Cuentos completos (484 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
6.57Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Pero cuándo será? —dijo Puntsch—. Y todo esto no es aún el problema que quiero plantear. Le había explicado a Bárbara con exactitud cómo procedería para proteger la prioridad de Matt. Abriría la caja fuerte y Bárbara pondría sus iniciales y contaría cada hoja de papel que hubiese adentro. Yo sacaría fotocopia de todo y le entregaría a ella una declaración ante escribano público en el sentido de que había hecho eso y que daba cuenta de que todo lo que había sacado de la obra de Revsof. Los originales y la declaración ante escribano serían devueltos a la caja y yo trabajaría con las copias.

»Vean, ella me dijo desde un principio que tenía la combinación. Era cuestión de superar en primer lugar la sensación que yo sentía de estar traicionando la confianza de alguien, y en segundo término, de superar los escrúpulos de ella. El asunto no me gustaba, pero sentía que estaba sirviendo a una causa más alta y por fin Bárbara accedió. Decidimos que si alguna vez Revsof estaba lo bastante cuerdo como para volver a casa, pensaría que habíamos hecho lo indicado. Y su prioridad estaría protegida.

—Entonces entiendo que abrió la caja fuerte —dijo Trumbull.

—No —dijo Puntsch—. No lo hice. Probé la combinación. Bárbara me la dio y no funcionó. La caja sigue cerrada.

—Podría haberla forzado —dijo Halsted.

—No puedo obligarme a hacerlo —dijo Puntsch—. Una cosa es que la esposa me dé la combinación Otra muy distinta es…

Halsted sacudió la cabeza.

—Quiero decir: ¿la señora Revsof no puede pedir que fuercen la caja?

—No creo que ella pediría eso —dijo Puntsch—. Significaría la intervención de extraños. Sería un acto de violencia contra Revsof, en cierto sentido, y… ¿Por qué no funciona la combinación? Ese es el problema.

Trumbull puso las manos sobre la mesa y se inclinó hacia adelante.

—Doctor Puntsch: ¿nos está pidiendo que contestemos esa pregunta? ¿Que le digamos cómo usar la combinación que tiene?

—Más o menos.

—¿Ha traído la combinación?

—¿Se refiere al trozo de papel concreto en el que estaba escrita la combinación? No. Bárbara lo conserva y la comprendo. Sin embargo, si quiere que la escriba, no hay problema. La recuerdo muy bien —Sacó una libretita del bolsillo interior del saco, arrancó una hoja de papel, y escribió con rapidez—. ¡Aquí está! 12R 27 15

Trumbull la miró con solemnidad, después le pasó el papel a Halsted, que estaba a su izquierda. La hoja recorrió la mesa y regresó a él.

Trumbull entrelazó los dedos y miró solemnemente el trozo de papel.

—¿Cómo sabe que ésta es la combinación de la caja fuerte?

—Bárbara afirma que lo es.

—¿No le parece improbable, doctor Puntsch, que el hombre que usted describió deje la combinación en cualquier parte? Una vez obtenida la combinación, da lo mismo que tenga la caja sin cerrar. Esta hilera de símbolos puede no tener nada que ver con la caja.

Puntsch suspiró.

—Las cosas son distintas. No es que la caja haya tenido alguna vez en su interior algo de valor intrínseco. No hay nada de gran valor intrínseco en la casa de Revsof, o en la mía, si vamos al caso. No somos ricos y no somos blancos ideales para el robo. Revsof compró la caja hace unos cinco años y la hizo instalar porque pensaba que con el tiempo podía querer guardar papeles en ella. Ya entonces tenía ese fetichismo acerca de perder la prioridad, pero sólo últimamente llegó al extremo de la paranoia. Tomó nota de la combinación para su uso personal, para poder abrirla él mismo.

»Bárbara encontró la anotación un día y preguntó qué era y él dijo que era la combinación de su caja fuerte. Ella dijo: “Bueno, no la dejes en cualquier parte” y la guardó en un sobrecito en uno de sus propios cajones, con la sensación de que algún día él podría necesitarla. Al parecer nunca se presentó la ocasión, y estoy seguro de que él se olvidó del asunto. Pero ella no se olvidó, y dice que está segura de que nunca la tocaron.

—Él puede haber hecho cambiar la combinación —dijo Rubin.

—Eso significaría la entrada de un cerrajero en la casa. Bárbara dice que está segura de que no pasó.

—¿Eso es todo lo que está escrito en la hoja? —dijo Trumbull—. ¿Sólo seis números y una letra del alfabeto?

—Eso es todo.

—¿Y en el dorso de la hoja?

—Nada.

—Como comprenderá, doctor Puntsch —dijo Trumbull—, esto no es un código, y yo no soy experto en cerraduras de combinación. ¿Qué aspecto tiene la cerradura?

—Muy común. Estoy seguro de que Revsof no podía costearse una caja fuerte muy compleja. Hay un círculo con números del 1 al 30 y una perilla con un pequeño señalador en el centro. Bárbara vio trabajar a Matt con la caja y no hay mayores complejidades. Hace girar la perilla y la abre.

—¿Ella nunca lo ha hecho?

—No. Ella dice que no.

—¿Ella no puede decirle por qué la caja no se abre cuando usted emplea la combinación?

—No, no puede. Y sin embargo parece bastante simple. La mayor parte de las cerraduras de combinación que he usado (en realidad todas) tienen perillas que uno hace girar primero en una dirección, después en la otra, después otra vez en la primera dirección. De acuerdo a la combinación, me parece claro que tenía que hacer girar la perilla primero a la derecha
[30]
hasta que el señalador estuviese en el doce, después a la izquierda hasta el veintisiete, después otra vez a la derecha hasta el quince.

—Yo tampoco veo que pueda significar otra cosa —dijo Trumbull.

—Pero no funciona —dijo Puntsch—. Marqué la combinación doce, veintisiete, quince una docena de veces. Lo hice con cuidado, asegurándome de que el pequeño señalador estuviese centrado en cada línea. Traté de hacer vueltas extras; ya saben, a la derecha hasta doce, después una vuelta completa a la izquierda y después hasta veintisiete, después una vuelta completa a la derecha y después hasta quince. Intenté hacer una vuelta completa en una dirección y no en la otra. Intenté otros trucos, tironear de la perilla, apretarla. Lo intenté todo.

—¿Dijo “Sésamo, ábrete”? —dijo Gonzalo, con una sonrisa.

—No se me ocurrió —dijo Puntsch, sin sonreír—, pero si se me hubiese ocurrido, lo habría intentado. Bárbara dice que nunca notó que él hiciese algo especial, pero desde luego, puede haberse tratado de algo poco notable y en ese sentido no lo observó con mucha atención. No se le ocurrió que alguna vez tendría que saberlo.

—Permítame darle otro vistazo —dijo Halsted. Miró la combinación con seriedad—. Esto no es más que una copia, doctor Puntsch. No puede ser exactamente como se la veía. Me parece evidente aquí, pero usted puede haberla copiado sólo como creía que era. ¿No es posible que algunos de los números del original sean equívocos, como para que usted confunda un siete con un uno, por ejemplo?

—No, no —dijo Puntsch, sacudiendo la cabeza con vigor—. No hay posibilidad de error. Se lo aseguro.

—¿Qué me dice de los espacios? —dijo Halsted—. ¿Estabas espaciado exactamente así?

Puntsch tomó el papel y lo miró otra vez.

—Oh, entiendo lo que quiere decir. No, en realidad no había espacios. Yo los puse porque era así como la veía. En realidad el original es una línea corrida de símbolos, sin ningún espaciado especial. Sin embargo no importa, ¿verdad? No se lo puede dividir de otro modo. La escribiré otra vez sin espacios.

Escribió por segunda vez bajo la primera línea y le alcanzó el papel a Halsted. 1 2 R 2 7 1 5

—No se la puede dividir de otro modo —dijo—. No se puede tener un 2710 un 715. Los números sólo llegan a treinta.

—Ahora bien —murmuró Halsted—, olviden los números. ¿Qué me dicen de la letra R? —Se pasó la lengua por los labios, en obvio disfrute de la nítida atmósfera de suspenso que se había centrado ahora en él—. Supongan que dividimos así la combinación:

12 R27 15

Levantó el papel para que lo viese Puntsch, y después los demás.

—En esta división, es el número veintisiete el que tendría la inicial de “right” (derecha), así que son los otros dos números los que habría que girar ala izquierda. En otras palabras, los números son doce, veintisiete y quince, de acuerdo pero habría que hacerlos girar a izquierda, derecha, izquierda, en vez de derecha, izquierda, derecha.

—¿Por qué poner la R allí? —protestó Gonzalo.

—Todo lo que él necesita es un pequeño dato recordatorio. Sabe cuál es la combinación. Si recuerda que el número central es hacia la derecha, sabe que los otros dos son hacia la izquierda.

—Pero eso no es un gran adelanto —dijo Gonzalo—. Si sólo pone los tres números, es ya sea izquierda, derecha, izquierda, o si no derecha, izquierda, derecha. Si no funciona en un sentido, prueba con el otro. Tal vez la R quiera decir otra cosa.

—No se me ocurre qué —dijo Puntsch con tristeza.

—El símbolo sólo podría ser una R, ¿verdad, doctor Puntsch? —dijo Halsted.

—Solamente —dijo Puntsch—. Admito que no pensé en asociar la R con el segundo número, pero de todos modos no importa. Cuando la combinación no funcionó haciéndola girar en el orden derecha, izquierda, derecha, me desesperé lo suficiente como para probarla no sólo en el orden izquierda, derecha, izquierda, sino también en derecha, derecha, derecha e izquierda, izquierda, izquierda. En todos los casos lo intenté con y sin vueltas completas entremedio. No funcionó nada.

—¿Por que no probar con todas las combinaciones? Sólo serían muchas.

—Calcula cuántas, Mario —dijo Rubin—. El primer número podría ser cualquiera del uno al treinta en cada dirección; lo mismo pasaría con el segundo; también con el tercero. El número total de combinaciones posibles, teniendo en cuenta las dos direcciones para cada número, sería sesenta veces, sesenta veces sesenta, o sea más de doscientos mil.

—Creo que la forzaría mucho antes de llegar a probarlas todas —dijo Puntsch con evidente disgusto.

Trumbull se volvió hacia Henry, que había estado de pie junto al copero con una expresión de atención en el rostro.

—¿Has ido siguiendo todo esto, Henry?

—Sí, señor —dijo Henry—, pero no he visto las cifras escritas.

—¿Me permite, doctor Puntsch? —dijo Trumbull—. Él es el mejor de nosotros, en realidad.

Le alcanzó la hoja con los tres números escritos de tres maneras distintas.

Henry las examinó con gravedad y sacudió la cabeza.

—Lo siento. Se me había ocurrido algo, pero veo que estaba equivocado.

—¿Qué se te había ocurrido? —preguntó Trumbull.

—Se me había ocurrido que la letra R podía estar escrita con minúscula. Veo que está en mayúscula.

Puntsch parecía asombrado.

—Aguarden, aguarden. Henry, ¿tiene importancia eso?

—Podría ser, señor. No pensamos con frecuencia que la tenga, pero hace un momento el señor Halsted explicó que la palabra inglesa “polish” (pulir), se convertía en “Polish” (polaco), y cambiaba de pronunciación simplemente debido a la mayúscula.

—Pero es una minúscula en el original, sabe —dijo Puntsch lentamente—. Nunca se me ocurrió escribirla de ese modo. Siempre uso mayúsculas cuando escribo. Qué raro.

Hubo una leve sonrisa en el rostro de Henry. Dijo:

—¿Quisiera escribir la combinación con minúscula, señor?

Puntsch, un poco ruborizado, escribió: 1 2 r 2 7 1 5 Henry miró la línea y dijo:

—Ya que después de todo se trata de una r minúscula, puedo hacer una pregunta más. ¿Hay alguna otra diferencia entre esto y el original?

—No —dijo Puntsch. Después, a la defensiva—: Ninguna diferencia significativa. La cuestión del espaciado y la mayúscula no ha cambiado nada, ¿verdad? Desde luego, el original no está escrito con mi letra.

—¿Está escrito con la letra de alguien, señor? —dijo Henry, sereno.

—¿Qué?

—Quiero decir: ¿el original está dactilografiado, doctor Puntsch?

El rubor del doctor Puntsch se hizo más profundo.

—Sí, ahora que lo pregunta, estaba dactilografiado. Eso tampoco significa nada. Si hubiese aquí una máquina de escribir, se lo dactilografiaría, aunque, desde luego, no sería el mismo tipo de máquina que el del original, tal vez.

—En la oficina de este piso hay una máquina de escribir —dijo Henry—. ¿Le importaría dactilografiar la línea, doctor Puntsch?

—En absoluto —dijo Puntsch, desafiante. Regresó en dos minutos, durante los cuales nadie dijo una palabra en la mesa. Le alcanzó el papel a Henry, con la serie de número dactilografiados bajo las cuatro líneas de números manuscritos:

1 2 r 2 7 1 5

—¿Así se los veía? —dijo Henry—. ¿La máquina de escribir con que se hizo el original no tenía un tipo de letra especialmente poco común?

—No. Lo que acabo de dactilografiar es casi idéntico al original.

Henry le pasó el papel a Trumbull, que lo miró y lo hizo circular.

—Supongo que si abre la caja-fuerte —dijo Henry—, es probable que no encuentre nada de importancia.

—Yo también lo supongo —estalló Puntsch—. Estoy casi seguro. Sería desilusionante pero mucho mejor que quedarse aquí preguntándomelo.

—En ese caso, señor —dijo Henry— quisiera decir que el señor Rubin habló esta noche de idiomas privados. La máquina de escribir también tiene un idioma privado. La máquina de escribir común emplea el mismo símbolo para el número uno y la minúscula de la duodécima letra del alfabeto.

»Si usted hubiese querido abreviar las palabras “right” y “left” con las iniciales manuscritas, no habría habido problema, ya que ninguna forma de la escritura a mano puede llevar a la confusión. Si hubiese empleado una máquina de escribir y las abreviaba con mayúsculas habría sido una notación clara. Al emplear minúsculas, es posible leer la combinación como 12 right (derecha), 27, 15; o tal vez 12, right 27, 15; o como left (izquierda) 2, right 27, left 5. El 1 en 12 y 15 no es el número 1 sino la minúscula de la letra L y quiere decir left, izquierda. Revsof sabía lo que estaba mecanografiando y él no se confundía. Podía confundir a otros.

Puntsch miró los símbolos con la boca abierta.

—¿Cómo se me pasó por alto?

—Un momento antes —dijo Henry—, usted había hablado de momentos de penetración que podía tener cualquiera pero en realidad sólo una persona tenía. Fue el señor Gonzalo quien dio en la tecla.

—¿Yo? —dijo Gonzalo con vigor.

—El señor Gonzalo se preguntó por qué tenia que haber sólo una letra —dijo Henry—, y a mí me pareció que tenía razón. Seguramente el doctor Revsof indicaría la dirección de todos los números, o de ninguno. Como una letra estaba presente sin lugar a dudas, me pregunté si no estarían también las otras dos.

Other books

The Death of the Wave by Adamson, G. L.
Game Night by Joe Zito
Dollmaker by J. Robert Janes
The Warbirds by Richard Herman
Callahan's Secret by Spider Robinson
Hephaestus and the Island of Terror by Joan Holub, Suzanne Williams
Our Game by John le Carre
Winter Song by James Hanley