Danza de espejos (4 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Danza de espejos
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—Comprendo —dijo Thorne con amargura, y apartó la taza de té. Enganchó la silla frente a la comuconsola—. Ese chico está listo para cirugía, ¿no?

—Sí. Y si no es él, otro compañero del criadero.

Thorne empezó a teclear.

—¿Y los fondos? Ese es tu departamento.

—Esta misión se paga contra entrega. Saca lo que necesites de los fondos de la Flota.

—Correcto. Entonces pon tu palma aquí para autorizar la retirada de fondos. —Thorne le alcanzó una almohadilla sensora.

Él puso la palma sobre ella sin dudar ni un segundo. Para su horror, el código rojo de no-reconocimiento empezó a parpadear en la pantalla.
¡No! Tiene que salir bien, tiene que

—¡Mierda de máquina! —Thorne golpeó la almohadilla sensora contra una esquina de la mesa—. ¡Maldita porquería! Vamos a ver ahora.

Esta vez puso la palma con un ligero movimiento. La computadora digirió el nuevo dato y esta vez lo aceptó, afortunadamente. Con fondos. El corazón dejó de golpearle en el pecho.

Thorne puso más datos en la consola y dijo por encima del hombro:

—No hay duda alguna del escuadrón comando que quieres para esto, ¿verdad?

—Ninguna —respondió él como un eco—. Adelante. —Tenía que salir de allí antes de que la tensión de la mascarada le destrozara un buen comienzo.

—¿Quieres tu camarote de siempre? —preguntó Thorne.

—Claro. —Se puso de pie.

—Y rápido, supongo… —El hermafrodita controló una lectura en la brillante complejidad de los esquemas de logística sobre el vídeo de la consola—. La llave de palma todavía tiene tu clave. Levántate, pareces medio muerto. Ya está todo bajo control.

—Bien.

—¿Cuándo viene Elli Quinn?

—No participa en esta misión.

Los ojos de Thorne se abrieron, sorprendidos.

—¿De veras? —Inexplicablemente, apareció una sonrisa en su cara—. Qué mal. —La voz no transmitía ni el más mínimo rastro de desilusión. ¿Alguna rivalidad? ¿Y por qué?

—Que me manden el equipo desde el
Triumph
—ordenó él. Sí, tenía que delegar ese robo también, tenía que delegarlo todo—. Y… cuando puedas, que me manden una comida a mi camarote.

—Claro —prometió Thorne mientras asentía con firmeza—. Me alegro de que comas mejor aunque no duermas. Sigue así. Nos preocupas, ya lo sabes.

¡Una mierda eso de comer mejor! Con su estatura, mantener el peso bajo se había convertido en una batalla constante. Había pasado hambre durante tres meses para entrar de nuevo en el uniforme de Naismith, que había robado hacía dos años y que ahora estaba usando. Otra ola de odio contra su progenitor le pasó por el cuerpo. Se alejó con un saludo informal para que Thorne siguiera trabajando en lugar de levantarse para despedirlo, y se las arregló como pudo para no suspirar con fuerza hasta que la puerta siseó y se cerró a sus espaldas.

No tenía más remedio que probar todas las puertas hasta que una se abriera al ponerle la palma. Ojalá no entrara ningún Dendarii mientras él iba de puerta en puerta. Descubrió el camarote un poco más adelante, justo enfrente del de Thorne. La puerta se abrió cuando él tocó el sensor, y esta vez no hubo dudas ni carteles rojos que le paralizaran el corazón.

El camarote era casi idéntico al de Thorne, sólo que más vacío. Revisó los cajones. En casi ninguno había nada, pero en uno encontró un par de trajes de trabajo grises y un mono de técnico, de su tamaño. Los útiles de aseo a medio usar que encontró en el pequeño baño incluían un cepillo de dientes, y en sus labios apareció una burla irónica. La cama bien hecha que se desplegó desde la pared le pareció extremadamente atractiva, y a punto estuvo de desmayarse en ella.

Ya estoy de camino. Lo he hecho
. Los Dendarii lo habían aceptado, tomaban sus órdenes con la misma confianza ciega y estúpida con la que seguían las de Naismith. Como ovejas. Lo único que tenía que hacer era no estropearlo. Lo peor ya había pasado.

Se dio una ducha rápida, y cuando estaba a punto de ponerse los pantalones de Naismith le llegó la comida. El hecho de ir medio desnudo le dio una buena excusa para echar rápidamente al atento Dendarii que llevaba la bandeja. La cena que venía bajo las tapaderas era comida real, no raciones. Carne asada, legumbres que parecían frescas, café no sintético; la comida caliente, realmente caliente y la fría, realmente fría, toda muy bien dispuesta en pequeñas porciones, calculadas para el apetito de Naismith. Hasta helado. Él reconoció los gustos de su progenitor y volvió a desalentarle esa necesidad que tenía la gente de darle exactamente lo que él quería, incluso en esos detalles pequeños y cotidianos. El rango tenía sus privilegios, pero eso era una locura.

Se lo comió todo, deprimido, y cuando se estaba preguntando si la cosa verde y peluda que llenaba los espacios vacíos de la bandeja sería también comestible, volvió a sonar el timbre del camarote.

Esta vez era un Dendarii no-comu y una plataforma flotante con tres grandes paquetes.

—Ah —dijo él, parpadeando—. Mi equipo. Déjelo ahí, en el suelo.

—Sí, señor. ¿Quiere que le asigne un ordenanza? —La expresión invitante del no-comu no dejaba duda alguna de quién estaba primero en la línea de voluntarios.

—No… En esta misión, no. Vamos a necesitar todo el espacio. Déjelo.

—Me sentiría feliz si me dejara ayudarle a desempaquetar, señor. Yo lo empaqueté en la nave.

—Está bien, está bien.

—Si me he olvidado de algo, dígamelo y vuelvo allí enseguida.


Gracias
, cabo. —El tono de exasperación actuó afortunadamente como freno para el entusiasmo del cabo. El Dendarii soltó los frenos de la plataforma flotante y salió con una sonrisa de oveja, como diciendo
Bueno, por lo menos lo he intentado
.

Él sonrió a través de dientes apretados y centró su atención en los cajones de embalaje tan pronto se cerró la puerta. Quitó los cierres y se quedó mirando, divertido por su propia ansiedad. Eso es lo que se debía sentir cuando se recibía un regalo de cumpleaños. Él nunca había tenido uno.
Bueno, recuperemos el tiempo perdido
.

La primera tapa reveló un montón de ropa, más ropa de la que él hubiera tenido nunca. Monos de técnico, equipos de descanso, uniforme de gala —levantó la túnica de terciopelo gris y frunció las cejas ante el brillo de los botones de plata—, botas, zapatos, sandalias, pijamas, todo dispuesto para que le quedara a la perfección. Y ropas de civil, ocho o diez conjuntos, en varios estilos galácticos y planetarios, y niveles sociales distintos. Un traje de negocios de Escobar en seda roja, una túnica barrayarana para-militar con pantalones anchos, equipos de navegación, un sarong betano con sandalias, una chaqueta, una camisa y pantalones muy usados que le hubieran ido bien a cualquier trabajador portuario en tiempos de hambre. Mucha ropa interior. Tres tipos de cronos con unidades de comunicaciones integradas, una reglamentaria de los Dendarii, un modelo comercial muy caro, uno que parecía barato y muy usado y que resultó ser el mejor en cuanto a adminículos militares. Y más.

Siguió por el segundo cajón, levantó la tapa y miró dentro boquiabierto.
Armadura espacial
. Una armadura con unidad de combate completa, los equipos de supervivencia totalmente dotados, las armas cargadas y trabajadas. De su tamaño. Parecía brillar con un fulgor propio, oscuro, malvado, como anidando en su envoltura. El olor lo golpeó bruscamente, un olor increíblemente militar a metal, plástico, energía y sustancias químicas… sudor viejo. Sacó el casco y miró maravillado el espejo oscuro del visor. Nunca había usado una armadura espacial aunque las había estudiado en holovídeo hasta que se le cruzaban los ojos. Un caparazón mortífero, siniestro…

La sacó, y ordenó los pedazos en el suelo. Aquí y allá, sobre la superficie brillante, manchas extrañas, marcas y remiendos. ¿Qué armas, qué golpes habrían sido tan poderosos como para atravesar esa superficie de aleación metálica? ¿Qué enemigos las habrían disparado? Cada una de esas señales habría buscado la muerte: se dio cuenta mientras las tocaba. Eso no era fingido.

Y era muy inquietante.
No
. Alejó el temblor frío de la duda.
Si él puede hacerlo, yo también
. Trató de ignorar las marcas y manchas misteriosas sobre el traje de presión y el forro suave, absorbente, mientras lo sacaba. ¿Sangre? ¿Mierda? ¿Quemaduras? ¿Combustible? Ahora todo estaba limpio y sin olor.

El tercer cajón, más pequeño que el segundo, tenía un equipo de media armadura, sin armas integradas, y no para el espacio, sino más bien para combate sucio bajo presión, temperatura y condiciones atmosféricas normales o casi normales. Lo más impresionante era un casco de comando, de duraloy suave con telemetría integrada y un proyector de vídeo en un reborde sobre la frente que ponía los datos de la red justo frente a los ojos del comandante. El flujo de datos se controlaba con ciertos movimientos faciales y órdenes orales. Lo dejó sobre la mesa para examinarlo con más cuidado más tarde. Y volvió a guardar el resto.

Para cuando terminó de arreglar las ropas en los cajones y armarios del camarote, ya estaba arrepentido de haber rechazado el ordenanza. Se dejó caer en la cama y disminuyó la intensidad de las luces. Cuando se despertara, estaría de camino a Jackson's Whole…

Había empezado a dormitar cuando sonó el timbre del comu del camarote. Se levantó para contestarlo y consiguió emitir un «Naismith» bastante coherente en una voz medio borrosa.

—¿Miles? —La voz de Thorne—. El escuadrón está aquí.

—Ah… bien… Entonces, sal de la órbita en cuanto puedas.

—¿No quieres verlos? —dijo Thorne, sorprendido.

Inspección. Inspiró con fuerza.

—De acuerdo. Ya voy… Naismith fuera.

Se volvió a poner los pantalones del uniforme, y esta vez eligió una chaqueta con insignias y buscó rápidamente un esquema del interior de la nave en la comuconsola del camarote. Había dos muelles para transbordadores de combate, uno a babor y otro a estribor. ¿Cuál? Trazó la ruta a los dos.

Fue primero a la compuerta operativa del transbordador. Se detuvo un momento entre las sombras y el silencio en la curva del corredor: quería ver la escena antes de que lo vieran.

El muelle de carga estaba invadido por una docena de hombres y mujeres en trajes de vuelo de camuflaje, con montañas de equipo y suministros. Había armas de mano y armas pesadas dispuestas en montones simétricos. Los mercenarios estaban de pie o sentados, hablaban en voz muy alta, con palabras rudas, interrumpidas por ladridos de risa. Todos eran tan grandes, llenos de energía, se golpeaban unos con otros, parecían caballos jugando, y ésa era otra excusa para gritar más fuerte. Llevaban cuchillos y otras armas personales en cinturones o bandoleras, y las mostraban con ostentación. Tenían las caras borrosas, transformadas en manchas, como animales. Él tragó saliva, se enderezó y entró en la habitación.

El efecto fue casi instantáneo.

—¡Cabeza arriba! —gritó alguien, y se pusieron en posición de firmes, en dos filas silenciosas y perfectas, cada uno con el bulto de equipo a los pies. Era casi más aterrador que el caos previo.

Con una sonrisa leve, caminó entre ellos y fingió mirarlos uno por uno. Un último bulto de equipo salió volando de la compuerta de transbordador y aterrizó con un golpe sobre la cubierta. La comando número trece pasó corriendo por la compuerta, se puso de pie y lo saludó militarmente.

Él se quedó frío, paralizado de pánico. ¿Qué mierda era eso? Miró fijo la hebilla brillante del cinturón, luego inclinó la cabeza, enderezando el cuello. Esa cosa tenía
dos metros y medio de alto
. El cuerpo enorme, monstruoso, irradiaba poder, tanto poder que él sentía casi una ola de calor, y la cara… la cara era una pesadilla. Ojos amarillos de felino, como los de un tigre, una boca distorsionada con
colmillos
, largos caninos blancos que sobresalían por encima de los labios carmín. Las manos gigantescas tenían
garras
como las de los gatos, gruesas, poderosas, afiladas como navajas y pintadas con esmalte rojo…
¿Qué?
La mirada de él se elevó hasta la cara del monstruo. Los ojos estaban delineados con sombra dorada y unos puntitos de oro adornaban uno de los altos pómulos. El cabello color caoba estaba tirante hacia atrás en una trenza elaborada. El cinturón, bien ceñido, acentuaba una cierta figura a pesar del traje suelto en varios tonos de gris. ¿Esa
cosa
era femenina?

—La sargento Taura y el Escuadrón Verde a la orden, señor. —La voz de barítono reverberó en el muelle de aterrizaje.

—Gracias —dijo en un susurro quebrado, y carraspeó para aclararse la garganta—. Gracias, eso es todo, las órdenes las recibirán del capitán Thorne. Descanso. —Todos se inclinaron hacia él, como esperando más, así que tuvo que añadir —: ¡Pueden retirarse!

Rompieron filas en desorden, o en un orden que sólo ellos entendían porque el muelle quedó libre de equipo a una velocidad increíble. La monstruosa sargento se quedó atrás, amenazante, por encima de su cabeza. Él unió las rodillas para no saltar y alejarse de aquello…

Ella bajó la voz.

—Gracias por elegir el Escuadrón Verde. Me han dicho que nos tienes preparado un chollo, Miles…

¿Otra vez el nombre de pila?

—El capitán Thorne te informará durante el viaje. Es una misión… es todo un desafío. —¿Y ésa era la sargento al mando?

—La capitana Quinn tiene los detalles, como siempre, ¿no es así? —Y levantó una ceja peluda.

—La capitana Quinn… no viene en esta misión.

Él habría jurado que los ojos dorados se abrieron, que las pupilas se dilataron. Los labios de ella retrocedieron y mostraron aún más los colmillos en algo que a él le costó unos instantes de terror reconocer lo que en realidad era: una sonrisa. En cierto modo le recordaba la de Thorne cuando recibió la misma noticia.

Ella levantó la vista: no había nadie más en el muelle.

—¿Aaah? —La voz ronroneaba, como un gato satisfecho—. Bueno, yo puedo ser tu guardaespaldas cuando quieras, amor, eso ya lo sabes. Lo único que tienes que hacer es pedírmelo…

¿
Qué
diablos era eso?

Ella se inclinó con una mueca en los labios, una mano con garras carmín lo cogió del hombro —él tuvo una imagen instantánea de ella arrancándole la cabeza, pelándola, comiéndola —y luego la boca roja se cerró sobre la suya. Él se quedó sin aliento. Se le oscureció la vista y apunto estuvo de desmayarse. De pronto ella se enderezó y le dirigió una mirada intrigada, dolida.

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