Desahucio de un proyecto político (5 page)

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Authors: Franklin López Buenaño

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El pobre desempeño de la
economía

No cabe
duda de que el Ecuador no ha experimentado, ni de cerca, espectacularidades
peor milagros económicos. Tres indicadores bastan para demostrar el pobre
desempeño de la economía: el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) per
cápita, la productividad-competitividad y el peso de las remuneraciones
salariales con respecto al PIB.

Entre
1979 y 2006, en el país sí hubo progreso, a pesar de los malos precios del
petróleo entre 1983 y 2000. La esperanza de vida creció de 61 a 75 años, mientras
que la mortalidad infantil cayó de 59 a 16 por cada 1000 nacidos vivos y el
analfabetismo, de más de 20% a menos de 8%. En otras palabras, a pesar de los
graves problemas de pobreza y de distribución de riqueza, el país iba por buena
camino.

El
ingreso per cápita, la productividad, la pobreza y la desigualdad

La
única época en la que hubo un excelente rendimiento de la economía fue durante
la época liberal (1948-1960). Reporta Alfredo Valdivieso (2010) que, de 1950 a
1964, la tasa anual de crecimiento promedió 3,75%. De 1979 a 1998, se redujo al
3,02% mientras que de 1999 a 2009, el promedio anual del PIB por persona llegó
apenas a 1,53%. La economía experimentó un crecimiento saludable entre
2001-2003, que fue de 3,8%, y entre 2004 y 2006 fue de 6,4%.

Suficientes
estas cifras para evidenciar que la
tendencia
de la actividad económica se ha reducido. Claro está que hay unos años mejores
que otros, como se muestra en la Figura 1, pero, en general, la economía
ecuatoriana no prospera con suficiencia, pues el ingreso por persona se
mantiene prácticamente constante.

La
productividad (es decir, producir más con menos recursos) tampoco exhibe
crecimientos significativos y prácticamente se ha estancado. El Foro Económico
Mundial reporta en su informe de 2010 que el Ecuador ocupa el puesto número 105
entre 144 países. La Organización Mundial del Trabajo publica los siguientes
datos:

De
manera similar se puede observar que el peso de los salarios con respecto al
total de la actividad económica exhibe también una tendencia a la baja.
 
Esto demuestra que la condición económica de
los asalariados no ha mejorado durante estos años.

Además
de estas cifras macroeconómicas, es importante anotar que tampoco se han podido
reducir las desigualdades de ingreso ni la pobreza. Aunque hubo algunas
mejoras, no son comparables con las de otros países latinoamericanos. Por
ejemplo, el coeficiente de Gini * —que mide la desigualdad— publicado por la
Cepal demuestra un aumento de 51,3 (2004) a 54,0 (2007). Y cuando se compara
con otros países de la región, los resultados son terribles. El Ecuador está a
la par de Bolivia, Haití y Brasil en desigualdad, según las Naciones Unidas
(Untad).

* Mientras más alto, mayor
desigualdad.

Este pobre
desempeño de la economía es causa y resultado de la ideología imperante
. Llevan a muchos a afirmar que
no es posible despegar a menos que se realice un cambio de sistema. La
Constitución de Montecristi fue para muchos el camino a seguirse pero, como
veremos, esto es infructuoso y hasta se puede argumentar que empeoró y
empeorará la situación.

Pero no se puede
soslayar que la disparidad de riqueza y de ingresos es una de las más grandes
de América Latina ni que, a la vez, es una de las más grandes del mundo. El
debate se centra sobre los
medios
a utilizarse, y la crítica que hago en
este libro es que las medidas que propone la Revolución Ciudadana son
contraproducentes y, en lugar de mejorar la situación de los pobres, la
empeora.

Raíces de la problemática
ecuatoriana

Poco
a poco, ha ido ganando terreno
la hipótesis de que los problemas que aquejan a los ecuatorianos y a los
latinoamericanos en general se originan en los valores culturales.
Entendiéndose por “cultura” los valores y actitudes que una sociedad inculca en
sus ciudadanos.*
 
Osvaldo Hurtado
(2007), en su libro
Las costumbres de los
ecuatorianos
, describe lúcidamente cómo, a lo largo de la historia, se han
desarrollado
costumbres
que han sido un lastre para el
desarrollo económico. Es más, se puede aseverar con confianza que no son distintas
del resto de nuestros hermanos latinoamericanos.

* También se llama “cultura”
al conjunto de costumbres, actitudes, sentimientos, ideales, creencias, valores
y comportamientos que determinan la conducta de los individuos en su vida
cotidiana.

Una
breve lista abarca: desdén y desinterés por el trabajo, paternalismo,
cortoplacismo, falta de cultura de respeto a los derechos a la propiedad
privada, desconfianza, impuntualidad, indolencia, falta de iniciativa,
indisciplina y dejadez, incumplimiento de contratos, inobservancia de la ley y
de las normas, desdén de la educación. * No todas las costumbres son malas: el
ecuatoriano también es modesto, generoso, hospitalario, persistente y
aguantador (se dobla pero no se rompe). Es importante advertir que estas costumbres
pertenecen a la mayoría, y una misma persona puede tener algunas de estas
características, mas no de otras.

*
Una versión bastante sanguínea que circula por Internet (
http://www.sociedadanimal.net/filmoteca-f16/yo-vivo-en-un-pais-en-donde-t14256.htm
) ilustra que el problema no es solo de los ecuatorianos, sino también
de una mayoría de latinoamericanos.

Hurtado
afirma también que los valores culturales de los pueblos no son inmutables ni
tampoco inherentes a una raza, a un culto religioso o una clase social: “pueden
cambiar gracias a las transformaciones de las estructuras socio-económicas, al
papel ordenador de las instituciones políticas y jurídicas, a programas
educativos diseñados con tal propósito, a enseñanzas inculcadas por las
iglesias, a influencias benéficas venidas del exterior, a orientaciones
positivas de los medios de comunicación y al ejemplo de líderes esclarecidos”.

Otros
sostenemos también que los pobres resultados económicos son el producto de una
diagnosis superficial y de remedios que se conciben sobre fundamentos
simplistas y equivocados. En otras palabras, en una serie de creencias sobre la
manera en la que ocurren las relaciones sociales, a las que llamamos
“ideología”.

El papel de la ideología

La
ideología dominante es tal vez la ilustración más idónea para explicar las
situaciones económica, social y política. La ideología consiste en el conjunto
de creencias e ideas sobre cómo opera el sistema de relaciones sociales. Por
ejemplo, las creencias sobre la libertad, la igualdad social o la gloria
nacional. Estas creencias tienen raíces psicológicas, filosóficas, éticas o
religiosas y llevan a los individuos a postular ciertas acciones políticas,
como la formulación del sistema político (republicano, presidencialista o
parlamentario) o las estrategias en materia de administración de la cosa
pública (regulaciones, tributación e incentivos gubernamentales).

Las raíces psicológicas

Según
Esteban Laso (2010), una sociedad puede erigirse bien sobre la confianza o bien
sobre la sospecha. En una sociedad en la que predomina la confianza, el respeto
a la propiedad y a la palabra dada es moneda corriente.
 
Se supone, en general y a priori
,
que los demás van a ser honestos y
bienintencionados, me puedo comprometer con ellos en actividades colaborativas
que generen mutuos beneficios y cambiar de actitud si descubro que me han
engañado

Cuando
predomina la sospecha, todos tratan de ganar ventaja sobre los demás; siempre
es menos riesgoso mentir que cumplir con las promesas, pues así se impide a los
demás predecir nuestra estrategia para pergeñar la suya. Cuando me imagino que,
detrás de sus sonrisas, los demás están esperando un instante de debilidad para
causarme daño, tengo por fuerza que conducirme mendaz y astutamente.

América
Latina presenta las siguientes tres características: “bajísima confianza
interpersonal, altos niveles de corrupción y preferencia por el autoritarismo
versus la democracia”. *

* La evidencia es
contundente. Ver Laso, pág. 8, sobre el resultado de encuestas en Quito sobre
las actitudes: confianza, autoritarismo, irrespeto a las normas, inseguridad y
sensación de amenaza.

Vale la
pena citar textualmente las afirmaciones de Laso:

«Cuando las personas desconfían de los
desconocidos, actúan con cautela y suspicacia, prefieren precaverse de la
pérdida, el engaño o el ataque a corto plazo a involucrarse en actividades
productivas a mediano plazo. Viven bajo una amenaza constante pero difusa e
impredecible; y en la vida, como una lucha de todos contra todos, un juego de
suma cero en el que lo que unos ganan, otros pierden, por lo que se dedican a
defenderlo frenéticamente —lo que los vuelve extremadamente reacios al riesgo,
les impide forjar relaciones de solidaridad con extraños y les motiva a
aprovechar cualquier oportunidad de ganancia aunque se aparte de la Ley. Se
anticipan a la trampa del otro haciendo trampa a su vez, lo que mueve a los
demás a hacer trampa también. Esta forma de experimentar el mundo y la
existencia es propia de países como el nuestro, en donde la seguridad jurídica,
la institucionalidad y el imperio de la Ley son escasos o nulos y la inequidad,
muy alta: cuando puedo perderlo todo, todos son mis competidores en la
repartición de una torta cada vez más reducida.

»En este mundo amenazante, las personas solo
se fían de sus familiares o amigos más cercanos, nunca de los extraños; con lo
que, en vez de ampliar sus redes sociales, fortalecen las ya existentes. Esto,
a su vez, empeora la desconfianza: la sociedad se fragmenta dividiéndose en
grupos de confianza que se disputan el botín, mafias que se apropian de los
espacios de poder y capital. Si ya estaba fragmentada por la inequidad, la
desconfianza acentúa las diferencias y aumenta la cautela. La lucha de clases
deviene en guerra
[En
términos técnicos, la confianza dentro de los grupos aumenta y la generalizada
o entre grupos disminuye. N. del A.].

»Las mafias, circuitos por los que transita
la influencia, fomentan la corrupción. Más importante que seguir la Ley es
conocer a la gente correcta, pertenecer a los círculos adecuados, tener el
apellido apropiado… El imperio de la costumbre es siempre mayor que el de la
Ley; como no se puede regular todo, el intento de ofrecer seguridad
exclusivamente mediante la institución formal está condenado al fracaso
[Por eso, mi afirmación que la
Constitución de Montecristi está condenada a fracasar como fracasaron todas las
Constituciones anteriores. Esto, porque el problema es mucho más serio y
complejo de lo que se puede imaginar. N. del A.].
 
Las instituciones están
compuestas de personas que pertenecen a redes de confianza; en una sociedad
desconfiada, caen tarde o temprano en manos de una u otra mafia y dejan de ser
imparciales. Los grupos privilegiados se reparten el país; los excluidos pelean
por las migajas (énfasis mío).

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