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Authors: Jeff Grubb Ed Greenwood

Cormyr (63 page)

BOOK: Cormyr
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—Bien dicho, alteza —susurró Gwennath al arrodillarse junto a ella, a los pies del altar.

—¡Voy a exigir algunas respuestas cuando me levante! —susurró enfadada Tanalasta, mirándola por el rabillo del ojo—. No se retire hasta que yo se lo permita.

—Por supuesto —murmuró Gwennath, sonriendo e inclinando la cabeza, justo antes de elevar su voz en un cántico ritual, primer llamado a la Señora de la Fortuna.

Los ojos que refulgían tras la máscara azulada casi parecieron febriles del interés.

—¿Y qué más propuso Bleth?

Dauneth Marliir se encogió de hombros. Aquél había sido un día muy largo y ajetreado para él, pues había gateado de estancia en estancia, de escondite en escondite, por todo el palacio, y la mago no le había parecido muy preocupada por la evidente traición de Vangerdahast.

—Ya le he contado a usted todo lo sucedido —respondió, no sin cierta brusquedad—. Dejó bien claro que no estaba dispuesto a aceptar una regencia de por vida, y advirtió a Vangerdahast que levantaría en armas a toda la nación si pretendía hacer tal cosa. —Frunció el entrecejo, y añadió—: Sin embargo, yo diría que no ha entendido usted bien qué es lo que más me preocupa: al parecer, el señor mago supremo de Cormyr estaba de acuerdo, y puntualizó algún que otro detalle acerca de cómo debía manejarse el consejo. Tanto él como Bleth parecen considerar a la princesa como un simple... peón, al que sentar en el trono y obedecer todo lo que el mago regente, o el consejo de nobles, le ordenen. ¡Vangerdahast es tan frío como todos esos nobles intrigantes! ¡No le importan nada los Obarskyr, ninguno de ellos! Afirma que sirve a los intereses de la corona, parece ser que para él eso supone su plan de estabilidad para el reino, plan que le permitirá hacer uso de sus poderes, sea quien sea el que ocupe el trono de Cormyr.

Le pareció que la mujer vestida de azul inclinaba la cabeza con aire ausente.

—Se han dicho muchas cosas en todos los reinados Obarskyr sobre el servicio prestado por todos los magos leales que han bendecido este reino con su trabajo. Sin embargo, una y otra vez se ha demostrado que los magos eran capaces de servir a los intereses de Cormyr con una lealtad intachable, siempre que fue necesaria su ayuda. Vangerdahast parece bastante capaz de cuidar de sí mismo y de Cormyr, al menos de momento. Me interesa más cualquier cosa que dijera Bleth sobre la princesa Tanalasta, sin olvidar ni su tono de voz ni la expresión de su rostro. Repasemos la entrevista, una vez más, paso a paso si es necesario. No invente ni adorne nada sólo por complacerme. Sé que pido más de lo que usted puede recordar, de modo que limítese a explicarme todo lo que recuerde.

Dauneth obedeció, y el repaso les llevó un buen rato. Más tiempo del necesario para que el joven noble empezara a preguntarse quién era aquella mujer que ocultaba el rostro tras una máscara azul, y qué esperaba ella que sucediera en los próximos días. Qué fácil era asegurar que uno amaba a Cormyr y trabajaba por el bien de la corona, o por el interés del reino, cuando no había nadie para juzgar si era cierto. ¿Por qué lucía esa máscara?

Retuvo la pregunta hasta que se volvió cada vez menos hablador, momento en que ella le pidió que volviera donde se hospedara, y durmiera cuanto necesitara su cuerpo para recuperarse. Si estaba cansado cuando sucediera algo importante en las próximas horas o días, poco podría hacer por la causa.

Dauneth asintió secamente, estaba de acuerdo y fingió sentirse agotado. Se marchó, y tuvo la precaución de caminar pesadamente a lo largo de la calle por si acaso ella lo vigilaba. Al doblar la esquina, el primogénito de la familia Marliir se encaramó a un barril, que utilizó para alcanzar un balcón gracias a la ayuda de una gárgola que había, tallada en piedra. Quizás ella desapareciera por arte de magia, o por uno de tantos pasadizos misteriosos que parecían abundar en el sector norte de Suzail, pero... Se encogió de hombros. Quizá la mujer de azul se limitara a irse caminando. Si pudiera alcanzar el tejado, de modo que pudiera controlar tanto el acceso frontal como la puerta trasera...

Dauneth se apresuró y, justo a tiempo, alcanzó su objetivo jadeando. Ella, por supuesto, salió por la puerta trasera. Observó sus movimientos, hacia dónde se dirigía, inmóvil y agachado como un gato, hasta perderla de vista, momento en que se movió. Tendría que ser muy cuidadoso si pretendía no perderla de vista y evitar que lo descubriera. Fuera quien fuese la mago enmascarada, no era precisamente idiota.

Desde que la había conocido, sospechó que era noble de nacimiento, o que estaba estrechamente relacionada con la nobleza o con la propia corte, y que se dirigiría al Paseo, cosa en la que no erró. Escondido tras una enredadera que decoraba los escalones de casa en casa, Dauneth vio que la mujer de azul se adentraba en una calle lateral y, mientras la observaba, continuó sin detenerse por el Paseo, en dirección a Puerta Este.

No abandonaría la ciudad. No, se volvería hacia el oeste antes de llegar a la puerta, y regresaría al barrio residencial, situado en una calle adornada por setos que cruzaba el lago Azoun gracias a un puente precioso... ¡Sí! ¡Allí estaba! Dauneth se desplazó apresuradamente por la parte superior del muro que separaba el lugar sagrado de Deneir del prado propiedad de los mercaderes adinerados, a lo largo de la orilla del lago. Tuvo tiempo para ocultarse detrás del último de los libros de piedra, cuando ella se detuvo en el puente y se volvió para observar el lago y más allá, quizá buscando a... ¿él?

Observó las aguas tranquilas durante lo que a Dauneth se le antojó una eternidad, pero que probablemente no fuera tanto tiempo, disfrutando del reflejo de las estrellas del atardecer sobre el lago Azoun. Entonces volvió la cabeza y se dirigió a la parte más alejada del puente, hacia —cosa que no dejó de sorprender a Dauneth, que finalmente se encaramó al libro para poder verla mejor— ¡la mansión de los Wyvernspur!

Sí, la mujer observó la calle a un lado y a otro, luego miró el cielo y entonces... entró. Dauneth se bajó del libro y estuvo a punto de perder pie cuando oyó una voz serena justo debajo de él.

—Sí, muchos creen que esa inscripción es muy interesante. —Dauneth cruzó la mirada con un clérigo calvo y anciano de mirada amable, que inclinó levemente la cabeza a modo de saludo, antes de continuar—: Personalmente, me inclino a pensar que la contigua es la más profunda, aunque claro, la variedad de opiniones se basa en el conflicto derivado de la propia idiosincrasia de los mismos dioses que tanto nos dan la vida como nos hacen acreedores de sus conflictos. ¿Qué opina usted?

Dauneth observó entonces con desesperación que los libros tenían, además de algunas cagaditas de pájaros, alargadas inscripciones esculpidas, que apenas alcanzaba a distinguir a la luz de la luna. Lo cierto es que no tenía tiempo para discutir sobre ello.

—Yo diría —dijo con mucho tiento, observando la hierba que alfombraba el patio que rodeaba el templo hasta el muro, que le pareció de paredes altas— ¡que el futuro del reino depende de que yo actúe ahora mismo, y que después repare en las consecuencias! —Y tras semejante declaración de intenciones, saltó al muro y cayó del otro lado, a salvo, o eso esperaba él, de cualquier hechizo que el clérigo pudiera tener dispuesto para proteger la propiedad de invitados tan nocturnos como inesperados.

Cayó y echó a correr. Oyó un leve rumor, una carcajada a su espalda al correr de patio en patio, de jardín en jardín hasta alcanzar la siguiente pared, en cuya cumbre vio unos topes en forma de esferas pétreas que discurrían hasta el parapeto del puente. A aquellas alturas ya jadeaba, aunque para Dauneth Marliir no podía haber descanso hasta que descubriera el misterio de aquella conspiración. Un misterio más... Sus pies lo llevaron hasta el otro extremo del puente, momento en que se detuvo consciente de que la mansión Wyvernspur no parecía protegida por guardias, y que era la más oscura de aquella orilla del lago. Sin embargo, el edificio imponente de los Cormaeril, al otro lado de la calle, parecía un hervidero de actividad y guardias armados, varios de los cuales se habían vuelto para mirar hacia él. Los saludó como quien no quiere la cosa, como si, por ejemplo, fueran viejos amigos a los que esperaba encontrar, y se volvió por la orilla que discurría ante la mansión Wyvernspur, como si supiera perfectamente por dónde iba.

Como esperaba, había un sendero que discurría a orillas del agua. Pasó de largo junto a un gato inmóvil, sin reparar en el fugaz miau con que lo saludó, y saltó el muro bajo que señalaba el límite de la propiedad Wyvernspur, deseando no haber activado ningún hechizo que pudiera hacer saltar la alarma ni alertado a ningún guardián mágico.

Se agachó de cuclillas en el sendero empedrado que atravesaba el jardín, donde alcanzó a oír fluir agua no muy lejos de donde se encontraba, y avanzó unos pasos rápidos para apartarse de la zona por donde había entrado... pero no ocurrió nada. No había guardias ni hechizos de ningún tipo. Por fin, al cabo de un rato, se relajó. Ya volvía a tener más miedo del necesario. Al parecer, ni siquiera los nobles podían permitirse el lujo de proteger sus propiedades con magia defensiva.

Dauneth Marliir llevó la mano a la empuñadura de la espada para impedir que ésta pudiera golpear contra algo y avanzó un poco más. Había una ventana abierta, con unas contraventanas adornadas de flores de jardín, y en su alféizar un gato de pelaje anaranjado. Observó el interior de la oscura habitación que había al otro lado, por si había alguien. No podía entender que fuera tan sencillo.

Pero así fue. El gato del alféizar se desperezó, bostezó, se lo pensó durante algunos latidos de corazón y después se alejó hasta perderse en la oscuridad nocturna del jardín, despejando el alféizar. Dauneth se levantó y se encaramó a él en un instante, agazapado sobre la piedra del suelo al penetrar en el interior. Estaba en una especie de invernadero, que conducía a... la escalera del servicio. Oscura, estrecha, ¡con una ventana alta, con repisa y todo!

Al parecer no había otros gatos allí arriba. Dauneth encontró una escalera que debía de emplear el servicio para subir a limpiar de vez en cuando la ventana, y decidió aprovecharla. Ni siquiera había decidido cuál sería su próximo movimiento, cuando escuchó voces.

Correspondían a un hombre y a una mujer que estaban en la habitación contigua, y que hablaban con familiaridad. Reconoció la voz de la mujer, se trataba de la misteriosa enmascarada. Dauneth se convirtió de pronto en una estatua dispuesta a no perder detalle.

—Cat, no puede ser que todos los nobles sean unos villanos e intrigantes. ¡Yo mismo soy noble! ¡Igual que tú!

La señora de la máscara azul —¿cómo la había llamado? ¿Cat?—, suspiró.

—Giogi, querido, no es necesario que toda la nobleza del reino se una para hacerlo pedazos y provocar una guerra. Pero en este momento, casi todos los que tienen dinero y un poco de influencia están tramando algo. ¿Quién sabe cuántos secretitos se traman alrededor de una botella de vino, en la ciudad y en este preciso instante?

—Que yo sepa, ninguno —respondió Giogi... ¡Giogi Wyvernspur, por supuesto, el aventurero! Uno de los nobles que no residían en la ciudad—. ¡Quizá no haya ninguna conspiración!

—Supongamos que tienes razón —replicó Cat—, y que no hay ninguna conspiración. Que nosotros sepamos, aún nos quedan dos facciones en lid... sin ninguna posibilidad de malinterpretar la naturaleza de sus intenciones. ¿Estás de acuerdo?

Giogi suspiró, y Dauneth oyó que vertía un líquido en una copa.

—De acuerdo —respondió—. ¿Y eso qué tiene de nuevo?

—Bien —prosiguió Cat justo cuando brindaron antes de beber—, lo único que se ha sabido hoy de palacio es que cinco nobles se impacientaron de tal forma que esta misma mañana intentaron asesinar a la princesa de la corona en medio de la oración. —Dauneth se puso lívido y estuvo a punto de gritar antes de que Cat prosiguiera con sus argumentos—: ¡Pero ella pudo con todos!

—¿Tanalasta? —El tono de voz de Giogi daba a entender que no daba crédito a lo que acababa de oír. Dauneth se unió a él en silencio.

—Creo que una Arpista y un amigo suyo, además de la clérigo que acompañaba en la oración a la princesa, fueron quienes la defendieron. Gwennath me lo explicó después de que todos los Dragones Púrpura registraron el templo de cabo a rabo.

—¿De qué nobles se trataba?

—Todos ellos eran jóvenes impetuosos: Ensrin Emmarask, un Dauntinghorn, un Creth, un Illance y Red Belorgan.

—¿Él también? ¡Vaya! Cuando había algo a lo que matar, allí estaba él —comentó Giogi, molesto.

—Todos llevaban encima unos rubíes enormes —dijo Cat.

—¡No! ¿No será cosa de la Sociedad de hombres portadores de rubíes enormes? —protestó él, burlón e incrédulo—. ¡Dime que no es así!

—Zoquete —repuso Cat, en tono afectuoso—. Rubíes o no, están todos muertos. Lo cual nos deja con los villanos de siempre.

—Aunadar Bleth, Gaspar Cormaeril y su consejo de nobles. Una idea que apoyan tácitamente, al menos, una parte de los miembros de las casas nobles de rancio abolengo, y que temen los nobles de menor posición, porque saben que quedarán al margen de cualquier decisión que pueda tomarse... así como de cualquier beneficio que se derive.

—Exacto. Todos, desde los Huntcrown hasta los Yellander, quieren el consejo. Incluso los Illance han dejado a un lado sus rencillas con los Cormaeril para entrar en juego... y familias en auge, como los Flintfeather, apoyan la creación del consejo para granjearse el respeto de las casas de mayor «calado». Todos ellos, incluso las que se denominan a sí mismas familias reales, lo conciben como un modo para librarse de la tiranía de los Obarskyr.

—Para someterse a la tiranía de rivales y vecinos —apuntó Giogi—, tiranía que sin duda no tardará en estallar con violencia cuando algunas de las familias más intransigentes empiecen con la retórica del «tú votaste contra mi propuesta».

—¿Cinco meses? —preguntó Cat.

—Creo que tres —opinó Giogi—. Eso suponiendo que las familias importantes, que tienen más a perder si el reino se ve sumido en una guerra civil, pretendan coger con fuerza las riendas de la situación. Con que sólo dos de las familias más importantes se enfaden al mismo tiempo y no hagan el esfuerzo de mantener la paz, podríamos sufrir masacres, asaltos y batallas de verdad en cosa de un mes.

—¡Qué mal aspecto tiene todo esto, y qué poco me consuelan tus palabras! Incluso el joven al que recluté para ayudarme en las criptas parece algo confundido —dijo Cat, con cierta amargura. En la oscuridad, Dauneth apretó la mandíbula con fuerza—. Dime quién está de parte del regente.

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