Cuento de muerte (35 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Cuento de muerte
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—¿Cuándo podré ver el cuerpo? —preguntó Ingrid Ungerer con una expresión de compostura forzada y vacilante.

—Frau Ungerer… —Maria se inclinó hacia delante en su silla—. Debo advertirle de que su marido ha sufrido ciertas… heridas… que podrían ser angustiosas para usted. Creo que sería mejor…

—¿Qué clase de heridas? —la interrumpió Ingrid—. ¿Cómo lo mataron?

—Por lo que sabemos, su marido fue apuñalado. —Maria hizo una pausa—. Escúcheme, Frau Ungerer, la persona que mató a su marido es claramente un individuo trastornado. Lamento decirle que le quitó los ojos. Lo siento mucho.

La expresión de Ingrid Ungerer se mantuvo serena, pero Maria notó el temblor en su voz.

—¿Fue el marido de alguien? ¿O algún novio?

—Me temo que no entiendo, Frau Ungerer.

—¿Mi marido fue atrapado con otra mujer? ¿O fue algún marido celoso que dio con él? Entonces podría entender lo de los ojos. Él siempre estaba mirando a otras mujeres. Siempre.

María miró fijamente a Ingrid Ungerer. Tenía un atractivo poco especial, era de mediana estatura y complexión, con pelo castaño corto. Una cara agradable, pero a la que uno no le prestaría demasiada atención; aunque, si se lo hacía, podía verse una tristeza que acechaba continuamente detrás de sus rasgos. Maria notó que era una tristeza establecida, una melancolía que, temporalmente, había dejado espacio a la nueva pena de Ingrid, pero cuya presencia era más larga y más permanente.

—¿Su marido veía a otras mujeres? —preguntó.

Ingrid lanzó una risa amarga.

—¿Le gusta el sexo? —Formuló la pregunta como si quisiera saber qué hora era. Maria, naturalmente, quedó desconcertada, y la pregunta caló más hondo en ella de lo que Frau Ungerer había planeado. Por suerte, no esperó la respuesta—. A mí me gustaba. Soy una persona muy física. Pero usted ya sabe, después de llevar un tiempo de casada, la pasión se desvanece, los hijos te dejan agotada y anulan tu impulso sexual…

—Lo siento. No lo sé. No estoy casada.

—Pero tendrá novio, ¿no?

—En este momento no. —Maria mantuvo siempre el mismo tono. Era una zona de su vida que no tenía ganas de discutir con una desconocida, aunque se tratase de una mujer angustiada.

—Las cosas se enfriaron un poco después de que Bernd y yo nos casáramos. Como suele ocurrir. Demasiado para mí, si he de ser honesta, pero Bernd tenía un trabajo muy exigente y muchas veces estaba exhausto cuando llegaba a casa. Pero era un marido maravilloso, Frau Klee. Fiel, atento, cariñoso, y un gran padre. —Ingrid se puso en pie y sacó un llavero de su bolso—. Me gustaría enseñarle algo. —Hizo pasar a Maria al pasillo, luego la guió por una entrada que tenía un arco en la parte superior y le hizo bajar una escalera. Una vez en el sótano, encendió las luces. Allí se encontraba la típica colección de cosas que no encuentran sitio en las áreas principales de una casa de familia: bicicletas, cajas de almacenamiento, botas de invierno. Ingrid se detuvo delante de un gran arcón, posó las manos sobre él pero no hizo ningún movimiento para abrirlo.

—Empezó hace unos seis meses. Bernd se volvió más… atento, podríamos decir. Al principio yo estaba contenta, pero las cosas parecieron pasar de un extremo a otro. Hacíamos el amor todas las noches. En ocasiones dos veces en una sola noche. Se volvió cada vez más… urgente, supongo. Luego dejó de ser como si hiciéramos el amor. El me lo hacía como si yo no estuviera presente. Y entonces, una noche en que le dije que no tenía ganas… —Ingrid se detuvo. Miró el llavero y pasó los dedos por las llaves, como si fueran un rosario—. Esa noche él dejó muy claro que no le importaba si tenía ganas o no.

Maria puso la mano sobre el brazo de Ingrid pero sintió que ella lo apartaba.

—Más o menos para entonces empecé a descubrir lo de las otras mujeres. En aquel entonces él trabajaba para otra empresa. Llevaba muchos años allí, y de pronto sintió la necesidad de cambiarse a la empresa en la que está ahora… —Negó con la cabeza como irritada consigo misma y corrigió la frase—. Quiero decir, la compañía para la que estaba trabajando hasta ahora. Hace muy poco me enteré de que un par de empleadas de la antigua empresa habían presentado quejas sobre él.

—Lo siento, Frau Ungerer. ¿Por eso es que cree que podría haber sido un marido celoso? Me parece que no es ése el caso. Tenemos razones para creer que el asesinato de su marido ha sido cometido por una persona que ha matado a varias personas antes que no tenían ninguna relación entre sí.

Ingrid Ungerer miró a Maria inexpresivamente; luego continuó como si no la hubiese oído.

—Hubo una media docena de mujeres, por lo que yo sé, en los últimos seis meses. Y muchas más que lo rechazaron. El no sentía ninguna vergüenza. No parecía importarle que estaba poniéndose en ridículo… o a mí y a los niños, para el caso. —Una vez más, lanzó una risita amarga—. Pero tampoco me dejaba en paz. Todo el tiempo en que él mantenía relaciones con otras mujeres yo también tenía que satisfacerlo. Era insaciable.

Cogió las llaves que había sacado del bolso, abrió el arcón, levantó la tapa y dejó al descubierto su contenido. Estaba lleno de pornografía. Pornografía dura: revistas, vídeos, DVD.

—Me dijo que jamás bajara aquí. Que jamás abriera este arcón, si sabía lo que me convenía. —Miró a Maria con expresión suplicante—. ¿Por qué hizo eso? ¿Por qué me amenazó? Nunca me había amenazado antes. —Señaló con un gesto el contenido del arcón—. Hay más en su ordenador, arriba. ¿Puede entenderlo? ¿Por qué cambiaría de tal forma? ¿Por qué un hombre cariñoso y afectuoso se convertiría en una bestia? ¿Tan de repente? Todos lo sabían. Eso es lo que me entristece tanto. Los vecinos y amigos me sonreían y charlaban conmigo y yo me daba cuenta de que o bien sentían pena por mí o estaban tratando de averiguar más detalles sórdidos. Tampoco nos quedaban muchos amigos. Todas las parejas que conocimos se alejaron de nosotros porque Bernd siempre trataba de ligar con las mujeres. Incluso sus compañeros de trabajo bromeaban al respecto… Le habían puesto un sobrenombre. Al parecer, también sus clientes lo hacían. Mire, Frau Klee, no puedo creer que su asesinato no tenga nada que ver con la forma en que venía comportándose recientemente.

Ingrid cerró con llave el arcón y regresaron a la sala. Maria trató de que Ingrid le diera más detalles sobre los movimientos de su marido en la semana anterior. Pero cuanto más trataba Maria de concentrarse en esos datos, más le inquietaba el arcón bajo llave en el sótano, la vida secreta. En cualquier caso, era una tarea difícil y desgraciada porque, además de su repentina lascivia, parecía que Ungerer se había vuelto cada vez más cerrado y a la defensiva. Salía más por las noches, a «ver clientes en un entorno social», y eso fue lo que había dicho la noche en que lo mataron. En aquella ocasión, cuando él no regresó, Ingrid no se preocupó. Estaba disgustada, pero no preocupada; era habitual que Bernd pasara toda la noche fuera. Había resguardos de tarjeta de crédito escondidos que Ingrid había encontrado pero que había guardado de nuevo sin hacer ningún comentario al respecto. Todos estaban a nombres de agencias de acompañantes, clubes y saunas de Sankt Pauli.

—Estaba claro que algo malo le ocurría a Bernd —explicó—. Se convirtió en una persona diferente. Había otras cosas extrañas en él. A veces llegaba a casa y se quejaba de que olía a sucia. No era cierto, pero yo tenía que limpiarla de arriba abajo, incluso aunque lo hubiera hecho antes ese mismo día, sólo para satisfacerlo. Entonces él me daba mi «recompensa», como lo llamaba. Pensé que estaría pasando por una crisis nerviosa, y por eso le sugerí que fuéramos a ver a nuestro médico de cabecera, pero Bernd no quiso saber nada.

—¿De modo que jamás obtuvo ninguna opinión profesional sobre su comportamiento?

—Sí, sí. Fui a ver a Herr Doktor Gärten por mí cuenta. Le conté lo que ocurría. Me explicó que existe una afección llamada «satiriasis», la versión masculina de la ninfomanía. Me dijo que estaba muy preocupado por Bernd y que era necesario que él fuera a verlo, pero cuando yo le conté a Bernd que había ido al médico sin él, a sus espaldas, según sus palabras… bueno, las cosas se pusieron bastante más desagradables.

Las dos mujeres se quedaron en silencio un momento. Luego Maria comenzó a explicarle a Ingrid las ayudas que había disponibles, y los procedimientos que tendrían lugar en los días y semanas siguientes. A continuación, se puso en pie para marcharse. Casi había llegado a la puerta cuando se volvió para despedirse de Ingrid Ungerer y repitió sus condolencias.

—¿Puedo hacerle una última pregunta, Frau Ungerer?

Ingrid asintió débilmente.

—Usted me dijo que sus colegas y clientes le habían puesto un sobrenombre. ¿Cuál era?

Los ojos de Ingrid se llenaron de lágrimas.

—Barbazul. Así llamaban a mi marido… Barbazul.

47

Lunes, 19 de abril. 15:00 h

KRANKENHAUS MARIAHILF, HEIMFELD, HAMBURGO

Las enfermeras estaban encantadas. Qué detalle tan amable había sido traerles una enorme caja de deliciosas pastas para que ellas tomaran con el café. Era un pequeño gesto de agradecimiento, les había explicado él, para la Oberschwester y todo su personal, por la maravillosa atención que le habían prodigado a su madre. Qué amable. Qué considerado.

El había estado conversando con el Chefarzt, Herr Doktor Schell, durante casi media hora. El Doktor Schell le había explicado, una vez más, las precauciones esenciales que debía tomar con su madre una vez que ella estuviera viviendo en su casa. El doctor tenía consigo el informe que los servicios de asistencia social le habían suministrado sobre el apartamento que el hijo había acondicionado para compartir con su madre enferma. Según ese informe, la vivienda estaba equipada con todas las comodidades. El doctor felicitó al hijo por el esfuerzo que había hecho para suministrar a su madre la mejor atención posible.

Cuando salió del despacho del Doktor, el hombre miró con una sonrisa al grupo de enfermeras. También en ese momento la enfermera jefe empezó a dudar de que en su vejez alguno de sus desagradecidos hijos se tomara siquiera un cuarto de las molestias que se había tomado aquel hombre por su madre.

El hijo volvió a sentarse junto a la cama de su madre y acercó la silla, recluyéndolos a ambos en su universo confinado, excluyente y venenoso.

—¿Sabes qué,
mutti
? El fin de semana estaremos juntos. A solas. ¿No es maravilloso? Lo único por lo que tendré que preocuparme es la ocasional visita de la enfermera del distrito, que vendrá a ver cómo nos va. Pero puedo solucionarlo. No, no será ningún problema cuando la Gemeindeschwester venga a vernos. Ya lo verás, tengo un maravilloso apartamento todo equipado con cosas que jamás utilizaremos; porque casi no estaremos allí, ¿verdad,
muttil
? Sé que tú preferirías estar en tu antigua casa, ¿no es cierto?

La anciana estaba, como siempre, inmóvil, indefensa.

—¿Sabes lo que encontré el otro día, madre? Tu viejo traje del
Speeldeel
. ¿Recuerdas lo importante que era para ti? ¿Esos bailes y canciones tradicionales de Alemania? Creo que podremos encontrarle alguna utilidad. —Hizo una pausa—. ¿Quieres que te lea,
muttil
? ¿Quieres que te lea los cuentos de los hermanos Grimm? Lo haré cuando estemos en casa. Todo el tiempo. Como antes. ¿Recuerdas que los únicos libros que permitías en la casa eran la Biblia y los cuentos de hadas de los hermanos Grimm? Dios y Alemania. Eso era todo lo que necesitábamos en nuestra casita… —Volvió a detenerse. Luego su voz pasó a ser un susurro grave y cómplice—. Me hacías tanto daño,
mutti
. Me lastimabas tanto que hubo veces en que pensé que moriría. Me golpeabas y me decías todo el tiempo que yo no servía para nada. Que era un don nadie. No parabas nunca. Cuando era adolescente, y más tarde adulto, seguías diciéndome que no servía para nada. Que no era digno de que nadie me quisiera. Decías que por eso no podía tener una relación duradera. —El susurro se convirtió en un siseo—. Bueno, estabas equivocada, vieja puta. Creías que estábamos solos cada vez que me molías a palos. Pero no era así. Él siempre estaba allí. Mi
Märchenbruder
. Invisible. Se mantuvo en silencio durante mucho, mucho tiempo. Hasta que un día lo oí. Lo oí yo, tú no podías. Él me protegía de tus palizas. Me proporcionó palabras para las historias. Él abrió un mundo nuevo para mí. Un mundo maravilloso y deslumbrante. Un mundo sincero. Y entonces, con su ayuda, encontré mi verdadero arte. Hace tres años, ¿lo recuerdas? La chica. La chica que tuviste que ayudarme a enterrar porque estabas aterrorizada del escándalo, de la desgracia de tener a un hijo en la cárcel. Creíste que podrías controlarme. Pero él era más fuerte… él es más fuerte de lo que tú podrías imaginar.

Se recostó en la silla y examinó el cuerpo de la anciana, de la cabeza a los pies. Cuando habló, su voz ya no era un susurro, sino un sonido plano, frío, amenazador.

—Tú serás mi obra maestra, madre. La culminación de mi arte. Será por ti, más que por cualquier otra cosa que haya hecho, por lo que seré recordado.

48

Martes, 20 de abril. Mediodía

POLIZEIPRÅSIDIUM, HAMBURGO

El vendaje al costado de la cabeza de Werner era pequeño y la cara se le había deshinchado, pero todavía tenía moretones en torno al área de la herida. Fabel le había permitido reincorporarse con la condición de que permaneciera en la Mordkommission y ayudara con el procesamiento y la clasificación de las evidencias reunidas por el equipo en activo. Y además, sólo si limitaba sus horas de trabajo. El enfoque metódico de Werner era ideal para filtrar la desquiciada correspondencia y mensajes de correo electrónico que habían generado las teorías de Weiss. Hasta ese momento, Hans Rodger y Petra Maas habían dedicado casi todo su tiempo a sortear toda esa basura. Y, debido a su naturaleza, esas cartas habían arrojado como resultado una gran cantidad de chiflados que había que descartar y estaban atrasándose con las entrevistas.

La verdad era que Fabel estaba tan contento de ver a Werner de regreso en el equipo como lo estuvo con la vuelta de Anna. Por otra parte, se sentía irresponsable por haber permitido que dos agentes heridos se reincorporaran a la actividad prematuramente. Fabel decidió compensárselo consiguiendo una licencia adicional con derecho a sueldo para Werner y Anna después de que terminara el caso.

Repasó con Werner el tablero de la investigación. Examinar el progreso, o la falta de progreso del caso hasta el momento era una experiencia frustrante. Fabel se había visto obligado a sacar partido de la atención de los medios generada por el asesinato de Laura von Klostertadt. La fotografía de Olsen aparecía en todos los noticiarios y en los periódicos
como
la persona a la que la Polizei de Hamburgo quería contactar en relación con los homicidios. También había enviado a Anna y a Henk Hermann a entrevistar a Leo Kranz, el fotógrafo que diez años antes había tenido una relación con Laura von Klostertadt. Pero Kranz estaba cubriendo la ocupación angloamericana de Irak. Su oficina había podido confirmar que él se encontraba en Oriente Medio durante el lapso en el que se habían cometido los asesinatos. Fabel, a instancias de Werner, repasó su encuentro con Weiss, además de explicarle que Fendrich permanecía en la periferia de la investigación.

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