Recuerdo gran parte de la batalla de forma borrosa, como una secuencia de eventos acompañados de ruido, dolor y fuego, en la que muy pocos momentos se destacan con claridad.
De regreso en los controles de éter, me sumergí de inmediato en una especie de penosa media vida intentando mantener los campos mientras incontables disparos intentaban hacer mella en ellos. Teníamos poco espacio para maniobrar, y ni siquiera las retiradas tácticas pudieron evitar que buena parte del fuego nos alcanzara.
No tengo memoria de lo ocurrido en esos primeros minutos, del segundo y último disparo del arma de fuego que destruyó dos de las mantas del Consejo y dañó a una tercera ni del destino de ninguno de los supervivientes.
Sagantha no intentó escapar. Sencillamente avanzó hacia la línea de batalla absorbiendo el agobiante fuego de las primeras descargas para avanzar hacia mar abierto. Las mantas del consejo fueron más veloces en aquella ocasión y se volvieron lo bastante deprisa como para permanecer detrás de nosotros y abalanzarse desde los lados, intentando alcanzarnos.
Incluso con las armas y el casco del
Cruzada,
tres contra uno era una mala proporción, y sabíamos que más adelante nos esperaban más naves del consejo, sin duda listas para obstaculizar el paso. En mar abierto y con tiempo de sobra quizá las habríamos derrotado.
Recuerdo con claridad uno de los momentos más horribles, cuando el barco dañado, con los motores maltrechos como consecuencia de un torpedo bien disparado, abrió fuego contra nosotros mientras dábamos un rodeo para evitar los disparos del
Estrella Sombría.
Amadeo había reemplazado a uno de los ilthysianos en un puesto de artillería y, alentado por Oailos y los demás, lanzó una ráfaga de disparos contra la manta debilitada. No hubiésemos podido detener a las dos naves juntas.
Estábamos a sólo un centenar de metros de distancia cuando explotó. La bola de fuego brilló tanto que el agua se aclaró ante nuestras ventanillas. Tras eso no había vuelta atrás.
Entonces, mientras el
Cruzada
empezaba a sentir la conmoción de la explosión incluso a través del campo de éter, en su interior las cosas empezaron a caerse a pedazos. Los conductos de éter duraron un tiempo increíblemente largo antes de fallar, pero otros equipos no tuvieron tanta suerte y se desintegraron, mientras que un tubo doblado prendió fuego a una de las cabinas laterales.
Se produjo entonces un tremendo ruido que resonó a lo largo de todo el casco e hizo crujir la manta, cuyos revestimiento y estructura no resistieron del todo. Hubo gritos entre la tripulación y Khalia apareció en el puente de mandos para ayudar.
No pude pensar en nada, ni siquiera en cómo iba la batalla. Unos minutos después, Palatina me reemplazó por alguien en los controles de éter y me dejó en un puesto de armas para que me recuperase.
Me acuerdo de haber visto explotar el puesto de tiro de Cadmos y cómo varios marinos fueron impulsados hacia atrás con las mangas de las túnicas en llamas. Cadmos estaba inconsciente cuando lo sacaron de allí, pero el olor a carne quemada inundaba el lugar, creando un ambiente que hacía pensar en las más terribles ocupaciones de la Inquisición.
Recuerdo cuando un desesperado Sagantha ordenó disparar todos los torpedos, en un intento por apabullar al enemigo. Fue, bajo todos los conceptos, el momento en que la batalla dejó de ser una competición y se transformó en una masacre.
Otra bola de fuego y se esfumó lo que quedaba de las naves que acompañaban al
Estrella Sombría.
Cuatro mantas del Consejo destruidas en el lapso de media hora, que debían sumarse a las dos que habíamos dejado inutilizadas y a la deriva en el océano.
Desprovistos de más torpedos y con medio cañón de pulsaciones estropeado, lo único que podía intentar Sagantha era la huida, manteniendo el rumbo hacia Tandaris mientras trataba de evitar que el
Cruzada
chocase contra los restos de las mantas destruidas.
Fue entonces cuando mi puesto de combate quedó inutilizado y las llamas en el puente de mandos me hicieron volver la atención a la pesadilla que se vivía en el interior del
Cruzada.
Sagantha tenía la voz ronca después de tanto gritar para ser oído en medio del caos. Palatina, cuyo puesto también había sido destruido, intentaba apagar el fuego en un rincón. Me incorporé del asiento para ayudarla y casi me di de bruces contra el suelo cuando otro torpedo alcanzó el casco de nuestra nave. Ya hacía un buen rato que nuestros campos de éter habían desaparecido y los tripulantes que me habían reemplazado yacían inconscientes en el suelo con quemaduras en las manos.
Pero aún teníamos una oportunidad de escapar. Los dos motores seguían en marcha, pero nuestra única esperanza residía en alejarnos y descender a más profundidad, algo que podía ser fatal con tanto daño interno.
―No llegaremos a Tandaris ―advirtió Sagantha cuando se lo pregunté―. Quizá ni siquiera sobrevivamos a este viaje.
Nuestros enemigos habían perdido cuatro naves. La propia
Estrella Sombría
había resultado en parte dañada, pero habían tenido éxito en su propósito de eliminarnos, dejando a mi madre y a Hamílcar a su suerte en la ciudad, contando apenas con la protección que pudiese proporcionarles el
Aegeta.
No mucha contra los once buques que conservaba el consejo en el mar Interior. Si tan sólo hubiésemos conocido sus planes. Pero ya era demasiado tarde para pensar en eso. Cuando Palatina y yo acabábamos de extinguir las últimas llamas, alguien nos cogió por la ropa y nos empujó hacia el pasillo que llevaba a la escalerilla. Supe quién era antes de verla.
―Tenemos que distraer su atención ―dijo Ravenna con urgencia―. Cojamos una raya y naveguemos con ella hasta Tandaris. Contadle a los demás lo que haremos, para que hagan una pausa y nos ayuden. El
Estrella Sombría
está dañado y no será capaz de igualar nuestra velocidad.
―Conseguiremos... ―empezó Palatina.
―Les ofreceremos dos blancos ―prosiguió Ravenna, cuyas palabras casi se pisaban entre sí―. Hay espacio suficiente, pero ¡daos prisa!
Cada raya de emergencia tenía espacio más que suficiente para albergar a una tripulación entera, de modo que si partíamos con una, le estaríamos revelando de hecho nuestra intención al
Estrella Sombría.
Palatina asintió y corrió en busca de Sagantha para explicarle nuestro plan.
―Sí ―afirmó Sagantha―. Zarpad a babor. Llevad gente con vosotros. No me importa quién sea. ¡Pero marchaos ya mismo!
Empezó entonces a gritar para que todos en el puente se enteraran de lo que nos proponíamos.
Tandaris. Si pensábamos llegar allí, necesitaríamos llevar gente que fuese de utilidad. Recordé haber conversado con la tripulación en el dormitorio sólo unas horas antes y me había impresionado la tenaz lealtad que habían empezado a sentir hacia Amadeo. Si no lo llevábamos, entonces habría carecido de sentido tenerlo entre nosotros, e incluso si de pronto nos traicionaba, no podría hacer mucho más daño.
Llamé a Amadeo y a Oailos y todos corrimos hacia la salida, cruzando el puente hacia el compartimento de las rayas. La mitad de las luces estaban apagadas y, aunque de ningún modo las cosas pintaban tan mal como durante las últimas horas del
Valdur,
seguía siendo una escena de pesadilla.
Oailos cerró la escotilla de la raya mientras Palatina y yo ocupábamos los asientos de los pilotos.
―¿Tiene nombre esta nave? ―preguntó Palatina mientras encendía el motor.
―Cruzada 2 ―
dijo Oailos leyendo la inscripción del mamparo―. ¿Tiene alguna importancia?
―Claro que sí ―respondió inesperadamente Amadeo―. En Thetia, todos los barcos tienen nombre, incluso los botes de pequeña envergadura.
―Apóstata ―
sugirió Ravenna. Amadeo y Palatina asintieron con aprobación.
―Pues a partir de ahora se llamará
Apóstata ―
añadió Palatina―. Motores encendidos y dispuestos...
Cruzada,
estamos listos para partir.
―Pues a toda marcha ―replicó Sagantha―. Intentaremos cubriros.
Ni una palabra para Ravenna, ni un comentario acerca de lo sucedido entre ellos. Sagantha tenía otras cosas en mente.
Sentí un estruendo al sellarse la puerta y empezaron a abrirse ante nosotros las puertas exteriores del compartimento, separándose con su frustrante lentitud habitual. El mecanismo tenía que ser simple para ser activado si dañaban la manta.
El
Apóstata
salió perezosamente del compartimiento y luego fue ganando en velocidad a medida que dejábamos atrás el
Cruzada.
Palatina accionó los controles y aceleró la marcha, aproximándose peligrosamente a una aleta de la manta cuando puso a tope el motor. Entre tanto, yo encendí el protector de éter y recé para que el
Estrella Sombría
no tuviese tiempo de dispararnos hasta que saliésemos de su campo visual.
―Espera un momento antes de enviar un mensaje ―me advirtió Palatina. La raya buceó por debajo del ala de estribor y sus aletas se pusieron en movimiento. Podíamos ir casi a la misma velocidad que el
Cruzada,
pero nuestro menor tamaño también nos restaba potencia. Sin embargo podríamos sacarle ventaja al
Estrella Sombría
durante un par de minutos.
―¡Ahora! ―ordenó Palatina cuando la distancia entre nosotros y la manta dañada ya alcanzaba casi un kilómetro y medio. Entonces empezamos a virar en dirección a la costa, hacia aguas menos profundas en las que la nave de combate no pudiese seguirnos, permitiéndonos proseguir el viaje a Tandaris más o menos ilesos.
Encendí el intercomunicador y envié una señal a la enorme masa negra de la manta que teníamos a nuestra espalda.
―Estrella Sombría,
os habla Cathan ―dije de forma coloquial―. Al precio de cuatro de vuestras propias naves habéis dañado un botín robado al Dominio y habéis matado a unos pocos tripulantes ilthysianos. Espero que estéis orgullosos de vosotros mismos y estoy seguro de que la faraona recordará vuestro gesto galante cuando llegue a Tandaris.
Era una valentonada, nada más; no teníamos la menor garantía de poder superar en velocidad a la nave de combate, pero era nuestra misión alejar el fuego del
Cruzada,
darle tiempo para efectuar reparaciones o incluso para llegar a Tandaris o a algún puerto seguro de las islas Ilahi.
―Vuestro truco no la ayudará ―tronó Ukmadorian poco después de forma totalmente predecible.
―Cathan sólo pretendía burlarse de ti, viejo ―dijo Ravenna con desdén―. Estás perdiendo la razón si crees que podrás deshacerte de mí tan fácilmente.
Ahora, con lentitud, el
Estrella Sombría
empezó a virar hacia nosotros, disminuyendo sus disparos contra el
Cruzada.
Hubiese sido un juego de niños destruir la raya marina de haberle quedado otro manta más a Ukmadorian, pero no era el caso. Les habíamos mostrado lo terrible que era el arma del
Cruzada,
y que el consejo sufriese nuestros golpes no había sido producto de la mala fortuna.
―Todos vosotros, ajustad vuestros cinturones ―ordenó Palatina―. Rápido.
Ravenna y los dos hombres la obedecieron, afirmándose en sus asientos en la cabina de popa con vista a los paneles de éter, para saber siempre hacia dónde nos dirigíamos.
Palatina aceleró, sacándole al motor hasta el último vestigio de potencia, y avanzó rumbo a los acantilados que estaban a algo más de dos kilómetros a estribor. Ahora el fondo marino se iba acercando a la base de la nave; entre ambos no había más de cien metros.
El
Estrella Sombría
dejó atrás al
Cruzada,
que liberaba un torrente de sustancias provenientes de un motor agujereado, y no hubo más fuego entre ambos mantas. Había otros barcos en las aguas detrás de nosotros y supuse que pertenecerían al consejo. Pero eran demasiado pequeños para ser mantas (probablemente alguna de las mantas destruidas habría conseguido que su tripulación escapase a tiempo).
Ahora las aguas sólo tenían cincuenta metros de profundidad, demasiado poco para que pudiese navegar el
Estrella Sombría.
Pero Palatina siguió adelante, junto al límite del arrecife de coral en dirección al canal situado más allá de éste, un lugar libre de los ataques del consejo. Subimos lo bastante como para poder ver y constatamos que el
Estrella Sombría
mantenía su posición mar adentro, acorralándonos contra los acantilados. Intentar luchar allí sería más inútil todavía que apoderarse del
Meridian
justo fuera de Kavatang.
Palatina se reclinó en su asiento y se relajó un poco, aunque seguía concentrada en el control de la nave.
―Al menos durante un rato no deberíamos tener problemas ―señaló―. Cathan, ¿puedes observar el mapa de la zona que tenemos delante y confirmar qué longitud tiene este canal? Con un poco de suerte, nos llevará a Tandaris.
Tardé unos minutos en identificar con detalle la línea costera en el panel de éter. Afortunadamente, la costa era muy recta, curvándose algo al sur hasta caer de forma abrupta, conduciéndonos derecho hacia el norte, el último puñado de kilómetros hasta la ciudad.
Maldición. Durante el trayecto no tendríamos ningún sitio donde ocultarnos. El arrecife terminaba allí cerca y en su lugar surgía un lecho de rocas agudas similar a los de en la costa de la Perdición, aunque de menor tamaño.
No era ningún problema para una manta, por supuesto, ya que ningún capitán en sus cabales tendría motivos para circundar esas rocas. Los canales para mantas iban por el norte, rondando el centro del Mar Interior.
Ravenna cogió los controles un momento mientras yo hablaba con Palatina.
―No me gusta ―dijo Ravenna frunciendo el ceño―. Ukmadorian ya habrá calculado nuestros movimientos y estará listo para interceptarnos cuando lleguemos al cabo.
Por otra parte, opiné, quizá pudiésemos llegar antes que él, pero existiría un espacio de un par de kilómetros en el que Ukmadorian podría acortar la distancia. Ésa sería la oportunidad que esperaba.
Aunque nos obsesionásemos estudiando el mapa, nada podía modificar la situación.
―Supongo que en última instancia podríamos abandonar la raya, escalar los acantilados e ir a pie hasta Tandaris ―dijo Palatina por fin.
Volví la mirada a la cabina, donde estaban Oailos y Amadeo. Palatina, Ravenna y yo podríamos escalar, sobre todo teniendo en cuenta que el tiempo era favorable. Quizá Oailos fuese lo bastante fuerte para lograrlo, pero ¿
y
Amadeo? Sin sogas de ningún tipo, tendríamos que dejarlo atrás y así perderíamos una ventaja potencial al llegar a Tandaris. Él y Oailos podrían crear sin duda suficiente caos en la ciudad para dar problemas al consejo y al Dominio.