—O sea, que ya tienes contrato para grabar un disco, ¿no? —le preguntó Calle con ironía antes de dar otra calada.
—No... Se jodió, vamos. Pero, según mi manager, es que no era el momento. Y tenemos que encontrar un tema con garra que me dé un perfil. Además, va a intentar que me fotografíe Bingo Rimer.
—¿A ti? —Calle se carcajeó implacable—. Yo creo que Barbie tiene más posibilidades que tú, vamos... Tú no tienes sus... —Calle paseó la mirada por su cuerpo, antes de rematar la frase—... sus atributos.
—¿Pero qué dices? Yo tengo tan buen tipo como esa muñeca hinchable. Sólo tengo menos tetas, pero sólo un poco. —Tina arrojó la colilla al suelo y la aplastó irritada con el tacón—. Y además, estoy ahorrando para ponérmelas nuevas —añadió mirando a Calle retadora—. Diez mil más y podré usar un sujetador de la talla 100.
—Sí, sí, buena suerte —respondió Calle, apagando él también el cigarrillo en el suelo. Y en ese preciso momento volvió Günther. Su cara adquirió un tono más rojizo que el que le había provocado el vapor de las cacerolas.
—¿Estáis fumando aquí dentro? ¡Está prohibido, prohibidísimo, totaaaaalmente prohibido! —El jefe de cocina hizo unos cuantos molinetes con los brazos, a lo que Tina y Calle se miraron y se echaron a reír. Aquel tío era una caricatura. A regañadientes, retomaron sus tareas. Las cámaras habían captado toda la escena.
Los mejores momentos eran aquellos en que se sentaban juntos, muy juntos. Los momentos en que ella sacaba el libro. El crujir de las hojas a medida que las iba pasando despacio, el olor de su perfume, la sensación de la suave tela de su blusa en la mejilla. En esos momentos, las sombras se mantenían apartadas. Todo aquello que había en el exterior y que les causaba temor y atracción a un tiempo dejaba de ser importante. Su voz, que ascendía y descendía en dóciles ondas. A veces, si estaban cansados, uno de los dos, o incluso ambos, se dormía en sus rodillas. Lo último que recordaban antes de que el sueño se apoderase de ellos era el relato, el rumor del papel y los dedos de ella acariciándoles el cabello.
Se trataba de un relato que habían oído cientos de veces. Se lo sabían de memoria y, pese a todo, cada vez que lo escuchaban, les sonaba nuevo. En ocasiones observaba a su hermana mientras escuchaba con la boca entreabierta y los ojos fijos en las páginas del libro. El cabello le caía como una cascada por la espalda, sobre el camisón. El solía cepillarle la melena todas las noches. Era su misión.
Cuando ella les leía, se disipaba el deseo de cruzar la puerta cerrada y salir al mundo del otro lado. En esos momentos no existía más que un mundo lleno de color y de aventuras, plagado de dragones, príncipes y princesas. No una puerta cerrada. No dos puertas cerradas.
El recordaba vagamente que, al principio, tenía miedo. Ya no. No ahora que ella olía tan bien y la sentía tan suave y su voz subía y bajaba de un modo tan rítmico. No ahora que sabía que ella lo protegía. No ahora que sabía que él era un pájaro cenizo.
Patrik y Martin llevaban un par de horas en la comisaría dedicándose a otros asuntos, a la espera de que Ola volviese a casa del trabajo. Sopesaron la posibilidad de ir allí y hablar con él directamente, pero decidieron esperar hasta las cinco, hora a la que concluiría su jornada laboral en la empresa Inventing. No existía razón alguna para exponerlo a una avalancha de preguntas por parte de sus compañeros de trabajo. De hecho, Kerstin les aseguró que no creía que Ola tuviese nada que ver con las cartas y las llamadas anónimas. Patrik no estaba tan seguro. Necesitaría suficientes pruebas de que así era, antes de desechar la idea. El montón de cartas había salido con destino al laboratorio de criminalística a última hora de la mañana y, además, había solicitado acceso a las listas de abonados que llamaron a Kerstin y a Marit en los períodos en que recibieron las llamadas anónimas.
Parecía que Ola acababa de salir de la ducha cuando les abrió la puerta. Había tenido tiempo de vestirse, pero aún llevaba el pelo mojado.
—¿Sí, de qué se trata? —preguntó impaciente. Ya no quedaba ni rastro de la expresión de dolor que habían advertido el lunes, cuando le comunicaron que su ex mujer había muerto. O, por lo menos, no tan patente como la que observaron en la segunda visita a Kerstin.
—Queríamos hablar de nuevo con usted unos minutos.
—¿Ajá? —respondió Ola, aún impaciente y con expresión inquisitiva.
—Bueno, se trata de algunas circunstancias relacionadas con la muerte de Marit.
Al parecer, Ola lo entendió enseguida, porque se apartó a un lado y les indicó que entrasen.
—Pues está bien que hayan venido, porque yo pensaba llamarlos.
—¿Ah, sí? —preguntó Patrik al tiempo que se sentaba en el sofá. En esta ocasión, Ola no los condujo a la cocina, sino que les señaló el tresillo que había en la sala de estar.
—Sí, quería saber si pueden expedir una orden de alejamiento y prohibición de visitas.
Ola se sentó en un gran sillón de piel y cruzó las piernas.
—Ajá —intervino Martin con una rauda mirada inquisitiva a Patrik—. Y ¿contra quién querría que se redactara dicha orden?
En los ojos de Ola brilló un destello.
—Por el bien de Sofie, contra Kerstin.
Ni Patrik ni Martin mostraron la menor sorpresa.
—¿Y eso por qué, si puede saberse? —preguntó Patrik aparentando calma.
—¡No hay razón alguna para que Sofie vaya a casa de esa... de esa... persona! —respondió Ola con tanta animadversión que los salpicó a ambos de saliva. Se inclinó y, con los codos apoyados en las piernas, continuó—: Sofie ha ido hoy a verla. Cuando llegué a casa para el almuerzo, su mochila no estaba. Y he llamado a sus amigos. Seguro que se ha ido a casa de esa... bollera. Tendrá que haber alguna forma de impedírselo, ¿no? Quiero decir que, pienso mantener una conversación seria con Sofie cuando llegue a casa, por supuesto, pero debe existir una vía legal para impedir que la vea, ¿verdad? —Ola miraba alternativamente a Patrik y a Martin, exigiendo una respuesta.
—Pues... yo creo que será difícil —respondió Patrik, que veía cada vez más confirmadas sus sospechas. Aquello de lo que querían hablar con Ola se les antojaba no sólo posible, sino perfectamente verosímil.
—La prohibición de visitas es una medida muy severa y no creo que sea aplicable en este caso —afirmó Patrik sin dejar de observar a Ola, que se mostraba claramente indignado.
—Pero, pero... —balbució Ola—. ¿Qué coño se supone que puedo hacer? Sofie tiene quince años y, si se niega a hacerme caso, no puedo encerrarla. Y esa mierda de... —Se tragó el insulto, aunque no sin dificultad—. Seguro que no va a colaborar. Cuando Marit vivía, me vi obligado a aguantar a esa... pero que tenga que seguir soportando esa mierda ahora, ¡no, hombre, de eso nada! —rugió estampando en la mesa tal puñetazo que Patrik y Martin dieron un respingo en sus asientos.
—En otras palabras, no aprueba el estilo de vida por el que optó su ex mujer, ¿no es eso?
—¿Que optó por un estilo de vida, dice? —resopló Ola—. De no haber sido por esa puerca que le llenó a Marit la cabeza de grillos, esto jamás habría ocurrido. Marit, Sofie y yo aún estaríamos juntos. ¡Pero no! Marit no sólo destruyó su familia y nos abandonó a mí y a Sofie, sino que, además, ¡nos convirtió en el hazmerreír de todos! —Ola meneó la cabeza, como si aún le costase creerlo.
—¿Le demostró su disconformidad de alguna manera? —preguntó Patrik insidioso. Ola lo miró suspicaz.
—¿Qué quiere decir? Desde luego, nunca oculté lo que pensaba sobre el hecho de que Marit nos abandonase. Sin embargo, he sido muy discreto a la hora de hablar de los motivos. Que tu esposa se pase al equipo contrario no es algo que uno quiera ventilar. Verse abandonado por una tía... No es nada de lo que uno pueda ir pavoneándose por ahí, precisamente. —Intentó reír, pero la amargura tornó su risa en algo mucho más ominoso.
—Ya, pero... ¿no tomó ninguna medida en contra de su ex mujer y de Kerstin?
—No entiendo qué quiere insinuar —respondió Ola entornando los ojos.
—Nos referimos a una serie de cartas amenazadoras y llamadas telefónicas intimidatorias —respondió Martin.
—¿Quién? ¿Yo? —Ola abrió los ojos de par en par. No resultaba fácil juzgar si su asombro era sincero o fingido—. Y, además, ¿qué importancia podría tener eso? Quiero decir, puesto que la muerte de Marit fue consecuencia de un accidente.
Patrik decidió aguardar unos minutos antes de corregir su afirmación. No quería revelar cuánto sabían de golpe, sino que prefería hacerlo poco a poco.
—Alguien les estuvo enviando cartas anónimas y llamándolas por teléfono, también amparándose en el anonimato.
—Ya, bueno, a mí no me parece sorprendente —respondió Ola con una sonrisa—. Ese tipo de personas suelen atraer sobre sí esa clase de atención. Puede que en las grandes ciudades se tolere, pero aquí no.
Patrik estaba a punto de desmayarse ante el exceso de prejuicios que demostraba aquel hombre. Le costó contener el impulso de agarrarlo por la camisa y decirle cuatro verdades. El único consuelo era que, a medida que hablaba, Ola iba cavando su propia tumba.
—Es decir, que no es usted el autor de las cartas ni de las llamadas, ¿no? —preguntó Martin con la misma expresión de desprecio mal disimulada.
—No, jamás me rebajaría a algo semejante. —Ola les sonrió con superioridad. Estaba tan seguro de sí mismo, y de su casa tan limpia y tan ordenada... Patrik sentía un deseo irrefrenable de alterar tanto orden.
—En ese caso, no pondrá objeción alguna a que le tomemos las huellas dactilares, ¿verdad? Para compararlas con las que el laboratorio científico encuentre en los sobres, claro.
—¿Mis huellas dactilares? —Su sonrisa se esfumó en un instante—. No lo entiendo. ¿Por qué indagar en eso ahora? —preguntó claramente preocupado. Patrik se carcajeó para sus adentros y una breve ojeada a la cara de Martin le reveló que también su colega disfrutaba de la situación.
—Primero, responda a la pregunta. ¿O puedo dar por sentado que no tiene inconveniente en dejarnos sus huellas? Así podremos descartarlo.
Ola empezó a retorcerse en el sillón de piel. Miró vacilante de un lado a otro y se puso a ordenar los objetos que había sobre la mesa de cristal. En opinión de los dos policías, aquello estaba ya en perfecto orden, pero al parecer Ola no compartía su parecer, pues lo fue desplazando todo unos milímetros aquí y otros milímetros allá, hasta que todo estuvo lo bastante recto como para que se serenase.
—Pues... —comenzó indeciso, como queriendo retardar su respuesta—. Bueno, he de confesarlo, entonces —dijo al fin, de nuevo con una sonrisa en los labios. Se retrepó con aire de haber recuperado el equilibrio que parecía haber perdido por un instante—. Sí, será mejor decir la verdad. Es cierto que les envié unas cartas y las llamé unas cuantas veces. Claro que fue una tontería, pero esperaba que Marit tomase conciencia de que la situación era insostenible y que recobrase el sentido común. Hubo un tiempo en que nosotros estábamos estupendamente. Y podíamos volver a estarlo. Pero tenía que abandonar aquel disparate y dejar de ponerse en ridículo a sí misma y al resto de la familia. Sobre todo por Sofie. Imagínense, si hubieran tenido que ir a la escuela con semejante equipaje. Los compañeros les habrían machacado. Marit tenía que comprenderlo. No funcionaría, sencillamente, aquello no funcionaría.
—Y, sin embargo, llevaba cuatro años funcionando, así que no parecía que tuviese mucha prisa por volver con usted —observó Patrik con fingida dulzura.
—Bueno, era cuestión de tiempo, simple cuestión de tiempo. —Ola empezó a trajinar de nuevo con los objetos de la mesa. De pronto, se dirigió vehemente a los dos policías—. Pero, bueno, lo que no entiendo es qué importancia puede tener eso ahora. Marit está muerta y, si Sofie y yo nos libramos de esa mujer, podremos seguir adelante. ¿Por qué hurgar en eso ahora?
—Porque hay una serie de indicios que apuntan a que la muerte de Marit no fue fruto de un accidente.
Un siniestro silencio inundó la sala de estar. Ola los miraba perplejo.
—¿Que no fue... un accidente? —El hombre los miraba nervioso de hito en hito—. ¿Qué están insinuando? ¿Que alguien...? —Dejó la pregunta inconclusa. Si su sorpresa no era auténtica, podía afirmarse que era un gran actor. Patrik habría dado casi cualquier cosa por saber lo que pasaba por la mente de Ola en aquellos momentos.
—Sí, creemos que pudo haber alguien involucrado en la muerte de Marit. Sabremos más dentro de muy poco, pero por ahora... usted es nuestro principal candidato.
—¿Yo? —preguntó Ola sin dar crédito a lo que acababa de oír—. Pero... si yo jamás le haría daño a Marit. ¡Yo la quería! ¡Yo sólo quería que volviéramos a ser una familia!
—Ya, y movido por ese gran amor, la amenazaba a ella y a su chica —sentenció Patrik rezumando sarcasmo.
Ola se estremeció al oír la expresión «su chica».
—Es que... ¡ella no lo entendía! Seguro que sufrió una especie de crisis de los cuarenta, las hormonas se le dispararon y, de alguna manera, eso le afectó al cerebro y por eso lo tiró todo por la borda. Llevábamos veinte años juntos, ¿se imaginan? Nos conocimos en Noruega cuando teníamos dieciséis y yo creía que siempre estaríamos juntos. Superamos juntos un montón de... —Se detuvo un instante, como si dudase, antes de reanudar su alegato—: ... problemas cuando éramos jóvenes y teníamos todo lo que queríamos. Y luego, de pronto... —Ola había ido levantando la voz y ahora alzó los brazos en un gesto de impotencia, claro indicio de que aún no entendía lo que había sucedido hacía cuatro años.