Tarda un momento en responder, en superar la desesperación. Pero cuando lo hace, vale la pena. La sonrisa que ilumina su cara alegra al instante lo que parecía que iba a ser un día triste y deprimente.
—Bueno, estaba pensando que podríamos hacer algo espontáneo, tal vez incluso un poco alocado. Estaba pensando que podríamos intentar divertirnos un poco para variar. Recuerdas lo que es divertirse, ¿no es así?
—Vagamente —contesto, participando de buena gana en este juego en particular.
—Pensaba que podríamos viajar a algún sitio…
Me dedica una mirada maliciosa y misteriosa, y echa a andar hacia el diván de cuero de color crema situado al otro lado de la habitación. Coge el batín de seda oscura que abandonó anoche sobre el brazo del sofá y se lo pone rápidamente. Su cuerpo se mueve con gestos tan fluidos que parece fundirse con la prenda.
Le observo con atención. Me pregunto si será cierto que ha estado planeando algo así o si solo trata de tentarme con un plan que se le acaba de ocurrir.
—Pero… —Hace una pausa y se ata el cinturón a la altura de las caderas. El batín cuelga abierto y suelto, y deja al descubierto su pecho desnudo y unos abdominales bien definidos.
Apoyo la espalda contra el cabecero al tiempo que me levanto la sábana hasta la barbilla. Al verlo semidesnudo, soy consciente de lo poco vestida que voy yo también. Aún no me he acostumbrado a la intimidad que conlleva la vida en pareja, y todas las mañanas me siento bastante tímida y cohibida.
—Ever, sé cuánto deseas llegar al fondo de todas tus preocupaciones y, como te dije anoche, estoy dispuesto a ayudarte…
Lo miro y me preparo para afrontar sus mejores capacidades de negociación, afinadas y pulidas. Casi puedo ver en sus ojos los argumentos que construye.
—Así que estoy dispuesto a dedicarle una semana a este asunto. Durante una semana ininterrumpida centraré toda mi atención en tratar de descifrar el código de esa anciana loca, y luego, cuando esa semana termine, si no hemos llegado a ninguna conclusión, bueno, lo único que te pido es que aceptes la derrota con elegancia para que podamos pasar a un plan mucho mejor, mucho más alegre y mucho más divertido. ¿Qué me dices?
Me mordisqueo la cara interna de la mejilla, tomándome unos segundos para meditar mi respuesta:
—Pues te digo que depende.
Me mira y, al cambiar de posición, se le afloja ligeramente el batín. Amplía la visión. No juega limpio.
—Depende de ese plan tuyo. —Mis ojos se clavan en los suyos—. Tengo que saber en qué me estoy metiendo, adónde tienes previsto llevarme. No puedo acceder a ciegas, sin más, a cualquier cosa que se te ocurra. Tengo mis normas, ¿sabes?
Aparto la mirada y me miro las manos, negándome a mirarle a él, a contemplar la maravilla que él representa, y opto por concentrarme en mis cutículas.
Damen se echa a reír. Su carcajada profunda y gozosa llena la habitación, llena mi corazón. Me alegra saber que el humor melancólico de hace unos instantes ha quedado olvidado por el momento.
Se vuelve y se dirige al cuarto de baño. Las palabras flotan por encima de su hombro cuando dice:
—Un viaje. Tú y yo solos en algún lugar magnífico y exótico. Un viaje como es debido, Ever. Lejos de todos y de todo. Unas vacaciones en el sitio que yo elija. Solo tienes que acceder a eso. Déjame los detalles a mí.
Sonrío para mis adentros. Me encanta cómo suenan sus palabras y las imágenes que suscitan en mi mente, pero no pienso reconocerlo, así que me limito a decirle:
—Ya veremos. —El sonido del agua llega desde su espaciosa ducha y sofoca mi voz—. Ya lo veremos —murmuro, tentada de reunirme con él. Sé que es justo eso lo que quiere, pero, como solo dispongo de una semana para descifrar el código, opto por dirigirme hacia su ordenador portátil.
—¿H
as encontrado algo?
Damen se frota el pelo mojado con una toalla para quitarle el exceso de humedad. A continuación, la arroja a un lado y la sustituye por un rápido movimiento de los dedos.
Me aparto del escritorio y ruedo con la silla unos centímetros hacia él. Me pongo a mover la silla hacia delante y hacia atrás y de lado a lado mientras contesto:
—He hecho varias búsquedas. He buscado esos números que mencionó, pensando que podía tratarse de una fecha, o de un código, o de un vínculo a un pasaje importante, un himno, un salmo, un poema, o… algo. —Me encojo de hombros—. Incluso he buscado ese nombre que pronunció, «Adelina», pero no me ha salido nada. Así que luego he hecho una búsqueda de los números y el nombre juntos, pero tampoco he encontrado nada. O al menos nada que parezca relacionado con nosotros.
Asiente con la cabeza y desaparece un momento en el vestidor. Al poco rato reaparece vestido con un par de vaqueros limpios y un jersey negro. Yo opto por la táctica mucho más fácil y un tanto perezosa de manifestar mi propia ropa, que resulta ser muy similar.
Aunque mi jersey es azul. A él le gusto vestida de azul. Dice que resalta el azul de mis ojos.
—Bueno, ¿por dónde empezamos?
Se sienta en la butaca y se pone unos zapatos negros sin cordones TOMS, una de las pocas cosas que aún compra, pero solo porque parte de los beneficios se destinan a proyectos solidarios.
Han quedado atrás las botas de cuero italianas hechas a mano que llevaba cuando nos conocimos. Ahora usa chanclas baratas de goma en verano y TOMS en invierno. Aparte de su opulenta y enorme mansión de multimillonario y del reluciente BMW M6 Coupé negro totalmente equipado que aguarda en el garaje (un coche que le obligué a manifestar de nuevo y conservar), parece tener previsto mantener su reciente promesa de vivir de forma más sencilla y consciente, menos vistosa y materialista.
—Durante la próxima semana, soy todo tuyo —declara, poniéndose en pie y tomándose un momento para sacudir cada pierna y colocarse bien el dobladillo de los vaqueros.
—¿Solo durante la próxima semana?
Me sitúo ante el espejo enmarcado de cuerpo entero apoyado contra la pared, tratando de convencer a mi pelo para que haga algo distinto y no se limite a permanecer liso contra mi cabeza. Sin embargo, tras manifestar unos rizos y ondas que no me quedan bien, desisto y lo dejo tal como estaba; solo me lo recojo en una cola baja y floja.
—Aunque tú y yo no tenemos fecha de caducidad, este pequeño proyecto tuyo sí la tiene, y estuviste claramente de acuerdo. Así que, dime, ¿por dónde empezamos? —pregunta, mirándome y aguardando instrucciones.
Compruebo mi perfil y me paso las manos por los mechones sueltos que insisten en sobresalir por los lados. Creo que debería intentar otra cosa, pues no acabo de estar satisfecha con el reflejo que me devuelve el espejo. Inspiro hondo y me fuerzo a aceptarlo.
Cada vez que me miro, lo único que veo son aspectos que me gustaría cambiar.
Cada vez que Damen me mira, lo único que ve es un espléndido regalo del universo.
Entre una y otra perspectiva se halla la verdad.
—Vamos —le digo, girándome para poder mirarlo a la cara. Sé que no hay tiempo que perder, que una semana llena de ocupaciones, una semana como la que he planeado, puede parecer un par de minutos.
Le aprieto la mano, nos situamos uno junto al otro y visualizamos el suave velo dorado resplandeciente que nos lleva a Summerland.
Nos saltamos el enorme y fragante prado salpicado de árboles y flores palpitantes, y optamos por aterrizar al pie del amplio tramo de escalones que lleva a los Grandes Templos del Conocimiento. Nos detenemos un instante con los pensamientos acallados y los ojos muy abiertos. La visión es tan imponente que nos deja a ambos sin aliento.
Nos fijamos en los intrincados grabados, en el enorme tejado inclinado, en las imponentes columnas y en las alucinantes puertas. Todas sus vastas y variadas partes cambian a toda velocidad: las pirámides de Giza se convierten en el templo del Loto, que a su vez se transforma en el Taj Mahal, y así sucesivamente. El edificio se rehace y se reforma, hasta que las mayores maravillas del mundo aparecen representadas en su fachada cambiante. El templo solo acoge a quienes son capaces de verlo como es: un lugar impresionante creado a base de amor, de conocimiento y de cosas buenas.
Las puertas se abren ante nosotros. Subimos las escaleras y nos adentramos en el amplio y espacioso vestíbulo lleno de una luz brillante y cálida, un resplandor luminoso que, al igual que en el resto de Summerland, inunda hasta el último recoveco, el último rincón y el último espacio, sin dejar sombras o zonas oscuras (salvo las que creo yo) y sin parecer emanar de ningún sitio.
Luego avanzamos entre columnas de mármol blanco esculpidas al estilo de la antigua Grecia; pasamos junto a las múltiples filas de largas mesas y bancos de madera tallada, en los que se sientan sacerdotes, rabinos, chamanes y todo tipo de buscadores espirituales, entre los cuales «¿podría estar Jude?».
En cuanto su nombre aparece en mi mente, Jude levanta la cabeza y me mira. Los pensamientos son cosas y están compuestos por una energía muy pura. Aquí en Summerland todo el mundo puede oírlos.
—Ever… —me saluda; se pasa la mano por la frente y a continuación se aparta de la cara la maraña de largas rastas de color bronce—. Y Damen… —Su expresión se mantiene inescrutable, ilegible, aunque está claro que hace un gran esfuerzo por ocultar sus emociones.
Se levanta de su asiento muy despacio, a regañadientes. Pero, cuando Damen avanza hacia él sonriente, Jude hace lo que puede para corresponderle, y su propia sonrisa hace aparecer sus hoyuelos.
Sin moverme, me quedo de pie contemplando el habitual ritual de saludo masculino, con sus palmaditas en el aire y en la espalda. Mientras tanto, intento interpretar el significado de las mejillas enrojecidas de Jude, por no mencionar la sombra de pesar que aparece en sus ojos de color aguamarina.
Aunque Damen y él han llegado a una tregua, aunque Jude conoce ahora nuestros principales secretos y no piensa divulgarlos, aunque tengo la absoluta certeza de que su asombrosa capacidad de frustrar mis mejores planes no resulta nada calculada por su parte, aunque sé con certeza que una fuerza superior le obliga a hacerlo, a entrometerse siempre en el peor momento posible, no puedo evitar vacilar, no puedo superar mi reticencia a saludarle.
Pero solo tardo un instante en reconocer esa vacilación como lo que realmente es.
Me siento culpable.
Con esa culpabilidad de toda la vida.
Ni más ni menos.
La clase de culpabilidad causada por haber compartido con alguien un largo pasado, un tanto enrevesado y en ocasiones bastante romántico, y sin embargo, al final, escoger siempre a otra persona.
Pese a que Jude intentó evitarlo, siempre escogí a Damen. Y hace muy poco he vuelto a hacerlo.
Aunque sé que he tomado la mejor decisión, la más correcta, la única posible; aunque sé de forma instintiva que hay otra persona ahí fuera, otra persona mucho más adecuada para él que yo, Jude no opina lo mismo.
Nos mira, primero a Damen y luego a mí. Su mirada acaba asentándose en la mía y desata una inconfundible oleada de calma serena y lánguida que atraviesa mi cuerpo, un fenómeno que solo he experimentado con él, en esta vida y en las que la han precedido. Y por más que intento mantenerme distante y neutral, es imposible ignorar el anhelo que muestra su mirada, la pequeña esperanza que aún conserva. Aunque desaparece en un instante, aunque Jude se apresura a sustituir ese anhelo por otra cosa, por algo que contiene mucho menos dolor, algo mucho más benigno, me tomo un momento para manifestar una brillante estrella sobre su cabeza, deseando una vez más que encuentre pronto a la única persona en el universo que le está destinada solo a él, que es mucho más adecuada para él de lo que yo podría ser jamás.
Luego la hago desaparecer antes de que ellos la vean.
—¿Qué te trae por aquí? —le pregunto, forzando una sonrisa y manteniéndola hasta que empieza a parecerme real.
Mueve los pies de un lado al otro, oscila hacia delante y hacia atrás sobre los talones mientras sus dedos tratan torpemente de meterse en las trabillas de los vaqueros. Revisa sus pensamientos, sopesa sus opciones, duda entre una sinceridad total o parcial, y opta por la total cuando dice:
—Es que me gusta esto. No puedo evitarlo. Ava siempre me advierte de que no me pase, pero no puedo mantenerme lejos de aquí.
—Summerland es así. —Damen asiente con la cabeza como si lo entendiese muy bien, como si él mismo se hubiese enfrentado a la misma tentación. Y quién sabe, quizá sea cierto y no haya tenido tiempo de contármelo—. La atracción es enorme —añade—. Cuesta ignorarla.
—¿Estás investigando algo en particular?
Me esfuerzo por hablar con un tono de voz normal, aunque me pongo de puntillas para tratar de ver la tablilla que él estaba estudiando cuando hemos llegado. Pero es demasiado listo y se apresura a borrarla en cuanto ve lo que intento.
Por eso me quedo tan sorprendida cuando dice:
—La verdad es que estaba investigando un poco sobre ti. —Clava en mí sus ojos ardientes, y Damen entorna los suyos, tratando de determinar a qué se refiere. Los miro, primero al uno y luego al otro, e intento buscar algo que decir, pero Jude se me adelanta—: Estaba tratando de averiguar por qué me entrometo siempre en tus planes.
Hago una pausa. Se me seca la garganta y carraspeo un poco antes de poder hablar.
—¿Y has llegado a alguna conclusión? —pregunto, demostrando alto y claro con mi voz, mi postura, mi expresión y mi comportamiento que mi interés por este tema prácticamente no conoce límites.
Niega con la cabeza. Su expresión me pide disculpas de un modo que las palabras no pueden expresar.
—No, o al menos nada concreto —dice.
Dejo caer los hombros y un suspiro escapa de mis labios. No puedo dejar de pensar lo agradable que habría sido que Jude hubiese podido hacer todo el trabajo por mí, pero las cosas nunca son tan fáciles.
—Aunque había algo…
Jude vuelve a contar con toda mi atención, y creo que también con la de Damen.
—No es algo que haya visto —añade—. Es más bien un pensamiento que no deja de asaltarme y que no he podido ahuyentar.
—Así es como funciona Summerland —comento, asintiendo con demasiada energía—, o al menos los Grandes Templos. No siempre es concreto, ¿sabes? No siempre es algo que puedas leer o experimentar. A veces es solo un pensamiento persistente que se niega a marcharse hasta que le prestas atención.