Read Diario. Una novela Online

Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Relato

Diario. Una novela (29 page)

BOOK: Diario. Una novela
3.41Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Una vieja Tupper de la isla, con el cuello torcido de tortuga marina envuelto en el cuello de encaje de su vestido, grita:

—¡Enséñanoslo, Misty!

—Enséñanoslo —grita un hombre, un viejo Woods de la isla, apoyado en su bastón.

Stilton se lleva la mano detrás de la espalda. Dice:

—Casi consigue convencerme de que la loca no es usted.

Y su mano regresa con unas esposas. Se las cierra a Misty en torno a las muñecas y la empuja a un lado, pasando por delante de Tabbi y sus ojos cerrados. Por delante de los aristócratas de la isla de Waytansea. Cruzando el claro del bosque del vestíbulo de terciopelo verde.

—Mi hija —dice Misty—. Sigue ahí dentro. Tenemos que sacarla.

Y el detective Stilton la entrega a un ayudante de sheriff con uniforme marrón y dice:

—¿Su hija, la que usted dijo que estaba muerta? Ellos simularon su muerte. Todos esos que miran no son más que estatuas de sí mismos. Autorretratos de sí mismos.

Delante del hotel, al pie de las escaleras que llevan al porche, el ayudante abre la portezuela trasera de un coche patrulla. El detective Stilton dice:

—Misty Wilmot, queda usted detenida por el intento de asesinato de su marido, Peter Wilmot, y por el asesinato de Ángel Delaporte.

La mañana siguiente al apuñalamiento de Ángel en su cama. Misty estaba toda cubierta de sangre. Misty, la misma que encontró el cuerpo de Peter en su coche.

Unas manos fuertes la meten en el asiento trasero del coche.

Y desde dentro del hotel, el presentador de las noticias dice:

—Damas y caballeros, es el momento del desvelamiento.

—Lleváosla. Tomadle las huellas. Presentad los cargos —dice el detective. Le da una palmada al ayudante en la espalda y dice—: Me vuelvo adentro a ver a qué viene todo este revuelo.

28 DE AGOSTO

De acuerdo con Platón, vivimos encadenados dentro de una caverna oscura. Estamos encadenados de forma que no vemos nada más que la pared del fondo de la caverna. Lo único que vemos son las sombras que se mueven allí. Podrían ser las sombras de algo que se mueve fuera de la caverna. Podrían ser las sombras de gente encadenada a nuestro lado.

Tal vez lo único que todos podemos ver es nuestra propia sombra.

Carl Jung llamaba a esto juego de sombras. Decía que nunca vemos a los demás. Que en realidad solamente vemos aspectos de nosotros mismos que se proyectan sobre ellos. Sombras. Proyecciones. Nuestras asociaciones.

Igual que los antiguos pintores se sentaban en un cuarto diminuto a oscuras y calcaban la imagen de lo que había al otro lado de una ventanilla, bajo la brillante luz del sol. La cámara oscura.

No la imagen exacta, sino completamente invertida o cabeza abajo. Distorsionada por el espejo o la lente a través de la cual llega. Por los límites de nuestra percepción personal. Por nuestro volumen diminuto de experiencia. Por nuestra birria de educación.

El espectador controla el espectáculo. El artista ha muerto. Vemos lo que queremos. Vemos como queremos. Solamente nos vemos a nosotros mismos. Lo único que puede hacer el artista es darnos algo que mirar.

Solamente para que conste en acta, tu mujer está detenida.

Lo han hecho. Maura. Constance. Y Misty. Han salvado a la niña, a tu hija. Tu hija se ha salvado a ella misma. Han salvado a todo el mundo.

El ayudante de sheriff del uniforme marrón ha llevado en coche a Misty al continente, usando el ferry. Por el camino le ha leído sus derechos. Se la ha pasado a otra ayudante, que le ha tomado las huellas dactilares y se ha quedado con su anillo de boda. Misty todavía lleva el vestido de boda, pero la ayudante de sheriff le ha quitado el bolso y los zapatos de tacón alto.

Y toda la bisutería, las joyas de Maura, las joyas de ellos, todo vuelve a estar en la caja de zapatos de Tabbi, en casa de los Wilmot.

La otra ayudante le ha dado una manta. Es una mujer de su edad, con una cara que es un diario de arrugas que empiezan alrededor de sus ojos y le tejen una tela de araña entre la nariz y la boca. La ayudante ha mirado los formularios que Misty estaba rellenando y ha dicho:

—¿Es usted la artista?

Y Misty ha dicho:

—Sí, pero solamente durante el resto de esta vida. Luego ya no. La ayudante la ha llevado por un viejo pasillo de cemento hasta una puerta metálica. Ha abierto la puerta y ha dicho:

—Ya es la hora de luces apagadas.

Ha abierto la puerta de metal, se ha hecho a un lado y ha sido entonces cuando Misty lo ha visto.

Lo que no te enseñan en la facultad de bellas artes. El hecho de que uno siempre está atrapado.

El hecho de que tu cabeza es la caverna y tus ojos la boca de la caverna. De que uno vive dentro de su cabeza y solamente ve lo que quiere. De que solamente ve las sombras y se inventa un significado para ellas.

Solamente para que conste en acta, ahí estaba. En el cuadrado alargado de luz que entraba por la ventana abierta de la celda, escrito en la pared opuesta de la celda diminuta, decía: «Si estás aquí, has vuelto a fracasar». Firmado: «Constance».

Con la caligrafía ahuecada y amplia, cariñosa y atenta, con la caligrafía de ella. En este sitio en el que Misty no ha estado nunca pero donde siempre termina, una y otra vez. Es entonces cuando oye las sirenas, muy lejanas. Y la ayudante dice:

—Volveré dentro de un rato a ver cómo está.

La ayudante sale y cierra la puerta con llave.

En lo alto de una de las paredes hay una ventana, demasiado alta para que Misty llegue a ella, pero que debe de dar al océano y a la isla de Waytansea.

Bajo la luz anaranjada y parpadeante que entra por la ventana, bajo la luz y las sombras danzarinas de la pared de cemento que hay enfrente de la ventana, bajo esa luz Misty sabe todo lo que Maura supo. Todo lo que Constance supo. Misty sabe que las han engañado a todas. Igual que supo cómo pintar el mural. Igual que Platón dice que ya lo sabemos todo de entrada y que solamente necesitamos recordarlo. Lo que Carl Jung llama el inconsciente universal. Misty se acuerda.

Igual que la cámara oscura proyecta una imagen sobre un lienzo, igual que funciona el cuerpo de una cámara fotográfica, la ventana diminuta de la celda proyecta un amasijo de colores naranja y amarillo, de llamas y sombras entremezcladas en la pared de enfrente. Lo único que se oyen son las sirenas y lo único que se ven son las llamas.

Es el hotel Waytansea en llamas. Con Grace y Harrow y Tabbi dentro.

Hemos estado aquí. Estamos aquí. Siempre estaremos aquí.

Y hemos vuelto a fracasar.

3 DE SEPTIEMBRE,
LUNA EN CUARTO CRECIENTE

Misty aparca el coche en el cabo de Waytansea. Tabbi está sentada a su lado, abrazando una urna con ambos brazos. Sus abuelos. Tus padres. Grace y Harrow.

Sentada junto a su hija en el asiento delantero del viejo Buick, Misty le pone una mano en la rodilla a su hija y dice: —¿Cariño?

Y Tabbi se gira para mirar a su madre. Misty dice:

—He decidido cambiarnos legalmente los nombres. —Misty dice: Tabbi, necesito decirle a la gente lo que ha sucedido realmente. —Misty aprieta la rodilla huesuda de Tabbi, con las medias blancas escurriéndosele rodilla abajo, y le dice—: Podemos ir a vivir con tu abuela a Tecumseh Lake.

La verdad es que ahora pueden irse a vivir a cualquier parte. Vuelven a ser ricas. Grace y Harrow y todos los ancianos del pueblo han dejado millones de dólares en concepto de seguros de vida. Millones y millones, libres de impuestos y a salvo en el banco. Que generan los bastantes intereses como para darles otros ochenta años de seguridad.

Dos días después del incendio, el perro rastreador del detective Stilton se puso a escarbar en la montaña de madera carbonizada. Los primeros tres pisos del hotel habían quedado reducidos a las paredes de piedra. El calor había convertido el cemento en un cristal de color verde azulado. Lo que olió el perro, ya fuera tréboles o café, guió a los empleados del rescate hasta Stilton, muerto en el sótano de debajo del vestíbulo. El perro, que se echó a temblar y a mearse, se llamaba Rusty.

Las imágenes han llegado a todo el mundo. Los cuerpos extendidos en la calle delante del hotel. Los cadáveres calcinados, negros y resecos, agrietados y mostrando la carne cocida de su interior, húmeda y roja. En todos los planos, en todos los ángulos de la cámara, hay un logotipo corporativo.

Cada segundo de las grabaciones en vídeo muestra los esqueletos ennegrecidos y colocados en el aparcamiento. Un total de ciento treinta y dos por el momento, y encima de ellos, por encima de todos ellos, se ve el nombre de alguna empresa. Algún eslogan o una mascota sonriente. Un tigre dibujado. Algún lema vago y optimista.

«Bonner & Mills: Cuando esté usted listo para afincarse.»

«Mewrworx: Donde el progreso no consiste en quedarse en un mismo sitio.»

Si no entiendes algo, puedes hacer que signifique cualquier cosa.

En cada plano de las noticias hay aparcado algún coche de la isla con un anuncio serigrafiado. Algún desperdicio de papel, un vaso de cartón o una servilleta, con un nombre corporativo impreso. Se ve una valla publicitaria. Los isleños llevan sus chapas o sus camisetas y son entrevistados con los cuerpos retorcidos y humeantes de fondo. Ahora los servicios financieros y las cadenas de televisión por cable y las compañías farmacéuticas están pagando millonadas para retiñir todos sus anuncios. Para borrar sus nombres de la isla.

Añade ese dinero a los seguros y la isla de Waytansea es más rica de lo que ha sido nunca.

Sentada en el Buick, Tabbi mira a su madre. Mira las urnas que tiene sujetadas con la parte de dentro de los codos. El músculo
zygomaticus major
le tira de los labios hacia las orejas. Las mejillas de Tabbi se hinchan y le levantan un poco los párpados de abajo. Abrazando las cenizas de Grace y de Harrow, es como una pequeña Mona Lisa. Sonriente y anciana, Tabbi dice:

—Si tú lo cuentas, yo lo cuento.

La obra de arte de Misty. Su hija. Misty dice:

—¿Qué vas a contar? Y sin dejar de sonreír, Tabbi dice:

—Que les incendié la ropa. El abuelito y la abuelita Wilmot me enseñaron a hacerlo y yo se la incendié. —Dice—: Me taparon los ojos con cinta adhesiva para que no viera nada y así pudiera salir.

En los trozos de videos informativos que sobreviven no se ve más que humo saliendo de las puertas del vestibulo. Momentos después de que se desvele el mural. Los bomberos entran y no vuelven a salir. Ninguno de los policías ni los invitados salen. Cada segundo que avanza el cronómetro sobreimpreso en la pantalla el fuego arrecia y las llamas convierten las cortinas en jirones de color naranja. Un agente de policía cruza el porche a cuatro patas para mirar por la ventana. Se agacha junto a esta y mira adentro. Luego se pone de pie. El humo le azota la cara, las llamas le rocían la ropa y el pelo y él pasa una pierna por encima de la repisa. Sin pestañear. Sin estremecerse. Con la cara y las manos ardiendo. El agente de policía mira sonriente lo que está viendo en el interior y camina hacia ello sin mirar atrás.

La versión oficial es que el fuego lo provocó la chimenea del comedor. La política del hotel de que el tuesto siempre tenía que estar encendido, por mucho calor que hiciera, que lo que inició el incendio. La gente murió a un paso de las ventanas abiertas. Sus cadáveres se encontraron a un brazo de distancia de las puertas de salida. Se encontró a los muertos arrastrándose, gateando y apelotonándose en dirección a la pared del comedor donde ardía el mural. Hacia el centro del fuego. Hacia lo que fuera que el policía había visto a través de la ventana del porche. Nadie intentó escapar, Tabbi dice:

—Cuando mi padre me pidió que me escapara con él, se lo dije a la abuelita. —Dice—: Así nos salvé. Salvé el futuro de la isla entera.

Mirando el océano a través de la ventanilla del coche, y sin mirar a su madre, Tabbi dice:

—Así que si se lo cuentas a alguien —dice—, iré a la cárcel. —Dice—: Estoy muy orgullosa de lo que hice, madre.

Mira el océano. Sus ojos siguen la curva de la costa hasta el pueblo y la efigie negra del hotel en ruinas. Donde la gente ardió viva, transfigurada por el síndrome de Stendhal. Por el mural de Misty.

Misty zarandea la rodilla de su hija y dice: —Tabbi, por favor.

Y sin levantar la vista, Tabbi estira el brazo para abrir la portezuela del coche y salir.

—Me llamo Tabitha, madre —dice—. A partir de ahora, haz el favor de llamarme por mi nombre completo.

Cuando mueres en un incendio, se te encogen los músculos. Los brazos se te contraen, los puños se te cierran y se te proyectan hacia la barbilla. Se te doblan las rodillas. Todo es obra del calor. Se llama la «postura del púgil» porque pareces un boxeador muerto.

La gente que muere en un incendio, la gente que está en estado vegetativo persistente, todos acaban en esa misma postura. La misma en que están las criaturas que esperan nacer.

Misty y Tabitha pasan junto a la estatua de bronce de Apolo. Junto al prado. Junto al mausoleo ruinoso, una sede bancaria mohosa cavada en la colina, con la cancela de hierro colgando de sus goznes. La oscuridad de dentro. Caminan hasta el final del cabo y Tabitha, que ya no es su hija, ya no es parte de Misty, ahora es alguien a quien Misty no conoce, una desconocida, Tabitha vacía las dos urnas desde lo alto de un acantilado sobre el mar. La larga nube gris de lo que hay dentro, el polvo y las cenizas, se aleja arrastrada por la brisa. Y se hunde en el océano.

Solamente para que conste en acta, la Alianza Oceánica por la Libertad no ha vuelto a emitir ningún otro comunicado y la policía no ha hecho detenciones.

El doctor Touchet ha declarado la única playa pública de la isla cerrada por razones sanitarias. El ferry ha reducido su servicio a dos trayectos semanales y solamente para residentes de la isla. La isla de Waytansea ha quedado a todos los efectos cerrada a los forasteros.

De regreso al coche, pasan junto al mausoleo.

Tabbi... Tabitha se para y dice:

—¿Te gustaría mirar ahora lo que hay dentro?

La cancela de hierro oxidada y colgando de los goznes. La oscuridad interior.

Y Misty dice:

—Sí.

Solamente para que conste en acta, el parte meteorológico de hoy anuncia tiempo tranquilo. Tranquilo, resignado y derrotado.

Uno, dos, tres pasos en la oscuridad y aparecen. Dos esqueletos. Uno tirado en el suelo, de lado y encogido. El otro sentado con la espalda apoyada en la pared. Sobre sus huesos crecen el moho y el musgo. Por las paredes caen hilos de agua. Los esqueletos de ella, de las mujeres que ha sido Misty.

BOOK: Diario. Una novela
3.41Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Heart of a Hero by Barbara Wallace
The Ugly American by Eugene Burdick, William J. Lederer
Machines of the Dead 3 by David Bernstein
Unusual Inheritance by Rhonda Grice
The Saffron Malformation by Walker, Bryan
The Millionaire by Victoria Purman
Angelborn by Penelope, L.