Cruzada (69 page)

Read Cruzada Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Cruzada
2.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

―Tenemos trece mantas listas en el puerto, hemos interceptado veinticuatro naves thetianas aquí y a otras nueve en Pharenos. ¡Cuando esas naves sean nuestras, el Archipiélago tendrá una flota capaz de lograr que tiemblen las mayores potencias del mundo!

Una nueva ovación. No era ni de lejos tan buen orador como Sarhaddon, pero esa noche no parecía necesario que lo fuese. Y una flota de unas cincuenta mantas de guerra, incluyendo naves de combate, era más de lo que Cambress habría reunido para una guerra a gran escala contra otro continente (aunque nunca ocurriese).

―Por ahora los thetianos carecen de poder, su flota está atrapada en el puerto. ¡Haremos que, de ser enemigos, pasen a convertirse en nuestros aliados y, llegado el momento, les daremos la bienvenida como a camaradas en la lucha contra el Dominio!

Recorrió con los ojos a la gente que festejaba sus palabras y luego alzó la mirada al parapeto, donde estábamos todos nosotros.

―Exarca Midian ―continuó―, preceptor Sarhaddon, esas murallas no os protegerán. ¡Invadiremos el templo y lo destruiremos, libraremos al Archipiélago de hasta el último sacerdote e inquisidor y los enviaremos a morir en esas llamas a las que habéis condenado a tantos de los nuestros! ¡No podréis ocultaros! ¡No conseguiréis imponernos a vuestra marioneta de faraona!

Se volvió nuevamente hacia la multitud:

―¡Nuestra faraona nos ha traicionado! ¡Se ha puesto de parte del Dominio y ha colaborado con los sacerdotes en la destrucción de su propia gente! ¡Ahora se encuentra en el templo junto a Midian y Sarhaddon, planeando gobernaros como una tirana con la ayuda del Dominio! ¿Estáis dispuestos a aceptar semejante gobierno?

Mientras el pueblo de Tandaris empezaba a aullar «¡No!», Sarhaddon se volvió hacia Ravenna.

―Al parecer han tenido en cuenta cualquier eventualidad ―comentó―. Ahora eres para ellos una falsa faraona, ¿quién puede saberlo mejor? Supongo que es una lástima.

Pero su voz indicaba con claridad que no lo sentía.

Ravenna dio un paso atrás y palideció como si alguien la hubiese apuñalado. Palatina la contuvo antes de que arremetiera contra Sarhaddon en un arranque de odio:

―¡No soy tu marioneta! ―
llegó a decir, apenas capaz de hablar. Volvió a avanzar cuando la multitud calló otra vez.

―¡No soy una marioneta del Dominio! ―le gritó a la gente―. ¡Soy su prisionera!

¡Por Thetis! ¡Cuánto debió de molestarle decir eso!

―¡Miente! ―gritó el concejal―. Si eres una prisionera, entonces ¿por qué estás ahí de pie a su lado? Extraña prisionera, libre en las almenas sin cuerdas ni cadenas. ¿Dónde has estado durante todos estos años? ¿Qué has hecho en favor del Archipiélago? ¡Matadla!

Ravenna no tuvo tiempo para responder, pues la multitud recogió el latiguillo «¡Matadla! ¡Matadla!» y lo gritó tapando cualquier intento de defensa. Entonces una piedra voló hacia la almena y se estrelló a pocos metros de nosotros. Sarhaddon hizo que dos sacri retirasen a Ravenna del parapeto. Los gritos prosiguieron, subiendo de volumen a medida que nos arrojaban más proyectiles improvisados, y también los oficiales retrocedieron para no ser alcanzados.

―Ellos no... No es... ―gritó Ravenna y luego miró con atención sus propias manos, desatadas sólo unos minutos antes por orden de Sarhaddon. El venático sonrió con frialdad.

―¡Althana! ―dijo Ravenna―. ¡Thetis, Tenebra!,
¿por qué?

―Escucha a tu propia gente exigiendo tu cabeza ―intervino Midian, que había aparecido súbitamente detrás de Sarhaddon. Es probable que estuviese sonriendo, pero su barba y la oscuridad me impidieron verlo―. Mis disculpas, Sarhaddon ―agregó―. La has destruido sin ponerle siquiera un dedo encima, lo que es... encomiable.

Ravenna volvió a derrumbarse y apoyó una mano en la pared para evitar caerse.

«¡Matadla! ¡Matadla! ¡Matadla!» seguía coreando la gente en el ágora, exigiendo la sangre de la faraona según la recomendación del concejal, cuya voz resultaba ahora inaudible salvo para unos pocos. Pero ya no importaba.

―El cariño de las masas resulta bastante inconstante, ¿no es cierto? ―comentó Sarhaddon―. Si no te hubieses escondido durante tantos años, ahora la gente estaría aclamándote como faraona en lugar de pedir tu cabeza. Pero ya es demasiado tarde. Demasiado tarde para todo.

Ravenna levantó la mirada, no hacia él, sino hacia mí, y por un momento no pude respirar. Nunca antes había notado tanta pena en un rostro. Las reservas de energía gracias a las cuales había soportado tantas penurias por fin estaban agotadas.

No conseguí articular palabra; no tenía nada que decir. Por una vez, Sarhaddon había dicho la verdad. Pasase lo que pasase, después de aquello el sueño de Ravenna de convertirse en faraona había muerto. En esos escasos segundos se la había tachado de colaboradora y traidora, y ya nadie lo olvidaría.

Si ella no hubiera hablado, admitiendo quién era, quizá todavía habría quedado una oportunidad. Pero cuando la gente, la misma gente a la que ella había dedicado su vida esperando protegerla del Dominio, empezó a exigir su cabeza a la titilante luz de la plaza, Ravenna supo tan bien como Sarhaddon que todo había terminado.

Palatina lanzó un alarido y pasó ante Ravenna con la intención de atacar a Midian, pero los sacri fueron, como siempre, rápidos y fuertes. Hila no lo alcanzó ni tuvo posibilidades de luchar. Uno la detuvo y le propinó una patada en la parte posterior de una pierna, dándole a la vez un potente golpe en un hombro para forzarla a ponerse de rodillas. A continuación le dobló los brazos a la espalda. El otro sacrus se acercó con la cuerda y le ató las manos.

Midian echó una mirada por encima de la muralla.

―Lleváosla ―ordenó―. Y que no pueda escapar. L
a
necesitaremos más tarde.

Uno de los sacri asintió, la cogió del cuello de la túnica con tanta fuerza que a punto estuvo de asfixiarla y la sacó casi a rastras del parapeto.

Ravenna estaba ahora apoyada contra la pared, con la cabeza oculta entre las manos y abstraída de lo que sucedía a su alrededor. Cerré los ojos, incapaz de soportar lo que estaba presenciando. Me emocioné.

―Está claro que somos eficaces ―advirtió Midian―. Podríamos añadir a la lista de sus crímenes «ataque al exarca». Pero no tendría sentido. ¡Bendito Ranthas! ¡Nunca dejará de sorprenderme cómo los thetianos podéis pensar que las mujeres pueden hacer algo de provecho!

―Trata a cualquier hombre del mismo modo y dime si podría reaccionar mejor ―replicó con rigidez el almirante thetiano.

―Supongo que sí, mientras no sea un marica perfumado ―espetó el exarca―, con excepción de los aquí presentes, por cierto, almirante Alexios.

―Estoy seguro de que mi hombres se incluyen en «los aquí presentes» ―dijo el almirante―, ¿Estáis haciendo algo para rescatarlos?. No pueden luchar contra los magos.

―Mira y escucha ―afirmó Midian volviéndose hacia la plaza, donde el concejal de túnica gris volvía a tomar la palabra, pidiendo silencio sólo para recibir ovaciones de la delirante multitud.

―¡Uníos a nosotros, pobladores de Tandaris! ―gritaba el concejal―. Ya hemos liberado al mundo de un emperador asesino. ¿Quién dice que sólo el Dominio puede lanzar una cruzada? Si os unís a nosotros, libraremos de cruzadas el Archipiélago, recuperaremos la libertad y volveremos a ser un pueblo que podrá levantar la cabeza entre todas las naciones de Aquasilva, repitiendo con orgullo:
¡Somos del Archipiélago!
¡Adoraremos a todos los dioses que nos plazca, enterraremos a nuestros muertos como nos parezca adecuado y dejaremos de ser cazados y esclavizados por una turba de campesinos haletitas ignorantes!

Supongo que fui el único que oyó por encima del ruido de la multitud el murmullo del capitán thetiano.

―Escuchad, escuchad ―dijo.

―¡Nuestros hombres están listos en el puerto ―continuó el concejal―, listos para apoderarse de las naves que devolverán al Archipiélago la gloria y la victoria, y harán de Tandaris la nación más importante de Aquasilva! Ellas nos ayudarán a destruir esta monstruosidad que ha doblegado durante tanto tiempo a nuestra amada ciudad, y contaremos con el apoyo que puedan suministrar todos y cada uno de los magos del consejo! ¡Destruyamos el Dominio!

―¡DESTRUYAMOS EL DOMINIO! ―rugió la multitud.

Evidentemente todavía no estaban listos para actuar, pues el orador siguió allí mientras más soldados del consejo se ponían en formación.

―¿Podrían apoderarse del templo? ―preguntó Xasan.

Midian negó con la cabeza.

―Podrían intentarlo, pero estamos mejor protegidos de lo que crees. La ciudad en sí misma será nuestra rehén.

―¿Qué quieres decir?

―Os hemos traído aquí para mostraros a qué nos enfrentamos en el Archipiélago, pero hemos tomado nuestras propias precauciones ―advirtió Midian―. El Consejo de los Elementos lleva años planeando esta revuelta, ya has visto de lo que es capaz.

―¿Y entonces?

―Seréis testigos presenciales de lo que suceda aquí esta misma noche ―anuncio Sarhaddon―. Todos vosotros. No habremos destruido una ciudad inocente ni seremos acusados de masacrar a miles de ciudadanos respetuosos de la ley.

―Tandaris lleva años dando problemas ―añadió Alexios―, pero ¿qué planeáis hacer?

―Convertir la ciudad en un ejemplo ―respondió Midian―. Mañana, la resistencia hereje en el Archipiélago habrá terminado. El consejo, Tandaris, todos los líderes heréticos habrán desaparecido.

―Todos de una vez ―dijo Xasan―. Supongo que tiene sentido. ¿Nos habéis traído aquí para limpiar vuestra reputación y ahora nos informáis de que planeáis esto?.

―No lo planeamos. Conocíamos el plan, incluso el intento de matar al emperador, que intentamos evitar. Su muerte fue una desgracia, pero quien lo suceda heredará un Archipiélago acobardado.

―¿Estáis diciendo que destruiréis la ciudad? ―preguntó Alexios―. Me niego a participar en ello.

―No te necesitamos en absoluto ―repuso Midian―. Pensé que Eshar había convertido tu marina en un cuerpo profesional, no que daba oficiales tan eficaces como las mujeres con las que se acostaban.

¿Estaba siendo ofensivo a propósito? En su labor de comandante de la gran flota, el almirante mantenía el equilibrio de poder en la ciudad. Si se aliaba con cualquiera para enfrentarse al Dominio, nadie podría vencerlo.

―Somos un cuerpo profesional ―señaló Alexios fríamente―. No asesinamos civiles.

―Muy noble de vuestra parte ―comentó Midian―. Pero éstos son herejes, animales. Los has visto, han repudiado incluso a la líder que adoraban. ¿Cómo podrían ser dignos de confianza?

―Y cuando vuestros hombres empiecen a masacrarlos, ¿qué les ocurrirá a mis soldados? ¿También los dejarás morir?

―Tenemos preparadas varias compañías de sacri ―le aseguró Sarhaddon―. Tan pronto como la turba se lance a atacar el templo, enviaremos a los sacri para que eliminen a los magos enemigos y liberen la entrada al puerto.

Era demoledor el tono cotidiano con el que discutían un asesinato masivo. Sin que lo notasen, avancé unos metros hasta llegar junto a Ravenna, pero ella no pareció darse cuenta de mi presencia.

―¿Cómo les darás entonces esa lección? ―preguntó el diplomático de Pharassa, que parecía haber aprobado ya el plan. Conociendo la corte de Pharassa, no me sorprendía demasiado. Había estado presente en el Congreso en el que habían elegido a su rey (quizá «elegido» no sea la palabra correcta), que había resultado un fanático increíble.

―¿Cómo? Con fuego, por supuesto ―respondió Midian―. Será Ranthas quien los castigue, nosotros apenas somos sus intermediarios.

―Vuestros magos son inútiles ―apuntó Xasan.

―No siempre empleamos magos ―replicó Midian―. Creo que ya es hora de que subamos la barrera de éter del templo. Pronto comenzarán a utilizar la magia.

Los sacri retrocedieron en el parapeto mientras uno de sus compañeros se dirigía a la garita de vigilancia. Un momento más tarde oí un profundo y tenue rumor, y brotaron chispas de las guías de la barrera en las esquinas. Un segundo después el brillo azulado del éter se extendió por el exterior de las almenas y se alzó por encima del templo, envolviendo el edificio desde los cimientos hasta el pináculo más alto.

―A sus magos les llevará un rato quebrar esta barrera ―afirmó Midian, satisfecho.

―¿El campo de éter puede detener la magia de los Elementos? ―preguntó Alexios con curiosidad―. Nunca antes me he enfrentado a ella, de modo que desconozco su poder.

―Es un campo de Fuego ―dijo Amonis―, superior a cualquier magia que ellos puedan hacerle. Constituye tanto una defensa espiritual como física, y sus magos mentales no pueden interferir en ella.

―Yo no confiaría tanto ―advirtió el thetiano―. Si estuviese en el lugar de los rebeldes, habría averiguado todo sobre los campos de éter y me habría adelantado a descubrir una forma de hacerles frente.

Midian se encogió de hombros.

―Son capaces de animar a una multitud, pero tendrán que usar la fuerza para derribar el campo de éter.

―Su santidad, nos has traído aquí para enseñarnos el peligro que ellos representan para nosotros, como estratega, debo decir que ha sido poco sensato subestimar a vuestro enemigo. ―Entrecerró los ojos antes de añadir―: ¿Podrían tener armas para sitiarnos?

―Las únicas armas útiles para sitiar al adversario son las nuestras ―respondió Midian―. Estás demasiado nervioso, almirante.

―Ya veremos ―replicó Alexios, dando la espalda deliberadamente al exarca.

―Quizá nuestros prisioneros sepan más de lo que aparentan ―sugirió Amonis―. Después de todo, hasta hace no mucho eran seguidores del consejo.

―Y hasta hace no mucho ambos estaban bajo tu custodia ―agregó Sarhaddon.

Amonis se mantuvo en sus trece.

―Ignoramos si consiguieron descubrir los planes del consejo. ¿Has hecho que sean interrogados? No. Los mantienes protegidos siguiendo algún propósito secreto de tu orden, aunque podrían tener información de vital importancia.

―No necesitamos su información ―afirmó Midian―. Ellos no tienen ninguna importancia.

―¿Entonces por qué no están siendo castigados? ―insistió Amonis―. Su santidad nos envió al Archipiélago con el mandato de acabar de una vez por todas con esta herejía, y aquí tenemos en nuestras manos a tres de los herejes más notorios.
¿Cómo
justificarás esta conducta cuando te enfrentes a la justicia de Ranthas? Al menos una de ellos es heresiarca, no sólo una mera hereje.

Other books

The Judging Eye by R. Scott Bakker
Full-Blood Half-Breed by Cleve Lamison
Getting Played by Celeste O. Norfleet
Rebel Enchantress by Greenwood, Leigh
False Mermaid by Erin Hart
Jennifer's Garden by Dianne Venetta
Oblivion by Aaron Gorvine, Lauren Barnholdt
State of Pursuit by Summer Lane
Maritime Mysteries by Bill Jessome