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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El amanecer de una nueva Era (29 page)

BOOK: El amanecer de una nueva Era
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—No volverán.

Animó al cerdo para que continuara, interpretando sus gruñidos y los sutiles gestos de las orejas y el hocico.

—Los destellos del cielo vinieron por las personas.

«Los relámpagos», interpretó Feril para sus adentros.

—Los destellos mataron a los pequeños. A los mayores los subieron hacia el cielo.

—¿Qué los subió? —inquirió Feril, perpleja.

—Los hombres feos.

La elfa ladeó la cabeza, y los resoplidos del cerdo se volvieron más fuertes.

—Muchos hombres feos que llovieron del cielo.

Feril se alejó del corral después de prometer a los cerdos que esta noche serían recompensados con buena comida y una buena rascada. Entonces recordó al lobo.

—¿Por qué nos seguiste? ¿Se encuentran bien Groller, Jaspe y Rig? —le preguntó a
Furia.

El lobo ladró y meneó la cola, y después se dirigió trotando hacia el cementerio.

«Sí, es posible que necesitemos tu ayuda», se dijo Feril mientras lo veía alejarse. De repente se sintió muy sola, y se apresuró para alcanzar al animal y reunirse con los demás, que esperaban junto al cementerio.

La kalanesti les informó lo que le había contado el cerdo mientras enterraban al resto de los niños. Era obvio que a Ampolla le hacía daño manejar la pala, pero la kender se negó a quedarse mirando cómo trabajaban sus compañeros. Incluso
Furia
ayudó, escarbando con las patas delanteras y lanzando por el aire pegotes de tierra a su espalda.

El último niño fue enterrado poco antes de anochecer. Por el oeste, a kilómetros de distancia, surgió el destello de un relámpago. El grupo miró hacia los oscuros nubarrones. La brisa estaba cargada de olor a lluvia, anunciando que la tormenta no tardaría en descargar sobre ellos.

El chico estaba temblando, y Ampolla alzó la mano y palmeó con cuidado su espalda.

—Nosotros te protegeremos —prometió la kender.

—Descansemos un poco —sugirió Dhamon.

—Pero es hora de cenar —protestó Ampolla, cuyo estómago sonaba de forma escandalosa.

—Quiero emprender camino dentro de unas pocas horas —explicó Dhamon. El guerrero recorrió las casas abovedadas con la mirada y eligió una pequeña para Feril y
Furia,
que lo siguió al interior. Shaon y Ampolla prefirieron la casa comunal.

—No podemos dejar al chico aquí —dijo la elfa mientras se tendía en un ancho jergón de paja cubierto con mantas.

Dhamon la tapó con otra más fina. Se fijó en una estantería que había encima de la cama; estaba llena de prendas cuidadosamente dobladas. A lo mejor encontraban ropas limpias para cambiarse antes de emprender la marcha.

—El muchacho estará más seguro aquí que con nosotros —repuso—. Además, sus monstruos no tienen motivo para volver a esta aldea, ya que no queda nada que puedan llevarse.

Feril asintió en silencio, de mala gana, y bostezó.

—Deberías buscar una choza y descansar un poco —le dijo. En cuestión de segundos se quedó profundamente dormida, con el lobo enroscado junto a ella.

Dhamon la estuvo observando un poco; después salió y eligió otra choza cercana. Su sueño fue intranquilo, lleno de fulgurantes rayos y cuerpos carbonizados. Se despertó al cabo de unas cuantas horas con el ruido de la lluvia repicando sobre el tejado de arcilla.

26

Muerte azul

A juzgar por lo descansado que se sentía, Dhamon imaginó que debía de ser casi medianoche. Salió de la choza y alzó el rostro hacia el cielo. Estaba tan encapotado que no se veía ninguna estrella; las negras nubes se extendían en todas direcciones, y la lluvia que seguía cayendo era fuerte y caliente. Cerró los ojos y dejó que las gotas le mojaran la cara. Tras varios minutos, se encaminó a la casa en la que dormía Feril. Se asomó justo en el momento en que la kalanesti se estaba levantando. Al lobo no se lo veía por ninguna parte.

El guerrero encontró ropas que eran más o menos de la talla de Feril y se las tendió. Halló asimismo una túnica de niño que le estaría bien a Ampolla, y una camisola amplia para reemplazar la amarilla de Rig que Shaon había roto y manchado. Su propio atuendo estaba en bastantes buenas condiciones, pero cogió una camisa de cuero suave y se la metió bajo el brazo. Quizá la necesitara más adelante.

La kalanesti se reunió con él en el exterior de la choza; llevaba unas polainas de color tostado y una túnica verde oscuro que le llegaba por debajo de las caderas. A pesar de la oscuridad Dhamon intentó comprobar el vendaje de la herida, pero la elfa no cooperaba demasiado. Feril giraba sobre sí misma con lentitud, obviamente disfrutando con la lluvia, dejando que las gotas cayeran en su boca abierta; y, cada vez que el guerrero se acercaba un paso, ella retrocedía otro, como si fuera un juego. Finalmente, Dhamon la agarró por el hombro del brazo sano y tiró de ella hacia el umbral de la choza abovedada, buscando un poco de resguardo.

—¿Habéis dormido bien? —ronroneó Shaon, que salía de la casa comunal. Mientras se acercaba a la pareja, Dhamon advirtió que los oscuros ojos de la mujer bárbara chispeaban con malicia. Ampolla caminaba detrás, bostezando y arrastrando los pies.

Cuando por fin pudo echar un vistazo al brazo de Feril, Dhamon comprobó que no había manchas de sangre en el vendaje. La herida estaba curando. Satisfecho, tendió las ropas limpias a Shaon y se dedicó con afán a preparar y ensillar a los caballos.

—Las yeguas no están muy contentas de tener que viajar con este tiempo —dijo la kalanesti, que escuchaba, compasiva, los relinchos de los animales al tiempo que rascaba a su yegua entre los ojos.

—Tampoco a mí me apetece mucho —repuso el guerrero, cuyas ropas ya estaban empapadas, por lo que se habían vuelto incómodas y pesadas. Tras ayudar a la kalanesti a montar, guardó la camisa de repuesto debajo de la silla. Los rizos de la elfa goteaban agua y se pegaban a su cabeza. El guerrero alzó la mano y pasó suavemente los dedos sobre la hoja de roble dibujada en la mejilla de la mujer.

—Es indeleble —dijo ella—. Por mucha agua que caiga, no lo borrará.

—Eh, vosotros dos, ¿queréis que regresemos? —preguntó Shaon con segundas—. No pondré objeciones si deseáis dar por terminado el asunto. Rig y yo os dejaremos en algún lugar acogedor de la costa.

Eso era precisamente lo que Shaon ansiaba: regresar al
Yunque.
Había pasado la noche soñando con monstruos del cielo y con dragones y con gigantescas fauces que la aplastaban. Lo único que deseaba era volver a estar en los brazos de Rig dentro de un barco mecido por las olas, mar adentro, muy lejos de tierra firme.

—No. Yo no puedo regresar. —Dhamon subió a su montura, se soltó el pelo y sacudió la cabeza. Debajo,
Furia,
que había salido de alguna parte, se sacudió también, y salpicó agua en todas direcciones. Era un gesto inútil, ya que la lluvia siguió empapándolos—. Puedes quedarte aquí con el chico hasta que vuelva o regresar a Palanthas, como quieras. Pero no te aconsejaría esto último. Podrías extraviarte.

—¿Eres consciente de que no sabemos dónde buscar a esos... monstruos? —rezongó Shaon—. Podríamos pasarnos horas, incluso días, recorriendo estos yermos a caballo.

—Vamos hacia Refugio Solitario —repuso Dhamon—. Pero, si los monstruos del cielo, como los llama el chico, aparecen de noche durante una tormenta, ahora es el momento de buscar pistas.

—Siempre y cuando des crédito a un cerdo y a un chiquillo. —La mujer bárbara suspiró. No quería quedarse con el muchacho, que los observaba desde el umbral de una casa, y no estaba dispuesta a regresar a Palanthas sola. Sabía que Dhamon tenía razón, y que sin la guía de las estrellas era muy probable que se perdiera. Además, no quería correr el riesgo de topar con algún monstruo del cielo estando sola.

Shaon pasó los dedos sobre la húmeda empuñadura de la espada y se ajustó la camisa marrón que le colgaba en empapados pliegues.

—Bueno, todavía no he perdido una pelea, y pueden necesitarme —se dijo en un susurro. Luego levantó la voz—. De acuerdo, vámonos. —Ayudó a la kender a montar—. Cuanto antes acabemos con esto, antes podré regresar al barco.

—Enviaremos a alguien a buscarte —le dijo Dhamon al chico—, pero quizá pasen varios días. Ten cuidado. —Le lanzó por el aire una bolsa con carne curada y frutos secos, una parte considerable de las provisiones que había comprado.

El camino elegido por el guerrero los llevó a lo largo del cementerio de Dalor. El lomo de su yegua estaba resbaladizo por la lluvia, pero él era un experto jinete, y azuzó al animal para ponerlo a un trote vivo. El mapa indicaba que había otro pueblo más adelante, a menos de veinte kilómetros, casi en línea recta con Refugio Solitario. Quizá los monstruos del cielo habían ido allí. Era un sitio tan bueno como cualquier otro para investigar, y no los desviaría de su camino. Dhamon esperaba que el pueblo no se les pasara por alto debido a la oscuridad y a la lluvia torrencial que caía.

Shaon y Feril iban tras él, y el lobo rojo trotaba junto a los jinetes, a veces adelantándose y a veces quedándose retrasado para olisquear los parches de marojos. La kalanesti emitía una especie de arrullo para alentar a las yeguas, y de tanto en tanto echaba un vistazo a la mujer bárbara para asegurarse de que Shaon se las estaba arreglando bien con su montura.

—Creo que esta lluvia es agradable. Hace que me sienta limpia —dijo la elfa a Shaon—. Pero las yeguas están quejosas. —Prácticamente tenía que gritar para hacerse oír sobre la incesante lluvia y el trapaleo de los cascos.

—¡Si piensas que las yeguas están quejosas, espera a que empiece a protestar yo! —respondió la mujer bárbara—. Si no me queda más remedio que empaparme, prefiero hacerlo en la cubierta de un barco. El agua no congenia muy bien con un terreno seco. Además, la tierra firme, ya sea seca y embarrada, y yo no somos compatibles.

—Entonces, ¿por qué viniste? —quiso saber Feril.

—Cuanto antes encuentre Dhamon lo que busca, antes podremos tomar posesión del barco Rig y yo y marcharnos —contestó Shaon, encogiéndose de hombros.

Ampolla también estaba deprimida y, cosa sorprendente en ella, se mantenía callada. Con quejarse no iba a conseguir estar menos mojada; aún no había decidido qué era más insoportable: si el extremado calor del sol de mediodía o este intenso aguacero. Al menos tenía la oportunidad de conocer algo de la campiña. Apretó los dientes y buscó algo en la mochila. Le costó un poco de trabajo, pero por fin se las arregló para sacar un par de guantes de piel de foca para repeler un poco el agua.

Menos de una hora más tarde, dejó de llover. El cielo seguía encapotado, pero en el manto de nubes se abrieron algunos huecos aquí y allí, dejando a la vista el brillo de las estrellas. Se levantó un vientecillo flojo, que secó un poco las ropas de los compañeros.

Dhamon frunció el entrecejo y tiró de las riendas, haciendo frenar a su montura. Esta noche no habría monstruos del cielo ya que la tormenta estaba encalmando. Miró a sus compañeras, que también se habían parado. Shaon y Ampolla sonreían, contentas por la mejoría del tiempo. El agua chorreaba por los mechones de Feril, quien le dedicó una leve sonrisa mientras palmeaba el cuello de su yegua.

—El próximo pueblo está todavía unos cuantos kilómetros más adelante. —Señaló hacia el noreste—. Por allí, en alguna parte.

—¿En alguna parte? —Shaon se echó a reír—. Está tan oscuro que casi no vemos por donde caminamos, conque a saber si vamos en la dirección correcta.

—Pero habrá más claridad dentro de poco —dijo el guerrero—. Las nubes se están despejando, y no tardará en amanecer. —Se giró sobre el lomo de su montura y escudriñó hacia el norte. Entre los distintos matices grises y negros, divisó una pequeña elevación. Azuzó a la yegua, que reanudó la marcha a trote corto.

Feril se apresuró a alcanzarlo, y Shaon fue tras ellos de mala gana.

—No pienso quedarme sola en este sitio —rezongó la mujer bárbara—. Y a Rig más le vale esperar a que regrese.

—Lo siento, no te he oído —manifestó Ampolla.

—He dicho que es estupendo que haya dejado de llover.

—El agua le viene bien a esta comarca —estaba diciendo Feril a Dhamon—. La tierra estaba muy seca en Dalor. Por cierto, tengo el brazo mucho mejor. Gracias. ¿Dónde dijiste que aprendiste a curar a la gente?

—Hace varios años, al este de Solamnia. —Dhamon hizo una pausa—. Viajaba con un ejército, y el comandante se ocupó de que todos los hombres de su unidad supiéramos cómo curar heridas. Es una práctica que viene bien en un campo de batalla.

—Así que dejaste el ejército, obviamente. Pero ¿qué te trajo aquí?

—Es una larga historia.

—Tenemos tiempo —lo animó—. Dijiste que cabalgaríamos un buen rato. ¿Combatiste alguna vez? ¿Cómo...? —El fuerte relincho de la yegua cortó la frase la Feril. El animal se detuvo y sus ojos se desorbitaron.

También las monturas de Dhamon y Shaon se pararon, y empezaron a resoplar y a piafar, moviéndose atrás y adelante. La yegua de la mujer bárbara era la que estaba más inquieta y sacudía la cabeza a uno y otro lado.

—¿Qué hago? —exclamó Shaon, que manoseaba torpemente las riendas.

Ampolla agarró las crines del animal a fin de no caer al suelo, mientras la mujer bárbara bregaba para mantenerse derecha detrás de la kender.

—Algo pasa —susurró la kalanesti—. Los animales ventean algo. —Las aletas de la nariz de Feril se agitaron, tratando de captar el efluvio que estaba poniendo nerviosas a las yeguas. Olió algo raro, algo desconocido.

También
Furia
percibió algún problema. El lobo echó la cabeza atrás y aulló justo al mismo tiempo que un relámpago se descargaba en el aire en diagonal, como una lanza arrojada, y atravesaba el cuello de la yegua de Feril. El animal se desplomó, muerto antes de llegar al suelo.

La kalanesti saltó de la silla. Ágil como un gato, cayó de pie, con las piernas flexionadas. Sus ojos recorrieron el horizonte por el norte, pero sólo vieron oscuridad, sombras y nubes bajas.
Furia
se acercó a ella al tiempo que emitía un gruñido sordo; el rojo pelaje empapado estaba erizado a lo largo del lomo.

—¡Al suelo! —gritó Dhamon a Ampolla y a Shaon. El guerrero también bajó de un salto de su montura y desenvainó la espada.

Shaon se resbaló en la empapada silla y se dio un buen golpe al caer en el barro cuando otro relámpago surcó el aire y no le dio por un pelo. La yegua se encabritó y Ampolla salió lanzada de la silla y cayó patas arriba sobre Shaon; el encontronazo dejó a las dos aturdidas durante un momento. La yegua corcoveó, despavorida, y salió a galope hacia la oscuridad, levantando pegotes de barro a su paso. La montura de Dhamon fue tras ella.

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