Por desgracia, fue Pahinu quien estaba de guardia cuando por fin sucedió algo, si bien no perdió un segundo en anunciarlo. Me estiré para observar qué pasaba, pero no pude distinguir más que una vaga forma a través de la lluvia.
―Oailos es más alto que tú, déjalo mirar ―sugirió alguien. Pahinu tenía casi tantos problemas como yo para alcanzar la altura de la rendija. Se alejó de mala gana, pero, en el momento preciso en que Oailos llegaba para relevarlo, una ráfaga excepcional lanzó un torrente de agua contra su cara y, cuando consiguió volver a ver, la figura ya había desaparecido.
―¡Allí! ―dijo un instante más tarde―. Junto a la cabaña del mago mental. Alguien sale ahora de la puerta de Amonis, corriendo... Ha caído, debe de haber tropezado con algo. No se mueve.
Una nueva ráfaga y Oailos volvió a alejarse de la rendija con el rostro y el cabello empapados.
―Intentad levantar a alguien en lugar de escoger al más alto ―objetó entonces, y se produjo una sorda risotada―. Atho, tú pesas poco.
Él y otro hombre me cogieron en andas sobre los hombros hasta que tuve la cabeza al nivel de la ventana. Me llevó un momento ubicar dónde había estado mirando. Allí, un sujeto se inclinaba ahora sobre el que había caído. No pude distinguir su rostro debido a la capucha impermeable que usaba, pero supuse que sería Ithien o Sevasteos y que el caído sería el mago mental. Sin embargo, no recibimos ninguna señal aún.
Pestañeé intentando que el agua no me entrase en los ojos. Mientras, la figura que estaba de rodillas se puso de pie y empezaba a avanzar en nuestra dirección.
Se produjo entonces un ruido en el exterior de nuestra puerta, el sonido de alguien que quitaba los cerrojos y a continuación pasos que retrocedían. El que estaba más cerca de la puerta la empujó con incertidumbre y ésta se abrió. Vi en todos una expresión de incredulidad, pero, nada más mirar hacia afuera, descubrí que la figura que yo había tomado por Ithien era un centinela, inconfundible con su casco festoneado, pese a estar envuelto en su capa impermeable color azul oscuro.
―¡Date prisa Athos! ―susurró Oailos―. ¡Ahora!
La apertura de la puerta era la señal. Empecé a poner la mente en blanco, buscando el vacío que necesitaba para hacer magia, pero entonces el centinela se agachó en torno al hombre echado boca abajo, mirándolo por la abertura del casco. No pude oír nada. Sólo vi al legionario de élite del emperador darle la vuelta al cuerpo del otro sujeto. Todo parecía haber salido demasiado bien. ¿Era posible que alguien tan entrenado como un mago mental fuese tan fácil de matar?
Volví a buscar el vacío, cerré los ojos y me sentí notando en el espacio en blanco de mi mente, mientras las sensaciones corporales se desvanecían. Fui recuperando entonces el poder que había abandonado durante cuatro años, sintiendo el temblor de la magia en la piel.
Y entonces todo se estropeó, como si alguien me hubiese cerrado una puerta en plena cara. Salí del vacío y me incliné peligrosamente hacia atrás mientras Oailos y les demás se movían con vacilación. Me habría derrumbado de no ser porque Vespasia me sostuvo. Con la ayuda de dos hombres me dejaron en el suelo.
―¿Qué sucedió? ―preguntó Oailos, furioso.
―El mago mental sigue allí. Me ha bloqueado.
Varios se quedaron boquiabiertos, pero Oailos asumió el control de la situación antes de que nadie pudiese decir nada.
―¡Rápido! ¡Salid todos! Todavía podemos vencer si nos apoderamos del mago mental. Que alguien coja la espada de aquel thetiano, vayamos a la cabaña del inquisidor antes de que llamen a los guardias.
Urgió a la mujer más cercana a salir.
―Pero ¿cómo...? ―inició su protesta otro supervisor.
―Es un mago. Si deseas escapar, ésta es nuestra oportunidad.
Oailos me cogió del hombro para que saliese con él, mientras se producía junto a la puerta un súbito tropel, y casi me arrastró en su carrera hacia el guardia muerto y su asesino, que debía de ser Ithien y había cogido la espada.
―¡Rápido! ―dijo éste tendiéndome el cuchillo de Oailos―. Busca una piedra, cualquier cosa que puedas utilizar como arma. ¡Cathan, tu magia!
―¡El mago no ha muerto! ―advertí intentando otra vez con desesperación reunir mis poderes y volviendo a fracasar.
Ithien lanzó una maldición y dio la vuelta con el pie al cadáver. Iba vestido de negro, llevaba barba, pero no era el mago mental.
―Ya es demasiado tarde para echarnos atrás. Al menos me he cargado a los guardias ―dijo gritando para hacerse oír por encima de los truenos―. Sevasteos, libera a Ravenna.
El arquitecto, una negra silueta en medio de la lluvia, comenzó a correr en dirección a la cabaña del ingeniero. Llevaba un impermeable, pero los demás nos habíamos empapado nada más dejar la cabaña y la lluvia recorría nuestras caras y ropas sin darnos tregua; demasiada agua para que la tela la absorbiese.
Ninguno pensó en Pahinu hasta que oímos abrirse de golpe la puerta de la cabaña del inquisidor y vimos a alguien entrando. Un momento después se oyeron voces altas y gritos de alarma, pero no estaba seguro de que los guardias los oyesen. Como fuera, debían de estar vigilando y sin duda estarían sobre nosotros en cuestión de minutos.
―¡Moveos! ―gritó Ithien cubriendo a toda prisa los pocos metros que nos separaban de la cabaña del inquisidor. Los esclavos lo seguían formando una turba descontrolada. Oailos había enviado a un hombre para abrir otra cabaña, ante la improbable posibilidad de que otros penitentes se sumasen a tiempo.
Vimos la luz amarilla proveniente del portal abierto; Ithien se detuvo a un lado con la espada en alto. Oí el zumbido de un arco pero no vi volar ninguna flecha. Entonces el thetiano y dos esclavos se abalanzaron hacia el interior. Uno de los esclavos era Oailos, que con su mano libre seguía aferrando mi muñeca. Yo seguía desarmado.
Distinguí las facciones de los hombres que había dentro, sorprendidos por nuestra entrada en la habitación principal, que estaba iluminada por un par de antorchas de leños. El rostro de Amonis era una máscara de furia helada. Shalmaneser, con el arco sin flechas en una mano, y dos hombres vestidos de negro y verde oscuro que flanqueaban al mago mental, vistiendo su túnica negra con bordes dorados. Ninguno de los tres últimos llevaba armas, aunque tenían cuchillos en los cinturones.
―¡Matadlos! ―aulló Oailos y se echó a un lado para permitir que los lanzadores de piedras llenasen la sala con sus misiles. Pero los atacados tuvieron un segundo de gracia para moverse y sólo dos de las siete rocas dieron en el blanco. Amonis se tambaleó hacia atrás, apretándose el brazo, mientras que Shalmaneser gruñía de dolor y lanzaba al suelo su arco, boqueando para respirar. La roca lo había golpeado en el estómago, pero apenas era lo bastante grande para dejarlo sin aire más que un instante.
―¡Guardias! ―gritó Amonis―. ¡Herejes, haré que os quemen por esto!
Los otros esclavos eligieron los muebles más próximos, pizarras, sillas, y los arrojaron con fuerza mientras los sacerdotes se ponían a resguardo bajo la mesa.
―¡Dadle al mago mental! ―ordenó Vespasia mientras Oailos me soltaba el brazo para iniciar la carga y atacar, hombro con hombro junto a Ithien.
El mago mental alzó su martillo y volaron puntos de luz dorada en dirección a nosotros. Oailos e Ithien parecieron aminorar la marcha, como si luchasen contra sus propios músculos, pero siguieron adelante.
Dos esclavos quedaron inmóviles, congelados, tras ser golpeados por la luz, y, como también yo recibí la descarga, no pude hacer más que observar los sucesos.
Era como si estuviese a punto de dormirme. Como si mi cabeza se llenase de lana, el aire se volviera repentinamente de melaza y mis músculos estuviesen encadenados. Ya me había sucedido algo similar, y no podía remediarlo.
Los dos hombres de negro y verde avanzaron para proteger al mago mental, y Oailos de pronto giró hacia el inquisidor, estrellándose contra la mesa. Ithien atacó con la espada, pero no pudo dar en el blanco pues su cuerpo se retorció hacia atrás sin motivo aparente, chocando contra Oailos.
Por un instante pareció como si todo hubiese acabado, pero Oailos se las arregló para incorporarse y caer sobre Shalmaneser. Un momento después vi con toda claridad cómo sostenía el cuchillo contra la garganta del sacerdote.
―Libéralos de tu magia o lo mataré ―aulló Oailos con sus robustos hombros dispuestos de manera que parecía escapar a los poderes del mago.
En el rostro del mago mental no hubo más que indiferencia.
―Si lo matas no habrás logrado más que perder el rehén para negociar ―respondió y se dirigió luego a uno de sus protectores―. Llamad de inmediato a los guardias.
El sujeto asintió y se marchó por una puerta lateral situada más o menos detrás del mago mental. Su compañero se movió hacia adelante para quitarle la espada a Ithien.
―¡He dicho que rompas el hechizo! ―insistió Oailos.
El mago mental cruzó una mirada con Amonis, que se había incorporado. El inquisidor se encogió de hombros y el segundo individuo se inclinó hacia adelante y tiró de la túnica de Oailos, estirándosela hasta los pies.
Sin embargo, no fue lo bastante rápido. Shalmaneser emitió un sordo gorjeo mientras Oailos le hundía el cuchillo en la garganta. El sacerdote se agitó convulsivamente y un chorro de sangre bañó el suelo. Entonces lanzó lo que debió de ser un grito. Cerré los ojos, demasiado afectado para observar el tercer asesinato en cinco minutos. Matar en el campo de batalla era una cosa, pero ninguno de esos tres hombres había tenido la oportunidad de defenderse.
―Lo único que habéis logrado es que vuestra muerte sea infinitamente más dolorosa ―dijo Amonis mientras Oailos era alcanzado por uno de los rayos dorados del mago mental. A continuación, el sacerdote se arrodilló ante el cadáver de Shalmaneser y murmuró una breve bendición.
Sentí que se me revolvía el estómago al comprender que estábamos acabados. Oí pasos en el exterior de la cabaña y di por sentado que Ithien no había podido vencer a todos los guardias.
―Guardias, inmovilizadlos ―ordenó Amonis―. Son herejes y...
Una piedra perfectamente lanzada se estrelló contra su frente y sentí un ensordecedor alarido mientras una turba empapada se arrojaba desde atrás contra el mago mental. Vi una cadena apretada contra su garganta y de pronto se desvaneció la niebla que pendía sobre mi mente.
―¡Moveos! ―gritó Oailos, buscando al guardián del mago mental al tiempo que el propio mago, con el rostro morado, era obligado a ponerse de rodillas. No podía ver la cara de quien lo atacaba, ya que sus cabellos negros se la tapaban, pero me bastó para reconocer a Ravenna.
―¡Vespasia! ―gritó Ithien―. ¡Libera a todos los penitentes y haz que bajen ahora mismo a la represa!
Sevasteos apareció en el portal con una expresión casi animal en el rostro y arrojó otra piedra sobre el cuerpo yaciente de Amonis.
Entonces el guardián consiguió liberarse de Oailos y se tiró contra el mago mental, empujándolo hacia un lado y aflojando la presión a que lo sometía Ravenna. El mago se desplomó hacia adelante, inconsciente pero aún con vida, y no tuve tiempo de impedir que el segundo protector apareciese y lo liberase de ella. Mientras me tambaleaba por la habitación, el sujeto alejó al mago mental de Ravenna de Sevasteos, arrojándolo casi afuera de la cabaña. Apenas conseguí ver cómo la silueta cargaba al mago sobre los hombros y empezaba a alejarse a tientas en medio de la noche.
―Id tras él ―ordenó Ithien poniéndose de pie―. Oailos, ve a atar a los guardias. Apodérate de sus armas y armaduras; precisaremos de toda la ayuda que podamos obtener.
A Ithien no le había costado nada asumir el mando y, para mí sorpresa, Oailos reconoció su autoridad.
Pero entonces dejé de prestarles atención. Con las cadenas enganchadas en una silla caída, Ravenna luchaba por ponerse de pie. Me acerqué a ella a toda prisa, pero contuve las ganas de ayudarla a incorporarse pues conocía su orgullo y sabía que detestaría que lo hiciese. En cambio, saqué la silla de en medio y le ofrecí una mano. Ella se sacudió el pelo del rostro y me clavó la mirada. Tenía los ojos muy cansados y el rostro bastante demacrado.
Por un momento no dijo nada y oí detrás de nosotros el impaciente jugueteo de los dedos de Ithien. Entonces Ravenna extendió la mano y cogió la mía, ayudándose para ponerse en pie.
―¡El mago ha huido! ―exclamó ella, mirando con avidez hacia el exterior de la cabaña. A continuación volvió a mirarme y soltó mi mano.
―Cathan, te he sorprendido. Pero ¿podemos matarlo primero y charlar después?
―¿Quién es él? ―preguntó Ithien―. ¿Sabes de qué va todo esto?
―Es de Tehama ―le informé―. Se llama Memnón.
No se lo había contado antes, pero ahora estábamos sin lugar a dudas del mismo lado y era necesario que lo supiese.
―Es sobrecogedor ―dijo sólo Ravenna con expresión afligida―. Debemos marcharnos de aquí. Desean mantenerlo en secreto y matarán a cualquiera para impedir que salga a la luz.
―¿De qué se trata? ―exigió Ithien―. Dímelo, no tenemos tiempo...
―Del
Aeón ―
dijo ella―. Y de mi...
Vespasia apareció en la puerta sin aliento.
―Hemos liberado a todo el mundo, Ithien. He enviado a los más fuertes a ayudar a Oailos.
―¿Y el mago mental?
―No lo sé. Todavía están tras él.
―No lo capturarán ―advirtió Ravenna―. Ninguno de vosotros podréis. ¡Cathan, debemos atraparlo, tenemos que lograrlo!
―No estás en condiciones de perseguirlo ―empezó a decir Ithien, pero ella lo interrumpió sacudiendo las cadenas de las muñecas y los tobillos.
―Tiene la llave de mis cadenas, y son mágicas. No hay otro modo de abrirlas.
Ravenna hacía lo imposible por aparentar pleno control de sí misma, incluso si el temblor de su voz la delataba. Era mucho más de lo que yo habría conseguido si hubiese sufrido lo mismo que ella.
Me volví hacia el thetiano.
―Ithien, haz que todos lleven armas y apodérate del buque. Viste a tus hombres de soldados, inquisidores, lo que te plazca. Pero vete. Nosotros capturaremos al mago mental y nos uniremos a ti más tarde.
―¿Cómo lo lograréis tal como estáis?
―Tampoco el mago puede correr ―fue la respuesta de Ravenna―. ¡Por favor, Ithien! Haz lo que Cathan te dice y márchate.
La lluvia nos caía sobre la cara mientras subíamos la colina, gateando o caminando. Ravenna iba descalza y cargaba además con sus cadenas, pero mantenía el espíritu con mayor convicción que yo, sin permitirme ayudarla más que para evitar que cayese. En un intervalo entre truenos oí a mis espaldas gritos y confusión, pero seguimos adelante, abriéndonos paso por el estrecho desfiladero hasta la cumbre de la costa central, cogiendo allí un camino que el cielo sabría adonde llevaría. Por allí había escapado el mago mental.