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Authors: Mark Twain

Tags: #Religión

Diarios de Adán y Eva (2 page)

BOOK: Diarios de Adán y Eva
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Y no sólo ha dado conmigo, sino que ha llamado al paraje Tonawanda; dice que parece Tonawanda. De hecho, no lamento que haya venido, pues no hay mucho que comer aquí, y ella se trajo algunas de sus manzanas. Me he visto obligado a comérmelas, de tanta hambre como tenía... Aunque he contravenido mis principios, he podido comprobar que éstos sirven de bien poco cuando uno está hambriento. Eva llegó cubierta de ramas y un montón de hojas, y al preguntarle yo qué era lo que se proponía con semejantes tonterías y con arrancárselas y arrojarlas al suelo, ella se rió entre dientes y se sonrojó. Yo nunca había visto reír ni ruborizarse a nadie antes, y su actitud me pareció impropia y estúpida. Me dijo que no tardaría en comprenderlo. Y así fue. Pese al hambre que sentía, dejé la manzana a medio comer —por cierto, la mejor que había probado nunca, dado lo tardío de la estación— y me cubrí con las ramas y hojas desechadas y acto seguido le hablé no sin cierta severidad, ordenándole que fuera y consiguiera otras y no diera semejante espectáculo. Ella así lo hizo, tras lo cual nos acercamos sigilosamente hasta donde había tenido lugar la lucha entre las bestias salvajes y recogimos varias pieles. Yo le dije a Eva que uniera varias de ellas, para confeccionarnos así un par de trajes adecuados para presentarnos en los actos públicos. Es cierto que una indumentaria semejante resulta incómoda, pero es elegante, lo cual es lo principal en cuestión de vestimenta... Advierto que Eva resulta muy buena compañera. Comprendo que me sentiría solo y deprimido sin ella ahora que he perdido todos mis bienes. Otra cosa: Eva dice que ha sido dispuesto que, a partir de ahora, trabajemos para ganamos nuestro sustento. Eva resultará útil. Yo supervisaré el trabajo.

Diez días después

¡Ella me acusa de ser el motivo de nuestro desastre! Dice, con aparente sinceridad y verdad, que la serpiente le aseguró que la fruta prohibida no eran las manzanas, sino las castañas. Yo le he dicho que, en tal caso, yo sería inocente, porque no he probado ni una de ellas. Ella ha dicho que la serpiente le había informado de que «castaña» era un término figurado que significaba un viejo y archisabido chiste.
[2]

Al oír lo cual me he quedado pálido, ya que he hecho un buen número de chistes para pasar el rato y alguno ha podido ser de este tenor, si bien yo suponía honestamente que eran nuevos al hacerlos. Ella me ha preguntado si había hecho alguno justo en el momento de la catástrofe. He tenido que admitir que sí lo hice para mí, aunque no en voz alta. La cosa ocurrió así: mientras estaba pensando en las Cataratas, me dije: «¡Qué maravilla ver caer toda esta masa de agua!».

Entonces, de pronto, tuve una brillante idea, a la que di rienda suelta diciendo: «Pero ¡cuanto más maravilloso sería verla precipitarse hacia arriba!». Y estaba a punto de partirme de risa cuando la naturaleza desencadenó sus elementos de guerra y de muerte y no me quedó más remedio que poner mi vida a salvo. «Eso es exactamente —dijo ella en señal de triunfo—, eso es. La serpiente hizo precisamente el mismo chiste, llamándolo el Primer Chiste, y dijo que era tan vieja como la misma Creación». ¡Ay!, toda la culpa es mía. Ojalá que no fuera tan ingenioso, ojalá que nunca hubiera tenido tan brillante idea...

Al año siguiente

Le hemos puesto por nombre Caín. Ella lo atrapó mientras yo estaba poniendo unas trampas en la ribera norte del Erie; y lo atrapó entre los árboles a un par de millas de nuestro refugio, o tal vez fueran cuatro, no está segura de ello. Se parece a nosotros en algunos aspectos, y es posible que exista algún parentesco. La diferencia de tamaño avala la deducción de que es diferente, y un nuevo tipo de animal, quizá un pez, aunque cuando lo metí en el agua para comprobarlo se hundió, y ella se lanzó al agua y lo sacó antes de que el experimento hubiera podido aclarar la cuestión. Sigo pensando que se trata de un pez, pero esto a ella le trae sin cuidado y no me dejará comprobarlo. No lo entiendo. La llegada de esta criatura parece haber producido un cambio radical en su naturaleza y la ha vuelto una insensata en lo que a experimentos se refiere. Piensa más en la dichosa criatura que en ningún otro animal, pero es incapaz de darle una explicación a ello. Su mente está trastornada, y todo viene a demostrar que es así. A veces coge en brazos al pez durante media noche cuando éste se pone a quejarse, deseoso de ir al agua. En tales ocasiones le brota agua de los orificios de la cara por los que mira, ella le da unas palmaditas en el lomo y emite por su boca unos suaves sonidos con el propósito de calmarlo, dando muestras de pena y solicitud de mil maneras. Nunca la he visto hacer eso con ningún otro pez, cosa que me preocupa enormemente. Acostumbraba a llevar a los jóvenes tigres por ahí, y jugaba con ellos, antes de que perdiéramos todos nuestros bienes; pero ello no pasaba de ser un simple juego; nunca adoptaba esa misma actitud con ellos cuando la comida les sentaba mal.

Domingo

Eva los domingos no trabaja, sino que se tumba de cansada que está, y le gusta que el pez se revuelque por encima de ella; y hace tontos ruidos con el fin de divertirle, y también como que le va a comer las garras, lo cual le hace reír. Nunca antes había visto que un pez pudiera reír. Esto hace que me entren dudas... También yo he empezado a tomarle gusto al domingo. El tener que estar vigilante toda la semana le deja a uno agotadísimo. Debería haber más domingos. En los viejos tiempos eran difícilmente soportables, pero ahora vienen muy bien.

Miércoles

No es un pez. Pero no consigo averiguar del todo de qué se puede tratar. Emite unos curiosos y endiablados ruidos cuando no está satisfecho y dice «gugú» cuando sí lo está. No es como nosotros, porque no anda; no es un pájaro, porque no vuela; no es una rana, porque no salta; no es una serpiente, porque no se arrastra: Estoy seguro de que no es un pez, aunque no he tenido ocasión de comprobar si sabe nadar o no. Se limita a permanecer tumbado, y la mayoría de las veces de espaldas, con los pies en alto. Nunca he visto a ningún otro animal hacer algo parecido. Le dije que creía que era un enigma, pero ella se limitó a admirar la palabra sin entenderla. En mi opinión se trata de eso, o de alguna especie de insecto. Si se muere, le despedazaré para ver cómo está compuesto. Nunca nada me ha dejado tan perplejo.

Tres meses después

La perplejidad va en aumento en vez de disminuir. Duerme, pero poco. Ha dejado de estar ya tumbado y ahora anda a cuatro patas. Sin embargo, difiere de los demás animales cuadrúpedos en que sus patas delanteras son extraordinariamente cortas, y por consiguiente la parte principal de su persona sobresale hasta una altura incómoda, y no resulta atractivo. Su constitución se asemeja enormemente a la nuestra, pero su modo de desplazarse muestra que no es de nuestra raza. Sus patas delanteras demasiado cortas y las traseras demasiado largas indican que pertenece a la familia de los canguros, aunque a una variante notable de la especie, puesto que el verdadero canguro salta, mientras que éste nunca lo hace. Sin embargo, no deja de ser una variedad curiosa e interesante, no catalogada con anterioridad. Como su descubridor he sido yo, me considero con derecho a atribuirme el mérito del descubrimiento, y por tanto le he llamado Canguro adamiensis... Debía de ser joven a su llegada aquí, pues ha crecido una enormidad desde entonces. Debe de ser cinco veces mayor de lo que era antes, y cuando está descontento es capaz de hacer de veintidós a treinta y ocho veces el ruido que hacía al principio. De nada sirve coaccionarlo, puesto que ello no produce sino el efecto contrario. Por esta razón he dejado de aplicar el sistema. Ella lo apacigua mediante la persuasión y dándole cosas que previamente me había dicho que no le daría. Como he dicho, yo no estaba en casa cuando vino por primera vez, y ella me dijo que se lo había encontrado en el bosque. Me parece raro que sea el único, y sin embargo así debe de ser, puesto que llevo varias semanas tratando de encontrar otro para añadirlo a la colección y para que tenga con quien jugar, porque entonces se estaría mucho más quieto, y podríamos amansarlo más fácilmente. Pero no encuentro ninguno, ni rastro siquiera; y, lo más extraño de todo, ninguna huella. Tiene que vivir en tierra, pues no puede valerse solo. Y, si es así, ¿cómo se las ingenia para andar sin dejar huellas? He puesto una docena de trampas, pero en vano. He cazado toda clase de animales de pequeño tamaño, a excepción de éste, animales que se introducen en la trampa por simple curiosidad, creo yo, para ver por qué se ha puesto leche allí. Pues nunca se la beben.

Tres meses después

El canguro sigue creciendo, cosa de lo más extraña y desconcertante. Nunca he visto a ningún animal que tardara tanto en alcanzar su pleno desarrollo. Ahora tiene pelo en la cabeza; pero no como el pelaje del canguro, sino que es mucho más fino y suave, y en vez de ser negro es rojizo. Me parece que el caprichoso y torturante desarrollo de este inclasificable monstruo zoológico me va a hacer perder la cabeza. Si pudiera atrapar otro..., pero no hay ninguna esperanza de que pueda hacerlo; se trata de una nueva variedad, y de un ejemplar único, eso está claro. Pero cacé un verdadero canguro y se lo traje, pensando que, al sentirse solo, preferiría tener la compañía de éste a no tener a ningún familiar o a cualquier animal del que sentirse cerca o en quien encontrar comprensión en su actual estado de desamparo aquí entre extraños, que desconocen su modo de vivir y sus costumbres, o que no saben qué hacer para que se sienta entre amigos; pero fue una equivocación, ya que sólo de ver al canguro le dio un tal ataque que me convencí de que nunca había visto a ninguno antes. Lo siento por el pobre y ruidoso animalito, pero no puedo hacer nada para que se sienta feliz. Si pudiera domesticarlo..., pero es algo impensable. Cuanto más lo intento, peor es el resultado. Se me encoge el corazón al ver sus pequeños arrebatos de furia y de exaltación. Me hubiera gustado dejarle que se fuera, pero Eva no quiso ni oír hablar del asunto. Le pareció una crueldad y algo impropio de ella; y es posible que no le falte razón.

Quizás esté más solo que nunca, porque, dado que no puedo encontrar otro ejemplar, ¿cómo puede ser de otro modo?

Cinco meses después

No es un canguro. No, porque se sostiene agarrándose al dedo de ella, y así da algunos pasitos sobre sus patas traseras hasta que se cae. Probablemente se trate de algún tipo de oso; y sin embargo no tiene cola, por el momento, ni tampoco pelaje, excepto en la cabeza. Sigue creciendo, cosa curiosa, pues los osos alcanzan su pleno desarrollo antes que «esto». Los osos resultan peligrosos —desde nuestra catástrofe— y no me hace ninguna gracia que ande merodeando por aquí sin un bozal. Le he propuesto a ella conseguirle un canguro sin dejar marcharse a éste, pero ha sido inútil: está decidida a hacernos correr toda clase de estúpidos riesgos, creo. No era así antes de haber perdido el juicio.

Quince días después

He examinado su boca. No hay peligro, pues no tiene más que un diente. Tampoco tiene cola aún. Hace más ruido ahora del que hacía antes, y sobre todo por las noches. Me he mudado. Pero me pasaré por allí por las mañanas para ver si le salen más dientes. Cuando tenga un buen número de ellos, será el momento de echarlo, tenga o no cola, pues no es preciso que un oso tenga cola para resultar peligroso.

Cuatro meses después

He estado fuera un mes cazando y pescando, en la región que ella llama Búfalo; ignoro por qué, a no ser que sea porque no hay ni un solo búfalo por ninguna parte. Entretanto el oso ha aprendido a ir a chapotear a la orilla sobre sus patas traseras y dice «papá» y «mamá». Sin duda es una especie nueva. La semejanza en las palabras puede ser puramente casual y puede que no tenga ninguna finalidad ni significado; pero aun así no dejaría de ser una cosa extraordinaria y es algo que ningún otro oso es capaz de hacer. Esta imitación del habla, unida a la falta de pelaje y de la mínima cola, bastan para indicar que se trata de una nueva clase de oso. Pero un estudio más detenido resultará de sumo interés. Mientras tanto emprender una expedición por los bosques del Norte y una búsqueda exhaustiva. Tiene que haber algún otro en alguna parte y éste será menos peligroso cuando cuente con la compañía de alguien de su propia especie. Marcharé inmediatamente, pero antes le pondré a éste un bozal.

Tres meses después

Ha sido una cacería agotadora, muy agotadora, y sin embargo no he tenido éxito. ¡En el ínterin, sin siquiera moverse de nuestro estado natal, ella ha atrapado a otro! Nunca he visto a nadie con tan buena suerte. Aunque hubiera estado yo cien años cazando por estos bosques, no me hubiera encontrado con una cosa parecida.

Al día siguiente

He estado comparando al nuevo con el viejo y salta a la vista que son de la misma raza. Iba a disecar a uno de ellos para mi colección, pero, por un motivo u otro, ella no lo acepta, razón por la cual he desechado la idea, aunque pienso que es un error. Sería una pérdida irreparable para la ciencia si se escaparan. El más viejo está más manso que antes y puede reír y hablar como una cotorra, cosa que ha aprendido, sin duda, tanto de haber estado con la cotorra como de tener una capacidad de imitación altamente desarrollada. Me extraña que fuera un nuevo tipo de loro, y sin embargo tampoco debería extrañarme tanto, puesto que ha sido toda clase de cosas imaginables desde sus primeros tiempos de pez. El nuevo es tan feo ahora como lo era el viejo al principio; tiene la misma tez del color del azufre y de la carne cruda y la misma cabeza sin un solo pelo. Ella le llama Abel.

Diez años después

Son niños; lo descubrimos hace ya tiempo. Lo que nos desconcertó fue que se presentaran bajo esa forma pequeña e inmadura; no estábamos acostumbrados. Ahora hay algunas niñas. Abel es un buen chico, pero si Caín hubiera seguido siendo un oso, la verdad es que habría salido ganando.

Después de todos estos años, veo que estaba equivocado al principio con respecto a Eva; es mejor vivir fuera del Jardín con ella que dentro sin ella. Al comienzo pensé que hablaba en exceso, pero ahora lamentaría que esa voz dejara de oírse y desapareciera de mi vida. ¡Bendita sea la castaña que nos aproximó y me enseñó conocer su bondad de corazón y su dulzura de espíritu!

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