Cuentos de Canterbury (52 page)

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Authors: Geoffrey Chaucer

BOOK: Cuentos de Canterbury
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»De esto se desprende que los sueños deben ser tratados con respeto. Además, en el capítulo siguiente del mismo libro encontré y no exagero, créeme— la historia de dos hombres que, por alguna razón, habrían estado ya cruzando el mar hacia un país lejano, de no haber sufrido el viento en contra y haber tenido que aguardar en una ciudad cercana al puerto. Un día, sin embargo, al anochecer, el viento cambió de dirección y sopló tal como ellos deseaban. Así, pues, se fueron alegremente a dormir, con la intención de zarpar temprano al día siguiente. Pero a uno de los hombres, cuando dormía, le ocurrió una cosa maravillosa.

»Antes del alba tuvo un sueño extraordinario: le pareció que un hombre estaba de pie al lado de su cama mandándole que se quedara diciendo:

—Si zarpas mañana, te ahogarás; esto es todo lo que tengo que decirte.

»El hombre se despertó y contó a su amigo lo que había soñado, pero su amigo, que dormía al lado, se burló de él. —Ningún sueño me asustará e impedirá que atienda mis asuntos —le replicó—. No doy la menor importancia a tu sueño. No es más que una trampa. La gente siempre está soñando con las lechuzas, monos y toda clase de cosas de las que nadie entiende el sentido; cosas que nunca fueron ni jamás serán. Pero ya veo que lo que tú quieres es quedarte aquí perdiendo el tiempo y no aprovechar la marea. Bien, Dios sabe que lo siento, pero ¡buenos días!

»Y diciendo esto, salió y zarpó. Pero antes de que el viaje por mar hubiera llegado a mitad de la singladura (no me preguntes por qué o qué fue lo que no marchó), la quilla del barco fue arrancada por algún accidente y el barco se fue a pique con su tripulación a la vista de otros navíos cercanos que habían zarpado al mismo tiempo.

»Por lo que ves, queridísima Pertelote, de estos ejemplos clásicos se desprende que no debemos dejar de hacer caso de los sueños, pues, como digo, no hay duda alguna de que hay muchos sueños que debemos temer.

»Y ¿qué me dices del sueño de Kenelmo? Lo leí en la vida de San Kenelmo, el hijo de Kenulfo, el gran rey de Mercia. Un día antes de ser asesinado, tuvo una visión de su sueño. Su institutriz lo interpretó en todos sus detalles y le advirtió que se guardase de una traición; pero como solamente tenía siete años, no hacía mucho caso de los sueños; tan santo era su espíritu. ¡Por Dios! Daría mi camisa porque hubieses leído la historia como la leí.

»Doña Pertelote, te estoy diciendo la pura verdad: Macrobio, el que escribió sobre el sueño de Escipión en África, afirma su veracidad y dice que advierten sobre futuros peligros. Además, te ruego que consultes el Antiguo Testamento. ¡A ver si Daniel
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pensaba que los sueños eran una estupidez! Lee también acerca de José
[480]
, y verás si los sueños, algunas veces —no digo siempre—, son o no son avisos de acontecimientos del futuro. Piensa en Faraón, el rey de Egipto, y en su mayordomo y su panadero. ¿Encontraron acaso que sus sueños carecían de consecuencias?

»Cualquiera que investigue la historia de diversos reinos podrá leer centenares de historias extraordinarias acerca de sueños. Por ejemplo, ¿qué te parece lo de Creso, el rey de Lidia? ¿No soñó que estaba sentado en un árbol, lo que significaba que sería colgado? Y, luego, está también Andrómaca, la esposa de Héctor. La misma noche antes de que Héctor perdiera la vida, ella soñó que él perecería si iba a combatir aquel día. Ella le advirtió, pero fue inútil: él se fue a luchar sin hacer caso, y Aquiles lo mató. Pero ésta es una historia demasiado larga para contarla ahora: ya es casi de madrugada. Tengo que marcharme. Para terminar, déjame decirte sólo esto: ese sueño indica peligro para mí, y añadiré que no voy a tomar ningún laxante: son venenosos, lo sé muy bien. ¡Al diablo con ellos! ¡No los aguanto!

»Ahora dejemos este asunto y hablemos de otros más agradables. Doña Pertelote, te aseguro que, en una cosa, Dios sí ha sido bondadoso conmigo. Siempre que veo el encanto de tu rostro y estos círculos escarlatas que te rodean los ojos, todos mis temores desaparecen. Es una verdad del Evangelio que
Mulieresthominis confusio
; señora, el significado en latín es: la mujer constituye la completa alegría y felicidad del hombre
[481]
. Pues, como te decía, cuando por la noche noto tu blando costado junto al mío —¡qué lástima que nuestro barrote sea tan estrecho que no pueda montarte!—, me siento tan lleno de alegría y estoy tan contento que desafio todos los sueños y visiones.

Diciendo esto, bajó, pues ya era de día, y todas las gallinas tras él. Cacareó para llamarlas, pues había encontrado un grano de maíz en el patio. Estaba regio y majestuoso y ya no temía nada; emplumó a
Pertelote
veinte veces y la montó otras tantas, antes de terminar el día. Parecía un adusto león; se pavoneaba andando de arriba abajo, como si le disgustase pisar el suelo; cuando encontraba un grano de maíz cloqueaba y todas sus mujeres acudían rápidamente. Pero dejaré a
Chantecler
alimentándose como un príncipe real en su palacio y relataré la aventura que le sucedió.

El mes de marzo
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(en que empezó el mundo y Dios creó al hombre) había transcurrido por entero y habían pasado treinta y dos días desde ese primero de marzo, cuando
Chantecler
caminando orgulloso con sus siete mujeres al lado, levantó la mirada hacia el Sol (que se hallaba a veintiún grados y más en el signo de Tauro) y supo por simple instinto que eran las nueve. Lanzó un alegre quiquiriquí y añadió:

—El Sol se ha elevado más de cuarenta y un grados en el cielo. Doña
Pertelote
, reina de mi corazón, escucha a estos pájaros felices. ¡Cómo cantan! ¡Mira cómo brotan estas hermosas flores!

Sin embargo, un momento después se iba a encontrar en grave apuro, pues ya se sabe que a la felicidad le sigue la aflicción. Dios sabe muy bien que los goces terrenales pronto pasan; y un retórico que sepa escribir poesía elegante podrá confirmar que esto es cierto sin temor a faltar a la verdad. ¡Escúchenme los hombres sabios! Empeño mi palabra de que este relato es tan cierto como el libro de sir Lancelot del Lago, a quien las mujeres tanto veneran. Pero volvamos al tema.

Vaticinado con antelación por un «sueño» supraterrenal, sucedió que un zorro, negro como el carbón, taimado y sin principios, que había vivido durante tres años en un bosquecillo cercano, había penetrado, a través del seto, en el interior del corral que el orgulloso
Chantecler
solía frecuentar con sus esposas. Se agazapó en un campo de coles donde permaneció oculto hasta casi mediodía, esperando el momento propicio de abalanzarse sobre
Chantecler
, igual que hacen los asesinos que aguardan el momento de matar.

¡Oh, traidor criminal que acechas en tu guarida! ¡Oh, tú, segundo Iscariote, nuevo Ganelón! ¡Falso hipócrita! ¡Oh, tú, segundo Sinon, ese griego que aportó a Troya la aflicción total! ¡Ah,
Chantecler
; maldito el día en que bajaste volando desde los barrotes al corral! Tu sueño bien te advirtió de que aquél podía ser un día peligroso para ti.

Pero sucede que, como opinan algunos algunos sabios, lo que Dios prevé debe pasar indefectiblemente. Cualquier sabio erudito os podrá contar que, sobre este asunto, surgen muchas discusiones entre las diversas escuelas
[483]
, y que más de cien mil sabios han opinado sobre ello. Con todo, yo no puedo llegar al fondo de la cuestión como aquel santo teólogo San Agustín, Boecio o el obispo Bradwardine y deciros si la divina presciencia de Dios constriñe necesariamente a uno a que realice cualquier acto en particular (cuando indico «necesariamente» quiero decir «sin más» o si uno está en situación de decidir libremente lo que hará o dejará de hacer, incluso cuando Dios sabe por anticipado que el acto en cuestión tendrá lugar antes de que ocurra o si el hecho de que lo sepa no constriñe en absoluto excepto por «necesidad condicional»). En tales problemas no entro en absoluto.

Mi cuento, como podéis oír, sólo trata de un gallo que hizo caso omiso del consejo de su mujer (con resultados desastrosos) y bajó al corral la misma mañana siguiente al sueño que os he contado. Los consejos de las mujeres suelen ser fatales. El primer consejo de mujer nos trajo a todos dolor e hizo que Adán fuera expulsado del Paraíso en el que era tan feliz y estaba tan cómodo. Pero pasemos esto por alto, pues no quiero ofender a nadie al despreciar los consejos femeninos. Lo digo en broma. Leed los autores que tratan el tema y sabréis lo que tienen ellos que contar sobre las mujeres. Yo me limito a transmitiros las palabras del gallo —no las mías—, según las cuales las mujeres son divinidades. Precisamente yo no me puedo imaginar que pueda provenir de ellas algún mal.

Pertelote
estaba muy feliz tomando un baño de polvo en la arena y todas sus hermanas se hallaban por allí cerca tomando el sol, mientras
Chantecler
cantaba con más alegría que una sirena en el mar —Fisiólogo afirma que cantan bien y con alegría—, cuando su ojo se posó en una mariposa que revoloteaba por las coles y vio al zorro allí escondido, agazapado y al acecho. Se le heló un quiquiriquí en la garganta y sintió temor como un hombre poseído por el pánico y chilló: «coco—coc»; ya se sabe que un animal siente deseos irrefrenables de huir cuando ve a su enemigo natural, aunque jamás haya puesto sus ojos en él.

Así, cuando
Chantecler
le divisó habría huido si el zorro no hubiera exclamado inmediatamente:

—Buenos días, señor, ¿adónde va usted? ¿Cómo es que le inspiro temor, si soy su amigo? Sería un monstruo si le ocasionara algún mal o daño. No he venido a espiarle; la verdadera razón por la que estoy aquí es para oírle cantar. De verdad le digo que tiene una voz tan bonita como un ángel del cielo, aparte de que pone más sentimiento cantando que Boecio o cualquier otro cantor. Su buen padre —¡que Dios le bendiga!— y también su madre solían tener la amabilidad de visitar mi casa para gran satisfacción mía. Me gustaría poderle agasajar en mi casa también. Pues en lo que se refiere a cantar, que me vuelva ciego si jamás escuché a alguien cantar por la mañana mejor que lo hacía su padre, a no ser vos mismo. Realmente todo lo que cantaba le salía del corazón. Para alcanzar las notas más altas, se ponía tan tenso que parecía que los ojos estuvieran clavados; se levantaba de puntillas y, estirando su largo y esbelto cuello, lanzaba su potente quiquiriquí. Además era un gallo de gran perspicacia y no había nadie en la comarca que le superase en canto o sabiduría. He leído en la obra
Burnel el asno
[484]
, entre otros versos, algo sobre aquel famoso gallo a quien el hijo de un sacerdote, cuando todavía era joven y alocado, le quebró una pata y ello le costó al sacerdote el perder el puesto; pero, ciertamente, no puede establecerse comparación entre la inteligencia de aquel gallo y la sabiduría y discreción de su padre. Ahora, señor, por caridad, ¡cantad! y veamos si sois capaz de imitar a vuestro padre.

Chantecler
empezó a aletear, encantado por este halago y sin sospechar traición alguna. Vosotros, nobles, sabed que hay más sicofantes y aduladores en vuestras cortes que mienten para complaceros que los que os dicen la verdad. Leed lo que afirma el
Eclesiastés
[485]
sobre la adulación y precaveros sobre su astucia.
Chantecler
se empinó sobre las puntas de los pies con el cuello estirado para fuera y los ojos fijos y empezó a cantar lo más fuerte que pudo. En un santiamén,
Maese Russef
, el zorro, saltó sobre él, agarró a
Chantecler
por la garganta, se lo arrojó al lomo y se lo llevó al bosquecillo, pues no había nadie que pudiera perseguirle.

¡Oh destino ineludible! ¡Qué lástima que
Chantecler
abandonara los barrotes! ¡Qué lástima también que su esposa no prestase la atención debida a los sueños premonitorios! Por cierto, que toda esa mala suerte tuvo lugar en viernes
[486]
. ¡Oh, Venus, diosa del placer!,
Chantecler
era tu adorador y te servía con todas sus fuerzas, más por el goce que por multiplicar tu raza ¿Cómo se explica que le permitieras morir en el día que te pertenece?

¡Oh, querido y excelso maestro Godofredo, que tan emotivamente hiciste la elegía de la muerte del noble rey Ricardo cuando pereció atravesado por una flecha! ¡Ojalá tuviera yo tu arte y tu maestría en quejarte amargamente del viernes, como lo hiciste, pues fue en viernes cuando ese rey murió! ¡Entonces podría demostrarte cómo compongo una elegía sobre la agonía y el terror de
Chantecler
!

A buen seguro que las damas troyanas no profirieron tal grito de lamentación cuando (según se nos cuenta en
La Eneida
) cayó Ilión, y Pirro, con la espada desenvainada, agarró al rey Príamo por la barba y le mató, como el que lanzaron aquellas gallinas al huir despavoridas después de ver cómo se llevaban a
Chantecler
.

Ahora bien, la que más chilló fue
Doña Pertelote
: mucho más que la esposa de Asdrúbal cuando murió su esposo. Los romanos incendiaron Cartago, y ella, llena de frenética angustia, se arrojó voluntariamente a las llamas para encontrar la muertel
[487]
. Así, aquellas desconsoladas gallinas gritaron igual que las esposas de los senadores cuando Nerón, mandó incendiar la ciudad de Roma, y mató a sus inocentes esposos por ello. Ahora, permitidme que vuelva a mi historia.

La pobre viuda, al oír chillar y lamentarse a las gallinas, salió corriendo de la casa con sus dos hijas, a tiempo de ver al zorro huir al bosque llevándose al gallo cargado sobre sus lomos:

—¡Socorro, socorro, detengan al ladrón! ¡Un zorro, un zorro!

Gritaron y corrieron detrás de él, seguidos de una multitud de hombres provistos de porras.

Todos llegaron corriendo —Coll, el perro; Talbot y Garlans, con Malkin, la doncella, que todavía tenía la rueca en la mano; las vacas y los terneros, y hasta los mismísimos cerdos, acudieron a punto de reventar, aterrorizados por los ladridos de los perros y los gritos de hombres y mujeres. Aullaban como diablos en el infierno. Los patos graznaron como si estuviesen a punto de degollarlos; los gansos levantaron el vuelo hacia los árboles, llenos de pánico; incluso las abejas salieron zumbando de sus colmenas. Os digo que Jack Straw
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y su turba, cuando salieron a linchar flamencos, jamás profirieron gritos tan horrendos y ensordecedores como aquel día persiguiendo al zorro. Llevaban trompetas de latón, madera, asta y hueso y soplaron, zumbaron y sonaron hasta que pareció que el cielo iba a derrumbarse.

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