Cuento de muerte (16 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Cuento de muerte
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Fabel dejó el libro, todavía abierto en la misma página, sobre la mesa. Sintió que la temperatura de la habitación había disminuido un par de grados, un frío malévolo que parecía surgir del libro abierto ante él. Allí, descrito como un relato de ficción, había un plan para secuestrar y asesinar basado en la compilación de los hermanos Grimm del cuento folklórico «El niño cambiado». La meticulosidad del Jakob Grimm de la ficción se reflejaba en el planeamiento y la preparación del asesino muy real de la actualidad. Volvió a pensar en la chica de la playa. Una vida demasiado joven apagada para cumplir una fantasía retorcida.

El ruido del teléfono lo sobresaltó, trayéndolo de regreso al aquí y ahora.

—Hola,
chef
… Habla Anna. He encontrado una identidad para la chica de la playa. Y esta vez creo que es la verdadera.

19

Lunes, 22 de marzo. 21:45 h

POLIZEIPRÅSIDIUM, HAMBURGO

«Ojos azules» ya tenía un nombre: Martha.

Teniendo en cuenta lo que había ocurrido la última vez, Anna Wolff aún no había hecho nada para contactar con los padres. Pero sí había obtenido de la Bundeskriminalamt la fotografía de una chica desaparecida desde el último martes: Martha Schmidt, de Kassel, Hessen. Fabel examinó la fotografía que Anna le había entregado: era la ampliación de una foto tomada en una cabina. No cabía ninguna duda. Esta vez la foto no disparó ninguna alarma en la mente de Fabel; en cambio, lo llenó de una profunda tristeza.

Anna Wolff estaba de pie a su lado. A sus grandes ojos marrones les faltaba el brillo de siempre y ella tenía un aspecto pálido y demacrado. Fabel adivinó que ella había trabajado casi sin parar hasta descubrir la identidad de la chica. Cuando habló, su voz parecía arrastrar un cansancio de siglos.

—Denunciaron su desaparición el martes pasado, pero es probable que la secuestraran antes.

Fabel dibujó un signo de interrogación en su mirada.

—Los dos padres consumen drogas —explicó Anna—. Martha tenía la costumbre de desaparecer varios días seguidos y luego presentarse. La policía de Hessen no dio máxima prioridad a esta última desaparición. Los padres tienen varias denuncias por abandono de su hija, pero tengo la sensación de que del padre se sabe poco y nada.

Fabel respiró profundo y leyó las notas que habían mandado por fax desde Kassel. Los padres eran yonquis y cometían pequeños robos para costearse el hábito; se sabía que la madre había recurrido a la prostitución. Pertenecían a la clase marginada de Alemania: a la «gente subterránea». Y eran de Kassel, que durante muchos años había sido hogar de los hermanos Grimm. Era una ciudad tranquila, a la que por lo general no se le prestaba atención, hasta recientemente, cuando se había hecho famosa por el caso del «caníbal de Rotenburgo», que había escandalizado a una Alemania que creía que nada podía escandalizarla. Armin Meiwes había sido acusado de ayudar al suicidio de Bernd Brandes, quien se había ofrecido para que aquél lo comiera. Meiwes había grabado todo lo ocurrido en vídeo: la amputación del pene de Brandes, el momento en que se sentó I unto a él a comer el órgano extirpado, luego cuando lo drogó, lo mató a puñaladas y cortó su carne en pedacitos para congelarla luego. Antes de su arresto, Meiwes había consumido casi veinte kilos de su víctima, si es que tal descripción le correspondía a Brandes. El había sido un voluntario más que dispuesto, uno de los tantos que habían solicitado a Meiwes que los comiera. Se habían conocido en una página caníbal homosexual de Internet.

Una página caníbal homosexual. En ocasiones como ésas, a pesar de la naturaleza de su trabajo, a Fabel le resultaba casi imposible entender el mundo que de pronto se había formado a su alrededor. Daba la impresión de que todas las clases de deseos y apetitos enfermizos habían encontrado un lugar donde satisfacerse. Y ahora había una nueva y lúgubre historia relacionada con Kassel.

—Será mejor que localices a los padres, o al menos a la madre, para que vengan a identificarla —dijo Fabel.

—Me he puesto en contacto con la asistente social que se ocupaba de Martha —dijo Anna—. Ella va a informar a los padres de l sucedido, si es que les interesa, y luego traerá a uno de ellos para la identificación formal.

—Supongo que esa es la razón por la que no sabíamos nada de ella hasta ahora. No creo que asistiera mucho al colegio. —Fabel volvió a mirar la fotografía, la cara que había contemplado en la playa de Blankenese. En la foto, Martha sonreía, pero seguía habiendo tristeza en esos ojos demasiado viejos y experimentados para sus dieciséis años. Una chica de una edad muy parecida a la de su propia hija, pero que había contemplado el mundo a través de aquellos ojos celestes y claros, y había visto demasiado—. ¿Alguna idea del momento exacto en que desapareció?

—No. Como ya he dicho, fue entre las nueve de la noche del domingo y… bueno, cuando denunciaron la desaparición, el martes, supongo. ¿Quieres que vaya hasta allí… a Kassel, quiero decir, y empiece a hacer preguntas?

—No. —Fabel se frotó los ojos con la base de la mano—. Deja que se ocupe la policía de Hessen, al menos por ahora. No hallaremos nada de valor allí, a menos que los locales encuentren a algún testigo del momento en que la secuestraron. Pero haz que investiguen a cualquiera con quien Martha haya estado en contacto y que tenga alguna relación con Hamburgo. Mi suposición es que el asesino es de aquí, de Hamburgo o de las cercanías, y que no tiene ninguna relación directa con Martha Schmidt o con cualquiera que tenga algo que ver con ella. Pero haz que te consigan todos los detalles que puedan sobre sus últimos movimientos. —Le sonrió a su subordinada—. Vete a casa, Anna, duerme un poco. Seguiremos con esto mañana.

Anna hizo un débil gesto de asentimiento y se marchó. Fabel se sentó a su escritorio, sacó su bloc de dibujo, tachó el nombre «ojos azules» y lo reemplazó por «Martha Schmidt». Cuando estaba saliendo, prendió con alfileres la fotografía al tablero de incidentes de la sala de reuniones.

20

Martes, 23 de marzo. 11:10 h

INSTITUT FÜR RECHTSMEDIZIN, EPPENDORF, HAMBURGO

Estaba claro que el padre ya no formaba parte de la escena.

Ulrike Schmidt era una mujer pequeña que parecía tener bastante más de cuarenta años, pero Fabel sabía, por la información suministrada por la policía de Kassel, que apenas llegaba a los treinta y cinco. Probablemente había sido atractiva en otro tiempo, pero ahora tenía la fatiga y los rasgos endurecidos de los consumidores habituales de drogas. El azul de sus ojos no tenía nada de brillo y había un tinte de ictericia en las sombras debajo de ellos. Se había apartado de la cara el pelo, rubio y sin vida, y se lo había atado apresuradamente en una coleta descuidada. La chaqueta y los pantalones que llevaba hubieran pasado por elegantes tiempo atrás, pero habían quedado pasados de moda hacía por lo menos una década. Para Fabel estaba claro que la mujer había rebuscado ese traje en un armario muy desprovisto en un intento de vestirse adecuadamente para la ocasión.

Y la ocasión era identificar a su hija muerta.

—He venido en tren… —dijo ella, por decir algo, mientras esperaban que trajeran el cuerpo a la sala de identificación. Fabel sonrió tristemente. Anna no dijo nada.

Antes de dirigirse al depósito de cadáveres del Institut für Rechtsmedizin, Fabel y Anna se sentaron junto a Ulrike Schmidt en el Polizeipräsidium y le preguntaron por su hija. Fabel recordó cómo se había preparado para ahondar en cada recoveco de la vida de esta chica muerta, esta desconocida a quien llegaría a conocer íntimamente. Pero en realidad jamás había llegado a conocer a la chica de la playa. Durante unas horas ella había sido otra persona; luego había vuelto a ser nadie. Allí, sentados en la sala de entrevistas de la Mordkommission, Anna y Fabel habían tratado de añadir dimensiones al nombre «Martha Schmidt»: a devolverle la vida a esa chica muerta en sus propias mentes. La autopsia había revelado que Martha tenía actividad sexual y le habían preguntado a la madre por novios o amigos, con quién se veía, qué hacía en su tiempo libre y también en el horario en que debía haber estado en la escuela. Pero las respuestas de la señora Schmidt habían sido vagas e imprecisas, como si estuviera describiendo a una conocida, a una persona que estaba en la periferia de su conciencia, más que a alguien de su propia sangre, como su hija.

Ahora estaban sentados en la antesala del depósito estatal de cadáveres, esperando que los llamaran para identificar el cuerpo de Martha. Pero la conversación de Ulrike Schmidt giraba sólo sobre el trayecto que había hecho para llegar hasta allí.

—Luego he cogido el U-Bahn desde la Hauptbahnhof —dijo con voz débil.

Cuando los llamaron y levantaron la sábana que cubría la cara del cadáver que estaba sobre la camilla, la señora Schmidt miró hacia abajo sin expresión alguna en su rostro. Durante un momento, Fabel sintió un poco de pánico en el pecho mientras se preguntaba si aquél sería otro intento fallido de identificar el cuerpo de la «niña cambiada». Pero Ulrike Schmidt hizo un gesto de asentimiento.

—Sí… sí, es mi Martha. —Nada de lágrimas. Nada de sollozos contenidos. Contempló inexpresivamente la cara de la mesa y su mano se acercó a ella, a la mejilla, pero se contuvo y cayó floja a un costado.

—¿Está segura de que ésta es su hija? —Había un tono tenso en la voz de Anna y Fabel le lanzó una mirada de advertencia.

—Sí. Es Martha. —La señora Schmidt no apartó la mirada de la cara de su hija—. Era una buena chica. Una chica realmente muy buena. Cuidaba de las cosas. Se cuidaba a sí misma.

—El día que desapareció —preguntó Anna— ¿ocurrió algo tuera de lo común? ¿Vio usted a algún desconocido rondando por allí?

La mujer negó con la cabeza. Se volvió hacia Anna un momento, con ojos apagados y muertos.

—La policía ya me ha preguntado lo mismo. Quiero decir la policía de mi barrio, de Kassel. —Se dio la vuelta hacia la chica muerta en la mesa. La chica que había muerto porque se parecía a otra—. Yo les hablé de aquel día… Les expliqué que había sido un mal día. Yo estaba un poco perdida. Martha salió, creo.

Anna clavó los ojos en el perfil de Ulrike Schmidt, con una expresión dura. Pero Schmidt no percibió el mudo reproche de la agente.

—Podremos entregarle el cuerpo en poco tiempo, Frau Schmidt —dijo Fabel—. Supongo que usted querrá que lo trasladen a Kassel para el funeral…

—¿Qué sentido tiene? Si está muerta, está muerta. A ella le da igual. Para ella no tiene importancia. —Ulrike Schmidt se volvió hacia Fabel. Tenía los ojos rojos, pero no por la pena—. ¿Hay algún lugar bonito por aquí?

Fabel asintió.

—¿No querrá visitarla? —preguntó Anna en un filoso y amargo tono de incredulidad—. ¿Visitar la tumba?

Ulrike Schmidt negó con la cabeza.

—Yo no tendría que haber sido madre. Fui una mala madre cuando ella estaba viva, no veo cómo podré ser una madre mejor ahora que está muerta. Ella se merecía algo mejor.

—Sí —dijo Anna—. Creo que sí.

—¡Anna! —exclamó Fabel, pero la señora Schmidt o bien no prestó atención al comentario de Anna o pensó que era justo. Contempló en silencio el cuerpo de Martha, luego se volvió hacia Fabel.

—¿Tengo que firmar algo? —preguntó.

Cuando Ulrike Schmidt se marchó para coger el tren rumbo a su casa, Fabel y Anna salieron del Institut für Rechtsmedizin. Una lámina lechosa de nubes difuminaba la luz del sol convirtiéndola en un resplandor suave, y Fabel se puso las gafas de sol. Apoyó las manos sobre las caderas y levantó la mirada, escudriñando el cielo; luego se volvió hacia Anna.

—No vuelvas a hacer eso, Kommissarin Wolff. Más allá de lo que pienses sobre la gente como Frau Schmidt, no puedes expresar tus opiniones de esa manera. La gente sufre la pérdida de muchas formas distintas.

Anna resopló.

—No estaba sufriendo. No es más que una heroinómana esperando la próxima dosis. Ni siquiera le importa lo que pase con el cuerpo de su hija.

—No estamos en posición de juzgar, Anna. Por desgracia, todo eso es parte de nuestro trabajo como agentes de la Mordkommission. No sólo tratamos con la muerte sino también con lo que ocurre después. Con sus consecuencias. Y a veces eso nos obliga a ser diplomáticos. A mordernos la lengua. Si no puedes soportar eso, entonces éste no es tu sitio. ¿He sido claro?

—Sí,
chef
. —Expresó su frustración frotándose el cráneo a través del pelo corto y negro—. Es sólo que… es sólo que se supone que esta mujer tiene que ser una madre, por el amor de Dios. Se supone que tiene que haber alguna clase de… no sé… de instinto maternal o algo así. El instinto de proteger a tus hijos. De interesarte por ellos.

—No siempre funciona de ese modo.

—Ella permitió que le ocurriera esto —replicó Anna en un tono de desafío—. Es obvio que la golpeaba cuando era una niña… Martha tenía una fractura en la muñeca que indicaba que se la habían retorcido cuando tenía cinco años, y Dios sabe qué otras cosas le hicieron en todo este tiempo. Pero lo peor es el hecho de que dejara que esa pobre chica se las arreglara sola en un mundo peligroso y sanguinario. El resultado es que un maníaco la secuestró, la tuvo aterrorizada durante sólo Dios sabe cuánto tiempo y luego la mató. Y luego esa arpía ni siquiera tiene el corazón de darle un entierro decente, mucho menos de visitar su tumba. —Negó con la cabeza, como si no pudiera creerlo—. Cuando pienso en los Ehlers, una familia destrozada durante tres largos años porque no tienen ningún cuerpo que enterrar, ninguna tumba donde ir a llorar… entonces aparece esa perra insensible a la que no le importa un comino qué vamos a hacer con el cuerpo de su hija.

—Más allá de lo que pensemos de ella, Anna, es la madre de una chica asesinada. Ella no mató a Martha y ni siquiera podemos probar que el abandono al que la sometió fuera un factor que contribuyera a esa muerte. Y eso significa que tenemos que tratarla como a cualquier otro padre o madre que haya perdido a un hijo. ¿Está claro?

—Sí, Herr Hauptkommissar. —Anna hizo una pausa—. En el informe de Kassel decía que la madre era prostituta ocasional. ¿No crees posible que luego fuera proxeneta de su hija? Quiero decir, sabemos que Martha tuvo compañeros sexuales.

—Lo dudo. Por lo que he visto en el informe sólo era, como dijiste, una actividad ocasional para pagarse el vicio cuando lo necesitaba. Dudo que Frau Schmidt sea lo bastante organizada como para otra cosa. De todas maneras, ya has oído cómo habló de Martha. Está claro que no había una relación muy íntima entre ellas y tengo la sensación de que la madre y la hija iban cada una por su lado. Cada una se ocupaba de sus propias cosas, por decirlo de alguna manera.

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