—Por supuesto que sí, si quieres —le dijo la condesa—. Illyan va a patalear, pero es pura reacción instintiva. Sin embargo… pienso en una queja real de seguridad, por el sitio al que vas. Si te cruzas otra vez con la Casa Bharaputra, que Dios no lo permita, tal vez sea mejor que no sepas nada de los arreglos de SegImp. Sería más prudente que fueras a la vuelta. —La condesa parecía muy disgustada por el tono de sus propias palabras pero sus años de preocupaciones por temas de seguridad pesaban mucho en ella y ese tipo de razonamiento le era casi automático.
Si me encuentro otra vez con Vasa Luigi, lo clones van a ser la menor de mis preocupaciones
, pensó Mark con ironía. Por otra parte, ¿para qué quería una visita personal? ¿Todavía estaba tratando de hacerse pasar por héroe? Un héroe debería ser más contenido, más austero, no tan deseoso de alabanza personal como para perseguir a sus… víctimas… rogándoles una expresión de cariño. Seguramente ya había hecho el tonto demasiado tiempo.
—No —suspiró por fin—. Si alguno de ellos quiere hablar conmigo, supongo que sabrá cómo encontrarme… —Además, ninguna heroína iba a querer besarlo.
La condesa levantó las cejas por el tono de voz pero no hizo comentarios y se encogió de hombros.
Con la guía de Bothari-Jesek, se dedicaron a asuntos más prácticos como costos de combustible y reparación de sistemas de supervivencia. Bothari-Jesek y la condesa —que, recordó Mark, había sido capitana de nave —estaban metidas en una profunda discusión técnica que implicaba ajustes en las Varillas Necklin, cuando se abrió la imagen de la pantalla y apareció la cara de Simon Illyan.
—Hola Elena. —Hizo un gesto hacia ella, sentada en el asiento de la comuconsola—. Quiero hablar con Cordelia, por favor.
Bothari-Jesek sonrió, enmudeció el audio y se deslizó a un lado. Hizo un gesto urgente a la condesa, mientras le susurraba:
—¿Tenemos problemas?
—Va a bloquearnos —se preocupó Mark, mientras la condesa se hundía en el asiento—. Me va a clavar en el suelo, ya lo sé.
—Shhh —se enojó la condesa, sonriendo—. Sentaos los dos ahí y aguantad las ganas de hablar. Simon es cosa mía. —Volvió a abrir el audio—. Sí, Simon, ¿qué puedo hacer por usted?
—Señora. —Illyan hizo un gesto con la cabeza—. En pocas palabras, lo que puede hacer es desistir. Es inaceptable lo que quiere hacer.
—¿Para quién, Simon? Para mí, no. ¿Quién más tiene derecho a votar en esto?
—Seguridad —gruñó Illyan.
—Usted es Seguridad. Le agradecería que se hiciera responsable de sus propias respuestas emocionales y no tratara de cargarle el bulto a alguna vaga abstracción. O si no, hágame el favor de pasarle la línea al Capitán Seguridad.
—De acuerdo. Es inaceptable para mí.
—En una palabra… difícil.
—Por favor, por favor.
—Me niego a desistir. En último caso, si quiere detenerme, lo único que tiene que hacer es ordenar mi arresto y el de Mark.
—Voy a hablar con el conde —dijo Illyan, tenso, con el aire de un hombre que no tiene más remedio que apelar al último recurso.
—Está demasiado enfermo. Y por otra parte yo ya he hablado con él.
Illyan se tragó su farol sin hacer aspavientos.
—No sé qué espera usted conseguir con esta aventura no autorizada, excepto agitar las aguas, tal vez arriesgar vidas y perder una pequeña fortuna.
—Bueno, ésa es la cuestión, Simon.
No sé
de qué es capaz Mark. Y usted tampoco lo sabe. El problema de SegImp es que últimamente no ha tenido mucha competencia. Da por sentado su monopolio. Un poco de movimiento no le va a venir mal a la institución.
Illyan se quedó sentado un rato quieto, con los puños apretados.
—Está usted arriesgando tres veces a la Casa Vorkosigan —dijo por fin—. Está arriesgando su último apoyo.
—Me doy perfecta cuenta. Y quiero correr el riesgo.
—¿Tiene usted derecho?
—Tengo más derecho que usted.
—El gobierno está en medio de la peor agitación a puerta cerrada que ha tenido en años —dijo Illyan—. La Coalición del Centro está buscando un hombre para reemplazar a Aral. Y también los otros tres partidos.
—Excelente. Espero que uno de los cuatro encuentre a alguien antes de que Aral se reponga o nunca lo voy a convencer de que se retire.
—¿Eso es lo que pretende? —quiso saber Illyan—. ¿Una oportunidad para acabar con la carrera de su marido? ¿Le parece
leal
, señora?
—Lo que yo pretendo es sacarlo vivo de Vorbarr Sultana —dijo ella con voz de hielo—, cosa que estos últimos años había perdido la esperanza de conseguir. Usted elija sus propias lealtades. Yo me ocupo de las mías.
—¿Quién es capaz de sucederlo? —preguntó Illyan, con voz quejosa.
—Unos cuantos. Racozy, Vorhalas o Sendorf, por citar tan sólo a tres. Y si no, hay algo terriblemente malo en el liderazgo de Aral. La marca de un gran hombre es el legado de hombres que deja detrás, hombres a quienes ha pasado sus habilidades. Si usted cree que Aral es tan pequeño que ha paralizado o eliminado a otros a su alrededor, esparciendo la mezquindad como una plaga, entonces tal vez a Barrayar le convenga librarse de él.
—¡Usted sabe que yo no creo eso!
—Perfecto. Entonces su argumento se aniquila a sí mismo.
—Me está atando de pies y manos, señora. —Illyan se frotó el cuello—. Señora —dijo por fin—, no quería tener que decirle esto, pero, ¿ha considerado usted los posibles peligros de dejar que Lord Mark llegue a Lord Miles antes que los demás?
Ella se reclinó en la silla, sonriendo, mientras tamborileaba con los dedos sobre el teclado.
—La tentación de promoverse —mordió Illyan.
—Asesinar a Miles. ¡Diga lo que piensa, hombre! —Los ojos de ella brillaron, peligrosamente—. Muy bien, si eso es lo que piensa, asegúrese de que su gente llegue antes. Hágalo. No tengo inconveniente.
—¡Mierda, Cordelia! —exclamó él, asolado— ¿Se da cuenta de que si se meten en líos lo primero que van a hacer es gritar pidiendo auxilio a SegImp?
—Ustedes viven para servir. ¿No es eso lo que dicen en el juramento?
—¡Ya veremos! —ladró Illyan y cortó la comunicación.
—¿Qué va a hacer? —preguntó Mark, ansioso.
—Supongo que pasar por encima de mi cabeza. Como ya excluí a Aral, eso le deja sólo una opción. No creo que me moleste en levantarme. Espero otra llamada en cualquier momento.
Preocupados, Mark y Bothari-Jesek trataron de seguir con las características de la nave. Mark dio un salto cuando sonó otra vez el comu.
Apareció un joven desconocido, hizo un gesto a la condesa y dijo:
—Lady Vorkosigan. El emperador Gregor —y se desvaneció. La cara de Gregor apareció en la pantalla. Parecía pensativo.
—Buenos días, Lady Cordelia. No debería usted agitar tanto al pobre Simon, ya sabe…
—Se lo merece —dijo ella, sin perder la compostura—. Admito que en este momento tiene la cabeza llena. El pánico lo convierte en un tonto cuando se ve obligado a vaciarla. Esa estupidez es su manera de salir corriendo en círculos. Una estrategia para aguantar la presión, supongo.
—Y mientras tanto, otros aguantamos con una sobreinterpretacón de todo —murmuró Gregor. El labio de la condesa se torció en una mueca y Mark pensó de pronto que ya sabía quién era capaz de ponerle el cascabel a ese gato.
—Lo que él dice sobre la seguridad es legítimo —siguió Gregor—. ¿Esta aventura a Jackson's Whole es
lógica
?
—Pregunta que sólo puede contestarse después de una prueba empírica, por así decirlo. Lo que sí reconozco es que Simon discute sinceramente. Pero… ¿cómo le parece que se sirve mejor a los intereses de Barrayar, sire? Ésa es la pregunta que usted debe hacerse.
—No estoy decidido.
—¿Es una duda racional o emocional? —La pregunta era un desafío. Ella abrió las manos, en parte para aplacarlo y en parte como un ruego—. De una u otra forma, usted va a tener que ocuparse de Lord Mark Vorkosigan por mucho tiempo. Este viaje probará la validez de todas las dudas, aunque no consiga ninguna otra cosa. Sin él, las dudas quedarán siempre en nosotros, en usted. Una molestia constante. No me parece justo para Mark.
—Qué científico —jadeó él. Se miraron con igual dureza.
—Pensé que le gustaría.
—¿Lord Mark está con usted?
—Sí. —La condesa hizo un gesto para que Mark se acercara.
Mark entró dentro de la imagen del vídeo.
—Sire.
—Bueno, Lord Mark. —Gregor lo estudió, serio—. Parece que su madre quiere que le dé soga suficiente como para que pueda ahorcarse.
Mark tragó saliva.
—Sí, sire.
—O salvarse… —Gregor asintió—. Que así sea. Buena suerte y buena cacería.
—Gracias, sire.
Gregor sonrió y cortó el comu.
No volvieron a recibir llamadas de Illyan.
Esa tarde la condesa llevó a Mark al Hospital Militar Imperial a visitar a su esposo. Mark ya había ido dos veces con ella desde el colapso del conde. No le gustaba demasiado. En primer lugar, el lugar olía demasiado a las clínicas que habían contribuido a convertir en tormento su juventud en Jackson's Whole; cada vez que entraba se descubría recordando detalles de cada una de las intervenciones quirúrgicas y tratamientos que creía completamente olvidados. En segundo lugar, el conde todavía lo aterrorizaba. Incluso ahora, tan débil, su personalidad era tan poderosa como precaria su vida y Mark no estaba seguro de cuál de las dos cosas lo asustaba más.
Sus pies se detuvieron en el corredor del hospital, frente a la habitación del Primer Ministro, que tenía guardia permanente. Se quedó allí de pie, indeciso, desdichado. La condesa echó una mirada atrás y se detuvo.
—¿Sí?
—Realmente… no quiero entrar.
Ella frunció el ceño, pensativa.
—No voy a obligarte. Pero te voy a hacer una predicción.
—Decidme, oh, sacerdotisa…
—Nunca vas a lamentar haberlo hecho. Y tal vez lamentes profundamente haberte quedado fuera.
Mark reconsideró su actitud.
—De acuerdo —dijo con voz débil, y la siguió.
Caminaron de puntillas sobre las gruesas alfombras. Las cortinas estaban abiertas sobre una vista grande de Vorbarr Sultana, que bajaba hasta los edificios antiguos y el río que cortaba en dos el corazón de la capital. Era una tarde nublada, fría, lluviosa, y la niebla giraba en remolinos grises y blancos sobre lo alto de las torres más altas y modernas. La cara del conde estaba vuelta hacia la luz de plata. Parecía abstraído, aburrido y enfermo, la cara verdosa e hinchada, sólo en parte un reflejo de la luz. El pijama verde obligaba a recordar su condición de paciente. Estaba plagado de almohadillas de monitoreo y tenía un tubo de oxígeno en la nariz.
—Ah. —Volvió la cabeza hacia ellos y sonrió. Levantó la mano para encender la luz de la mesita de noche. La lámpara formó una laguna tibia de iluminación que no consiguió mejorar el color de su rostro—. Querida capitana. Mark. —La condesa se inclinó a su lado, e intercambiaron un beso más largo que los formales. La condesa se sentó al final de la cama y se quedó allí, las piernas largas cruzadas, arreglándose la larga falda. Sin decir nada ni darle importancia, como si no se diera cuenta de lo que hacía, empezó a masajearle los pies desnudos. Él suspiró de placer.
Mark avanzó a un metro de distancia del conde.
—Buenas tardes, señor. ¿Cómo se encuentra?
—¿Cómo se va a encontrar uno cuando no puede ni besar a su esposa sin quedarse sin aliento? —se quejó él. Volvió a acostarse, jadeando.
—Me dejaron entrar en el laboratorio para ver tu nuevo corazón —comentó la condesa—. Tiene el tamaño de un pollo y palpita en su vat de lo más contento.
El conde rió sin fuerzas.
—Qué grotesco.
—A mí me pareció simpático.
—A ti, sí, claro.
—Si realmente quieres algo grotesco, piensa en lo que vas a hacer con el viejo después —le aconsejó la condesa con una sonrisa—. Las oportunidades para hacer bromas de mal gusto son casi irresistibles.
—La mente no resiste tanto humor… —murmuró el conde. Levantó la vista hacia Mark, sonriendo todavía.
Mark respiró hondo.
—Lady Cordelia le ha dicho lo que pienso hacer, ¿no es cierto?
—Mmmm. —La sonrisa del conde se extinguió—. Sí. Cuídate la espalda. Feo lugar. Jackson's Whole.
—Sí… Lo sé.
—Tú especialmente. —El conde volvió la cabeza y miró afuera por la ventana gris—. Quisiera poder mandar a Bothari contigo.
La condesa lo miró asustada. Mark le leía el pensamiento en la cara.
¿Se ha olvidado de la muerte de Bothari?
Pero ella tenía miedo de preguntárselo. En lugar de eso, puso una sonrisa brillante en su boca.
—Me llevo a Bothari-Jesek, señor.
—La historia se repite. —El conde luchó para apoyarse en un hombro y agregó con firmeza —: Pero será mejor que no se repita, ¿me oyes, muchacho? —Se relajó otra vez antes de que la condesa se lo ordenara. La cara de ella perdió la tensión: era evidente que él estaba un poco confuso, pero no tanto como para haber olvidado la violenta muerte de su guardaespaldas—. Elena es más inteligente que su padre. Eso hay que admitirlo —suspiró. La condesa terminó con los pies.
Él se recostó, las cejas juntas. Aparentemente trataba de pensar en consejos más útiles.
—Hubo un tiempo en que yo creía… esto lo descubrí cuando era viejo, ¿entiendes?, creía que no hay peor destino que convertirse en mentor. Ser capaz de decir cómo hacer algo y no hacerlo. Enviar a un protegido, brillante y hermoso, a un fuego que es propio… Creo que ahora conozco un destino peor. Enviar a un discípulo, aun sabiendo que no tuve la oportunidad de enseñarte lo suficiente… Sé inteligente, muchacho. Agáchate. No te vendas a tu enemigo antes de tiempo. No te vendas aquí, en la mente. Que no te derroten aquí. —Se llevó la mano a la sien.
—Ni siquiera sé quién es el enemigo todavía, señor —dijo Mark con tristeza.
—El enemigo te va a encontrar a ti, supongo —suspiró el conde—. La gente se deja ver enseguida. La ves detrás de la máscara, cuando habla, o en otras formas. Sobre todo si te quedas tranquilo y eres paciente y no estás impaciente por dejarte ver tú primero y seguir adelante a ciegas, como un topo. ¿Verdad?
—Supongo que sí, señor —dijo Mark, extrañado.
—Ajá. —El conde se había quedado sin aliento—. Veremos —dijo jadeando. La condesa lo miró y se levantó de la cama.