Read Dune. La casa Harkonnen Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (24 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
13.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Los obreros suboides sudaban durante sus turnos de doce horas junto a los transportadores automáticos que arrojaban desperdicios a las hogueras de azufre. Guardias tleilaxu vigilaban, sudorosos, aburridos y distraídos. Obreros de rostro inexpresivo se encargaban de los transportadores, rescataban objetos valiosos, relucientes fragmentos de metal precioso, cables y componentes de las fábricas desmontadas.

En el trabajo, C’tair robaba lo que podía.

El joven, que pasaba inadvertido en su hilera, consiguió apoderarse de varios cristales valiosos, diminutas fuentes de energía, incluso de un filtro microsensor. Después del ataque de los Sardaukar contra los luchadores por la libertad, ocurrido dos meses antes, ya no contaba con una red que le proporcionara los productos tecnológicos que necesitaba. Libraba solo su batalla, pero se negaba a reconocer la derrota.

Durante dos meses había vivido en un estado paranoico. Aunque todavía mantenía contactos periféricos en las grutas del puerto de entrada y las dársenas de procesamiento de recursos, todos los rebeldes que C’tair conocía, todos los contrabandistas con que había tratado, habían sido asesinados.

Pasaba lo más inadvertido que podía, evitaba sus anteriores escondites, temeroso de que alguno de los rebeldes capturados e interrogados hubiera facilitado pistas sobre su identidad. Como hasta su contacto con Miral Alechem se había roto, vivía en una absoluta clandestinidad y trabajaba en una cuadrilla destinada a los pozos donde se arrojaban los desperdicios.

A su lado, uno de los obreros se veía demasiado nervioso, miraba alrededor una y otra vez. El hombre intuía inteligencia en C’tair, aunque el joven de cabello oscuro procuraba eludirle. No establecía contacto visual, no trababa conversación, aunque estaba claro que su compañero de trabajo lo deseaba. C’tair sospechaba que el hombre era otro refugiado, que fingía ser menos de lo que en realidad era. Pero. C’tair no podía confiar en nadie.

Insistía en su porte inexpresivo. Un compañero de trabajo curioso podía ser peligroso, tal vez incluso un Danzarín Rostro. Tal vez C’tair necesitara huir si alguien se le acercaba demasiado. Los tleilaxu habían acabado sistemáticamente tanto con la clase media ixiana como con los nobles, y no descansarían hasta haber aplastado el polvo que pisaban sus botas.

Acompañados de un Amo, guardias uniformados se les acercaron una tarde a mitad de un turno. C’tair, con el cabello lacio colgando sobre sus ojos cansados, estaba empapado de sudor. Su fisgón compañero de trabajo se puso rígido, y después se concentró en la tarea que estaba llevando a cabo.

C’tair se sentía resfriado y enfermo. Si los tleilaxu habían venido por él, si sabían quién era, le torturarían durante días antes de ejecutarle. Tensó los músculos, preparado para luchar. Tal vez podría arrojar a varios al pozo de magma antes de que le mataran.

Sin embargo, los guardias se dirigieron al hombre nervioso que C’tair tenía al lado. El Amo tleilaxu que les guiaba se frotó sus dedos esqueléticos y sonrió. Tenía nariz larga y barbilla estrecha. Su piel cenicienta parecía carente de toda vida.

—Tú, ciudadano… suboide, o lo que seas. Hemos descubierto tu verdadera identidad.

El hombre levantó la vista al punto, miró a C’tair como si le suplicara ayuda, pero el joven esquivó su mirada.

—Ya no hace falta que te ocultes —continuó el Amo tleilaxu con voz untuosa—. Hemos descubierto documentación. Sabemos que eres un contable, uno de aquellos que guardaba inventarios de los productos de fabricación ixiana.

El guardia apoyó una mano en el hombro del obrero, que se removió, presa del pánico. Abandonó todo fingimiento.

El Amo tleilaxu se acercó al desgraciado, más paternal que amenazador.

—Nos juzgas mal, ciudadano. Hemos invertido muchos esfuerzos en localizarte, porque necesitamos tus servicios. Los Bene Tleilax, tus nuevos amos, necesitamos trabajadores inteligentes que nos ayuden en la sede de nuestro gobierno. Nos iría bien alguien de tus conocimientos matemáticos.

El Amo indicó con un ademán la cámara tórrida y maloliente. El transportador automático continuaba funcionando, arrojando rocas y fragmentos retorcidos de metal al pozo llameante.

—Este trabajo es indigno de tu talento. Ven con nosotros, te proporcionaremos una tarea mucho más interesante y valiosa.

El hombre asintió con una tenue sonrisa de esperanza.

—Soy un buen contable. Podría ayudaros. Podría ser muy valioso. Debéis dirigir esto como si fuera un negocio.

C’tair quiso pronunciar una advertencia. ¿Cómo podía ser el hombre tan estúpido? Si había sobrevivido doce años bajo la opresión tleilaxu, ¿cómo no se daba cuenta de que todo era un truco?

—Vaya, vaya —dijo el Amo—. Celebraremos una reunión del consejo, y podrás exponer tus ideas.

El guardia miró fijamente a C’tair, y el corazón del ixiano dio un vuelco.

—¿Te interesa lo que estamos hablando, ciudadano?

C’tair hizo un esfuerzo para mantener el rostro inexpresivo, para que sus ojos no transparentaran temor, para que su voz no se elevara.

—Ahora tendré más trabajo.

Miró con ceño la línea de montaje.

—Pues trabaja más.

El guardia y el Amo tleilaxu se llevaron a su cautivo. C’tair se reintegró a su tarea. Vigiló los desperdicios, examinó cada objeto antes de que cayera al largo pozo.

Dos días después, C’tair y su cuadrilla recibieron la orden de concentrarse en el suelo de la gruta principal para presenciar la ejecución de un contable «espía».

Cuando se topó con Miral Alechem durante su monótona rutina diaria, C’tair disimuló su sorpresa.

Había cambiado de trabajo una vez más, nervioso por la detención del contable camuflado. Nunca utilizaba la misma tarjeta de identificación más de dos días seguidos. Pasaba de una tarea a otra, atraía pocas miradas de curiosidad, pero los obreros ixianos sabían que no debían hacer preguntas. Cualquier desconocido podía ser un Danzarín Rostro infiltrado en las cuadrillas de trabajo, con el fin de descubrir señales de descontento o planes secretos de sabotaje.

C’tair debía tener paciencia y hacer nuevos planes. Frecuentaba diferentes centros de alimentación, hacía largas colas para recibir la comida distribuida a los obreros.

Los tleilaxu habían puesto en funcionamiento su tecnología biológica, y creaban comida irreconocible en tanques ocultos. Cultivaban hortalizas y raíces a base de dividir las células, de manera que las plantas sólo producían tumores informes de material comestible. Comer se convirtió en un proceso, más que en una actividad agradable, una tarea rutinaria más.

C’tair recordaba los momentos pasados en el Gran Palacio con su padre, el embajador ante Kaitain, y su madre, una importante representante de la Banca de la Cofradía. Habían saboreado manjares exquisitos de otros planetas, los más sabrosos aperitivos y ensaladas, los mejores vinos importados. Tales recuerdos ahora se le antojaban fantasías. No conseguía recordar el sabor de ninguno de aquellos platos.

Se rezagó hasta el final de la cola para no tener que soportar las prisas de los demás trabajadores. Cuando recibió su plato de la camarera, reparó en los grandes ojos oscuros, el cabello cortado descuidadamente, y la cara estrecha pero atractiva de Miral Alechem.

Sus miradas se encontraron, se reconocieron, pero ambos sabían que no debían hablar. C’tair miró hacia las mesas y Miral levantó su cuchara.

—Siéntate en esa, obrero. Acaba de quedar libre.

C’tair, sin dudarlo, se sentó en el lugar indicado y empezó a comer. Se concentró en el plato, y masticó con lentitud para conceder a la muchacha todo el tiempo que necesitara.

Al cabo de poco rato, la cola terminó y el turno de comer finalizó. Miral se acercó por fin con su bandeja. Se sentó, contempló su cuenco y se puso a comer. Aunque C’tair no la miraba, pronto empezaron a murmurar, moviendo los labios lo menos posible.

—Trabajo en esta línea de distribución de comida —dijo Miral—. He tenido miedo de cambiar de trabajo por si llamaba la atención.

—Tengo montones de tarjetas de identificación —dijo C’tair. Nunca le había dicho su nombre verdadero, y no pensaba cambiar de táctica.

—Sólo quedamos nosotros dos —dijo Miral—. De todo el grupo.

—Habrá más. Aún tengo algunos contactos. De momento trabajo solo.

—No se pueden lograr grandes cosas de esa manera.

—Menos se puede conseguir si estás muerto. —Como ella sorbió su comida y no contestó, C’tair continuó—. He luchado solo durante doce años.

—Y no has logrado gran cosa.

—Nunca será suficiente hasta que los tleilaxu se hayan ido y nuestro pueblo haya recuperado Ix. —Apretó los labios, temeroso de haber hablado con excesiva vehemencia. Comió con lentitud de su cuenco—. Nunca me contaste en qué estabas trabajando, aquellos productos tecnológicos que robabas. ¿Tienes un plan?

Miral le miró fugazmente.

—Estoy fabricando un aparato detector. He de averiguar qué están haciendo los tleilaxu en ese pabellón de investigación tan vigilado.

—Está protegido por escáneres —murmuró C’tair—. Ya lo he intentado.

—Por eso necesito un nuevo aparato. Creo que… creo que esa instalación es el auténtico motivo de su invasión.

C’tair se mostró sorprendido.

—¿Qué quieres decir?

—¿Te has dado cuenta de que los experimentos de los tleilaxu han entrado en una nueva fase? Algo muy misterioso y desagradable está ocurriendo.

C’tair se quedó paralizado, con la cuchara a mitad de camino de la boca. La miró, y después contempló el cuenco casi vacío. Era preciso que comiera con más lentitud si quería acabar aquella conversación sin que nadie se diera cuenta.

—Nuestras mujeres están desapareciendo —dijo Miral, con una leve ira en su voz—. Mujeres jóvenes, fértiles y sanas. He visto que desaparecían de las listas de trabajadores.

C’tair no se había quedado en ningún sitio lo suficiente para reparar en esos detalles.

—¿Las secuestran para los harenes tleilaxu? ¿Por qué se llevan a mujeres ixianas «impuras»?

En teoría, ningún forastero había visto a las hembras tleilaxu. Había oído que los Bene Tleilax custodiaban a sus mujeres con fanatismo, las protegían de la contaminación y las perversiones del Imperio. Quizá las ocultaban porque eran tan repelentes como los hombres…

¿Podía ser una coincidencia que todas las mujeres desaparecidas fueran saludables y en edad de parir? Esas mujeres serían unas estupendas concubinas… pero los mezquinos tleilaxu no parecían proclives a permitirse placeres sexuales extravagantes.

—Creo que la respuesta está relacionada con lo que ocurre en ese pabellón —sugirió Miral.

C’tair dejó su cuchara sobre la mesa. Sólo le quedaba un último bocado en el cuenco.

—Esto sí que lo sé: los invasores llegaron con un terrible propósito, no sólo para apoderarse de nuestras instalaciones y conquistar el planeta. Sus intenciones son otras. Si sólo hubieran deseado Ix para aprovecharse de sus recursos, no hubieran desmantelado tantas fábricas. No habrían interrumpido la producción de los Cruceros de última generación, meks de combate autónomos y otros productos que labraron la fortuna de la Casa Vernius.

La joven asintió.

—Estoy de acuerdo. Sus propósitos son otros, y lo están haciendo detrás de escudos protectores y puertas cerradas. Quizá averigüe de qué se trata. —Miral terminó de comer y se levantó—. Si lo hago, te informaré. Cuando se marchó, C’tair sintió un hálito de esperanza por primera vez en meses. Al menos no era el único que luchaba contra los tleilaxu. Si otra persona estaba implicada en el esfuerzo, otros estarían formando focos de resistencia. Pero hacía meses que no llegaban noticias semejantes a sus oídos.

Sus esperanzas se desvanecieron. No podía soportar la idea de aguardar la oportunidad decisiva día tras día, semana tras semana. Tal vez había sido demasiado tímido en sus planteamientos. Sí, necesitaba cambiar de táctica y ponerse en contacto con alguien del exterior para recabar ayuda. Tendría que acudir a fuerzas de otro planeta, por peligroso que fuera. Necesitaba buscar aliados poderosos que le ayudaran a vencer a los tleilaxu.

Y sabía de alguien que se jugaba mucho más que él.

27

Lo desconocido nos rodea en cualquier momento dado. Es ahí donde buscamos el conocimiento.

Madre superiora R
AQUELLA
B
ERTO
-A
NIRUL
,
Oratoria contra el miedo

Lady Anirul Corrino esperaba junto con una delegación de la corte de Shaddam en el trabajado pórtico del palacio imperial. Cada persona iba vestida con extravagante elegancia, algunas recargadas de una forma ridícula, mientras aguardaban la llegada de otro dignatario. Era la rutina diaria, pero este invitado era diferente.

El conde Hasimir Fenring siempre había sido peligroso.

Lady Anirul entornó los ojos para protegerse del sol de la mañana de Kaitain. Siempre inmaculada, miró los colibrí adiestrados que sobrevolaban las flores. Desde su órbita, los satélites de control del clima manipulaban la circulación de las masas de aire frío y caliente para mantener una temperatura óptima alrededor de palacio. Anirul sintió el delicado beso de una brisa cálida sobre las mejillas, el detalle definitivo en un día perfecto.

Perfecto…, de no ser por la llegada del conde Fenring. Si bien se había casado con una Bene Gesserit tan astuta como él, Fenring aún provocaba escalofríos a Anirul: una inquietante aura de derramamiento de sangre le rodeaba. Como madre Kwisatz, Anirul conocía hasta el último detalle del programa de reproducción de la Bene Gesserit, sabía que este hombre había sido engendrado como

Kwisatz en potencia, pero salió deficiente y era un callejón sin salida biológico.

No obstante, Fenring poseía una mente extraordinariamente aguzada y ambiciones peligrosas. Aunque pasaba la mayor parte de su tiempo en Arrakis, como ministro imperial de la especia, tenía dominado a su amigo de la infancia, Shaddam. Anirul detestaba esta influencia, que ni siquiera ella, la esposa del emperador, poseía.

Una carroza abierta, tirada por dos leones dorados de Harmonthep, se acercó pomposamente a las puertas del palacio. Los guardias la dejaron entrar, y la carroza siguió el sendero circular entre un estrépito de ruedas y enormes patas doradas. Los lacayos se adelantaron para abrir la puerta esmaltada del vehículo. Anirul esperó con su cortejo, sonriente como una estatua.

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
13.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Back in the Soldier's Arms by Soraya Lane, Karina Bliss
Devil's Plaything by Matt Richtel
Mistress Pat by Montgomery, Lucy Maud
On to Richmond by Ginny Dye
Foursome by Jeremiah Healy
A Life Apart by Mariapia Veladiano
Kitchen Chaos by Deborah A. Levine
A Beautiful New Life by Irene, Susan
Deenie by Judy Blume