—Ah, por cierto, ¿y el nombre que faltaba en la lista? ¿Por qué te hizo pensar en Hanna cuando lo descubriste? —preguntó Annika llena de curiosidad.
—Por un lado, fue Hanna quien me lo entregó, tú le pediste que lo hiciera. Tú tenías ciento sesenta nombres en el documento, pero en el que contenía el disquete había uno menos. La única persona que pudo haberlo borrado era Hanna. Ella sabía que existía el riesgo de que yo reconociese el nombre. Cuando acababa de empezar con nosotros, me contó que Lars y ella le habían alquilado la casa a Tore Sjöqvist, que se había mudado a Escania, donde permanecería dos años. Así que, cuando localicé el nombre, emparejado a una dirección de Tollarp, no me costó mucho sumar dos y dos. —Patrik hizo una pausa—. Yo tenía la sensación de que era preciso revisarlo todo una vez más. ¿Qué pensáis vosotros? ¿Habéis detectado alguna laguna en mi razonamiento? ¿Cabe alguna duda de que tengamos lo suficiente como para seguir adelante?
Todos menearon la cabeza. Por increíble que pudiera parecer, existía una lógica aterradora en la exposición de Patrik.
—Bien —asintió Patrik—. Lo más importante ahora es que actuemos antes de que Hanna y Lars se den cuenta de que los hemos descubierto. Y también es importantísimo que no averigüen nada sobre su madre ni sobre cómo desaparecieron, porque creo que puede ser peligroso para...
Se interrumpió al ver que Annika volvía a contener la respiración.
—¿Annika? —dijo Patrik en tono inquisitivo al observar con creciente preocupación la palidez de la mujer.
—Yo se lo conté —confesó nerviosa—. Hanna me llamó justo después de que vosotros dos llegarais de Kalvó. No sonaba nada bien, pero me dijo que había dormido un poco y que se encontraba mejor. Y que no tendría que estar de baja más de uno o dos días. Y yo... pues... —Annika se atascó, pero luego se animó y miró a Patrik—. Quería mantenerla al corriente, así que le conté lo que habíais averiguado sobre Hedda.
Por un instante, Patrik se quedó mudo. Luego dijo: —No podías saberlo. Pero tenemos que salir para la isla ahora mismo.
Una actividad febril estalló de pronto en la comisaría de Tanumshede.
Sentado en la proa del Minlouis, el barco de salvamento de la compañía de rescate marítimo, Patrik sentía la desazón como un nudo en el estómago mientras navegaban rumbo a Kalvó. Alentaba mentalmente al barco a navegar más rápido, pero iban a toda máquina. Temía que fuese demasiado tarde. Poco antes de salir a toda prisa con las luces de emergencia para llegar a Fjällbacka lo antes posible, habían recibido la llamada del propietario de una embarcación que, aseguraba el hombre indignadísimo, le había confiscado una mujer policía acompañada de un desconocido. El hombre les vociferó que aquello eran maneras dignas de la mafia y que les pondría una demanda de puta madre si le causaban al barco el menor rasguño. Patrik le colgó el teléfono sin alterarse. En aquellos momentos, no tenía tiempo que perder. Lo más importante era que sabían que Lars y Hanna habían conseguido un barco y que se dirigían a Kalvó, en busca de su madre.
El barco de salvamento cayó en el valle de una ola y Patrik quedó empapado por las salpicaduras. Había empezado a soplar el viento y, en lugar del mar apacible que Gösta y Patrik habían surcado unas horas antes aquel mismo día, navegaban ahora por unas aguas inquietas y oscuras de bravo oleaje. A sus mentes acudían nuevos escenarios, nuevas imágenes de lo que encontrarían cuando llegasen. Gösta y Martin se habían acurrucado en la cabina del barco, pero Patrik necesitaba sentir el frescor del aire para centrarse en lo que tenían por delante. Algo que, fuese cual fuese su final, no acabaría bien.
Cuando, después de una travesía de cinco minutos, que, no obstante, se les antojó infinita, arribaron por fin a la isla, vieron el barco sustraído mal amarrado en el muelle de Hedda. Peter, el patrón que gobernaba el barco de salvamento, atracó hábilmente a su lado, pese a que su embarcación era más grande que el muelle. Patrik saltó a tierra sin vacilar y Martin lo siguió. A Gösta tuvieron que ayudarle entre todos.
Patrik había intentado convencer al colega de más edad de que se quedase en la comisaría, pero Gösta Flygare dio muestras de una tozudez sorprendente e insistió en ir con ellos. Patrik cedió, pero ahora empezaba a lamentar su decisión. Aunque, claro, ya era demasiado tarde.
Señaló con un gesto la cabaña, que daba la falsa impresión de estar vacía y desierta. Ni un solo ruido se oía procedente del interior y, cuando quitaron el seguro de las pistolas, a Patrik le dio la sensación de que el eco resonaba en toda la isla. Se encaminaron sigilosos hacia la cabaña y se agacharon al llegar ante las ventanas. Patrik oyó voces en el interior y echó una cauta ojeada a través de los cristales llenos de salitre. En un primer momento no vio más que la sombra de alguien que se movía allí dentro, pero una vez que los ojos se habituaron a la penumbra, creyó distinguir dos figuras en la cocina. Las voces subían y bajaban de volumen, pero resultaba imposible oír lo que decían. De repente, Patrik no sabía qué hacer, pero finalmente tomó una decisión. Hizo un gesto con la cabeza señalando la entrada. Con mucho cuidado, avanzaron hacia allí. Martin y Patrik se colocaron cada uno a un lado de la puerta, mientras Gösta aguardaba a cierta distancia.
—¿Hanna? Soy yo, Patrik. Estoy con otros compañeros. ¿Está todo en orden?
Nadie respondió.
—¿Lars? Sabemos que estás ahí con tu hermana. No cometáis ninguna tontería, no acabéis con más vidas.
Seguían sin responder. Patrik empezaba a ponerse nervioso y le sudaba la mano con la que sostenía la pistola.
—¿Hedda? ¿Cómo estás? ¡Hemos venido a ayudarte! Lars y Hanna, no le hagáis daño a Hedda. Hizo algo horrible pero, creedme, ya ha pagado por ello. Mirad a vuestro alrededor, observad cómo vive. Su vida ha sido un infierno a causa de lo que os hizo.
El silencio por respuesta. Patrik lanzó una maldición para sus adentros. Luego, alguien entreabrió la puerta. Patrik agarró bien la pistola y, con el rabillo del ojo, vio que tanto Martin como Gösta hacían lo propio.
—Vamos a salir—dijo Lars—. No disparéis. Si lo hacéis, la mato.
—Vale, vale —asintió Patrik intentando sonar tranquilo.
—Dejad las armas, quiero verlas en el suelo —ordenó Lars. Ellos seguían sin poder verlo por la ranura de la puerta.
Martin miró a Patrik inquisitivo y éste asintió y dejó su pistola en el suelo. Gösta y Martin siguieron su ejemplo.
—Dadle una patada —les dijo Lars con voz sorda.
Patrik dio un paso al frente y apartó de una patada las tres pistolas.
—Haceos a un lado.
Una vez más, obedecieron y, tensos, aguardaron el siguiente paso. Muy despacio, centímetro a centímetro, se fue abriendo la puerta. Patrik esperaba ver a Hedda, pero fue Hanna quien apareció. Aún se la veía enferma, sudorosa y con fiebre. Sus miradas se cruzaron y Patrik no pudo por menos de preguntarse cómo se había dejado engañar de aquel modo. Cómo logró Hanna esconder durante tanto tiempo y tras una fachada de normalidad la podredumbre que llevaba dentro. Por un segundo, le pareció leer en su semblante el deseo de darle una explicación, pero Lars la empujó hacia delante y entonces vieron la pistola con la que le apuntaba a la sien. Patrik la reconoció: era el arma reglamentaria de Hanna.
—Moveos, venga, un poco más allá —masculló Lars, en cuyos ojos Patrik no halló más que odio y negros pensamientos.
Miraba como aturdido de un lado a otro y algo le dijo a Patrik que Lars había abandonado la máscara, que ya no era capaz de seguir viviendo una doble vida. La locura —o el mal, o como queramos llamarlo— le había ganado la batalla a la parte de su personalidad que sólo deseaba llevar una existencia normal, tener un trabajo y una familia.
Se alejaron un poco, Lars pasó por delante de ellos con Hanna delante, a modo de escudo. La puerta de la casa estaba abierta de par en par y, tras echar una ojeada, Patrik comprendió por qué no había utilizado a Hedda. Horrorizado, vio que estaba atada a una silla. Le tapaba la boca el mismo tipo de cinta adhesiva cuyos restos habían detectado en las otras víctimas, con un agujero en el centro: el espacio justo para introducir por él el cuello de una botella. Hedda había muerto como vivió. Llena de alcohol.
—Comprendo que desearais la muerte de Hedda, pero ¿y los demás?
—Ella se lo llevó todo. Cuanto teníamos. Hanna la vio por casualidad y ambos supimos lo que había que hacer. Así que murió a causa de aquello que destrozó nuestras vidas, a causa del alcohol.
—¿Te refieres a Elsa Forsell? Sabemos que fue la responsable de la muerte de Sigrid, la mujer con la que vivíais.
—Estábamos bien —aseguró Lars con voz chillona. Iba retrocediendo despacio hacia el embarcadero—. Ella se ocupaba de nosotros. Y juró que nos protegería.
—¿Quién, Sigrid? —dijo Patrik moviéndose despacio hacia Lars y Hanna.
—Sí, nosotros no sabíamos cómo se llamaba. La llamábamos mamá. Dijo que eso era, nuestra nueva madre. Y vivíamos bien. Ella jugaba con nosotros. Nos abrazaba. Nos leía.
—¿El cuento de
Hansel y Gretel?
—preguntó Patrik sin dejar de avanzar despacio hacia el muelle. Vio con el rabillo del ojo que Gösta y Martin lo iban siguiendo.
—Sí —confirmó Lars antes de pegar la boca a la oreja de Hanna—. Nos leía. Ese cuento. Hanna, ¿recuerdas lo maravilloso que era? ¿Lo hermosa que era? ¿Lo bien que olía? ¿Te acuerdas?
—Sí, lo recuerdo —asintió Hanna y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, estaban llenos de lágrimas.
—Eso fue lo único que pudimos conservar después de su muerte, aquel cuento. Queríamos demostrarles lo poco que queda cuando destrozamos la vida de alguien.
—De modo que no os bastó con Elsa —continuó Patrik sin apartar la mirada de los ojos de Lars.
—Eran muchos los que habían hecho lo mismo. Tantos... —dijo Lars sin rematar la frase—. Cada nueva ciudad a la que nos mudábamos... en cada nueva ciudad había que hacer limpieza.
—Matando a alguien que, conduciendo borracho, hubiese provocado la muerte de otra persona.
—Así es —respondió Lars sonriente—. Sólo entonces podríamos vivir tranquilos. Cuando hubiésemos demostrado que no pensábamos tolerarlo y que no habíamos olvidado. Que no puede ser que uno destroce la vida de alguien y luego siga viviendo como si tal cosa.
—¿Tal y como hizo Elsa después de haber provocado la muerte de Sigrid?
—Exacto —afirmó Lars, cuya mirada se volvió más sombría aún—. Como hizo Elsa.
—¿Y Lillemor?
Ya casi habían ganado el embarcadero y Patrik se preguntaba qué harían si Hanna y Lars lograban llegar al barco de salvamento, que era mucho más veloz que el otro. En tal caso, no conseguirían darles alcance. Sin embargo, el patrón parecía haber caído en la cuenta, porque empezó a retroceder alejándose del embarcadero, de modo que sólo quedase allí la embarcación más pequeña.
—Lillemor—resopló Lars—. Una persona necia e inútil. Exactamente igual que el resto de la basura con la que me vi obligado a trabajar. Jamás la habría reconocido por su aspecto, pero recordaba el nombre y la ciudad de la que procedía. Sabía que teníamos que hacer algo.
—Así que les contaste a los demás que Lillemor andaba hablando mal de ellos, para crear el caos y distraer su atención de ti, ¿no?
—Vaya, no eres tonto del todo —sonrió Lars dando el primer paso atrás en el embarcadero. Por un instante, Patrik sopesó la posibilidad de lanzarse sobre él, pero, aunque comprendía que el que Lars retuviese a su hermana como rehén era una pantomima —después de todo, habían llevado a cabo los crímenes los dos juntos—, no se atrevió. No tenía ningún arma, estaba arriba, en la colina, junto con las de Martin y Gösta, así que Lars y Hanna tenían ventaja.
—Fui yo quien llamó a Lars —intervino Hanna con voz bronca.
—Lo sabemos —dijo Patrik—. Estaba grabado. Martin lo vio, pero no comprendimos...
—No, claro, ¿cómo ibais a comprender? —repuso con una sonrisa tristona.
—O sea, que Lars fue a buscarla después de tu llamada, ¿no es así?
—Sí —respondió Hanna subiendo despacio al barco. Se sentó en el banco del centro, mientras Lars se acomodaba junto al fueraborda y giraba la llave de arranque. Nada sucedió. Lars frunció el entrecejo y probó una segunda vez. El motor emitió un chirrido, pero no se puso en marcha. Patrik observaba desconcertado los intentos de Lars, pero al echar un vistazo al barco de salvamento, que se balanceaba a una distancia prudencial de la isla, comprendió lo que sucedía. El patrón sostenía, a la vista de todos, el tanque de combustible y Patrik entendió enseguida que había vaciado el depósito. «Un tipo diligente, el tal Peter», se dijo.
—No tienes combustible —dijo Patrik aparentando una tranquilidad que no sentía—. Así que no hay nada que puedas hacer. Los refuerzos ya vienen en camino, de modo que lo mejor será que os rindáis y evitéis que nadie más resulte herido. —Al propio Patrik le sonó ridículo, pero no encontraba el modo adecuado de expresarse, si es que existía alguno.
Sin pronunciar una palabra, Lars soltó el amarre y empujó el barco de una patada lejos del embarcadero. Enseguida entró en la corriente y empezaron a deslizarse despacio por las aguas.
—No llegaréis a ninguna parte —les advirtió Patrik mientras pensaba en qué posibilidades se le ofrecían. Ninguna, concluyó. La única alternativa era ir tras Lars y Hanna. Sin motor, no llegarían muy lejos, seguramente arribarían a alguna de las islas que había enfrente. Patrik hizo un último intento—. Hanna, tú no pareces haber sido el cerebro de todo esto. Aún tienes la oportunidad de ayudarnos y de ayudarte a ti misma.
Hanna no respondió. Simplemente, devolvió tranquila la mirada suplicante de Patrik. Luego, muy despacio, llevó su mano hacia la de Lars, hacia la que sostenía la pistola. Lars ya no apuntaba a su hermana, sino que tenía la mano del arma apoyada en el banco en el que ella estaba sentada. Aún con la misma parsimonia ominosa, cogió la mano de Lars y se la llevó a la sien. Patrik vio que el rostro de Lars expresó primero extrañeza, y después, horror. Sin embargo, enseguida se vio dominado por la misma parsimonia que su hermana. Hanna le dijo algo que no pudieron oír quienes estaban en tierra. Él le susurró a su vez, la atrajo hacia sí, con la cabeza apoyada en su pecho. Entonces Hanna puso el índice en el de Lars. Y apretó el gatillo. Patrik se sobresaltó y, detrás de él, Gösta y Martin se quedaron sin respiración. Incapaces de moverse, incapaces de decir nada, vieron cómo Lars se sentaba despacio en la falca del barco, con el cuerpo de Hanna, ensangrentado y sin vida, en un tierno abrazo. La sangre le había salpicado la cara, como si se hubiera pintado para el combate. Y de esa guisa y con la misma calma, los miró por última vez. Luego se llevó la pistola a la sien. Y apretó el gatillo.