Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—¿Cómo formulas ecuaciones para la guerra?
—Bueno, tratas, viejo… Hombres, armas, sorpresa, contraataque, naves, estaciones espaciales. Computadoras. No debemos olvidar a las computadoras. Hay cientos de factores, miles de intensidades, millones de combinaciones. Hargrove piensa que es posible encontrar cierta combinación de condiciones iniciales y cursos de desarrollo, que resultaría en una clara victoria para nosotros y no demasiado daño para el mundo; y trabaja bajo constante frustración.
—Pero, ¿qué hay si consigue lo que quiere?
—Bueno, si logra encontrar la combinación, si la computadora dice “Ésta es”, entonces supongo que él cree que puede llevar a nuestro gobierno a luchar exactamente la guerra que la computadora ha elaborado, con lo que, exceptuando errores aleatorios que alteren el curso indicado, obtendríamos lo que queremos.
—Habría víctimas.
—Sí, por supuesto. Pero presumiblemente la computadora compararía las víctimas con otros daños a la economía y la ecología. Por ejemplo, los beneficios que derivarían de nuestro control del mundo, y si pensara que los beneficios pesarían más que las víctimas, entonces diría “sigan adelante”, hacia la guerra. Después de todo, podría ser que hasta las naciones que pierdan se vean beneficiadas al ser dirigidas por nosotros, con nuestra más fuerte economía y nuestro fuerte sentido moral.
Gelb mostró su incredulidad y dijo:
—Nunca supe que estuviéramos sentados en la cima de un cráter volcánico como ese. ¿Qué hay de esos “errores aleatorios” que mencionaste?
—El programa de la computadora trata de dejar un margen para lo inesperado, pero es imposible, por supuesto. Así que no creo que el “sigan adelante” llegue nunca. No lo ha hecho hasta ahora, y a menos que el viejo Hargrove se presente ante el gobierno con una simulación computarizada de una guerra que sea totalmente satisfactoria, no creo que haya muchas posibilidades de que pueda forzarlos.
—Entonces viene a ti… ¿Con qué razón?
—Para mejorar el programa, por supuesto.
—¿Y tú le ayudas?
—Sí, ciertamente. Hay altos honorarios involucrados, Herman.
Gelb sacudió su cabeza.
—¡Peter! ¿Vas a tratar de organizar una guerra sólo por dinero?
—No habrá tal guerra. Soy programador y no conozco ninguna manera de programar una computadora para darle lo que más necesita para iniciar una guerra, o una persecución, ni siquiera una travesura, ignorando cualquier daño que pueda producirse en el proceso. Y como falta lo más necesario, la computadora nunca le dará a Hargrove, ni a todos los otros que anhelan la guerra, nada excepto frustración.
—Entonces, ¿qué es lo que la computadora no tiene?
—¡No tiene el “por qué”, Gelb!… Ella carece totalmente del sentido de la vanidad.
“The Nations in Space”
Una Fábula Moderna
Como es bien sabido, las naciones de Gladovia y Saronin han sido enemigas por varios siglos. En los tiempos medievales, cada una había gobernado a la otra en momentos diferentes, y cada una recordaba, con amargura, el dominio de mano dura de la otra. Incluso en el siglo XX las dos naciones habían conseguido estar en lados opuestos en las guerras mayores que se pelearon entonces.
En el siglo de paz que siguió a la última de las grandes guerras, Gladovia y Saronin habían estado en paz, también, pero siempre se recordaban la una a la otra con desprecio y un gesto en la boca.
Pero corría el 2080, las estaciones de energía solar estaban en órbita alrededor de la Tierra recogiendo la energía del Sol y transmitiéndola en forma de microondas a las naciones de todo el mundo. Eso había cambiado al mundo de diversas maneras. Con energía solar en abundancia, la utilización de los combustibles fósiles había decaído, y el peligro del efecto invernadero había disminuido (aunque algún calor excedente que surgía de la energía solar producía alguna polución térmica).
Con energía en abundancia y un mejor control de la población, los estándares de vida se elevaron, mejoró la provisión de alimentos, fue racionalizada la distribución de recursos y, en general, estaba en pleno desarrollo una era de prosperidad y satisfacción.
De todos modos, una de las cosas que no había cambiado era la antipatía de los Gladovianos por Saronin, y el disgusto de los Saroninianos por Gladovia.
Por supuesto, las estaciones de energía solar no funcionaban por sí mismas. A pesar de la total automatización y del intensivo uso de los robots, todavía era importante que unos pocos seres humanos inspeccionaran las diversas estaciones periódicamente para asegurarse de que todo funcionara bien y de que las diminutas motas de basura espacial y las inesperadas ráfagas de viento solar no alteraran el funcionamiento de las computadoras más allá de la capacidad de los robots, y de las propias computadoras, para corregir la cuestión.
Aquellos elegidos para la tarea servían sus cuotas y eran regularmente rotados de modo que los efectos de la gravedad cero pudieran ser minimizados por periodos de descanso sobre la superficie de la Tierra. Fue pura coincidencia, entonces, que los Servidores Espaciales (como eran llamados) en el verano del año 2080, consistieran, entre otros, de dos Gladovianos y de dos Saroninianos. Estos enemigos tradicionales fueron juntados en el curso del trabajo y realizaron sus tareas correctamente, pero fueron cuidadosos de restringir las comunicaciones entre sí a lo mínimo esencial y evitaron cualquier sonrisa o calidez.
Y un día, el más joven de los Gladovianos, de nombre Tomasz Brijon, fue hasta el mayor, Hamish Mansa, con una estirada sonrisa de placer, y le dijo:
—Ese tonto Saroniniano la hizo esta vez.
—¿Cuál? —preguntó Mansa.
—Ese cuyo nombre suena como un estornudo. ¿Quién puede hablar ese tonto idioma Saroniniano? En todo caso, con una verdadera estupidez Saroniniana ha cometido un descuido en la computadora A-5.
Mansa parecía alarmado.
—¿Con qué resultado?
—Ninguno todavía. Pero cuando la densidad del viento solar suba más del nivel 1.3, cerrará la mitad de las estaciones de energía y quemará varias computadoras.
Los ojos de Mansa se abrieron ampliamente.
—¿Y qué has hecho al respecto?
—Nada —dijo Brigon—. Estaba allí y vi lo que sucedió. Ahora está grabado. El Saroniniano se identificó como el trabajador en la computadora, y cuando se cierren las estaciones de energía, y se quemen las computadoras, el mundo sabrá que fue un estúpido Saroniniano el que lo hizo. —Brigon estiró los brazos lujuriosamente y dijo, con placer—: todos en el mundo estarán furiosos, y toda la infame nación de Saronin será humillada.
—Pero mientras tanto —dijo Mansa—, la provisión de energía a la Tierra será completamente interrumpida, y tal vez no sea posible reparar el sistema para ponerlo a trabajar por meses, tal vez por un año o dos.
—Tiempo suficiente —dijo Brigon— para que el mundo borre a Saronin de la faz de la Tierra, de modo que nuestra propia gloriosa nación de Gladovia pueda tomar posesión del territorio que es, por derecho, nuestro
—Pero, piensa un poco —dijo Mansa—. Con tanta energía yéndose de golpe, el mundo estará demasiado ocupado tratando de salvarse del desastre para comprometerse en cruzadas. Habrá interrupción de la industria, el peligro del hambre, la formación de bandas de necesitados, la guerra por algo que pueda proveer energía… el caos total.
—Peor todavía para Saronin…
—Pero el caos también llegará a Gladovia. Nuestra gloriosa nación depende del suministro de la energía solar tanto como Saronin, como todo el mundo. Habrá un mundo de catástrofe en el cual —quién sabe— Gladovia puede sufrir mucho más que Saronin. ¿Quién lo puede decir?
La boca de Brigon quedó abierta y se veía perturbado.
—¿Realmente piensas eso?
—Por supuesto. Debes ir hasta el que tiene nombre como de estornudo, y pedirle que vuelva a controlar su trabajo. No necesitas decir que sabes que algo está mal. Es que simplemente estabas allí, y que de repente tuviste el extraño sentimiento de que algo no estaba bien. Di que tuviste un presentimiento. Y si encuentra el error y lo corrige, no te mofes. No sería seguro hacer eso. ¡Y hazlo pronto! ¡Por la gloriosa nación de Gladovia! Y por el mundo, por supuesto.
Brigon no tenía alternativa. Lo hizo, y el riesgo fue evitado.
Las personas siempre se aman más a sí mismas. Pero en un mundo tan interconectado donde herir a uno es herir a todos, la mejor manera de amarse a sí mismo, es amar también a todos los demás.
“Battle-Hymn”
Parecía no haber mucho lugar para la esperanza. Sibelius Hopkins lo puso en las palabras más sencillas.
—Tendríamos que conseguir el consentimiento marciano, y no lo conseguiremos, eso es todo.
La desolación entre los otros era tan densa para impedirles respirar.
—Nunca debimos apoyar la autonomía de los colonizadores —dijo Ralph Colodny.
—De acuerdo —dijo Hopkins—. Bien, ¿quién se ofrece de voluntario para volver veintiocho años en el tiempo y cambiar la historia? Marte tiene el derecho soberano de decidir cómo será utilizado su territorio, y no hay nada que hacer sobre ello.
—Podríamos elegir otro sitio —dijo Ben Devers, que era el más joven del grupo y todavía no había logrado desarrollar el apropiado tono de cinismo.
—No hay otro sitio —dijo lisamente Hopkins—. Si no sabes que los experimentos con el hiperespacio son peligrosos, regresa a la escuela. No puedes hacerlos sobre la Tierra, e incluso la Luna está demasiado poblada. Los asentamientos espaciales son demasiado pequeños, en tres órdenes de magnitud, y no es posible hallar nada más allá de Marte por al menos veinte años. Pero Marte es perfecto. Aún está prácticamente vacío. Tiene baja gravedad en superficie y una atmósfera delgada. Es frío. Todo es perfecto para el vuelo hiperespacial… excepto los colonizadores.
—No puedes asegurarlo —dijo el joven Devers—. Las personas son raras. Podrían votar a favor de los experimentos hiperespaciales en Marte, si lo manejamos bien.
—¿Cómo lo manejamos bien? —dijo Hopkins—. La oposición ha saturado a Marte con un viejo estribillo simplón que dice:
¡No, no, mil veces no!
No puedes mi cariño pagar.
¡No, no, mil veces no!
Moriría antes de aceptar.
Hopkins sonrió con amargura.
—Marte está inundado con el cantito. Está siendo taladrado en la mente de los colonizadores marcianos. Votarán “no” automáticamente, y no tendremos experimentos hiperespaciales y eso significa que no tendremos vuelos hacia las estrellas por décadas, tal vez generaciones… por cierto, no durante nuestras vidas.
Frunciendo el ceño al pensar, Devers dijo:
—¿No podemos utilizar un cantito para nuestro propio argumento?
—¿Qué cantito?
—Una gran cantidad de colonizadores es de extracción francesa. Podríamos manipular su conciencia étnica.
—¿Qué conciencia étnica? Todos hablamos inglés ahora.
—Eso no apaga la conciencia étnica —dijo Devers—. Si tocas la vieja canción nacional de Francia, todos sentirán añoranzas. Es un himno de batalla, ¿sabes?, y los himnos de batalla siempre mueven la sangre, especialmente ahora que no hay ninguna guerra.
—Pero las palabras ya no significan nada —dijo Hopkins—. ¿Las recuerdas?
—Sí —dijo Devers—. Iba…
Allons, enfants de la patrie,
La jour de gloire est arrive.
Contre nous de la tyrannie,
L’Etendard sanglant est leve.
[21]
Las cantó en una clara voz de tenor.
—Ni un solo marciano en mil sabrá lo que eso significa —dijo Hopkins.
—¿A quién le importa? —dijo Devers—. Tócala igual. Incluso si no entienden las palabras, sabrán que es el viejo himno de batalla de Francia y los movilizará. Además, la tonada es ganadora. Infinitamente mejor que esa tonta música de music-hall que dice “No, no”. Yo te lo digo, el himno de batalla se instalará en la mente de cada uno y reemplazará el no-no.
—Tal vez tengas algo allí —dijo Hopkins—. Y si lo acompañamos con algún lema impactante sobre los cambios. “La Humanidad Hacia Las Estrellas”, “Lleguemos a una estrellas”, “Más Rápido Que La Luz Será Lo Más Lento Que Vayamos”. Y siempre con esa música.
—Ya sabes —dijo Colodny—,
“la jour de gloire”
significa “el día de gloria”, creo. Podemos utilizar esa frase, “El Día De Gloria Cuando Alcancemos Las Estrellas”. Si decimos “el día de gloria” bastante frecuentemente, tal vez los marcianos votarán “Sí”.
—Suena demasiado bueno para ser cierto —dijo Hopkins con pesimismo—, pero no veo qué otra opción tengamos en este momento. Podemos intentarlo y ver si hace algún bien.
Ése fue el comienzo de la gran batalla de las canciones proselitistas. En cada uno de los asentamientos en Marte, bajo los domos, desde Olympus y a lo largo de los Valles Marinieris, y hasta las áreas lejanas de los cráteres, se escuchaba de un lado, “No, no, mil veces no…” y del otro lado, “
Allons, enfants de la patrie…
”
No había dudas de que el ritmo conmovedor del himno de batalla estaba teniendo efecto. Hacía retroceder al simple cantito de negación y Hopkins tuvo que admitir que desde una alternativa cero, el voto por el “sí” se estaba convirtiendo en una posibilidad; de una derrota segura, estaba comenzando a tener una oportunidad.
—Sin embargo —dijo Hopkins—, el problema es que no tenemos nada directo. Su cantito, a pesar de ser tonto, tiene la ventaja de decir “¡No… No… No…!”. La nuestra es sólo una canción pegadiza que está llenando la mente de varios, ¿pero con qué? ¿El día de gloria?
Devers sonrió y dijo:
—¿Por qué no esperar hasta la elección?
Después de todo, era su idea.
Así lo hicieron.
¿Qué sucedió el día de la elección? ¿Ganó el voto negativo o el positivo? Y, en ese caso, ¿por qué?
Usted puede ganar cuando adivine si el voto fue negativo
o
positivo. Lo que vale es la mejor
razón
.
En la tarde del día de la elección, Hopkins se encontró casi incapaz de hablar. El voto había estado subiendo constantemente hasta el 90 por ciento a favor del “Sí” y no había una sola duda sobre ello.