Los ojos de Jennifer adoptaron una expresión extraña, como si escrutaran un tiempo remoto.
—Ah, sí. Ena Witty. La que tiene ese amigo tan comunicativo. Participó con Gwen en el curso. La conocí el viernes pasado —dijo Jennifer mientras negaba con la cabeza—. Han pasado tantas cosas que es como si hubiera sucedido en otra vida —murmuró.
—Nuestras vidas volverán a la normalidad —afirmó Colin—. De forma tranquila, poco a poco, sin que nos demos cuenta. Seguro.
—Sí —dijo Jennifer, y en ese momento su voz sonó como la de una colegiala asintiendo ante algo en lo que no creía ni siquiera remotamente.
Hacia demasiado tiempo que su vida había dejado de ser normal.
Por supuesto, Stephen se había ofrecido para acompañarla, casi la había obligado a aceptar, y a ella le había parecido notar lo mucho que le dolería si rechazaba su ayuda. Como siempre que veía la oportunidad de causarle algún daño, Leslie experimentó cierta satisfacción y, a pesar de cuánto disfrutaba con ello, sabía que las cosas no tardarían en caer por su propio peso y que volvería a verse sumida en un vacío insondable. Al fin y al cabo, la posibilidad de hacerle daño tampoco parecía aliviar el dolor que ella misma había experimentado, la confianza que había visto traicionada, la decepción que había sentido. Tan solo le procuraba un leve efecto mitigante, nada más.
Había vuelto a Hull sola para identificar el cadáver en el depósito local. Ni por un segundo había albergado la esperanza de que todo acabara siendo un error, de que le mostraran el cadáver de una extraña y de que Fiona acabara volviendo días después de un corto viaje para extrañarse del impacto que habría tenido su ausencia.
Habían preparado bien a su abuela. Apenas quedaban rastros visibles de las heridas que había sufrido en la cabeza. No tenía aspecto de descansar en paz, como suele esperarse de los muertos, pero tampoco parecía atormentada. Más bien un poco indolente. Incluso ante su propia muerte, pensó Leslie, se mostraba fría y distante.
Leslie había asentido para confirmar que se trataba de su abuela y luego había salido con rapidez. En el vestíbulo había encendido un cigarrillo que había fumado compulsivamente con manos temblorosas. Valerie Almond, que la había acompañado, le ofreció un vaso de agua, pero Leslie lo rechazó.
—Gracias, un aguardiente me sentaría mejor.
Valerie sonrió, comprensiva.
—Aún tiene que conducir.
—Claro. Lo decía en broma.
La inspectora Almond le había ofrecido la posibilidad de que un agente pasara a recogerla y la llevara luego a casa de nuevo, pero Leslie no había querido. Se sentía mejor cuando actuaba de forma independiente, cuando tenía que concentrarse para encontrar un camino, para buscar aparcamiento. En el asiento de atrás de un coche patrulla le habrían venido a la cabeza demasiados recuerdos de su abuela, y se había propuesto evitar a toda costa que eso sucediera.
—¿Podrá regresar a casa sola? —preguntó Valerie, preocupada.
Leslie odiaba ofrecer una imagen de debilidad.
—Soy médico, inspectora. La visión de un cadáver no me afecta tanto —aclaró.
—Estaba muy apegada a su abuela, ¿no?
—Fue ella quien me crió. Mi madre murió cuando yo tenía cinco años. Desde entonces Fiona lo fue todo para mí.
—¿De qué murió su madre?
Leslie dio una calada a su cigarrillo antes de responder.
—Mi madre era una hippy, de las del Flower Power. Siempre iba de un festival a otro. Y siempre drogada. Se llevaba mucho, por aquel entonces. Hachís, marihuana, LSD… Y además alcohol. En algún momento se metió un cóctel de todas esas cosas y su cuerpo dijo basta. Murió de insuficiencia cardíaca y renal.
—Lo siento mucho —dijo Valerie.
—Sí… —respondió Leslie de forma vaga.
Después de unos momentos de silencio, una especie de espera discreta tras lo que había contado Leslie acerca de la temprana pérdida de su madre, Valerie se atrevió a preguntar de nuevo.
—¿Conoce bien a Jennifer Brankley?
—¿A Jennifer? De hecho no la conozco de nada. La vi por primera vez el pasado sábado, durante la… fiesta de compromiso.
—Pero ¿había oído hablar acerca de ella con anterioridad?
—Sí. Gwen la mencionaba en sus cartas y durante sus llamadas. Al parecer se han hecho buenas amigas. Al menos dos veces, en ocasiones incluso tres veces por año, los Brankley pasan las vacaciones en la granja de los Beckett, y me alegraba que Gwen pudiera ganar algo de dinero con ello. Además, necesitaba urgentemente encontrar una amiga. Gwen estaba… está… muy sola.
—¿Tenía usted la impresión de que Jennifer Brankley se sentía en cierto modo como la protectora de Gwen?
—Jennifer tiene diez años más que Gwen. Es posible que haya intentado cuidarla un poco de un modo maternal. ¿Por qué quiere saberlo?
—Intento comprender y ordenar las cosas —respondió Valerie sin querer precisar demasiado.
Leslie reflexionó unos instantes y soltó una carcajada.
—Pero no estará sugiriendo que Jennifer Brankley matara a mi abuela, ¿no? ¿Para salvar la relación entre Gwen y Dave Tanner? ¿En cierto modo como si fuera la figura materna para Gwen?
—No estoy sugiriendo nada, doctora Cramer. Por encima de todo me he propuesto no llegar a ninguna conclusión precipitada. Tengo dos variantes posibles. Una es que Fiona Barnes fue asesinada por un desconocido que se topó con ella de forma fortuita, pero teniendo en cuenta la hora en la que sucedieron los hechos, así como el lugar tan alejado de la granja en el que se produjeron, no suena particularmente probable. Parece más lógica la segunda hipótesis: fue alguno de los asistentes a la fiesta en la que celebraron el compromiso de Gwen y Dave, o como mínimo en la que intentaron celebrarlo.
—Eso significa que sospecha de mí, de Colin y Jennifer Brankley, de Dave Tanner, y de Gwen y Chad Beckett.
—No he llegado tan lejos. Como ya le he dicho, me limito a ordenar las cosas. Intento mirar entre bastidores.
—Es absurdo, inspectora. Me parece absolutamente inimaginable que lo haya hecho alguno de nosotros.
—¿Puede afirmarlo con tanta seguridad? En realidad solo conoce bien a Gwen y a Chad Beckett. El resto de los asistentes a la fiesta eran y siguen siendo desconocidos para usted.
Leslie reflexionó acerca de esa frase durante el trayecto de vuelta a casa de Fiona. Tomó la carretera de la costa para llegar a Scarborough. Ofrecía unas sensacionales vistas al mar, pero ese día la niebla no dejaba disfrutar de ellas. Además, empezaba a caer la noche. Niebla, oscuridad, frío.
En perfecta concordancia con un día en el que había tenido que salir para identificar el cadáver de la única familiar que le quedaba viva.
Ahora sí que estoy realmente sola, pensó Leslie.
Se estaba congelando a pesar de haber subido la calefacción y de lo caliente que estaba el aire dentro del coche. Cuando me separé de Stephen, aún me quedaba Fiona. Ahora ya no me queda nadie, se dijo.
Se aferró a las palabras de Valerie Almond para no perderse de nuevo en cavilaciones acerca de su soledad. Había aguantado todo el día sin derramar ni una sola lágrima, no era el momento de echarse a llorar.
Pero era cierto, allí no conocía a nadie aparte de a Gwen y a Chad. Si se paraba a pensarlo, desde el primer momento había opinado que Jennifer era impenetrable. Colin todavía lo era más. Parecía un simple empleado de banca aburguesado, aunque algo le decía que no era solamente eso. Escondía más cosas, pero sin duda no había sido capaz de disfrutar de ellas. Tal vez era una persona desaprovechada, a la que siempre habían infravalorado.
Pero todos cojeamos de un pie o del otro, pensó Leslie, y eso tampoco nos convierte en asesinos. ¿Qué debe de pensar de mí la inspectora Almond? Frustrada, sola, con éxito profesional, pero fracasada en el ámbito sentimental. Desengañada de los hombres, tal vez incluso de la vida en general. Una infancia difícil con una madre drogadicta. Luego criada por su abuela, que nunca puede ser más que un sucedáneo de una verdadera familia completa.
Lo cierto es que quizá tengo todo el potencial para haberme vuelto loca y matar a golpes a una anciana. Valerie Almond tal vez se esté preguntando qué cuentas pendientes debíamos de tener Fiona y yo.
Al fin llegó de nuevo a casa de su abuela. Tenía que procurar por todos los medios no ponerse sentimental.
A ver, cuentas pendientes: has sido fría de cojones, se dijo. Y llego a esa conclusión porque recuerdo perfectamente a mi madre y era muy afectuosa. Era muy alegre. Tal vez algo sobreexcitada, dopada hasta las cejas con un tipo de droga u otra, colocada siempre, pero eso yo no podía comprenderlo en aquel momento. Tan solo me acuerdo de que teníamos mucho contacto físico. Siempre me llevaba en brazos, me abrazaba. Por las noches dormía acurrucada junto a ella…
Cuidado, Leslie. No la idealices. Sus historias con hombres eran incontables. Eso lo sabes por Fiona, pero tú misma recuerdas vagamente haber visto a varios melenudos distintos por las mañanas durante el desayuno. Debían de darte la noche porque entonces tu madre te apartaba de su cama sin piedad, y te tocaba dormir en alguna otra parte ya que prefería follar a sus anchas que acurrucarse con su niña. Eso es malo para una criatura que está acostumbrada a todo lo contrario.
Fiona encarnaba la estabilidad, reconoció Leslie. Todo estaba en su sitio. Nunca me permitió dormir en su cama, pero tampoco me habría echado de ella porque veía las cosas de otro modo. Con ella tuve mi propia habitación, mi propia cama. Todo era mensurable. Todo era frío.
Buscó un acceso a la bahía cuya entrada pudiera reconocer mínimamente a pesar de la niebla. Detuvo el coche y sacó un cigarrillo. Tenía que dejarlo. Tenía que dejar de pensar en Fiona, en su infancia. Cuando lo hacía se metía en terreno pantanoso. Pasaba de una cosa a otra con demasiada facilidad llevada por un peligroso magnetismo. Tenía unos buenos mecanismos de protección y no podía dejar que la muerte de Fiona los derrumbara.
Se sintió casi aliviada al oír que su móvil empezaba a sonar, a pesar de que supuso que era Stephen quien la llamaba porque estaba preocupado por ella. Algo que ya no le incumbía.
Sin embargo, no era Stephen, sino Colin Brankley.
—Perdone que la moleste, Leslie… He llamado a casa de su abuela y me ha respondido un hombre que me ha dado su número de móvil.
Leslie no sintió ninguna necesidad de aclararle que ese hombre era, de hecho, su ex marido. En realidad no quería que Colin Brankley supiera nada acerca de ella en ese momento. Era un tipo impenetrable. Puede que incluso no fuera sincero.
—¿Sí? —se limitó a decir ella.
—Es por… Bueno, mi esposa está preocupada. Gwen se ha marchado de casa esta mañana y todavía no ha vuelto.
—¿Y eso es tan raro?
—De hecho, sí. Como mínimo, siempre nos dice adónde va. Las pocas veces que sale, porque también es raro que lo haga.
—Puede que esté en casa de su novio. Es posible, ¿no cree?
—Sí… —respondió Colin, si bien no parecía muy convencido.
—Debe de estar reconciliándose con Dave. Eso espero, al menos. Tras el fracaso de la fiesta de compromiso, tendrán muchas cosas de las que hablar.
—No tengo el número de teléfono de Dave Tanner.
Leslie sabía que a Colin debía de estar presionándolo su esposa y que esta, por su parte, debía de estar preocupada por Gwen, pero de todos modos no quiso molestarse en disimular su enfado. Gwen tenía treinta y cinco años. Podía ausentarse de casa siempre que quisiera sin tener que ir dando explicaciones. Y mucho menos a unos huéspedes que estaban de vacaciones. Era inaceptable que Colin Brankley la estuviera llamando para encontrar a Gwen.
—Yo tampoco tengo el número de teléfono de Tanner. —La voz de Leslie sonó más cortante y el cambio fue intencionado—. Y creo que no nos corresponde controlar a Gwen. Ya es mayorcita para saber por sí misma lo que hace.
—Por supuesto. Es solo que después de todo lo que…
—Sigo sin ver un buen motivo para andar espiándola.
—No considero que Jennifer y yo estemos actuando como espías —replicó Colin fríamente antes de colgar el teléfono sin siquiera despedirse.
Se había enfadado. Bueno, ¿y qué? Al fin y al cabo, ¿qué le importaban a ella los Brankley?
Siguió conduciendo, le gustara o no, algo más inquieta por la conversación que había mantenido con Colin. Gwen ya era adulta, tenía un novio fijo con el que quería casarse y Leslie no veía nada de extraño en el hecho de que su amiga pasara fuera de casa un día y una noche. En condiciones normales… Pero ¿qué era lo normal en el caso de Gwen? ¿Podían aplicársele los criterios que se utilizarían con cualquier otra persona?
Y, de hecho, ¿qué tenía de normal toda aquella situación?
Una joven había sido asesinada brutalmente en un lugar solitario de Scarborough. A una anciana la habían matado a golpes al borde de un barranco. Entre los sospechosos en los que la policía se está fijando más, se dijo, se encuentra el prometido de Gwen…
Leslie podría acercarse a la casa en la que Dave Tanner vivía. Solo pasaría por allí un momento para asegurarse de que todo iba bien. Pero ¿cómo iba a justificar la visita?
Hola, Gwen, solo quería saber si todo va bien, le diría. Estábamos preocupados porque…
El gran problema de la vida de Gwen era el hecho de que jamás hubiera acabado de crecer del todo. Tal vez con Dave acabaría de dar ese paso. ¿No sería mejor fomentar que así fuera en lugar de seguir tratándola como a una niña pequeña?
Al final Leslie desestimó la idea de visitar a Tanner y se dirigió directamente a casa de su abuela.
Le gustó ver que la ventana del piso estaba iluminada, tenía que admitirlo. Acababa de despedirse de su abuela muerta y era una tarde de otoño nebulosa. Encontrarse con una vivienda fría y oscura podría haber sido definitivamente desesperante. Cuando abrió la puerta del piso, supo por el olor que Stephen había estado cocinando. Curry, cilantro… El aroma era cálido y tentador. A través de la puerta abierta del salón vio que había velas encendidas en la mesa del comedor. Stephen salió de la cocina con un paño atado a la cintura y con una copa de vino blanco en una mano.
—¡Ya estás aquí! —Por un momento, pareció que fuera a dejar la copa en cualquier parte para abrazarla, pero por algún motivo se contuvo y se quedó vacilante, frente a Leslie—. ¿Qué tal? ¿Cómo estás?