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Authors: Bram Stoker

Tags: #Clásico, Fantástico, Terror

Drácula (52 page)

BOOK: Drácula
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No pude dejar de comprender que tenía toda la razón y hasta la terrible desesperación reflejada en el rostro de Mina se suavizó un poco, debido a las esperanzas que cabía abrigar en un consejero tan bueno. Van Helsing continuó:

—Una vez dentro de la casa, podemos encontrar más indicios y, de todos modos, alguno de nosotros podrá quedarse allá, mientras los demás van a visitar los otros lugares en los que se encuentran otras cajas de tierra… en Bermondsey y en Mile End.

Lord Godalming se puso en pie.

—Puedo serles de cierta utilidad en este caso —dijo—. Puedo ponerme en comunicación con los míos para conseguir caballos y carretas en cuanto sea necesario.

—Escuche, amigo mío —intervino Morris—, es una buena idea el tenerlo todo dispuesto para el caso de que tengamos que retroceder apresuradamente a caballo, pero, ¿no cree usted que cualquiera de sus vehículos, con sus adornos heráldicos, atraería demasiado la atención para nuestros fines, en cualquier camino lateral de Walworth o de Mile End? Me parece que será mejor que tomemos coches de alquiler cuando vayamos al sur o al oeste; e incluso dejarlos en algún lugar cerca del punto a que nos dirigimos.

—¡El amigo Quincey tiene razón! —dijo el profesor—. Su cabeza está, como se dice, al ras del horizonte. Vamos a llevar a cabo un trabajo delicado y no es conveniente que la gente nos observe, si es posible evitarlo.

Mina se interesaba cada vez más en todos los detalles y yo me alegraba de que las exigencias de esos asuntos contribuyeran a hacerla olvidar la terrible experiencia que había tenido aquella noche. Estaba extremadamente pálida…, casi espectral y tan delgada que sus labios estaban retirados, haciendo que los dientes resaltaran en cierto modo. No mencioné nada, para evitar causarle un profundo dolor, pero sentí que se me helaba la sangre en las venas al pensar en lo que le había sucedido a la pobre Lucy, cuando el conde le había sorbido la sangre de sus venas. Todavía no había señales de que los dientes comenzaran a agudizarse, pero no había pasado todavía mucho tiempo y había ocasión de temer.

Cuando llegamos a la discusión de la secuencia de nuestros esfuerzos y de la disposición de nuestras fuerzas, hubo nuevas dudas. Finalmente, nos pusimos de acuerdo en que antes de ir a Piccadilly, teníamos que destruir el refugio que tenía el conde cerca de allí. En el caso de que se diera cuenta demasiado pronto de lo que estábamos haciendo, debíamos estar ya adelantados en nuestro trabajo de destrucción, y su presencia, en su forma natural y en el momento de mayor debilidad, podría facilitarnos todavía más indicaciones útiles.

En cuanto a la disposición de nuestras fuerzas, el profesor sugirió que, después de nuestra visita a Carfax, debíamos entrar todos a la casa de Piccadilly; que los dos doctores y yo deberíamos permanecer allí, mientras Quincey y lord Godalming iban a buscar los refugios de Walworth y Mile End y los destruían. Era posible, aunque no probable, que el conde apareciera en Piccadilly durante el día y, en ese caso, estaríamos en condiciones de acabar con él allí mismo. En todo caso, estaríamos en condiciones de seguirlo juntos. Yo objeté ese plan, en lo relativo a mis movimientos, puesto que pensaba quedarme a cuidar a Mina; creía que estaba bien decidido a ello; pero ella no quiso escuchar siquiera esa objeción. Dijo que era posible que se presentara algún asunto legal en el que yo pudiera resultar útil; que entre los papeles del conde podría haber algún indicio que yo pudiera interpretar debido a mi estancia en Transilvania y que de todos modos, debíamos emplear todas las fuerzas de que disponíamos para enfrentarnos al tremendo poder del monstruo. Tuve que ceder, debido a que Mina había tomado su resolución al respecto; dijo que su última esperanza era que pudiéramos trabajar todos juntos.

—En cuanto a mí —dijo—, no tengo miedo. Las cosas han sido ya tan sumamente malas que no pueden ser peores, y cualquier cosa que suceda debe encerrar algún elemento de esperanza o de consuelo. ¡Vete, esposo mío! Dios, si quiere hacerlo, puede ayudarme y defenderme lo mismo si estoy sola que si estoy acompañada por todos ustedes.

Por consiguiente, volví a comenzar a dar gritos:

—¡Entonces, en el nombre del cielo, vámonos inmediatamente! ¡Estamos perdiendo el tiempo! El conde puede llegar a Piccadilly antes de lo que pensamos.

—¡De ninguna manera! —dijo van Helsing, levantando una mano.

—¿Por qué no? —inquirí.

—¿Olvida usted que anoche se dio un gran banquete y que, por consiguiente, dormirá hasta una hora muy avanzada? —dijo, con una sonrisa.

¡No lo olvidé! ¿Lo olvidaré alguna vez…, podré llegar a olvidarlo? ¿Podrá alguno de nosotros olvidar alguna vez esa terrible escena? Mina hizo un poderoso esfuerzo para no perder el control, pero el dolor la venció y se cubrió el rostro con ambas manos, estremeciéndose y gimiendo. Van Helsing no había tenido la intención de recordar esa terrible experiencia. Sencillamente, se había olvidado de ella y de la parte que había tenido, debido a su esfuerzo mental. Cuando comprendió lo que acababa de decir, se horrorizó a causa de su falta de tacto y se esforzó en consolar a mi esposa.

—¡Oh, señora Mina! —dijo—. ¡No sabe cómo siento que yo, que la respeto tanto, haya podido decir algo tan desagradable! Mis estúpidos y viejos labios y mi inútil cabeza no merecen su perdón; pero lo olvidará, ¿verdad?

El profesor se inclinó profundamente junto a ella, al tiempo que hablaba. Mina le tomó la mano y, mirándolo a través de un velo de lágrimas, le dijo, con voz ronca:

—No, no debo olvidarlo, puesto que es justo que lo recuerde; además, en medio de todo ello hay muchas cosas de usted que son muy dulces, debo recordarlo todo. Ahora, deben irse pronto todos ustedes. El desayuno está preparado y debemos comer todos algo, para estar fuertes.

El desayuno fue una comida extraña para todos nosotros. Tratamos de mostrarnos alegres y de animarnos unos a otros y Mina fue la más alegre y valerosa de todos. Cuando concluimos, van Helsing se puso en pie y dijo:

—Ahora, amigos míos, vamos a ponernos en marcha para emprender nuestra terrible tarea. ¿Estamos armados todos, como lo estábamos el día en que fuimos por primera vez a visitar juntos el refugio de Carfax, armados tanto contra los ataques espirituales como contra los físicos?

Todos asentimos.

—Muy bien. Ahora, señora Mina, está usted aquí completamente a salvo hasta la puesta del sol y yo volveré antes de esa hora…, sí… ¡Volveremos todos! Pero, antes de que nos vayamos quiero que esté usted armada contra los ataques personales. Yo mismo, mientras estaba usted fuera, he preparado su habitación, colocando cosas que sabemos que le impiden al monstruo la entrada. Ahora, déjeme protegerla a usted misma. En su frente, le pongo este fragmento de la Sagrada Hostia, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del…

Se produjo un grito de terror que casi heló la sangre en nuestras venas. Cuando el profesor colocó la Hostia sobre la frente de Mina, la había traspasado…, había quemado la frente de mi esposa, como si se tratara de un metal al rojo vivo. Mi pobre Mina comprendió inmediatamente el significado de aquel acto, al mismo tiempo que su sistema nervioso recibía el dolor físico, y los dos sentimientos la abrumaron tanto que fueron expresados en aquel terrible grito. Pero las palabras que acompañaban a su pensamiento llegaron rápidas. Todavía no había cesado completamente el eco de su grito, cuando se produjo la reacción, y se desplomó de rodillas al suelo, humillándose.

Se echó su hermoso cabello sobre el rostro, como para cubrirse la herida, y exclamó:

—¡Sucia! ¡Sucia! ¡Incluso el Todopoderoso castiga mi carne corrompida! ¡Tendré que llevar esa marca de vergüenza en la frente hasta el Día del Juicio Final!

Todos guardaron silencio. Yo mismo me había arrojado a su lado, en medio de una verdadera agonía, sintiéndome impotente, y, rodeándola con mis brazos, la mantuve fuertemente abrazada a mí. Durante unos minutos, nuestros corazones angustiados batieron al unísono, mientras que los amigos que se encontraban cerca de nosotros, volvieron a otro lado sus ojos arrasados de lágrimas. Entonces, van Helsing se volvió y dijo gravemente, en tono tan grave que no pude evitar el pensar que estaba siendo inspirado en cierto modo, y estaba declarando algo que no salía de él mismo:

—Es posible que tenga usted que llevar esa marca hasta que Dios mismo lo disponga o para que la vea durante el Juicio Final, cuando enderece todos los errores de la tierra y de Sus hijos que ha colocado en ella. Y mi querida señora Mina, ¡deseo que todos nosotros, que la amamos, podamos estar presentes cuando esa cicatriz rojiza desaparezca, dejando su frente tan limpia y pura como el corazón que todos conocemos! Ya que estoy tan seguro como de que estoy vivo de que esa cicatriz desaparecerá en cuanto Dios disponga que concluya de pesar sobre nosotros la carga que nos abruma. Hasta entonces, llevaremos nuestra cruz como lo hizo Su Hijo, obedeciendo Su voluntad. Es posible que seamos instrumentos escogidos de Su buena voluntad y que obedezcamos a Su mandato entre estigmas y vergüenzas; entre lágrimas y sangre; entre dudas y temores, y por medio de todo lo que hace que Dios y los hombres seamos diferentes.

Había esperanza en sus palabras y también consuelo. Además, nos invitaban a resignarnos. Mina y yo lo comprendimos así y, simultáneamente, tomamos cada uno de nosotros una de las manos del anciano y se la besamos humildemente. Luego, sin pronunciar una sola palabra, todos nos arrodillamos juntos y, tomándonos de la mano, juramos ser sinceros unos con otros y pedimos ayuda y guía en la terrible tarea que nos esperaba. Todos los hombres nos esforzamos en retirar de Mina el velo de profunda tristeza que la cubría, debido a que todos, cada quien a su manera, la amábamos.

Era ya hora de partir. Así pues, me despedí de Mina, de una manera tal que ninguno de nosotros podremos olvidarla hasta el día de nuestra muerte, y nos fuimos. Había algo para lo que estaba ya preparado: si descubríamos finalmente que Mina resultaba un vampiro, entonces, no debería ir sola a aquella tierra terrible y desconocida. Supongo que era así como en la antigüedad un vampiro se convertía en muchos; sólo debido a que sus horribles cuerpos debían reposar en tierra santa, asimismo el amor más sagrado era el mejor sargento para el reclutamiento de su ejército espectral.

Entramos en Carfax sin dificultad y encontramos todo exactamente igual que la primera vez que estuvimos en la casona. Era difícil creer que entre aquel ambiente prosaico de negligencia, polvo y decadencia, pudiera haber una base para un horror como el que ya conocíamos. Si nuestras mentes no estuvieran preparadas ya y si no nos espolearan terribles recuerdos, no creo que hubiéramos podido llevar a cabo nuestro cometido. No encontramos papeles ni ningún signo de uso en la casa, y en la vieja capilla, las grandes cajas parecían estar exactamente igual que como las habíamos visto la última vez. El doctor van Helsing nos dijo solemnemente, mientras permanecíamos en pie ante ellas:

—Ahora, amigos míos, tenemos aquí un deber que cumplir. Debemos esterilizar esta tierra, tan llena de sagradas reliquias, que la han traído desde tierras lejanas para poder usarla. Ha escogido esta tierra debido a que ha sido bendecida. Por consiguiente, vamos a derrotarlo con sus mismas armas, santificándola todavía más. Fue santificada para el uso del hombre, y ahora vamos a santificarla para Dios.

Mientras hablaba, sacó del bolsillo un destornillador y una llave y, muy pronto, la tapa de una de las cajas fue levantada. La tierra tenía un olor desagradable, debido al tiempo que había estado encerrada, pero eso no pareció importarnos a ninguno de nosotros, ya que toda nuestra atención estaba concentrada en el profesor. Sacando del bolsillo un pedazo de la Hostia Sagrada, lo colocó reverentemente sobre la tierra y, luego, volviendo a colocar la tapa en su sitio, comenzó a ponerle otra vez los tornillos.

Nosotros lo ayudamos en su trabajo.

Una después de otra, hicimos lo mismo con todas las grandes cajas y, en apariencia, las dejamos exactamente igual que como las habíamos encontrado, pero en el interior de cada una de ellas había un pedazo de Hostia. Cuando cerramos la puerta a nuestras espaldas, el profesor dijo solemnemente:

—Este trabajo ha terminado. Es posible que logremos tener el mismo éxito en los demás lugares, y así, quizá para cuando el sol se ponga hoy, la frente de la señora Mina esté blanca como el marfil y sin el estigma.

Al pasar sobre el césped, en camino hacia la estación, para tomar el tren, vimos la fachada del asilo. Miré ansiosamente, y en la ventana de nuestra habitación vi a Mina.

La saludé con la mano y le dirigí un signo de asentimiento para darle a entender que nuestro trabajo allí había concluido satisfactoriamente. Ella me hizo una señal en respuesta, para indicarme que había comprendido. Lo último que vi de ella fue que me saludaba con la mano. Buscamos la estación con el corazón lleno de tristeza y tomamos el tren apresuradamente, debido a que para cuando llegamos ya estaba junto al andén de la estación, disponiéndose a ponerse nuevamente en marcha. He escrito todo esto en el tren.

Piccadilly, las doce y media en punto. Poco antes de que llegáramos a Fenchurch Street, lord Godalming me dijo:

—Quincey y yo vamos a buscar un cerrajero. Será mejor que no venga usted con nosotros, por si se presenta alguna dificultad, ya que, en las circunstancias actuales, no sería demasiado malo para nosotros el irrumpir en una casa desocupada. Pero usted es abogado, y la
Incorporated Law Society
puede decirle que debía haber sabido a qué atenerse.

Yo protesté, porque no deseaba dejar de compartir con ellos ningún peligro, pero él continuó diciendo:

—Además, atraeremos mucho menos la atención si no somos demasiados. Mi título me ayudará mucho para contratar al cerrajero y para entendérmelas con cualquier policía que pueda encontrarse en las cercanías. Será mejor que vaya usted con Jack y el profesor y que se queden en Green Park, en algún lugar desde el que puedan ver la casa, y cuando vean que la puerta ha sido abierta y que el cerrajero se ha ido, acudan. Los estaremos esperando y les abriremos la puerta en cuanto lleguen.

—¡El consejo es bueno! —dijo van Helsing.

Por consiguiente no discutimos más del asunto. Godalming y Morris se adelantaron en un coche de alquiler y los demás los seguimos en otro. En la esquina de Arlington Street, nuestro grupo descendió del vehículo y nos internamos en Green Park.

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