—Tíralo —digo—. Tíralo todo. He reservado muchos frutos sobrantes para cualquier inmortal que se encuentre atrapado. En cuanto al elixir, no lo necesitamos; es hora de deshacernos de él.
Nos ponemos manos a la obra: yo destapo los frascos y él los vacía por el desagüe. Y cuando hemos acabado se vuelve hacia mí, me coge de las manos y me dice que visualice un velo dorado resplandeciente.
—¿Summerland? —pregunto, enarcando las cejas. No sé por qué he tenido que llenar una bolsa de viaje para ir a Summerland si allí se puede manifestar cuanto se desee, y tampoco sé si aún podremos ir. Sé que me sentiré desolada si resulta que no.
Pero él se limita a negar con la cabeza y dice:
—Cree.
Y eso hago.
Al cabo de un instante, atravesamos la luz y entramos en ese vasto y fragante campo. Nos sentimos felices, satisfechos y complacidos al saber que sigue estando dentro de nuestras posibilidades.
Damen me mira tan aliviado como yo y dice:
—Y ahora la segunda parte.
Espero conteniendo el aliento, sin tener la menor idea de lo que puede ser.
—¿Recuerdas cuando Miles hablaba de que viajásemos todos por Europa con una mochila después del instituto?
Asiento, aún más perpleja.
—Pues he pensado que es una idea genial. Y como no llegamos a hacer nuestras vacaciones debido al viaje al árbol y todo eso, y como has conseguido que te admitan en la universidad aunque sea tarde, se me ha ocurrido aceptar su sugerencia.
—Pero Miles no va a viajar a Europa —digo.
Sé con certeza que va camino de una gran prueba en Nueva York y que Holt le acompaña. Y, si no recuerdo mal, le predije que sería el elegido en esa prueba. Se convertirá en una gran estrella de Broadway, y Holt va a permanecer mucho tiempo a su lado.
—Lo sé, pero se me ha ocurrido que eso no significa que no podamos ir nosotros, ¿verdad? Así pues, si a ti te parece bien, he pensado empezar por Italia. Estoy deseando enseñarte los sitios que solía frecuentar. Florencia es una ciudad preciosa; sé que te encantará. ¡Y la comida! —Me mira sonriendo de oreja a oreja y dice—: Bueno, me han dicho que ha mejorado mucho en los últimos seiscientos años.
—Entonces… ¿vamos a la versión de Italia de Summerland? —digo, tratando de disimular mi decepción.
Pero Damen se echa a reír.
—No. Tenía dos razones para venir aquí: la primera, ver si podíamos; y la segunda, evitarnos el tráfico. Salimos del aeropuerto de Los Ángeles. Nuestro avión despega a… —Consulta su reloj y me mira—. Despega dentro de un cuarto de hora.
—¡Pero tenemos que pasar por seguridad! Y llegar a la puerta de embarque y…
Damen me interrumpe diciendo:
—Silencio… Cierra los ojos e imagina que ya estás en el asiento 3-A, sentada junto a mí…
C
aemos sobre nuestros asientos. A pesar de mis miedos, el alboroto que precede al despegue es tan intenso que nadie se da cuenta de que hemos aparecido de golpe. Cuando Damen mete mi bolsa en el compartimiento para equipajes, observo que él no lleva equipaje.
—¿Y tú? —le pregunto mientras ocupa el asiento contiguo—. Ya sé que vas a necesitar un período de adaptación, pero no puedes manifestar cosas nuevas cada vez que las necesites, ¿sabes? Vas a tener que ir a la tienda y comprarlas. Vas a necesitar dinero, tarjetas de crédito, pasaportes y… ¡Por el amor de Dios, ¿te has acordado de traer dinero, tarjetas de crédito y pasaportes?! ¿Y por qué volamos siquiera? ¿Por qué no hemos aterrizado directamente en Italia?
Damen sonríe y detiene mi torrente de palabras con un beso, disolviendo mi angustia y recordándome lo que de verdad importa.
Se aparta, me acaricia la mejilla, me coloca unos mechones sueltos detrás de la oreja y dice:
—No te preocupes. Lo tengo solucionado. Todo está resuelto. Todo va bien. Ah, y en cuanto al avión, tú querías ser normal…
—¿Viajar en primera clase es normal? —le pregunto, tras recorrer con la mirada la cabina espaciosa y bien acondicionada.
—Para mí, sí —contesta entre risas.
Asiento con la cabeza y disfruto de la cálida sensación de su mano en la mía. Miro por la ventanilla mientras el avión se dirige a la pista de despegue. No puedo dejar de maravillarme del camino que hemos recorrido, del camino que aún nos queda por recorrer. Caigo en la cuenta de que hacía mucho tiempo que no era tan feliz; puede que nunca lo haya sido.
Me dispongo a centrar mi atención en el vídeo de seguridad (ahora que ya no soy inmortal estoy obligada a preocuparme por cosas mundanas como esa), cuando la veo.
De pie en el ala, saltando arriba y abajo, y saludándome con el brazo.
Riley.
Mi hermanita fantasmal y adorablemente impertinente, y, por lo que veo, Buttercup está junto a ella.
Lanzo un grito ahogado y apoyo la mano en la ventanilla. Me pregunto si la visión es real, si de verdad puedo verla ahora o si no son más que ilusiones. Entonces Buttercup ladra y menea la cola. Riley mira a su alrededor como si esperase ver a alguien, como si la siguieran.
Me vuelvo hacia Damen y tiro de su manga; quiero que vea lo que veo yo. Pero cuando nos volvemos Riley se ha marchado. Y, por más que lo intento, no puedo traerla de vuelta.
Pero la he visto.
Sé a ciencia cierta que era ella.
También sé que volveré a verla. Si no es holgazaneando sobre las alas de un avión, será al otro lado de ese puente.
Solo espero que lo del puente tarde en llegar.
Mientras el avión cabecea en la pista de despegue y va ganando velocidad, me apoyo en el hombro de Damen. En ese momento, un bonito tulipán rojo baja flotando de ninguna parte y aterriza en mi regazo.
El mismo tulipán que Damen ha tratado de manifestar hace un rato.
Nos miramos con los ojos abiertos de par en par. No hacen falta más pruebas de la realidad.
Todo lo que puede hacerse en Summerland también puede hacerse en el plano terrestre; simplemente se requiere algo más de tiempo, eso es todo.
Coloco mi mano en el tallo y Damen coloca la suya sobre la mía. Nos apoyamos el uno contra el otro. Nos sentimos felices, satisfechos, deseosos de aceptar lo que venga a continuación, sea lo que sea, mientras el avión se eleva en el cielo.
E
scribir esta saga ha supuesto para mí un viaje increíble, y me siento muy agradecida por haber podido contar con el formidable equipo de sherpas que me ha mostrado el camino. Quiero expresar mi más chispeante, enorme y colorida gratitud a: Matthew Shear, Rose Hilliard, Anne Marie Tallberg, Katy Hershberger, Angela Goddard, Brittney Kleinfelter, Bill Contardi y Marianne Marola. ¡Sois los MEJORES!
También quiero transmitirles mi especial agradecimiento a mis editores extranjeros: ¡gracias por acercar la saga Eternidad a los lectores de todo el mundo!
Y, por supuesto, a Sandy, siempre.