Cuento de muerte (15 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Cuento de muerte
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—Y Blankenese está en la costa del Elba —dijo Fabel—. Más aún, tenemos una mención directa sobre la «gente subterránea» en la nota de la mano de la chica, además del hecho de que la dejaron con la identidad de otra chica desaparecida. Una Niña Cambiada.

Werner suspiró.

—Por Dios, justo lo que necesitábamos. Un asesino psicópata literario. ¿Creéis que intenta montar asesinatos basados en cada uno de los cuentos de hadas de los Grimm?

—Recemos por que no sea así —dijo Susanne—. Según el índice de esta versión, los Grimm recopilaron más de doscientos cuentos.

18

Lunes, 22 de marzo. 17:10 h

INSTITUT FÜR RECHTSMEDIZIN, EPPENDORF, HAMBURGO

Möller era alto; más que Fabel, y de complexión delgada. Su pelo era rubio, de un color pálido parecido a la manteca, veteado de marfil, y sus rasgos eran finos y angulosos. Fabel siempre sentía que Möller era una de esas personas cuya apariencia cambiaba según el tipo de ropa que llevara puesta cuando uno se topaba con ellas: la cara de Möller podía pertenecer tanto a un pescador del mar del Norte como a un aristócrata, según la vestimenta. Como si tuviera conciencia de ello, y para mantener una imagen acorde con su naturaleza imperiosa, por lo general Möller adoptaba el estilo de un caballero inglés. Cuando Fabel entró en el despacho del patólogo, Möller estaba poniéndose una chaqueta de pana verde sobre su camisa de Jermyn Street. Salió de detrás de su escritorio y Fabel casi esperó verlo con esas botas verdes de goma que la familia real británica parecía preferir a los zapatos de Gucci.

—¿Qué quiere, Fabel? —preguntó Möller sin ninguna cortesía—. Me marcho a casa.
Feierabend
. Sea lo que sea, puede esperar hasta mañana.

Fabel se quedó callado y de pie en el umbral. Möller suspiró pero no volvió a sentarse.

—De acuerdo. ¿Qué quiere?

—¿Ya ha realizado la autopsia de la chica que encontramos en la Blankenese Elbstrand?

Möller asintió bruscamente, abrió una carpeta sobre su escritorio y sacó un informe.

—Pensaba entregársela mañana. Feliz lectura. —Le dedicó una sonrisa cansada e impaciente y golpeó el informe sobre el pecho de Fabel mientras avanzaba hacia la salida. Fabel no se apartó de la puerta pero le ofreció una sonrisa encantadora.

—Por favor, Herr Doktor. Sólo los puntos centrales.

Möller suspiró.

—Como ya he informado al Kriminaloberkomissar Meyer, la causa de la muerte fue asfixia. Había señales de pequeños daños en los vasos capilares alrededor de la nariz y la boca, así como marcas de ligaduras en el cuello. Al parecer fue estrangulada y asfixiada simultáneamente. No había señales de traumatismo sexual ni de ninguna forma de actividad sexual en las cuarenta y ocho horas anteriores a la muerte. Aunque era sexualmente activa.

—¿Abuso sexual?

—Nada que sugiriera otra cosa que una actividad sexual normal. No había evidencia de la clase de cicatrices internas que indican abusos sexuales en la infancia. El único otro hecho revelado por la autopsia es que sus dientes se encontraban en muy mal estado. Eso también se lo he explicado a Herr Meyer. Ella no había ido mucho al dentista y es obvio que en los pocos casos en que sí lo había hecho fue para tratamientos de emergencia porque estaba sufriendo. Había muchas caries, erosiones en las encías y le habían extraído un molar inferior izquierdo. También había dos antiguas fracturas. Una en la muñeca derecha y la otra en la mano izquierda. Habían dejado que se les curaran solas. Eso concuerda no sólo con abandono sino con malos tratos. La fractura de la muñeca daría la impresión de que le habían torcido la mano con mucha fuerza.

—Werner me contó que la chica no había comido mucho en los dos días anteriores a la muerte.

Möller le quitó el informe a Fabel y lo hojeó.

—Es seguro que no comió en las veinticuatro horas anteriores, salvo un poco de pan de centeno consumido una o dos horas antes de la muerte.

Por un momento, Fabel se sintió en otra parte: en un lugar oscuro y espantoso con una jovencita que comía, llena de miedo, su última y poco sustanciosa cena. No conocía ningún detalle sobre la vida de esa chica, pero sí sabía que había sido tan infeliz como corta. Möller le devolvió el informe, enarcó las cejas y señaló la puerta con un movimiento de la cabeza.

—Oh, lo siento, Herr Doktor. —Fabel se desplazó a un lado—. Gracias. Muchas gracias.

Fabel no volvió a la Mordkommission. En cambio se dirigió hacia su casa y aparcó el BMW en el espacio subterráneo reservado para él. Todavía no lograba sacarse de la cabeza los ojos azules de aquella chica. Más que el horror de la escena de los segundos homicidios, la imagen que lo acosaba era la mirada casi viva de la chica de la orilla de Blankenese. La Niña Cambiada. La niña no deseada y sustituida por la amada y verdadera. Volvió a imaginar sus últimas horas: la comida frugal que había consumido, servida, muy probablemente, por su asesino; luego había sido estrangulada y asfixiada. Esa imagen le hizo pensar en los antiguos sacrificios que se encontraban con tanta frecuencia en las ciénagas del norte de Alemania y de Dinamarca: cuerpos preservados durante tres milenios o más en ese suelo oscuro, grueso y húmedo. Muchos habían sido ejecutados a garrotazos y ahogados deliberadamente. Incluso aquellos cuerpos acompañados de objetos que sugerían un alto rango revelaban que les habían servido una última y magra comida ritual de gachas de cereal. ¿Con qué motivo se había sacrificado a esta chica? No había evidencias de una cuestión sexual, de modo que ¿por qué razón había tenido que dar la vida? ¿Sería posible que hubiera tenido que morir porque se parecía tanto a otra chica que, casi seguramente, también estaba muerta?

Entró en su apartamento. Susanne tenía que trabajar hasta tarde en el Institut y aún no había regresado. Fabel había traído los libros de la librería de Otto y los puso encima de la mesa de centro. Se sirvió una copa de vino blanco fresco y se dejó caer sobre el sofá de cuero. Su apartamento se encontraba en el ático de lo que alguna vez había sido un imponente caserón. Estaba ubicado en el área de Poseldorf del dis trito de Rotherbaum, una zona muy de moda. Los mejores restaurantes y cafés de Hamburgo estaban a pocos pasos de su casa. Fabel había tenido que realizar un gran esfuerzo económico para pagarlo, sacrificando espacio por una vista fantástica y una ubicación formidable. Además lo había comprado en una época en que la economía tambaleaba y los precios de las propiedades en la ciudad habían caído en picado; con frecuencia se le ocurría la amarga reflexión de que la economía alemana y su matrimonio se habían desplomado al mismo i lempo. Fabel sabía que en la actualidad jamás podría darse el lujo de vivir en un lugar como aquél, incluso con su salario de Erster Kriminalhauptkommissar. El apartamento estaba a una calle de distancia de la Milchstrasse, y los amplios ventanales, que llegaban hasta el techo, daban a la Magdalenen Strasse, el Alsterpark y el amplio lago del Aussenalster. Contempló por la ventana la ciudad y la inmensidad del cielo. Hamburgo se extendía ante él. Un bosque oscuro donde un millón de almas podían perderse.

Llamó por teléfono a su madre. Ella le contó que se encontraba bien, se quejó por el alboroto que todos hacían respecto a su enfermedad y le dijo que le preocupaba que Lex estuviera perdiendo dinero quedándose con ella en lugar de regresar a su restaurante en Sylt. Una vez más, la voz de su madre por teléfono hizo que Fabel se sintiera tranquilo. Una voz sin edad, que él podía separar del pelo encanecido y de la agilidad reducida de sus movimientos. Tan pronto terminó de hablar con su madre, llamó a Gabi. Renate, la ex esposa de Fabel, contestó la llamada. Su tono, como siempre, era una mezcla de desinterés y hostilidad. Fabel nunca había conseguido entender por qué Renate acostumbraba a tratarlo de esa manera. Era como si lo considerase a él responsable del romance que ella misma había tenido y que había destrozado su matrimonio de manera irreparable. La voz de Gabi, por el contrario, estaba llena de luz, como siempre. Conversaron un rato sobre la madre de Fabel, sobre las tareas escolares de Gabi y sobre el fin de semana que pronto pasarían juntos.

Un poco después, Fabel preguntó:

—¿Recuerdas cuando te leía cuentos antes de dormir?

—Sí,
papi
. No me digas que vas a meterme en la cama con un vaso de leche caliente y me vas a leer «Pedrito el Greñoso» cuando vaya a tu casa.

Fabel se echó a reír.

—No… No, no lo haré. ¿Recuerdas que nunca me dejabas que te leyera cuentos de los hermanos Grimm? ¿Ni siquiera «Blancanieves» o «La bella durmiente»?

—Claro que lo recuerdo. Detestaba esos cuentos.

—¿Por qué?

—En realidad no lo sé. Eran espantosos. No… inquietantes. Se suponía que eran para niños, pero en realidad eran para adultos. Un poco como los payasos, ¿sabes? Se supone que son divertidos y amables, pero no lo son. Son siniestros, oscuros. De una oscuridad antigua… como esas máscaras talladas en madera que usan en el sur para el Fasching, el carnaval. Se nota que tienen que ver con toda clase de cosas antiguas en las que la gente creía de verdad en aquella época. ¿Por qué lo preguntas?

—Oh, nada. Es sólo por algo que ha surgido hoy. —Fabel desvió la conversación a cuestiones familiares y a los preparativos para el fin de semana. Eso era lo más lejos que había llegado en incorporar la sombra de su trabajo en la relación con su hija. Después de colgar, se preparó un plato de pasta, se sirvió más vino y se sentó a leer, mientras comía, la introducción del libro de Gerhard Weiss.

Alemania es el corazón de Europa y la Märchenstrasse es el alma de Alemania. La Märchenstrasse es la historia de Alemania. La Märchenstrasse es Alemania.

Nuestro idioma, nuestra cultura, nuestros logros y fracasos, nuestra gracia y nuestra perversidad: todas estas cosas pueden encontrarse en la Ruta de los Cuentos de Hadas. Siempre ha sido así y siempre lo será. Somos los niños perdidos en el bosque, guiados sólo por nuestra inocencia; pero también hemos sido los lobos que atacan a los débiles. Nosotros, los alemanes, hemos aspirado, más que a ninguna otra cosa, a la grandeza: un gran bien y un gran mal. Ése ha sido siempre nuestro camino, con sus curvas y desvíos, y el cuento folklórico alemán es un relato de pureza y corrupción, de inocencia y malicia.

Esta historia es la historia de un gran hombre. Un hombre que nos ayudó a entendernos a nosotros mismos y a nuestro idioma. Este cuento, porque no es más que un cuento, sigue a este gran hombre por la Marchenstrasse, por el camino que él verdaderamente siguió; pero también formula una pregunta: ¿Y si se hubiera desviado del camino y hubiera entrado en la oscuridad del bosque?

Fabel hojeó el resto de las páginas. El libro era una versión ficcionalizada de un Reisetagebuch, el diario de viajes de Jakob Grimm cuando recorría Alemania en busca de cuentos de hadas. Grimm aparecía retratado como un pedante fastidioso que prestaba la misma atención a los detalles de los asesinatos que cometía que a su obra como filólogo y folklorista. Luego Fabel llegó a un capítulo que lo hizo dejar a un lado la copa de vino. Se titulaba «El niño cambiado».

El cuento «El niño cambiado» es ejemplar; también es uno de los más antiguos de nuestra tradición. No sólo articula el mayor de los temores, el de perder a un hijo, sino también el horror de que algo falso, malévolo y pernicioso se hubiera introducido en nuestra familia y en nuestro hogar. Más aún, advierte a los padres de que serán castigados si dejan de vigilar o descuidan a quienes están a su cargo. El relato de «El niño cambiado» puede encontrarse en innumerables versiones a lo largo de Alemania, los Países Bajos, Dinamarca, Bohemia, Polonia y más allá. Incluso Martín Lutero creía firmemente en los niños cambiados y escribió varios tratados sobre cómo escaldarlos, ahogarlos o pegarles hasta que el diablo viniera a reclamarlos.

Jamás he eludido una tarea difícil, pero hasta ahora éste es el relato que más me ha costado recrear en la realidad. Como en cada uno de los cuentos que he reconstruido, primero me ocupé de los preparativos con mucho detalle y gran entusiasmo. Para este cuento necesitaba encontrar a dos niños: uno para que representara el papel del Niño Cambiado, mientras el otro tenía que ser un niño verdadero que yo pudiera quitarle a su madre.

Los investigadores que trabajan para mí y para mi hermano nos habían llevado al norte de Alemania, y habíamos encontrado un modesto alojamiento en una aldea cerca de la costa báltica. En los últimos días que pasamos en la aldea noté a una joven de piel muy clara y cabello muy rubio que ejemplificaba la estupidez robusta, honesta y firme de los campesinos de Alemania del norte. Esta mujer siempre tenía consigo a un hijo recién nacido que llevaba primero en un brazo y después en el otro. Yo sabía, por la obra de otros eminentes folkloristas, y por mis propias investigaciones, que este hábito de pasar al niño de un brazo a otro se conocía como llevar al bebé «cambiado». Una superstición muy extendida desde Renania y Hessen hasta Mecklenburg y la Baja Sajonia sostiene que llevar a un bebé «cambiado» aumenta en gran medida las probabilidades de que termine en manos de la Gente Subterránea. Supuse que aquel niño aún no había sido bautizado y que tendría menos de seis semanas, lo que, como es sabido, concuerda con las preferencias de los secuestradores. Más aún, ni esa campesina ni su familia habían tomado las cuatro precauciones para proteger a un recién nacido de la Gente Subterránea que yo he enumerado en mi libro
Deutsche Mythologie
: colocar una llave junto al infante; nunca dejar solas a las mujeres en las seis semanas posteriores al alumbramiento porque en ese período son más vulnerables a la influencia del diablo; no permitir que la madre duerma durante las primeras seis semanas a menos que haya alguien vigilando al bebé; cada vez que la madre salga de la habitación, dejar encima del niño una prenda del padre, en especial los pantalones.

Como aquella madre no había tomado ninguna de esas precauciones, éste sería, entonces, el niño «verdadero» del cuento, que ilustraría a la perfección la perdurable verdad de la leyenda y recordaría a la gente de esta zona lo necio de no acatar las prohibiciones antiguas. El secuestro en sí de este niño parecía ser la parte más sencilla del plan. Yo había observado exhaustivamente la rutina de la mujer y había tomado notas detalladas. Había llegado a la conclusión de que había un momento, inmediatamente después del mediodía, en que dejaba al bebé dormido al aire libre mientras ella se ocupaba de las tareas hogareñas. Sabía que ése era el momento en que podría efectuar el cambio. Una vez que pudiera secuestrarlo, por supuesto, ya no tendría necesidad de conservar al niño «verdadero» y dispondría de él rápidamente. En su lugar, dejaría a un niño sustituto; esa parte sería más difícil. Se sabe que los niños sustitutos son más bastos que aquellos cuyo lugar han usurpado. Esto concuerda con el hecho de que son hijos de la Gente Subterránea, una raza tan inferior a la verdadera humanidad y tan desagradable a la vista que se esconden bajo tierra, en la noche o en las sombras más oscuras del bosque.

Consideré este problema durante unos días hasta que me enteré de que unos gitanos habían acampado cerca de la aldea. Sabía que como los aldeanos sentían hostilidad hacia los gitanos, éstos no se aventurarían en la población. Si, por lo tanto; mi plan no resultaba y los ancianos no recurrían a las antiguas creencias sobre la Gente Subterránea para explicar el secuestro y la sustitución, entonces no buscarían más allá de los gitanos que habían acampado en las cercanías. En realidad, tampoco estoy seguro de que ello implicase un fracaso en recrear el cuento tal cual yo lo había registrado, puesto que, en el transcurso de mis investigaciones, con frecuencia me he preguntado si los gitanos u otros grupos itinerantes no habrán inspirado las historias sobre la Gente Subterránea. La instintiva desconfianza y hostilidad que sentimos hacia los extranjeros y los extraños siempre me ha parecido una potencial herramienta de manipulación. En este caso, los prejuicios ignorantes me protegerían de las sospechas.

De modo que me dediqué a preparar un plan para robar un niño, si encontraba alguno de la edad apropiada, en el campamento de los gitanos…

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