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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El amanecer de una nueva Era (40 page)

BOOK: El amanecer de una nueva Era
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La mujer bárbara se retorcía entre la garra del dragón en un fútil intento de aflojarla para soltarse y caer al mar, pero todos sus esfuerzos fueron en vano.

—¿Quieres a esta mujer? —preguntó de nuevo, furibundo, el reptil.

Finalmente Palin había llegado al embarcadero del
Yunque
y, de pie junto al poste al que estaba amarrado, había empezado la ejecución de otro conjuro. Sus dedos tomaron una pieza de oro. Era una moneda que su tío Raistlin había utilizado siendo joven en sus actuaciones como el Hechicero Rojo, durante una época en la que parte del grupo de los Héroes de la Lanza tuvieron que recurrir al improvisado montaje de un espectáculo itinerante para pagar sus pasajes en un barco. Su padre se la había regalado cuando era poco más que un niño, y la había guardado durante todos estos años como un preciado tesoro. La moneda vibraba en su mano.

Los ojos del dragón se estrecharon.

—Palin Majere —siseó—. ¡Majere! ¿Esta mujer es algo tuyo? ¿Significa algo para ti?

El mago interrumpió las palabras del encantamiento, sorprendido de que el reptil supiera su nombre.

—¡Suéltala! —gritó.

—¡Puedes quedártela! —escupió el dragón.

Shaon chilló; una abrasadora sensación de dolor le traspasó el cuerpo cuando una de las garras del dragón le perforó el estómago y casi la partió en dos. Después, el reptil la soltó. La mujer cayó como una muñeca rota, y su cuerpo inmóvil se precipitó sobre la cubierta del
Yunque con
un fuerte golpe. Rig corrió hacia ella.

—¡Ciclón! —barbotó Dhamon. ¡Claro que el dragón le resultaba familiar! Los ojos del guerrero se desorbitaron al reconocer a la bestia. Los largos cuernos retorcidos, la cresta sobre los brillantes y malévolos ojos: los rasgos eran inconfundibles. Tragó saliva—. ¡Basta ya, Ciclón!

El dragón miró hacia abajo, vio a Dhamon cargado con la lanza, vio su propia sangre goteando sobre la cubierta, tiñéndola de rojo. El Azul hizo una pausa en el ataque y escudriñó al hombre al tiempo que dejaba de aletear y se quedaba cernido sobre el barco.

—¿Dhamon? —siseó—. ¿Dhamon Fierolobo?

La concentración de Palin se rompió, dando al traste con el encantamiento que estaba ejecutando. El hechicero miró con incredulidad a Dhamon. También Feril y Jaspe lo miraban de hito en hito. Ampolla estaba boquiabierta, sin habla.

—Sí, Ciclón, soy yo —asintió Dhamon—. No tienes que actuar así. Estas personas no te han hecho nada, y no hay razón para qué luches contra ellas.

—¡Dhamon, únete a mí! —La voz del reptil retumbó sobre la lluvia y el trueno—. ¡Juntos otra vez, podremos servir a un nuevo señor!

—¡No! —replicó el guerrero—. ¡He terminado con esa clase de vida!

—¡Necio! —siseó Ciclón—. Hay una gran guerra en perspectiva, Dhamon, y si te pones contra mí estarás en el bando perdedor.

—No estés tan seguro de eso, Ciclón —contestó el guerrero al tiempo que levantaba la lanza.

El dragón echó la testa hacia atrás y, con un rugido, lanzó un gran rayo chisporroteante al cielo. El retumbo de un trueno sacudió el puerto.

—Así que has terminado con esa clase de vida, ¿no? ¡Entonces, también la tuya terminará pronto! —bramó el reptil—. De momento te la perdono por los viejos tiempos; pero, la próxima vez que nos veamos, no seré tan generoso.

El Azul levantó la cabeza hacia el cielo y soltó otra andanada de rayos; después batió las alas y se remontó hasta las nubes antes de virar hacia las colinas occidentales.

La lluvia arreció, acribillando los muelles y los barcos. El viento aullaba como un animal salvaje, y las embarcaciones que estaban en la bahía chocaron contra los embarcaderos.

Palin, luchando contra el despliegue antinatural de los fenómenos atmosféricos, guardó en el bolsillo la moneda que no había utilizado y subió trabajosamente por la plancha resbaladiza hasta la cubierta del
Yunque.
Se dirigió hacia donde Shaon había caído.

Rig acunaba el cadáver de la mujer, en tanto que Jaspe, Ampolla y Feril se apiñaban a su alrededor. Dhamon se acercó lentamente hacia el grupo. Los ojos del corpulento marinero estaban llenos de lágrimas, y unos desgarradores sollozos sacudían sus negros hombros.

—Shaon —gimió—, ¿por qué? —Volvió la cabeza hacia Dhamon y sus ojos se estrecharon. Soltó el cuerpo de la mujer con todo cuidado sobre la cubierta y se puso de pie—. ¡Tú! ¡Tienes mucho que explicar!

—¿Conocías a ese dragón? —La voz de Feril estaba cargada de incredulidad—. ¿Conocías al dragón que ha matado a Shaon?

—¿Y Groller? —Dhamon tragó saliva—. ¿También ha muerto?

—Vivirá —respondió Jaspe—. Pero está malherido.

—¡Respóndeme, Dhamon! —insistió la elfa—. ¿Conocías a ese dragón? ¿Cómo?

—Fue mi compañero hace años —empezó el guerrero—. Cuando era un Caballero de Takhisis...

—¡No! —bramó el marinero, que cargó contra Dhamon.

La lanza cayó de las manos del guerrero con estrépito cuando los dos hombres rodaron por cubierta. Las manos de Rig se cerraron en torno a la garganta de Dhamon.

—¡Detente! —gritó Feril mientras tiraba del marinero—. ¡Basta de violencia!

Entre la kalanesti y Palin consiguieron apartar al marinero. Dhamon rodó sobre sí mismo, jadeante, y se agarró la garganta; tosió e inhaló profundamente mientras se incorporaba de rodillas con gran esfuerzo.

—Lo lamento. —La voz le sonó ronca—. Dejé a Ciclón hace años.

—¡Si no lo hubieras dejado quizá Shaon seguiría viva ahora! —escupió Rig.

—Eso no lo sabes —intervino Palin, quedamente.

Feril dio un paso hacia el guerrero.

—¿Por qué no nos lo dijiste? ¿Cómo pudiste ocultarnos algo así?

—Feril, yo... —Se puso de pie y extendió la mano hacia ella, pero la elfa lo rehuyó y dio un paso atrás—. Lo lamento —repitió. Cerró los ojos para contener el llanto, pero las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mezclándose con la lluvia.

—¿Que lo lamentas? —espetó Rig—. ¡Con lamentarlo no le devolverás la vida a Shaon! ¡Tú deberías estar muerto, no ella!

—Cuida de Feril, por favor —pidió Dhamon, mirando intensamente al marinero—. Me ocuparé de Ciclón, y me aseguraré de que no vuelva a hacer daño a nadie.

Bajó presuroso la plancha que llevaba al embarcadero.

—¡Dhamon! —llamó Palin. El mago recogió la lanza y la sostuvo en alto—. Té hará falta.

—No. —El guerrero sacudió la cabeza—. No la necesitaré.

Enseguida se perdió entre la multitud que se había reunido cerca del
Yunque
y contemplaba en silencio el maltrecho barco.

36

Vínculos rotos

Llovía sin cesar. El cielo estaba gris, encapotado, favoreciendo el ambiente depresivo de toda la escena.

Sentado en cubierta, con la espalda apoyada en el palo mayor roto, Rig estrechó el cuerpo de Shaon contra sí, y lo acunó atrás y adelante. Le musitó algo, como queriendo confortar su espíritu. Le susurró lo apenado que se sentía, lo hermosa que estaba con su vestido violeta, lo mucho que la amaba, y que no sabía si podría vivir sin ella.

Jaspe y Ampolla ayudaron a Groller a levantarse, y
Furia
se movió alrededor del semiogro al tiempo que soltaba nerviosos gañidos.

—Llevémoslo bajo cubierta —dijo el enano—. Quiero que se acueste, y después veré qué más puedo hacer por él.

Ampolla se mordió los labios para contener el dolor cuando cerró los dedos alrededor de la manaza de Groller. Entre el enano y ella condujeron al semiogro hacia la escotilla lentamente, con el lobo rojo pisándoles los talones.

Feril miró hacia el puerto, pero no vio señales de Dhamon. La muchedumbre era cada vez más numerosa a lo largo del muelle. La kalanesti se sintió muy sola.

Palin observó las colinas, hacia el oeste, mientras el marinero reanudaba su diatriba contra el antiguo Caballero de Takhisis.

—¡Dhamon es el responsable de todo esto! ¡Ojalá el dragón lo mate también!

—Creo que la cólera te ofusca —dijo Palin sin volverse a mirar a Rig. Hablaba en voz baja, pero sus palabras tenían fuerza suficiente para contener el estallido del marinero—. Un Dragón Azul ha matado a Shaon, y los reptiles son responsables de casi todo el dolor que hay en Krynn.

—Pero Dhamon lo conocía —despotricó Rig—. ¡Cabalgó en él cuando era un Caballero de Takhisis! ¡Llamó compañero al dragón!

—Cuando
era
un Caballero de Takhisis —replicó el mago—. Tú lo has dicho:
era.
Creí que lo tenías por amigo. Te rescató de los ogros.

—Shaon está muerta. —Los hombros de Rig se encorvaron.

—Y debemos llorar su muerte y no olvidarla —continuó Palin, todavía de espaldas al marinero—. Pero no sería justo culpar a Dhamon de su muerte. ¿Cómo puedes condenar a un hombre por una clase de vida con la que rompió? ¿Cómo puedes culparlo por los actos despreciables de un dragón? ¿Es que no hay nada en tu pasado que te gustaría dejar atrás y enterrado?

«El motín —pensó Rig mientras seguía acunando el cuerpo de Shaon—. Pero yo no habría podido impedir la muerte de mi capitán. Esto es diferente.»

—¿No hay nada que preferirías olvidar? —insistió Palin.

A través del velo de lágrimas Rig miró el cuerpo inmóvil de Shaon. Quizá Dhamon tampoco habría podido hacer otra cosa...

—Voy a buscar a Dhamon —anunció Feril, que había escuchado la conversación—. Él solo no puede encargarse de ese Azul. Y es por él por quien vinimos aquí a luchar contra los dragones.

—Te acompaño —dijo Palin, que se volvió a mirar a sus compañeros—. Voy a decírselo a los que están abajo.

—Date prisa —urgió la kalanesti.

Seguía lloviendo cuando se abrieron paso entre el gentío y se encaminaron hacia las colinas occidentales. El mago caminaba deprisa a pesar de la edad y el cansancio que sentía. Con todo, su paso no era tan vivo como el del marinero. Rig, que llevaba la lanza, los había alcanzado antes de que llegaran a las afueras de la ciudad.

—Culparlo a él tampoco le devolverá la vida a Shaon —admitió el marinero ante Feril. Luego se dirigió a Palin:— Supongo que tienes razón. Hay cosas del pasado que es mejor enterrarlas.

* * *

Dhamon ascendía trabajosamente por la ladera de la montaña. Las rocas estaban resbaladizas con la lluvia, y en más de una ocasión estuvo a punto de perder pie. La tormenta seguía descargando furiosamente a su alrededor, y los relámpagos iluminaron al dragón apostado en lo alto.

Ciclón vio acercarse a su antiguo compañero, y batió las inmensas alas para crear un fuerte viento que dificultara la ascensión de Dhamon. El chisporroteo de un rayo asomó entre los dientes del dragón, que disparó una pequeña descarga contra el hombre.

Las piedras saltaron hechas añicos cerca de los pies de Dhamon y acribillaron sus piernas, obligándolo a gatear para encontrar un asidero mejor.

—¿Has cambiado de opinión? —retumbó la voz del reptil—. ¿Vienes a disculparte? ¿A pedirme que te perdone y te deje cabalgar conmigo otra vez?

Dhamon no respondió. Apretó los dientes y siguió trepando. La imponente figura de Ciclón surgió más próxima.

El dragón esperó pacientemente y siguió fraguando la tormenta. Dispuso que una fuerte ráfaga de viento se precipitara, impetuosa, ladera abajo, y observó divertido cómo levantaba casi en vilo a Dhamon, que se quedó sujeto sólo con las manos.

—Qué porfiado —comentó Ciclón—. Claro que siempre lo fuiste.

Por fin, el guerrero llegó a la cumbre y se plantó ante el Azul, a su sombra.

—No tenías por qué matarla —dijo—. No te había hecho nada.

—Nada salvo ser amiga de Palin Majere —replicó el dragón—. Y matándola le hice daño a él.

—Palin apenas la conocía —manifestó el guerrero, enojado.

—Entonces, me equivoqué de víctima. Ayúdame a encontrar otra, una que tenga más importancia para el hechicero.

—No habrá más víctimas —le dijo al dragón.

—Ya no estoy a tus órdenes.

Dhamon trabó la mirada con la del que antaño había sido su amigo, y después desenvainó la espada y se adelantó.

Ciclón abrió los ojos de par en par, sorprendido.

—¿Te propones combatirme? —preguntó.

—Me propongo matarte —repuso Dhamon al tiempo que atacaba.

El Dragón Azul tensó los músculos de las patas, se impulsó y batió las alas para remontarse en el aire. En ese momento, Dhamon saltó hacia arriba y golpeó con la espada. La hoja se hundió profundamente en una de las patas de Ciclón.

El guerrero se aferró con fuerza a la empuñadura al sentir que se remontaba en el aire, con las piernas colgando en el vacío; se aupó más a costa de un gran esfuerzo.

—Hubo un tiempo en que fuimos aliados —siseó el dragón. Giró la cabeza lentamente por encima del escamoso hombro—. Fuimos más que amigos. Fuimos hermanos. No me obligues a matarte.

Dhamon se agarró a la pata de Ciclón, aprovechando el agarre que le ofrecían las azules escamas. Sacó la espada de un tirón, la envainó y siguió trepando por encima del anca hacia el lomo del reptil. El guerrero sabía que Ciclón podría habérselo sacudido de encima con facilidad, y que el dragón estaba siendo magnánimo, pero sólo hasta cierto punto. Vio que Ciclón volvía la cabeza hacia él, sintió que inhalaba, y se aferró con todas sus fuerzas a la cresta del lomo cuando un rayo salió disparado de sus fauces. La descarga se propagó, inofensiva, por las escamas del dragón, pero se hizo sentir al alcanzar a Dhamon. La lacerante sensación lo sacudió. El guerrero cerró los ojos, apretó los dientes e intentó rechazar el dolor.

Sólo era un aviso, y Dhamon lo sabía.

—Fuimos aliados —repitió el reptil.

—¡Sí, en el pasado! —gritó Dhamon para hacerse oír sobre la tormenta—. ¡Esa clase de vida acabó para mí!

El dragón cerró los ojos y sacudió la cabeza tristemente.

—Entonces, tú también has acabado para mí.

Ciclón batió las alas violentamente, intentando arrojar a Dhamon al vacío, pero el guerrero siguió agarrado al sujetar la mano izquierda en una de las escamas. El cortante borde le hendió la palma, y Dhamon sintió correr la sangre por la muñeca, pero no se soltó.

—¿Por qué no te quedaste en la ciudad? Te habría dejado vivir por los viejos tiempos, por los ratos de gloria compartida —gritó el dragón.

—¡Mataste a una amiga mía! ¡Destruiste la nueva vida que me estaba construyendo!

El reptil volvió a soltar un rayo a lo largo del lomo, y esta vez no fué un simple aviso.

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