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Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

Darth Maul. El cazador en las tinieblas (30 page)

BOOK: Darth Maul. El cazador en las tinieblas
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Otra explosión, se dijo intrigado mientras se dirigía hacia ella. No sabía lo que estaba pasando, pero si no se interrumpía pronto, toda esa parte de la ciudad acabaría pareciendo el objetivo de un bombardeo desde el espacio.

Detuvo el aerocoche en una plataforma de aterrizaje y se acercó al edificio en llamas, volviendo a usar la Fuerza para intentar discernir lo sucedido. Sus sentidos se expandieron por el edificio, sin detectar señales de vida pero encontrando los residuos de un poderoso duelo. Podía sentir la presencia de Darsha y los mismos tentáculos de maldad que había encontrado a lo largo de todo el día. Mirando a su alrededor, el padawan vio unos escombros expulsados del edificio por la explosión. Algo brillaba entre ellos, y se acercó a ver lo que era.

La sorpresa le recorrió el cuerpo, y tuvo que hacer un esfuerzo para calmarse, forzando su mente a abrirse y aceptar lo que veía.

Empleó la Fuerza para coger el brillante trozo de metal, sacándolo de entre los escombros, atrayéndolo hasta su mano.

Era el pomo retorcido y fundido de un sable láser, chamuscado hasta ser casi irreconocible.

Casi.

En los duelos de práctica del Templo, los padawan suelen intercambiarse un saludo antes de iniciar el combate, alzando el pomo de los sables láser hasta la frente antes de conectar sus lenguas de energía. Obi-Wan se había fijado más de una vez en el intrincado asidero del arma de Darsha; tenía un diseño único.

El mismo que veía en ese momento.

Cualquier duda se la disipó la Fuerza. Darsha Assant había muerto.

Obi-Wan Kenobi guardó silencio, mirando al pomo que tenía en la mano.

No hay emoción; hay paz.

Cómo deseó que fuera así.

Capítulo 33

L
orn miraba a la luz más brillante que había visto nunca.

Se sentía… quebradizo, como si al moverse pudiera romperse en incontables pedazos. En sus oídos notaba un extraño tintineo, en su nariz un olor raro. Sus ojos se negaban a enfocarse. Todo lo sentía como en un sueño. No tenía ni idea de dónde estaba ni de cómo había llegado hasta allí.

De pronto, la luz, que ya se daba cuenta que era el sol, se vio bloqueada por un rostro familiar.

—Bien. Ya has despertado. ¿Cómo te sientes?

Lorn movió con cuidado la mandíbula, dándose cuenta de que podía hablar sin mucha dificultad.

—Como el muñeco masticable de un perro de combate.

Se sentó, con la visión aún borrosa, y sintiendo multitud de molestias que le indujeron a tumbarse.

—¿Qué ha pasado?

—¿No recuerdas nuestra reciente… situación? —repuso I-Cinco, tras guardar un momento de pausa.

Lorn miró a su alrededor. El androide y él se encontraban en un pequeño tejado situado en el lateral de un edificio. Lo último que recordaba…

Se volvió para mirar en otra dirección. A unos cincuenta metros de distancia se encontraba el edificio donde los había atrapado el Sith. Recordaba a Darsha abriendo la puerta, recordaba al Sith enmarcado por el umbral, pero nada más. Así se lo dijo a I-Cinco.

El androide asintió.

—Pérdida de la memoria a corto plazo. No es de extrañar, dado el trauma de los últimos acontecimientos y la congelación por carbono. ¿Puedes andar? —dijo, ayudando a Lorn a ponerse en pie.

Éste probó su equilibrio.

—Creo que sí.

—Bien. Las autoridades llegarán en cualquier momento, pero con suerte Tuden Sal llegará antes.

Tuden Sal. Por algún motivo, ese nombre despertó otros recuerdos en él.

—Nos congelaste en carbonita.

—La cámara de tratamiento de desperdicios en la que estábamos estaba diseñada para preparar material volátil de cara a su transporte. Fue sencillo reajustar sus parámetros para…

Y entonces tuvo la revelación, como la explosión de una granada a corta distancia.

—¡Darsha!

La luz del sol, mucho más brillante de a lo que estaba acostumbrado, se fundió momentáneamente con el gris de los niveles inferiores. La mano metálica del androide le cogió por el antebrazo, manteniéndolo en pie.

Darsha, la padawan Jedi, la mujer con la que había compartido las últimas tumultuosas cuarenta y ocho horas, la mujer que en ese corto e intenso período de tiempo había llegado a importarle más que cualquier otra persona con la excepción de Jax e I-Cinco, había muerto.

No. No podía ser. El androide y él habían conseguido engañar a una muerte certera. Seguro que ella también había podido hacer lo mismo de alguna manera.

Miró a su compañero con desesperación. Vio que el androide se daba cuenta de lo que pasaba por su cabeza. Y, de algún modo, leyó la verdad en su rostro inexpresivo.

Habían podido escapar porque ella había ganado tiempo, lo había ganado con su propia sangre.

También recordó esa parte. Ella había… muerto.

—¿Qué ha pasado? —preguntó con voz monótona.

—Se las arregló para amontonar durante el combate varios contenedores con materiales inflamables y les prendió fuego al ser abatida.

Al ser abatida.

Lorn guardó silencio mientras se dirigían al borde del tejado.

—¿Por qué no hemos muerto nosotros?

—La carbonita es muy densa. Resistió la explosión, y nosotros también al estar enquistados en ella. El proceso tenía un temporizador, y lo programé para que nos descongelara a la media hora. Después de eso, me pareció prudente cambiar de paradero.

Lorn asintió despacio.

—¿Qué pasó con el Sith? ¿Ha sobrevivido, o murió con…? —No tuvo ánimos para acabar la frase.

—Lo desconozco. Si ha sobrevivido, cosa que consideraría extremadamente improbable de tratarse de cualquier otra persona, con toda probabilidad nos dará por muertos. La unidad congeladora de carbono redujo nuestros biorritmos y procesos electrónicos a un nivel tan bajo que no podría detectarlos ni un Maestro en la Fuerza.

Lorn estiró los brazos y se retorció cuidadosamente a un lado y a otro. No parecía tener efectos secundarios, aparte de un buen dolor de cabeza. Bueno, había tenido resacas mucho peores.

En la parte media de I-Cinco sonó un pitido.

—Debe ser nuestro transporte —dijo el androide, sacando el comunicador del compartimento del torso y conectándolo. Confirmó su localización y lo apagó.

Unos segundos después llegaba un esbelto aerocoche negro con capota y ventanillas negras, abriendo las puertas laterales cuando se puso a su altura. Lorn miró al interior y vio que Tuden Sal había ido a buscarlos en persona.

—Me estaba preguntando en qué os habíais metido esta vez —dijo Sal, mientras el aerocoche con chofer se elevaba alejándose del lugar. Miró por la ventanilla esmerilada a la destrucción de abajo—. Pero no sé si quiero saberlo, en vista de lo que hay abajo.

—Una sabia decisión —repuso el androide, inclinándose para mirar por la ventanilla—. Cuanto menos sepas, de menos podrán acusarte.

El aerocoche se elevaba cada vez más, dirigiéndose hacia una pista de tráfico que les llevaría al Puerto Este, donde Sal tenía uno de sus restaurantes. I-Cinco dio un golpecito a Lorn en el hombro y señaló la ventanilla lateral.

—Igual no quieres ver esto —dijo.

El corelliano miró por la ventana y vio una pequeña figura de negro caminando por uno de los paseos elevados de abajo. Sintió que las entrañas se le congelaban como si le hubieran sumergido otra vez en carbonita. Sólo había tenido un atisbo de la figura, que estaba muy lejos, pero parecía…

Tenía la garganta seca, y tuvo que tragar saliva dos veces antes de poder hablar.

—¿Tienes aumentadores en este cacharro? —preguntó a Tuden Sal, que estaba recostado en el asiento acolchado de delante.

El restaurador era un sakiyano, bajo, robusto y con una piel que parecía metal pulido. Asintió y tocó un control situado bajo el cristal de la ventanilla. El aerocoche era el epítome del lujo: pequeño dispensador de bebidas, comunicadores de alta potencia y un control de clima interespecies. Un instante después, ante las manipulaciones de Sal, la pequeña figura de abajo se hizo mucho más grande, aumentando de tamaño hasta llenar media ventanilla. Llevaba la capucha echada, cubriéndose el rostro, y el aumento de la imagen amenazaba con dividir la imagen en sus componentes digitales, pero Lorn lo reconoció sin problemas.

Era el Sith.

Mientras miraba, el asesino encapuchado cogió algo de su cinturón y lo levantó para mirarlo. Una petición a Sal hizo que el aumentador se enfocara en él. Lorn no se sorprendió al ver el holocrón en manos del Sith.

—¿Algún amigo tuyo? —preguntó Sal.

—En absoluto, pero quisiera seguirle el rastro. ¿Te importa si damos un pequeño rodeo?

—No es problema. Te lo debo, Lorn.

—Mantén los aumentadores al máximo, y sitúate todo lo lejos que puedas de él —aconsejó I-Cinco.

Sal apretó un botón y dio instrucciones al androide conductor. Empezaron a seguir a la figura encapuchada a la mayor distancia posible, apenas lo justo para no perderla de vista.

— o O o —

Darth Maul empleó su conexión con el Lado Oscuro para hacer que la sombra que proyectaba en él fuera lo más pequeña posible. Su Maestro tenía razón: no sería de utilidad silenciar a los enemigos de los Sith sólo para cometer el error de revelar su presencia a otros.

El aprendiz paró un aerotaxi. Su motojet estaba destruida, y la que había cogido prestada a la policía era demasiado peligrosa, así que necesitaba un transporte que lo acercara a la mónada abandonada donde tenía la nave.

Mientras el vehículo se elevaba, Maul se mantuvo atento a posibles perseguidores. Era improbable que hubiera alguno, ya que casi todos los que le habían visto estaban muertos, o se encontraban diez o más niveles por debajo de él, pero su Maestro le había aconsejado discreción, y haría caso a sus deseos.

— o O o —

Lorn e I-Cinco observaron cómo la oscura figura salía del taxi y caminaba hacia la entrada superior de una mónada abandonada. Esperaron unos minutos más, hasta que el Sith reapareció en el tejado.

Unos segundos después le vieron pisar un escalón invisible y desaparecer.

—Un buen truco —dijo Tuden Sal.

Lorn se quedó mirando, completamente desconcertado, sin estar seguro de si debía creer en lo que veía. ¿Era algún nuevo poder arcano de ese Sith asesino? Pero, entonces, oyó cómo I-Cinco respondía al comentario de Sal.

—Debe tener un sistema de invisibilidad de primera clase. Seguramente con base de silicio.

Por supuesto. Su némesis había entrado en una nave con el escudo de invisibilidad activado. Resultaba de lo más lógico, pensó Lorn. El Sith había cumplido con su misión; conseguido el holocrón y, que él supiera, matado a todos los que habían tenido noticia de él. Sin duda se disponía a abandonar Coruscant.

Pero yo no estoy muerto, asesino. Crees que lo estoy, pero no es así.

La cuestión era: ¿qué iba a hacer a continuación?

Estaba a salvo, por primera vez desde que había empezado esa pesadilla. El Sith le daba por muerto, y lo único que tenía que hacer era ser discreto y dejar que ese asesino demoníaco abandonara su vida para siempre. I-Cinco y él podían salir de Coruscant y amontonar todos los pársec que consideraran necesarios entre ellos y el centro de la galaxia. No serían ricos, pero estarían vivos.

Y el asesino apestoso que había matado a Darsha saldría bien librado de su crimen.

Lorn sabía que podía acudir a los Jedi y decirles lo que había pasado. No tenía ninguna duda de que movilizarían sus filas y darían caza a quien había matado a dos miembros de su orden. Pese a todo lo que hubiera podido suceder en el pasado entre ellos y Lorn, no tendría ningún problema en convencerlos para que le creyeran. Era una de las ventajas de tratar con una fraternidad de cultivadores de la Fuerza.

Pero los engranajes de cualquier organización, por muy benigna que se considerase ésta, siempre giran con lentitud y morosidad. En ese mismo momento, el Sith debía estar preparando su nave para el despegue. ¿Podrían encontrarlo los Jedi una vez dejara este mundo?

Miró por la ventana. Ante él, de horizonte a horizonte, se extendía Coruscant en todo su esplendor teselado. Él más que nadie podía decir que había visto lo peor y lo mejor que podía ofrecer el planeta capital. Su vida había sido por turnos peligrosa, frustrante, aterradora y descorazonadora. No había tenido muchas alegrías. Aun así, seguía mostrándose reticente a hacer nada que pudiera conllevar su pérdida.

Nunca había querido ser un héroe. Lo único que quiso siempre era llevar una vida tranquila y normal con su mujer y su hijo. Pero su mujer le había dejado, y los Jedi, a los que la galaxia consideraba unos héroes, le habían seducido para renunciar a su hijo.

Antes de conocer a Darsha Assant nunca habría llamado héroe a un Jedi.

Respiró hondo y miró a Tuden Sal.

—Necesitamos una nave espacial.

—Ya me lo dijo I-Cinco —asintió su amigo—. No es problema. ¿A dónde quieres ir?

Lorn volvió a mirar al tejado de la mónada, donde un momento antes habían visto al Sith.

—A donde vaya él.

Capítulo 34

D
arth Maul se acomodó en el asiento del piloto. Presionó con la mano una placa sensora de la consola que tenía delante, y la cabina de control hemisférica se llenó de diversos zumbidos, pitidos y vibraciones cuando el
Infiltrador
se puso en marcha. Una exploración rápida de los alrededores no reveló nada en la zona inmediata que pudiera interferir con su despegue. Sonrió satisfecho.

Por fin estaba a punto de terminar su misión. Ésta le había llevado más tiempo del que había supuesto y le había hecho recorrer oscuros rincones de Coruscant que no sabía ni que existían. Pero ya casi había terminado con su trabajo. Había acabado con todos aquellos con los que había hablado Hath Monchar, y anulado todas las filtraciones. El plan de Darth Sidious para llevar a cabo un embargo comercial, y destruir posteriormente la República, podía proceder sin problemas.

Sacó el holocrón de uno de los compartimentos del cinturón y lo examinó. Un objeto tan pequeño, pero, sin embargo, depositario de tanto poder potencial. Lo devolvió a su sitio y activó los repulsores verticales. En los monitores superiores observó cómo el tejado de la mónada se alejaba de la nave. El ordenador de navegación empezó a trazar los vectores direccionales y de velocidad que le llevarían al punto de encuentro especificado por su Maestro. Allí entregaría el holocrón a Darth Sidious, completando así su misión.

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