Read Desahucio de un proyecto político Online
Authors: Franklin López Buenaño
Actualmente, el país es
únicamente consumista; compra autos, departamentos, artículos importados, pero
no hay incremento de inversión, ni de producción ni de puestos de trabajo.
Siguiendo el estilo de los refranes del autor: “Quita y no pon se acaba el
montón”.
Si no cambian el proyecto
político, o lo reforman con ideas pragmáticas, la economía ecuatoriana pronto
colapsará junto con el Socialismo del Siglo XXI.
Aprovecho estas líneas
finales para agradecer al Doctor Franklin López por haberme solicitado redactar
este prólogo de un libro importante para el futuro de nuestro país y escrito
por una de las mentes más brillantes de nuestro querido Ecuador.
* Jaime Brito se recibió como ingeniero civil en la
Universidad de Texas, en Austin, obtuvo un Máster en la Universidad de
Berkeley, California. Tiene un MBA de la Universidad Central del Ecuador y es
Economista por la Universidad Internacional del Ecuador.
Para
nadie es desconocido que nos gustaría vivir en una sociedad de bienestar,
progresista, pacífica, justa, con niveles bajos de pobreza y delincuencia.
Lastimosamente, se cree que estos deseos se pueden lograr con más o menos
buenos Gobiernos pero nos encontramos con una triste realidad: el sistema
socio-político-económico es un sistema complejo, en el que prima la
incertidumbre. Las relaciones e interacciones humanas no son
lineales
en el sentido de que se puede
identificar la causa y el efecto. Los efectos de la globalización, los avances
tecnológicos, los cambios en los deseos y preferencias de los consumidores,
etc., son variables impredecibles que modifican de una manera incierta el
camino hacia el futuro y nulifican las buenas intenciones de los gobernantes y
las aspiraciones de los pueblos. Sin embargo, como la gran mayoría de los seres
humanos no aprende de las experiencias de otros, parece que hay que sufrir en
carne propia para que “dentre la letra” y, por eso, se hace necesario registrar
cómo las utópicas promesas plasmadas en Montecristi, Ecuador, no se llegarán a
cumplir
ni de cerca
. Gabriela
Calderón de Burgos (2005) extrae de la Constitución las promesas así:
«preservar el crecimiento sustentable de la
economía y el desarrollo equilibrado y equitativo en beneficio colectivo;
erradicar la pobreza y promover el progreso económico, social y cultural de sus
habitantes; proteger el nombre, la imagen y la voz de la persona; proveer
trabajo para todos los ciudadanos; proteger primordialmente los derechos de los
niños y las mujeres; proteger, estimular, promover y coordinar la cultura
física, el deporte y la recreación como actividades para la formación integral
de las personas; proteger el derecho de la población a vivir en un
medioambiente sano y ecológicamente equilibrado, que garantice un desarrollo
sustentable; reconocer y garantizar el derecho a tomar decisiones libres y
responsables sobre su vida sexual. Además de estas protecciones, cada ciudadano
en este país tiene, entre otros, los siguientes derechos: a disponer de bienes
y servicios, públicos y privados, de óptima calidad; a la honra, a la buena
reputación y a la intimidad personal y familiar; a tener un trabajo que cubra
sus necesidades y las de su familia. Y cada ciudadano sabe muy bien que sus
deberes son, entre otros, los siguientes: acatar y cumplir la Constitución;
promover el bien común y anteponer el interés general al interés particular;
respetar la honra ajena; practicar la justicia y la solidaridad en el ejercicio
de sus derechos y en el disfrute de bienes y servicios; asumir las funciones
públicas como un servicio a la colectividad y rendir cuentas a la sociedad;
participar en la vida política… de manera honesta y transparente; ejercer la
profesión y oficio con sujeción a la ética; y en corto no ser ocioso, no
mentir, no robar».
Un día,
Alberto Acosta declaró: “No hay un camino para la Constituyente. La
Constituyente es el camino, que era la única manera de abrir la puerta a la
esperanza”. ¡Tantas esperanzas se depositaron en Montecristi! * Pero la realidad
actual demuestra que lo que se escribió fue tan ambiguo que se presta a muchas
interpretaciones y a confundir al pueblo. Y, como veremos más adelante, la
prosperidad no se construye “desde arriba”, ni con leyes ni con buenos
políticos.
* Diego Pérez Ordóñez dice
sardónicamente (2010): “En Montecristi, se apuraba una Constitución al parecer
escrita a ocho manos y ocho chafos por Yoko Ono, el Che Guevara, Timothy Leary
y García Moreno”.
Utopías
como las de Montecristi no caen del cielo. Supuestamente se necesitan líderes,
planificadores, ejecutores y administradores para llevarlas a cabo. ¿Quién o
quiénes serían los encargados de poner los mecanismos necesarios para lograr
este paraíso terrenal? Quién más sino un Gobierno de “manos limpias, mentes
lúcidas y corazones ardientes”. * He ahí el error fundamental del proyecto
político de Correa y sus adláteres. Cuando hay “planificación” y
“redistribución” —concebidas como lo hace el socialismo—, inexorablemente
surgen personas ineptas o inescrupulosas para aprovecharse de la “torta”. Ya lo
dijo el poeta romano Juvenal:
Quis
custodiet ipsos custodes?
(¿Quién guarda a los guardianes?).
* Antonio Rodríguez Vicéns (2010)
descubre que el eslogan fue escrito por Félix Dzierzynski, al inicio de la
Revolución de Octubre y bajo las órdenes de Lenín para tener su propia policía
de contraespionaje.
El
presente está ligado siempre al camino recorrido antes. Hemos llegado a donde
estamos porque el problema y los problemas que nos aquejan no son obra de
Correa. Muchos de sus
compañeros
que
se han distanciado de él mantienen que fueron largos años de lucha y de
concientización social los que lo llevaron al poder. No obstante, aunque —no se
puede negar que su personalidad, su clara manipulación de las instituciones, su
maniqueísmo y sus tendencias hacia el autoritarismo agravan la imagen del
socialismo del siglo XXI— su
proyecto
político
es el resultado de un proceso histórico que termina
inevitablemente en regímenes liderados por personas con el perfil psicológico
como el suyo.
Las
políticas socialistas explican el porqué las economías se estancan: las
empresas estatales son ineficientes; no hay avances tecnológicos porque los
emprendedores enfrentan demasiados y costosos obstáculos para iniciar una
empresa; el desempleo es alto y persistente porque no se puede despedir
fácilmente a los empleados que no rinden; los sectores informales florecen
porque la tributación es onerosa o no se garantiza la propiedad privada. Y, sin
embargo, ser
socialista
o ser
de izquierda
equivale a título de honra,
es que así “se está en el bando de los pobres”, aunque los resultados conlleven
más pobreza, como en el Ecuador.
Un
connotado periodista de
El Universo
,
Emilio Palacio, preguntaba si alguna vez había gobernado la izquierda en el
Ecuador. Algún historiador le contestó que ¡nunca! Algo similar sostenía
Alberto Acosta, uno de los más preclaros socialistas ecuatorianos. En
correspondencia personal, mantenía que el socialismo como “proyecto político
sistémico” nunca se había establecido en el país, aunque había programas de
tendencias izquierdistas, pero desconectados y sin plan coordinador. Estas
aseveraciones invitan, primero, a definir qué es la izquierda y, segundo, a
revisar la historia ecuatoriana para confirmarla o negarla.
La
libertad y los derechos a la propiedad van de la mano. No hay libertad si no
hay garantías a la propiedad privada. El despotismo es más profundo mientras
más
atenuados
están los derechos a la
propiedad privada. La atenuación va desde lo inocuo (como obligar a pintar las
fachadas de las casas durante unas fiestas patrias) hasta la confiscación o
expropiación sin compensación adecuada, pasando por restricciones que tiene el
dueño de disponer de su propiedad como le parezca más conveniente. Es evidente
que la libertad de expresión, por ejemplo, solo puede sostenerse si existe
libertad para ser dueño de algún medio de comunicación.
Es
necesario hacer esta aclaración porque aquí radica la diferencia entre los
varios tipos de socialismos. Los
demócratas
socialistas
, al igual que los
comunistas
,
propugnaban la eliminación de la propiedad privada, pero creyeron que la
transición a una sociedad socialista podía lograrse mediante una evolución
dentro de la democracia representativa más que por una revolución violenta o
algún otro medio alternativo al de las elecciones democráticas. Anteriormente,
se describía a los demócratas socialistas como
socialistas reformistas
(dado que abogaban por el desarrollo del
socialismo a través de reformas parlamentarias graduales) en contraste con los
socialistas
revolucionarios
, que
pretendían alcanzar el socialismo mediante una revolución obrera, la
instalación de la dictadura del proletariado y la desaparición de la propiedad
privada.
Por el
contrario, los socialdemócratas buscan atenuar los derechos a la propiedad
privada, no su desaparición, sino controlar y regular el uso y la disposición
de la propiedad con el expreso propósito de reducir sus efectos, sobre todo los
que supuestamente dan lugar a una desigual distribución de la riqueza o del
ingreso; por ello, tiene varios nombres:
tercera
vía
,
capitalismo con rostro humano
o
estado de bienestar.
Tras la caída
del Muro de Berlín, la mayor parte de los socialdemócratas se ha distanciado
del marxismo, de la lucha de clases y la revolución. Por otro lado, también se
debe anotar que hay un repudio de gran parte de la izquierda a todo afán de
acallar y silenciar o reprimir el derecho de los ciudadanos a la libertad de
expresión (Guillermo Almeyra, 2010). Ésta, aunque también es una forma de
despotismo, es mucho más tenue que la que afecta a los derechos a la propiedad
privada pero más visible en sus efectos.
Aquí
debemos hacernos la pregunta: ¿cuál de estos
socialismos
se parecen o diferencian del
socialismo del siglo XXI
, que es el que pregonan Hugo Chávez y
Rafael Correa? Como sostienen que está en construcción, entonces, es necesario
analizar las diversas políticas
sociales,
es decir, las que se podrían denominar como
socialistas.
Porque
hay que diferenciar socialismo de estatismo. Por ejemplo, los esfuerzos de
recaudar más impuestos, es decir, cobrando a los evasores pero manteniendo las
tasas imponibles constantes no se pueden clasificar como
socialistas
o
izquierdistas,
pues incluso gobiernos de derecha proponen mejorar la recaudación.
Sin
embargo, hay un factor común en todos los socialismos:
la redistribución de riqueza o
ingresos con el expreso propósito de reducir las desigualdades sociales
.
Sin embargo, no es el resultado —la reducción de la desigualdad— lo que
determina si las medidas son socialistas o no, sino las maneras en las que se
lleva a cabo esta redistribución. Esto, porque son las políticas
redistributivas las que caracterizan las diferentes versiones de la izquierda.
En el extremo comunista, se elimina la propiedad privada de los recursos, que
pasan a ser administrados por el Estado. En el socialista radical, se expropia
—con o sin compensación— la propiedad privada; así sucede en la reforma agraria
o en la nacionalización de las industrias. En la socialdemocracia, en cambio,
se utiliza el Impuesto a la Renta con tasas progresivas (el que más gana más
paga).
Aunque
la izquierda ecuatoriana pretende reivindicar la memoria de Eloy Alfaro como de
“izquierda”, su revolución fue esencialmente “liberal”. Si bien Alfaro fue un
liberal jacobino y tuvo tendencias autoritarias, las transformaciones sociales
de la revolución fueron hechas por Leonidas Plaza Gutiérrez, a quien nadie se
atrevería a tildar de “socialista”. Lo mismo pasa con Juan Montalvo, quien
participó en la Comuna de París (la cuna del comunismo) y rechazó abiertamente
cualquier esquema de expropiación de propiedad privada. Es por ello que ningún
socialista medio enterado se atreve a proclamar a Montalvo como socialista, a
pesar de haber sido uno de los grandes precursores de la lucha por los derechos
de los indígenas.
El otro
Gobierno importante de las primeras décadas del siglo XX es el de Isidro Ayora.
A pesar de que en su Administración se dieron los primeros pasos hacia un sistema
estatal de seguridad y previsión social, su Gobierno se caracterizó más bien
por haber establecido una fuerte estabilidad monetaria y financiera a través de
la supervisión bancaria y un banco central autónomo. El único episodio de
izquierda en esta época fue protagonizado por el general Alberto Enríquez.
Gobierno que introdujo en el Ecuador el Código Laboral.
La gran
etapa “liberal”, aunque efímera porque apenas duró doce años, es la que se
inició con Galo Plaza Lasso, con cuyo Gobierno se avienen doce años de
estabilidad, prosperidad y paz. A Plaza le sucedió José María Velasco Ibarra,
quien se autoproclamó “liberal del siglo XVII” y, a pesar de sus tendencias
populistas y su magnífica habilidad para mimetizarse con la audiencia, llevó a
cabo un Gobierno muy similar al liberal de Plaza y logró terminar su período
presidencial (el único en su accidentada carrera política). Si Plaza fue
“liberal”, Camilo Ponce Enríquez fue “conservador”. Pocos dan crédito a esta
época, cuando el sucre era una de las monedas más fuertes de América Latina y
más fuerte que la peseta española. Las tasas de crecimientos del ingreso per
cápita bordeaban el 10 por ciento, inclusive en algunos años alcanzaron el 12
por ciento; siendo inferiores solo a las tasas que ocurrieron en los albores de
la producción petrolera. Lamentablemente, el cepalismo * y el socialismo
comenzaron su carrera ascendente y esta etapa liberal pasó al olvido.