sí?
—Te lo juro —dijo Jimmy.
—No —dije—. No estaba atada a la cama.
—Ya me lo figuraba —dijo Jimmy.
—Pero no se lo digas a nadie. Confío en que no lo hagas.
—No lo haré —dijo Jimmy.
No dijo «¿por qué no?». Sabía que si todo el mundo oía que Lucerne había mentido, la gente se daría cuenta de que no la habían secuestrado sino que sólo había estado engañando a lo grande. Lo que había hecho, lo había hecho por amor, o simplemente por sexo. Y había vuelto a HelthWyzer con su marido perdedor porque el otro tipo la había dejado. Pero moriría antes que admitirlo. O mataría a alguien.
Todo ese tiempo me metía en el armario y sacaba el teléfono morado de mi tigre para llamar a Amanda. Nos enviábamos mensajes de texto con las mejores horas para llamar, y si la conexión era buena podíamos vernos en pantalla. Yo hacía muchas preguntas sobre los Jardineros. Amanda me dijo que ya no estaba con Zeb: Adán Uno había dicho que había crecido mucho y que tenía que dormir en uno de los cubículos individuales, y eso era muy aburrido.
—¿Cuándo podrás volver? —me preguntó.
Pero yo no sabía cómo podía arreglármelas para huir de HelthWyzer.
—Estoy trabajando en eso —dije.
La siguiente vez que me puse al teléfono, ella me dijo:
—Mira quién está aquí.
Y era Shackie, sonriéndome con timidez, y me pregunté si se habrían acostado. Me sentó como si Amanda hubiera recogido un chisme brillante que quería para mí, pero era una estupidez, porque yo no sentía nada por Shackie. Me pregunté si habría sido suya la mano que me tocó el trasero esa noche en el holocentrifugador. Aunque lo más probable es que fuera Croze.
—¿Cómo está Croze? —le pregunté a Shackie—. ¿Y Oates?
—Están bien —murmuró Shackie—.¿Cuándo vas a volver? ¡Croze te echa mucho de menos? ¿Peli?
—Groso —dije—. Peligroso.
Me sorprendió que aún usara esa contraseña infantil, aunque quizás Amanda lo había animado a hacerlo para que me sintiera incluida.
Después Shackie desapareció de la pantalla, Amanda dijo que eran compañeros: los dos se llevaban cosas de los centros comerciales. Era un trato justo: ella contaba con alguien que le guardara las espaldas y la ayudara a robar cosas y venderlas, y él conseguía sexo.
—¿No le quieres? —preguntó.
Amanda me dijo que era una romántica. Dijo que el amor era inútil, porque te llevaba a estúpidos intercambios en los cuales dabas demasiado, y luego te amargabas y te volvías mala.
Jimmy y yo empezamos a hacer los deberes juntos. Era muy amable y me ayudaba con las partes que yo no sabía. Gracias a toda la memorización que teníamos que hacer con los Jardineros, yo podía mirar una lección y luego verla toda mentalmente, como una fotografía. Así que, aunque me resultaba difícil y sentía que iba muy atrasada, empecé a ponerme al día muy deprisa.
Al llevarme dos años, Jimmy no estaba en ninguna de mis clases salvo en la de Aptitudes Vitales, que se suponía que te ayudaba a estructurar la vida, cuando tenías una vida que estructurar. Mezclaban grupos de edad en Aptitudes Vitales para que pudiéramos beneficiarnos de compartir nuestras experiencias diferentes, y Jimmy se cambiaba de pupitre para sentarse justo detrás de mí.
—Soy tu guardaespaldas —me susurraba, y eso me hacía sentir segura.
Íbamos a mi casa a hacer los deberes cuando Lucerne no estaba allí; si estaba, íbamos a la casa de Jimmy. Me gustaba más la casa de Jimmy porque tenía un mofache de animal de compañía: era un nuevo híbrido, mitad mofeta pero sin el olor, y mitad mapache pero sin la agresividad. Se llamaba
Matón
y era uno de los primeros que habían hecho. Cuando lo cogí, me gustó de inmediato.
La madre de Jimmy también me cayó bien, aunque la primera vez que me vio me miró con dureza con aquellos severos ojos azules y me preguntó qué edad tenía. A mí también me caía bien, aunque fumaba demasiado y me hacía toser. Entre los Jardineros nadie fumaba, al menos tabaco. Ella trabajaba mucho al ordenador, pero yo no sabía en qué, porque no tenía empleo. El padre de Jimmy casi nunca estaba allí: estaba en los laboratorios, investigando cómo trasplantar células madre y ADN humano a los cerdos, para fabricar nuevas piezas humanas. Le pregunté a Jimmy qué piezas y me dijo que riñones, aunque quizá también hacían pulmones: en el futuro, podrías tener tu propio cerdo con segundas copias de todo. Yo sabía lo que pensarían de eso los Jardineros: pensarían que estaba mal, porque tenían que matar a los cerdos.
Jimmy había visto esos cerdos: los llamaban cerdones porque eran enormes. Los métodos de doble órgano eran secretos corporativos, decía: extravaliosos.
—¿No tienes miedo de que una corporación extranjera secuestre a tu padre y le saque los secretos del cerebro? —le pregunté.
Eso ocurría cada vez con más frecuencia: no salía en las noticias, pero en HelthWyzer corrían esos rumores. En ocasiones devolvían a los científicos secuestrados, y otras veces no. La seguridad era cada vez más firme.
Después de hacer los deberes, Jimmy y yo dábamos una vuelta por el centro comercial de HelthWyzer, nos divertíamos con los videojuegos y tomábamos Happi-cappuccinos. La primera vez le dije que Happicuppa era un brebaje de maldad y que no podía tomarlo, y él se rio de mí. La segunda vez hice un esfuerzo. Tenía un gusto delicioso, y enseguida dejé de pensar en la maldad.
Al cabo de un rato, Jimmy me habló de Wakulla Price. Dijo que había sido la primera chica de la que se había enamorado, pero cuando le había pedido ir en serio con ella, Wakulla le había dicho que sólo podían ser amigos. Ya conocía esa parte, pero le dije que era una lástima, y Jimmy me contó que había sido un charco de vómito de perro durante semanas y que aún no lo había superado.
Luego me preguntó si tenía novio en las plebillas y le dije que sí —aunque no era verdad—, pero que como no tenía forma de volver allí había decidido olvidarlo, porque era lo mejor que podías hacer si querías a alguien que no podías tener. Jimmy fue muy compasivo por mi novio perdido y me apretó la mano. Me sentí culpable por contarle semejante trola, pero no lamentaba el apretón.
Para entonces escribía un diario. Todas las chicas de la escuela lo hacían, era una moda retro: la gente te podía piratear el ordenador, pero no un diario de papel. Yo anotaba todo en mi diario. Era como hablar con alguien. Ni siquiera pensaba que escribir cosas fuera tan peligroso: supongo que eso demuestra lo mucho que me había alejado ya de los Jardineros. Guardaba mi diario en el armario, dentro de un oso de peluche, porque no quería que Lucerne me espiara. Los Jardineros tenían razón en esa parte: leer los secretos de una persona te daba poder sobre ella.
Entonces vino un chico nuevo al instituto de HelthWyzer. Se llamaba Glenn, y en cuanto lo vi supe que era el mismo Glenn que había venido al Árbol de en de San Euell, cuando Amanda y yo lo habíamos acompañado con ese tarro de miel a visitar a Pilar.
Creo que me hizo una señal con la cabeza, ¿me reconoció? Esperaba que no, porque no quería que empezara a hablar de dónde me había visto por última vez. ¿Y si Corpsegur aún estaba tratando de investigar la fingida esclavitud sexual de Lucerne? ¿Y si descubrían a Zeb a través de mí y aparecía sin sus vísceras dentro de un congelador? Era una idea aterradora.
Seguramente, Glenn no hablaría aunque me recordara, porque no querría que descubrieran nada de Pilar y los Jardineros y lo que hubiera estado haciendo con ellos. Estaba segura de que era algo ilegal, ¿si no por qué nos había hecho salir Pilar a Amanda y a mí? Tuvo que ser para protegernos.
Glenn actuaba como si no le importara nadie, él y sus camisetas negras. Pero al cabo de poco Jimmy empezó a salir con él, y entonces yo ya no veía tanto a Jimmy.
—¿Qué haces con ese Glenn? Da miedo —dije una tarde cuando estábamos haciendo los deberes en los ordenadores de la biblioteca de la escuela.
Jimmy dijo que sólo jugaban a ajedrez tridimensional o a videojuegos en línea en su casa o en la de Glenn. Pensaba que probablemente estaban viendo porno —la mayoría de los chicos lo hacían, y también muchas chicas—, así que le pregunté qué juegos. Campaña Bárbara, dijo, era un juego de guerra. Sangre y Rosas era como el Monopoly, sólo que tenías que acaparar el mercado del genocidio y la atrocidad. Extintaton era un juego de preguntas que jugabas con animales extinguidos.
—Quizá yo también pueda ir a jugar algún día —dije.
Pero él no me invitó, así que supuse que en realidad estaban mirando porno.
Entonces ocurrió algo realmente malo: la madre de Jimmy desapareció. Dijeron que no la habían secuestrado: se había ido por su cuenta. Oí que Lucerne se lo contaba a Frank: parecía que la madre de Jimmy se había largado con un montón de datos cruciales, así que Corpsegur estaba en casa de Jimmy como un sarpullido. Y como Jimmy era tan colega mío, pronto estarían también en la nuestra. No es que yo tuviera nada que esconder, pero sería un incordio.
Le mandé enseguida un mensaje de texto a Jimmy y le dije que sentía mucho lo de su madre, y le pregunté si podía hacer algo por él. Él no estaba en la escuela, pero me contestó con un mensaje esa misma semana y luego vino a mi casa. Estaba muy deprimido. Ya era bastante malo que su madre se hubiera ido, dijo, pero encima Corpsegur había pedido a su padre que les ayudara con sus investigaciones, lo cual significaba que se habían llevado a su padre en una furgoneta solar negra; y ahora había dos mujeres de Corpsegur poniendo la casa patas arriba y haciéndole un montón de preguntas estúpidas. Lo peor de todo, la madre de Jimmy había robado a
Matón
para dejarlo suelto en el bosque: le había dejado una nota al respecto. Pero el bosque no era un buen lugar para
Matón,
porque lo habían criado como a un garito.
—Oh, Jimmy —dije—. Es terrible.
Puse los brazos en torno a él y lo abracé: estaba casi llorando. Yo también me eché a llorar, y nos acariciamos con cautela, como si los dos tuviéramos un brazo roto o enfermedades, y luego nos echamos con ternura en mi cama, todavía abrazándonos como si nos estuviéramos hundiendo, y empezamos a besarnos. Sentí que estaba ayudando a Jimmy y que él me estaba ayudando a mí al mismo tiempo. Era como un día de fiesta con los Jardineros, cuando hacíamos todo de un modo especial porque era en honor de algo. Así es como fue: fue en honor.
—No quiero hacerte daño —dijo Jimmy.
Oh, Jimmy, pensé. Estoy rodeándote de luz.
Después de esa primera vez me sentí muy feliz, como si estuviera cantando. No una canción compungida, sino más bien el canto de un pájaro. Me encantaba estar en la cama con Jimmy, tener sus brazos en torno a mí, me hacía sentir segura, y me resultaba asombroso lo resbaladiza y sedosa que se siente la propia piel en contacto con la de otro. El cuerpo tiene su propia sabiduría, decía Adán Uno: él se refería al sistema inmunológico, pero también era cierto en otro sentido. Esa sabiduría no era sólo como cantar, era como bailar, pero mejor. Estaba enamorada de Jimmy, y tenía que creer que Jimmy estaba igual de enamorado de mí.
Escribí en mi diario: J
immy
. Luego lo subrayé en rojo y puse un corazón rojo. Todavía desconfiaba de escribir lo suficiente para no poner todo lo que estaba ocurriendo, pero cada vez que teníamos sexo dibujaba otro corazón y lo pintaba.
Quería llamar a Amanda y contárselo, aunque Amanda había dicho una vez que la gente que te habla de sexo es tan aburrida como la gente que te cuenta sus sueños. Pero cuando fui a mi armario y saqué mi tigre de peluche, el teléfono morado ya no estaba allí.
Sentí un escalofrío. Mi diario aún estaba dentro del oso, donde lo había escondido. Pero no tenía teléfono.
Entonces Lucerne entró en mi habitación. Me dijo que si no sabía que todos los teléfonos que había dentro del complejo tenían que estar registrados para que la gente no pudiera comunicar secretos industriales. Era un delito tener un teléfono sin registrar y Corpsegur podía seguir la pista de esos teléfonos. ¿No lo sabía?
Negué con la cabeza.