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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El amanecer de una nueva Era (27 page)

BOOK: El amanecer de una nueva Era
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—Hay tres monturas, y somos cuatro —comentó Ampolla con tono cortante—. Y no veo ningún poni.

—No tenía bastante dinero. Ni siquiera pude comprar silla para una de las yeguas.

—Bueno, pues podrías habernos pedido ayuda —replicó la kender, ofendida—. Aún me queda algo de dinero, además de la colección de cucharas de Raf. —Puso énfasis a sus palabras agitando uno de sus saquillos, en el que tintinearon monedas.

Dhamon le dirigió una leve sonrisa.

—Tal vez sea mejor que alguno de nosotros lleve algo de dinero, Ampolla, por si acaso se presenta otro gasto imprevisto —comentó—. Tendrás que montar con Shaon o con Feril. Lo siento.

Dicho esto, saltó sobre la grupa del animal que llevaba los bultos y que iba sin ensillar.

—Estás acostumbrado a montar —observó la kender, sagaz. Estrechó los ojos y añadió con tono más suave:— También lo estoy yo. Al menos, sabía montar a pelo en un poni.

Feril eligió la yegua más pequeña, e hizo hueco para la kender delante de ella. La kalanesti acarició los flancos del animal e hizo unos sonidos suaves, una especie de arrullo, y la yegua respondió con un relincho.

—Estos animales son viejos, Dhamon —dijo la elfa.

—No me podía permitir otra cosa —replico él con voz tirante.

La mirada de Dhamon fue hacia Shaon. La mujer bárbara estaba contemplando a la yegua de hito en hito, y sus ojos iban de la silla al estribo, y de éste a la abultada alforja. Se meció atrás y adelante sobre los pies mientras jugueteaba con las riendas.

—Creo que será mejor que camine durante un trecho —declaró—. Si la yegua es vieja, no es menester que cargue con mi peso más tiempo del necesario, ni hacerla sufrir. Además, me vendrá bien un poco de ejercicio, y...

—No te preocupes por eso —la interrumpió Feril—. Estos animales son viejos, pero están en muy buenas condiciones. Son fuertes, y están contentos por haber salido del corral. No cabe la menor duda de que están habituados a llevar jinetes, y me ocuparé de que me adviertan cuando estén cansados.

—Aun así, creo que iré andando.

Dhamon bajó de su montura y se acercó a la mujer.

—¿No has montado en caballo nunca?

—Por supuesto que sí —replicó Shaon, tal vez con demasiada premura—. Sólo que ahora no me apetece.

—No es difícil —dijo el guerrero en voz queda—. Deja que te ayude a subir.

—No necesito que me ayudes. ¡Mira! —Shaon plantó el pie en el estribo, se dio impulso y montó. Fue un movimiento perfecto, salvo porque quedó de cara a la grupa del animal. Ceñuda, intentó cambiar el pie de estribo y darse media vuelta, pero la yegua se plantó y Shaon acabó dando con sus huesos en el suelo.

»
¡Ay! ¡Condenado penco! ¿Ves? No quiere que la monte. Quiere que vaya caminando.

Dhamon se agachó para ayudarla a levantarse, pero Shaon rechazó su mano con un cachetazo y se incorporó de un brinco.

—No necesito ayuda.

—Pero tenemos que ponernos en marcha. —En la voz del guerrero había un timbre irritado—. No estoy dispuesto a retrasarme porque tú quieras ir andando.

—Quizá debería quedarme en el barco. Así Ampolla no tendrá que compartir la yegua.

—¿Y le contarás a Rig que cambiaste de opinión por culpa de un caballo? —inquirió la kender—. Además, ni soñando llego con los pies a esos estribos.

Shaon se mostraba impertérrita.

—Como quieras —espetó Dhamon, que se dio media vuelta y fue hacia su montura.

La mujer bárbara se sacudió el polvo de las ropas. Maldijo al ver que la camisa de Rig se había manchado de tal manera que quizás estuviera estropeada sin remedio. El marinero se enfadaría. Apretando los labios hasta formar una fina línea, Shaon cogió las riendas y se encaramó a la silla, esta vez en la dirección correcta.

—¿Ves? Te dije que no me hacía falta que nadie me ayudara —le gritó a Dhamon.

El guerrero le dirigió una sonrisa antes de montar en su yegua. Un instante después, Dhamon se ponía a la cabeza del reducido grupo y lo conducía fuera de la ciudad.

Feril habló a la yegua de Shaon con aquella especie de arrullo, y el animal le respondió relinchando suavemente. La kalanesti pareció absorta en la comunicación con el animal, y escuchó atentamente los relinchos.

—¿Qué le has dicho? —susurró Ampolla.

—Eso queda entre la yegua y yo —respondió Feril en otro susurro.

—Oh, vamos, Feril —suplicó la kender.

—Si tantas ganas tienes de saberlo, pregúntale a
Palla,
porque yo no pienso airear sus confidencias —contestó la kalanesti.

Ampolla puso un gesto ceñudo. Sin embargo, a medida que los kilómetros iban quedando atrás, la kender se fijó en que la montura de Shaon avanzaba a un trote especialmente suave, y dedujo que la kalanesti le había dicho a la yegua que se lo pusiera fácil a Shaon.

Pasaron la noche en una pequeña aldea bárbara llamada Arcilla de Orok. Les contaron que tenía tal nombre en memoria de un jefe muerto hacía mucho tiempo que había decidido construir las casas con el barro de la tierra. De hecho, muchas viviendas eran cúpulas hechas con arcilla y estiércol, y hacía fresco en su interior, al menos si se comparaba con el desagradable calor de los yermos. Las gentes eran cautelosamente amistosas, y después de compartir su comida admitieron que últimamente no habían tenido noticias de la aldea más próxima, Dalor. Estaba varios kilómetros al noroeste, y hacía mucho que los ancianos de allí habían enviado su último informe. Las gentes de Arcilla de Orok no habían mandado a nadie de la aldea a investigar. Había noticias sobre unos grandes lagartos marrones volando sobre la arena, unos lagartos de enormes alas.

Unos cuantos de sus propios cazadores habían desaparecido; ignoraban cómo y por qué, aunque temían que los lagartos marrones o el Dragón Azul fueran los responsables. A causa de las misteriosas desapariciones, sospechaban que algo malo había pasado en Dalor, y tal vez también a otros pueblos vecinos que había más al norte.

El cuarteto partió poco después del alba; esta vez Ampolla cabalgaba con Shaon. La mujer de piel oscura gimió al montar en la silla. Tenía doloridas las piernas y la espalda por la desacostumbrada postura cabalgando durante tantas horas.

—¿Por qué llevas guantes? —le preguntó la mujer bárbara a Ampolla. Shaon trataba de olvidar los pinchazos de sus doloridos muslos—. Nunca te he visto sin algún par, y debes de tener por lo menos una docena.

La kender llevaba hoy unos de cuero de color tostado. Cosa rara, no tenían añadidos ni adornos extraños.

—¿Fue ayer la primera vez que cabalgaste? —preguntó a su vez Ampolla.

—Sí —repuso Shaon con un gemido.

—Entonces, te diré por qué llevo guantes. —La kender decidió ser sincera con su compañera de montura—. Sufrí un accidente hace unos treinta años —empezó—. En aquellos tiempos no era tan precavida como ahora, sino más bien del tipo de Raf.

Los años parecieron esfumarse conforme Ampolla recordaba Calinhand, una villa en la costa sur de Balifor, una comarca limítrofe con su tierra natal de Kendermore, al este. Calinhand era una bulliciosa ciudad portuaria llena de maravillosos sonidos y muchas cosas que investigar, aunque ni por asomo tan grande como Palanthas.

Mientras visitaba la ciudad, se había sentido particularmente interesada en los barcos mercantes atracados en los muelles, en los que se cargaban y descargaban cajas, la mayoría de las cuales iban destinadas a Importaciones Hosam.

Se había colado dentro de aquel sitio una tarde a última hora, cuando había muchas sombras para esconderse. El almacén de la trastienda era grande, y todo lo que había dentro parecía ser algún tipo de embalaje: cajas, arcones, cofres, baúles, sacos, mochilas y barriles. Por todas partes había misterios, cosas que descubrir.

—¿Y encontraste una caja llena de guantes de tamaño kender? —conjeturó Shaon.

—No. —Ampolla sacudió la cabeza—. Pero encontré esto. —La kender señaló uno de los saquillos que colgaban de su cinturón. Era una malla prietamente tejida, de color verde oscuro.

—¿Y qué es?

—Una bolsa mágica. No se ensucia ni se deshilacha. Puedo meter cosas afiladas, y nada la rompe. Alguien me dijo una vez que estaba hecha con algas, y que quizás era mágica. Después de todos estos años, estoy segura de que lo es.

La kender explicó que había inspeccionado el interior de unos cuantos sacos y arcones que obstruían el paso hacia un gran baúl negro suave, pulido y de aspecto caro. Sin duda también lo que hubiera dentro sería valioso.

—Bueno, ¿y qué había? —Shaon estaba cautivada con la historia.

—No lo descubrí. —Ampolla agachó la cabeza—. Había palabras escritas en la tapa del baúl, y supongo que eran algún tipo de conjuro mágico. Mientras hurgaba la cerradura, de repente las letras se escurrieron del baúl sobre mis manos, y se ciñeron a mis dedos y mis palmas tan prietamente que casi me cortaron la circulación en las muñecas. Su contacto corrosivo me abrasó la piel. Me dolía mucho, pero no podía desprenderme de ellas, y creó que grité. Entonces él entró.

Explicó que Hosam, el viejo mercader portuario en persona, entró corriendo en el almacén, la vio y empezó a chillar y a agitar los puños. Ampolla no prestó atención a lo que decía porque las manos le dolían de una manera espantosa, como si las hubiera metido en agua hirviendo. Huyó, perseguida por Hosam, pero era muy lento debido a su obesidad. Levantó los carnosos puños y siguió gritando mientras la kender corría por el callejón y caía de bruces en un charco de agua de lluvia. Metió las manos en él con la esperanza de que el agua mitigara el dolor, pero no fue así. Las letras mágicas siguieron corroyendo sus dedos durante lo que le parecieron horas. El dolor no cesó hasta muy entrada la noche.

Ampolla se quitó un guante y sostuvo la mano en alto para que la mujer bárbara pudiera verla bien. Sus pequeños dedos estaban retorcidos, deformados y cubiertos con docenas de minúsculas ampollas y manchas ásperas. Shaon dio un respingo.

—Oh, ¿te duele?

—Sólo cuando los doblo, cosa que intento evitar. Y cuanto más los doblo, más me duelen. —Se puso de nuevo el guante con precaución.

—Así que por eso es por lo que eres tan cuidadosa con tus dedos en todo momento.

La kender se limitó a asentir en silencio.

—Y también es por lo que te llamas Ampolla —dedujo Shaon—. Por lo que te pasó.

—Bueno, la historia no acaba ahí. —La kender rebulló inquieta en la silla—. Pero el resto lo dejaré para otra ocasión.

Shaon soltó una carcajada.

—Bien ¿y cuál es tu verdadero nombre? —preguntó.

—Vera-Jay Dedosligeros.

—¿Sabes una cosa? Me gusta más Ampolla.

La kender se mostró completamente de acuerdo y, mientras dejaban atrás los kilómetros, entretuvo a la mujer bárbara con relatos de sus aventuras en Balifor y Kendermore. Dhamon y Feril cabalgaban en silencio, escuchando tambien, hasta que las afueras de Dalor aparecieron ante su vista.

Ya era más de mediodía y no parecía que el tiempo fuera a refrescar. Feril se limpió el sudor de la frente, estrechó los ojos, y observó el grupo de casas de barro con forma de cúpula y los edificios de madera levantados al pie de unas colinas bajas. No había señales de gente. Era exactamente como los bárbaros de la taberna habían pronosticado que estaría.

La kalanesti respiró hondo y después tosió. El aire estaba impregnado del putrefacto hedor de la muerte. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, y la elfa echó miradas en derredor, buscando los cadáveres que sabía tenía que haber cerca.

—Me da la impresión de que nos están observando —susurró Shaon—. Me pregunto si no habrá fantasmas por aquí...

25

La matanza de Dalor

Feril desmontó y se dirigió hacia la aldea, seguida por su montura. La yegua relinchó suavemente.

—Sé que huele mal —la tranquilizó Feril—. Quédate aquí.

Junto a las frías lumbres de cocinar había ollas de metal en el exterior de muchas de las abovedadas casas de tierra. La elfa se preguntó si Arcilla de Orok estaba construida a semejanza de Dalor o si este pueblo era posterior y había adoptado —y mejorado— las técnicas de construcción de Orok. Algunas de las cúpulas parecían más trabajadas, y los laterales habían sido decorados con dibujos de plantas, animales, círculos y zigzags.

Detrás del umbral de la casa más próxima había un telar con una manta a medio confeccionar, de colores blanco y ocre. Dentro de otra vivienda Feril vio ropas limpias y dobladas en una estantería alta, así como platos sucios en la mesa. En una tercera, se alcanzaba a ver una cama de niño vacía, con una bola roja de madera y otros juguetes debajo. Detrás de una cúpula pequeña encontró un corral lleno de cerdos, apretujados en la escasa sombra arrojada por la casa, y que apenas mostraron curiosidad ante su presencia.

El hedor a muerte seguía siendo penetrante, pero la kalanesti aún no había descubierto ningún cadáver. Se fijó que una parte de la valla del corral estaba rota, y supuso que los animales salían y entraban para buscar comida. No obstante, dudaba que los cerdos se estuvieran alimentando de los muertos. En tal caso, habría huesos esparcidos por los alrededores, y no se veía ninguno.

Siguió un sendero curvado que atravesaba el centro de la aldea, y pasó ante un corral más grande, para caballos y ganado, dedujo. Estaba vacío.

Dhamon y Shaon se acercaron más; pero, cuando sus monturas pasaron entre las primeras casas, la kalanesti levantó una mano, advirtiéndoles en silencio que mantuvieran la distancia. La elfa no quería que ningún ruido u olor ajeno a la aldea la confundieran.

Escuchó un ruido apagado más adelante. ¿Alguien o algo se estaba moviendo? Echó una ojeada a la izquierda y vio una cortina de lona colgada en el umbral de una puerta; hacía un ruido susurrante al ser agitada por la leve brisa. La elfa se relajó y continuó avanzando.

Pasó el centro de la aldea, donde el sendero giraba y las toscas casas eran las más grandes. Localizó lo que supuso era la casa comunal. Desde aquí, alcanzaba a ver mejor el otro extremo del pueblo... y una hilera de tumbas recientes al borde de un cementerio.

Había más de doce sepulturas nuevas. ¿Quién las había abierto? ¿Quién había enterrado a la gente? Feril siguió avanzando despacio por el sendero. Se paró a unos cuantos pasos de las tumbas nuevas y se hincó de rodillas en el suelo. Tocó con las dos manos la tierra al borde de los recientes montículos, y empezó a dibujar hundiendo los dedos en la tierra suave y seca.

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