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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

Drácula (54 page)

BOOK: Drácula
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Levantó una mano, a manera de advertencia, al tiempo que hablaba, ya que todos pudimos oír claramente que una llave se introducía suavemente en la cerradura.

No pude menos que admirar, incluso en aquel momento, el modo como un espíritu dominante se afirma a sí mismo. En todas nuestras partidas de caza y aventuras de diversa índole, en varias partes del mundo, Quincey Morris había sido siempre el que disponía los planes de acción y Arthur y yo nos acostumbramos a obedecerle de manera implícita. Ahora, la vieja costumbre parecía renovarse instintivamente. Dando una ojeada rápida a la habitación, estableció inmediatamente nuestro plan de acción y, sin pronunciar ni una sola palabra, con el gesto, nos colocó a todos en nuestros respectivos puestos. Van Helsing, Harker y yo estábamos situados inmediatamente detrás de la puerta, de tal manera que, en cuanto se abriera, el profesor pudiera guardarla, mientras Harker y yo nos colocaríamos entre el recién llegado y la puerta. Godalming detrás y Quincey enfrente, estaban dispuestos a dirigirse a las ventanas, escondidos por el momento donde no podían ser vistos. Esperamos con una impaciencia tal que hizo que los segundos pasaran con una lentitud de verdadera pesadilla. Los pasos lentos y cautelosos atravesaron el vestíbulo… El conde, evidentemente, estaba preparado para una sorpresa o, al menos, la temía.

Repentinamente, con un salto enorme, penetró en la habitación, pasando entre nosotros antes de que ninguno pudiera siquiera levantar una mano para tratar de detenerlo. Había algo tan felino en el movimiento, algo tan inhumano, que pareció despertarnos a todos del choque que nos había producido su llegada. El primero en entrar en acción fue Harker, que, con un rápido movimiento, se colocó ante la puerta que conducía a la habitación del frente de la casa. Cuando el conde nos vio, una especie de siniestro gesto burlón apareció en su rostro, descubriendo sus largos y puntiagudos colmillos; pero su maligna sonrisa se desvaneció rápidamente, siendo reemplazada por una expresión fría de profundo desdén. Su expresión volvió a cambiar cuando, todos juntos, avanzamos hacia él. Era una lástima que no hubiéramos tenido tiempo de preparar algún buen plan de ataque, puesto que en ese mismo momento me pregunté qué era lo que íbamos a hacer. No estaba convencido en absoluto de si nuestras armas letales nos protegerían. Evidentemente, Harker estaba dispuesto a ensayar, puesto que preparó su gran cuchillo
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y le lanzó al conde un tajo terrible. El golpe era poderoso; solamente la velocidad diabólica de desplazamiento del conde le permitió salir con bien.

Un segundo más y la hoja cortante le hubiera atravesado el corazón. En realidad, la punta sólo cortó el tejido de su chaqueta, abriendo un enorme agujero por el que salieron un montón de billetes de banco y un chorro de monedas de oro. La expresión del rostro del conde era tan infernal que durante un momento temí por Harker, aunque él estaba ya dispuesto a descargar otra cuchillada. Instintivamente, avancé, con un impulso protector, manteniendo el crucifijo y la Sagrada Hostia en la mano izquierda. Sentí que un gran poder corría por mi brazo y no me sorprendí al ver al monstruo que retrocedía ante el movimiento similar que habían hecho todos y cada uno de mis amigos. Sería imposible describir la expresión de odio y terrible malignidad, de ira y rabia infernales, que apareció en el rostro del conde. Su piel cerúlea se hizo verde amarillenta, por contraste con sus ojos rojos y ardientes, y la roja cicatriz que tenía en la frente resaltaba fuertemente, como una herida abierta y palpitante. Un instante después, con un movimiento sinuoso, pasó bajo el brazo armado de Harker, antes de que pudiera éste descargar su golpe, recogió un puñado del dinero que estaba en el suelo, atravesó la habitación y se lanzó contra una de las ventanas. Entre el tintineo de los cristales rotos, cayó al patio, bajo la ventana. En medio del ruido de los cristales rotos, alcancé a oír el ruido que hacían varios soberanos al caer al suelo, sobre el asfalto.

Nos precipitamos hacia la ventana y lo vimos levantarse indemne del suelo.

Ascendió los escalones a toda velocidad, cruzó el patio y abrió la puerta de las caballerizas. Una vez allí, se volvió y nos habló:

—Creen ustedes poder confundirme… con sus rostros pálidos, como las ovejas en el matadero. ¡Ahora van a sentirlo, todos ustedes! Creen haberme dejado sin un lugar en el que poder reposar, pero tengo otros. ¡Mi venganza va a comenzar ahora! Ando por la tierra desde hace siglos y el tiempo me favorece. Las mujeres que todos ustedes aman son mías ya, y por medio de ellas, ustedes y muchos otros me pertenecerán también… Serán mis criaturas, para hacer lo que yo les ordene y para ser mis chacales cuando desee alimentarme. ¡Bah!

Con una carcajada llena de desprecio, pasó rápidamente por la puerta y oímos que el oxidado cerrojo era corrido, cuando cerró la puerta tras él. Una puerta, más allá, se abrió y se cerró nuevamente. El primero de nosotros que habló fue el profesor, cuando, comprendiendo lo difícil que sería perseguirlo por las caballerizas, nos dirigimos hacia el vestíbulo.

—Hemos aprendido algo… ¡Mucho! A pesar de sus fanfarronadas, nos teme; teme al tiempo y teme a las necesidades. De no ser así, ¿por qué iba a apresurarse tanto? El tono mismo de sus palabras lo traicionó, o mis oídos me engañaron, ¿Por qué tomó ese dinero? ¡Van a comprenderme rápidamente! Son ustedes cazadores de una bestia salvaje y lo comprenden. En mi opinión, tenemos que asegurarnos de que no pueda utilizar aquí nada, si es que regresa.

Al hablar, se metió en el bolsillo el resto del dinero; tomó los títulos de propiedad del montoncito en que los había dejado Harker y arrojó todo el resto a la chimenea, prendiéndole fuego con un fósforo.

Godalming y Morris habían salido al patio y Harker se había descolgado por la ventana para seguir al conde. Sin embargo, Drácula había cerrado bien la puerta de las caballerizas, y para cuando pudieron abrirla, ya no encontraron rastro del vampiro. Van Helsing y yo tratamos de investigar un poco en la parte posterior de la casa, pero las caballerizas estaban desiertas y nadie lo había visto salir.

La tarde estaba ya bastante avanzada y no faltaba ya mucho para la puesta del sol. Tuvimos que reconocer que el trabajo había concluido y, con tristeza, estuvimos de acuerdo con el profesor, cuando dijo:

—Regresemos con la señora Mina… Con la pobre señora Harker. Ya hemos hecho todo lo que podíamos por el momento y, al menos, vamos a poder protegerla. Pero es preciso que no desesperemos. No le queda al vampiro más que una caja de tierra y vamos a tratar de encontrarla; cuando lo logremos, todo irá bien.

Comprendí que estaba hablando tan valerosamente como podía para consolar a Harker. El pobre hombre estaba completamente abatido y, de vez en cuando, gemía, sin poder evitarlo… Estaba pensando en su esposa.

Llenos de tristeza, regresamos a mi casa, donde hallamos a la señora Harker esperándonos, con una apariencia de buen humor que honraba su valor y su espíritu de colaboración. Cuando vio nuestros rostros, el suyo propio se puso tan pálido como el de un cadáver: durante uno o dos segundos, permaneció con los ojos cerrados, como si estuviera orando en secreto y, después, dijo amablemente:

—Nunca podré agradecerles bastante lo que han hecho. ¡Oh, mi pobre esposo! —mientras hablaba, tomó entre sus manos la cabeza grisácea de su esposo y la besó—. Apoya tu pobre cabeza aquí y descansa. ¡Todo estará bien ahora, querido! Dios nos protegerá, si así lo desea.

El pobre hombre gruñó. No había lugar para las palabras en medio de su sublime tristeza.

Cenamos juntos sin apetito, y creo que eso nos dio ciertos ánimos a todos. Era quizá el simple calor animal que infunde el alimento a las personas hambrientas, ya que ninguno de nosotros había comido nada desde la hora del desayuno, o es probable que sentir la camaradería que reinaba entre nosotros nos consolara un poco, pero, sea como fuere, el caso es que nos sentimos después menos tristes y pudimos pensar en lo porvenir con cierta esperanza. Cumpliendo nuestra promesa, le relatamos a la señora Harker todo lo que había sucedido, y aunque se puso intensamente pálida a veces, cuando su esposo estuvo en peligro, y se sonrojó otras veces, cuando se puso de manifiesto la devoción que sentía por ella, escuchó todo el relato valerosamente y conservando la calma. Cuando llegamos al momento en que Harker se había lanzado sobre el conde, con tanta decisión, se asió con fuerza del brazo de su marido y permaneció así, como si sujetándole el brazo pudiera protegerlo contra cualquier peligro que hubiera podido correr. Sin embargo, no dijo nada, hasta que la narración estuvo terminada y cuando ya estaba al corriente de todo lo ocurrido hasta aquel preciso momento, entonces, sin soltar la mano de su esposo, se puso en pie y nos habló. No tengo palabras para dar una idea de la escena. Aquella mujer extraordinaria, dulce y buena, con toda la radiante belleza de su juventud y su animación, con la cicatriz rojiza en su frente, de la que estaba consciente y que nosotros veíamos apretando los dientes… al recordar dónde, cuándo y cómo había ocurrido todo; su adorable amabilidad que se levantaba contra nuestro odio siniestro; su fe tierna contra todos nuestros temores y dudas. Y sabíamos que, hasta donde llegaban los símbolos, con toda su bondad, su pureza y su fe, estaba separada de Dios.

—Jonathan —dijo, y la palabra pareció ser música, por el gran amor y la ternura que puso en ella—, mi querido Jonathan y todos ustedes, mis maravillosos amigos, quiero que tengan en cuenta algo durante todo este tiempo terrible. Sé que tienen que luchar…, que deben destruir incluso, como destruyeron a la falsa Lucy, para que la verdadera pudiera vivir después; pero no es una obra del odio. Esa pobre alma que nos ha causado tanto daño, es el caso más triste de todos. Imaginen ustedes cuál será su alegría cuando él también sea destruido en su peor parte, para que la mejor pueda gozar de la inmortalidad espiritual. Deben tener también piedad de él, aun cuando esa piedad no debe impedir que sus manos lleven a cabo su destrucción.

Mientras hablaba, pude ver que el rostro de su marido se obscurecía y se ponía tenso, como si la pasión que lo consumía estuviera destruyendo todo su ser.

Instintivamente, su esposa le apretó todavía más la mano, hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Ella no parpadeó siquiera a causa del dolor que, estoy seguro, debía estar sufriendo, sino que lo miró con ojos más suplicantes que nunca. Cuando ella dejó de hablar, su esposo se puso en pie bruscamente, arrancando casi su mano de la de ella, y dijo:

—¡Qué Dios me lo ponga en las manos durante el tiempo suficiente para destrozar su vida terrenal, que es lo que estamos tratando de hacer! ¡Si además de eso puedo enviar su alma al infierno ardiente por toda la eternidad, lo haré gustoso!

—¡Oh, basta, basta! ¡En el nombre de Dios, no digas tales cosas!, Jonathan, esposo mío, o harás que me desplome, víctima del miedo y del horror. Piensa sólo, querido…; yo he estado pensando en ello durante todo este largo día…, que quizá… algún día… yo también puedo necesitar esa piedad, y que alguien como tú, con las mismas causas para odiarme, puede negármela. ¡Oh, esposo mío! ¡Mi querido Jonathan! Hubiera querido evitarte ese pensamiento si hubiera habido otro modo, pero suplico a Dios que no tome en cuenta tus palabras y que las considere como el lamento de un hombre que ama y que tiene el corazón destrozado. ¡Oh, Dios mío! ¡Deja que sus pobres cabellos blancos sean una prueba de todo lo que ha sufrido, él que en toda su vida no ha hecho daño a nadie, y sobre el que se han acumulado tantas tristezas!

Todos los hombres presentes teníamos ya los ojos llenos de lágrimas. No pudimos resistir, y lloramos abiertamente. Ella también lloró al ver que sus dulces consejos habían prevalecido. Su esposo se arrodilló a su lado y, rodeándola con sus brazos, escondió el rostro en los vuelos de su vestido. Van Helsing nos hizo una seña y salimos todos de la habitación, dejando a aquellos dos corazones amantes a solas con su Dios.

Antes de que se retiraran a sus habitaciones, el profesor preparó la habitación para protegerla de cualquier incursión del vampiro, y le aseguró a la señora Harker que podía descansar en paz. Ella trató de convencerse de ello y, para calmar a su esposo, aparentó estar contenta. Era una lucha valerosa y quiero creer que no careció de recompensa. Van Helsing había colocado cerca de ellos una campana que cualquiera de ellos debía hacer sonar en caso de que se produjera cualquier eventualidad. Cuando se retiraron, Quincey, Godalming y yo acordamos que debíamos permanecer en vela, repartiéndonos la noche entre los tres, para vigilar a la pobre dama y custodiar su seguridad. La primera guardia le correspondió a Quincey, de modo que el resto de nosotros debía acostarse tan pronto como fuera posible. Godalming se ha acostado ya, debido a que él tiene el segundo turno de guardia. Ahora que he terminado mi trabajo, yo también tengo que acostarme.

Del diario de Jonathan Harker

3-4 de octubre, cerca de la medianoche.
Creí que el día de ayer no iba a terminar nunca. Tenía el deseo de dormirme, con la esperanza de que al despertar descubriría que las cosas habían cambiado y que todos los cambios serían en adelante para mejor. Antes de separarnos, discutimos sobre cuál debería ser nuestro siguiente paso, pero no pudimos llegar a ningún resultado. Lo único que sabíamos era que quedaba todavía una caja de tierra y que solamente el conde sabía dónde se encontraba. Si desea permanecer escondido, puede confundirnos durante años enteros y, mientras tanto, el pensamiento es demasiado horrible; no puedo permitirme pensar en ello en este momento. Lo que si sé es que si alguna vez ha existido una mujer absolutamente perfecta, esa es mi adorada y herida esposa. La amo mil veces más por su dulce piedad de anoche; una piedad que hizo que incluso el odio que le tengo al monstruo pareciera despreciable. Estoy seguro de que Dios no permitirá que el mundo se empobrezca por la pérdida de una criatura semejante. Esa es una esperanza para mí. Nos estamos dirigiendo todos hacia los escollos, y la esperanza es la única ancla que me queda. Gracias a Dios, Mina está dormida y no tiene pesadillas. Temo pensar en cuáles podrían ser sus pesadillas, con recuerdos tan terribles que pueden provocarlas. No ha estado tan tranquila, por cuanto he podido ver, desde la puesta del sol. Luego, durante un momento, se extendió en su rostro una calma tal, que era como la primavera después de las tormentas de marzo.

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