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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantasia

Con la Hierba de Almohada (15 page)

BOOK: Con la Hierba de Almohada
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—Iré con ella -dijo Ai.

—Es tan obstinada... -comentó Kaede a Shizuka-. Siendo tan hermosa y tan testaruda, ¿qué va a ser de ella?

Shizuka dirigió a Kaede una mirada burlona, pero permaneció en silencio.

—¿Qué ocurre? -preguntó la joven señora-. ¿Qué estás pensando?

—Es igual que tú -murmuró Shizuka.

—Ya me lo has dicho otras veces. Sin embargo, mi hermana es más afortunada que yo -Kaede se quedó callada y reflexionó sobre las diferencias entre ambas.

Cuando tenía la edad de Hana, ya había pasado más de dos solitarios años en el castillo de los Noguchi. Era posible que sintiera envidia de la pequeña y por ese motivo se mostrara impaciente con ella. Pero era innegable que Hana se estaba convirtiendo en una muchacha intratable, fuera de todo control.

Kaede suspiró y, mirando las hermosas túnicas, sintió el deseo de notar la suavidad de la seda en su piel. Le pidió a Shizuka que trajese un espejo, y colocó la túnica más antigua junto a su rostro para ver el efecto de los colores en contraste con sus cabellos. Los regalos la habían impresionado más de lo que ella había dejado mostrar, y se sentía halagada por el interés que el señor Fujiwara demostraba por ella. El había comentado que Kaede le intrigaba; pero ella se sentía no menos intrigada por él.

Cuando la ¿oven, su padre, Shizuka y Ai se pusieron en marcha hacia la residencia del señor Fujiwara para asistir a la representación, Kaede vestía la túnica más antigua de las dos que el noble le había regalado, pues la consideró más adecuada para finales del otoño. Se disponían a pasar la noche en la residencia de Fujiwara, ya que la obra se prolongaría hasta bien tarde, bajo la luna llena. Hana, que había deseado con todas sus fuerzas acudir con ellos, se enfadó y se negó a salir a despedirlos. A Kaede le hubiera gustado dejar también en casa a su padre; el comportamiento imprevisible de éste la preocupaba, y temía que pudiera sentirse aún más humillado ante la presencia de otros. Pero él, muy halagado por la invitación, se negó a rechazarla.

Varios actores, entre ellos Mamoru, representaron la pieza teatral
Kinuta.
Kaede se sintió profundamente perturbada. Durante su anterior y breve visita a la casa, Mamoru la había examinado más de lo que ella podía imaginar, y durante la representación se vio a sí misma ante sus ojos; presenció sus propios movimientos y escuchó cómo su propia voz exclamaba con un suspiro: "El viento otoñal me cuenta que el amor se ha enfriado...", mientras la representada esposa iba paulatinamente perdiendo la razón a la espera del regreso de su marido.

"El brillo de la luna; la caricia del viento...". Las palabras del coro se clavaban como agujas en el pecho de Kaede.

"La escarcha brilla bajo la pálida luz y hiela el corazón, mientras el mazo golpea los paños y gimen los vientos de la noche".

Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas, y sintió como propios el profundo desamparo y el sufrimiento de la mujer representada en el escenario, que había sido modelada a su imagen. Aquella misma semana Kaede había ayudado a Ayame a golpear las túnicas de seda con el mazo de madera para suavizarlas y devolverles la frescura; su padre había comentado que aquel golpeteo repetitivo era uno de los sonidos más evocadores del otoño. La obra de teatro desarmó las defensas de la muchacha, quien añoraba a Takeo con toda su alma; si no lograba conseguirle, moriría. Sin embargo, incluso mientras su corazón se quebraba, Kaede recordó que debía vivir por la criatura que esperaba, y fue en ese momento cuando notó por vez primera el suave movimiento del nuevo ser en su vientre.

Por encima del escenario, la brillante luna del décimo mes arrojaba su frío resplandor. El humo procedente de los braseros de carbón se elevaba hacia el cielo, y los golpes de los tambores rasgaban el silencio de la noche. El reducido grupo de espectadores estaba absorto, atrapado por la belleza de la luna y la profunda emoción que la obra inspiraba.

Más tarde, Shizuka y Ai regresaron a su habitación; pero, para sorpresa de Kaede, el señor Fujiwara le pidió que permaneciera en compañía de los hombres mientras degustaban vino y consumían una variedad de manjares exóticos: setas, cangrejos de tierra, castañas encurtidas y diminutos calamares que habían sido traídos desde la costa entre hielo y paja. Los actores se despojaron de sus máscaras y se unieron al banquete; el señor Fujiwara alabó su actuación y les ofreció regalos. Más tarde, cuando a causa del vino los invitados se mostraron más desinhibidos y la algarabía iba en aumento, Fujiwara se dirigió a Kaede en voz baja:

—Me alegro de que vuestro padre os haya acompañado. ¿No es cierto que se ha encontrado indispuesto últimamente?

—Sois muy gentil con él -replicó la joven-, y apreciamos vuestra comprensión y consideración.

A ella no le parecía apropiado discutir con el noble sobre el estado mental de su padre, pero Fujiwara insistió:

—¿Se deprime con frecuencia?

—De vez en cuando se muestra un tanto inestable. La muerte de mi madre, la guerra... -Kaede volvió la mirada hacia su padre, que hablaba animadamente con el actor de mayor edad. Los ojos de su progenitor brillaban, y no podía negarse que dejaban entrever un punto de demencia.

—Abrigo la esperanza de que, en caso de necesidad, recurráis a mí en cualquier momento.

Kaede hizo una reverencia en silencio, consciente del gran honor que el noble le estaba otorgando, aunque algo turbada por su excesiva atención. Nunca se había encontrado sentada en una sala llena de hombres, como en aquel momento, y consideraba que no era lo apropiado; pero no se atrevía a marcharse. Fujiwara cambió de tema oportunamente.

—¿Qué opináis de Mamoru? Considero que ha aprendido bien de vos.

La muchacha no respondió inmediatamente, sino que, apartando la mirada de su padre, clavó los ojos en el joven. Éste, aunque ya despojado de sus prendas femeninas, conservaba vestigios de su papel de mujer, huellas de la propia Kaede.

—¿Qué puedo decir? -repuso por fin ella-. Su actuación ha sido magnífica.

—¿Pero...? -apuntó él.

—Nos despojáis de todo lo que tenemos -Kaede tenía la intención de hacer este comentario de forma desenfadada, pero su voz denotaba amargura.

—¿Quién lo hace? -exclamó entonces él, no poco sorprendido.

—Los hombres. Arrebatan a las mujeres todo lo que nos pertenece. Incluso nuestro sufrimiento, ese sufrimiento que ellos mismos nos infligen; lo roban y después lo presentan como propio.

Los turbios ojos de Fujiwara escrutaron el rostro de la joven.

—Nunca he presenciado una representación más emotiva y convincente que la de Mamoru.

—¿Por qué los personajes femeninos no son representados por mujeres?

—Curiosa ocurrencia -contestó Fujiwara-. Creéis que las mujeres otorgarían más autenticidad al personaje porque imagináis que tales sentimientos os son familiares; pero lo que demuestra la genialidad de un actor es su capacidad para crear emociones que íntimamente desconoce.

—¿Y qué queda para nosotras? -protestó Kaede.

—Os damos nuestros hijos. ¿No es razonable tal intercambio?

De nuevo la muchacha experimentó la sensación de ser transparente ante Fujiwara. "Me desagrada", pensó; "aunque al mismo tiempo me intriga. A partir de ahora no quiero verle más, a pesar de lo que diga Shizuka".

—Os he ofendido -se disculpó él, como si leyera su pensamiento.

—Soy demasiado insignificante como para que el señor Fujiwara se preocupe por m-eplicó ella-. Mis sentimientos carecen de importancia.

—Vuestros sentimientos me interesan en gran medida, pues siempre resultan tan originales como inesperados.

Kaede no respondió. Tras unos segundos, Fujiwara prosiguió:

—Tenéis que regresar para asistir a nuestra próxima obra. Representaremos
Atsumori.
Estamos esperando al flautista, que llegará cualquier día de éstos. ¿Conocéis el argumento?

—Sí -respondió Kaede, mientras sus pensamientos se centraban en dicha tragedia.

* * *

Más tarde, ya tumbada en la habitación de invitados que compartía con Ai y Shizuka, Kaede continuó pensando en la obra de teatro: el joven, muy hermoso y con grandes dotes musicales; el brutal guerrero, que le asesina y le cercena la cabeza y, más tarde, abatido por el remordimiento, se convierte en monje en su afán por encontrar la paz del Iluminado. La joven reflexionó sobre el espíritu de Atsumori, que gemía entre las sombras: "¡Orad por mí! ¡Liberad mi espíritu!".

Las nuevas emociones, los sentimientos que la obra había despertado en ella y las altas horas de la madrugada provocaron que Kaede se sintiera inquieta. Empezaba a dormitar pensando en Atsumori, el flautista representado en la obra, cuando le pareció escuchar una melodía que procedía del jardín. Aquellas notas le resultaban familiares. Ayudada por el arrullo de la música, estaba a punto de caer en el sueño. Pero entonces, de repente, el recuerdo le vino a la memoria.

Se despertó de inmediato. Era la misma música que había escuchado en Terayama. El joven monje que les había mostrado las pinturas..., nadie más que él podría interpretar aquella melodía cargada de angustia y añoranza.

Kaede retiró la manta y se levantó sin hacer ruido; deslizó la pantalla de papel y se concentró en la escucha. Acto seguido, se oyó un suave golpe en la puerta de madera, el chirrido de ésta al abrirse, la voz de Mamoru y, finalmente, la réplica del flautista. Al final del pasillo, la lámpara que transportaba uno de los sirvientes iluminó el rostro de ambos por unos instantes. Kaede no lo había imaginado; se trataba de él.

Shizuka se acercó a ella por detrás y le susurró:

—¿Algún problema?

Kaede volvió a deslizar la mampara y se arrodilló junto a Shizuka.

—Es uno de los monjes de Terayama.

—¿Qué hace aquí?

—Es el flautista al que estaban esperando.

—Makoto -replicó Shizuka.

—Desconocía su nombre. ¿Crees que me recordará?

—¿Cómo podría olvidarse de ti? -replicó la doncella-. Partiremos temprano; tienes que fingir que te encuentras indispuesta. Makoto no debe encontrarse contigo. Intenta dormir un rato; te despertaré al alba.

Kaede se tumbó, pero tardó largo rato en conciliar el sueño. Cuando se despertó, la luz del día brillaba tras las contraventanas y Shizuka se hallaba de rodillas junto a ella.

No sabía si le sería posible marcharse sin despedirse. Los habitantes de la casa empezaban a levantarse; ya se oía cómo abrían las contraventanas. Su padre siempre se despertaba temprano, y ella no podía marcharse sin, al menos, comunicárselo a él.

—Ve a ver a mi padre y dile que no me encuentro bien y que tengo que regresar a casa. Pídele que presente mis excusas al señor Fujiwara.

Shizuka retornó pasados unos minutos.

—El señor Shirakawa no desea que te marches. Le gustaría saber si te encuentras lo bastante bien como para ir a verle.

—¿Dónde está?

—En la habitación que da al jardín. He pedido que te traigan té; estás muy pálida.

—Ayúdame a vestirme -le pidió Kaede.

Verdaderamente, no se encontraba nada bien; pero el té le hizo sentir algo de alivio. Ai ya se había despertado aunque aún yacía bajo la manta. En su dulce rostro de muñeca se apreciaba cómo el sueño había enfatizado el rubor de sus mejillas y la oscuridad de sus ojos.

—Kaede, ¿qué sucede? ¿Qué te ocurre?

—Me siento indispuesta. Tengo que regresar a casa.

—Iré contigo -se ofreció Ai, retirando la manta con la intención de levantarse.

—Prefiero que te quedes aquí, con nuestro padre -replicó Kaede-, y que te disculpes por mí ante el señor Fujiwara.

Presa de un impulso, Kaede se arrodilló junto a su hermana y le acarició el cabello.

—Ocupa mi lugar -le suplicó.

—El señor Fujiwara ni siquiera se ha fijado en mí -protestó Ai-. Eres tú quien le tiene encandilado.

Los pájaros enjaulados en el jardín lanzaban sus estridentes cantos. "Él descubrirá mi engaño, y nunca más deseará verme", pensó Kaede; pero no era la reacción del noble lo que ella temía, sino la de su padre.

—Los criados me han dicho que el señor Fujiwara suele dormir hasta tarde -murmuró Shizuka-. Ve a hablar con tu padre. Ya he pedido que preparen el palanquín.

Kaede dio su aprobación con un gesto y, sin pronunciar palabra, salió a la veranda de madera pulida y admiró la hermosa disposición de las tablas. A medida que caminaba hacia la habitación que su padre ocupaba, se iban desvelando ante sus ojos los detalles del jardín: la linterna de piedra, enmarcada por las últimas hojas rojas del arce; la luz del sol, que se reflejaba sobre las tranquilas aguas del estanque; los destellos negros y amarillos de los pájaros de larga cola, encaramados en sus perchas.

El padre de Kaede se encontraba sentado, contemplando el jardín, y ella no pudo evitar sentir lástima por él, para quien la amistad del señor Fujiwara significaba tanto.

En el estanque, una garza se mantenía a la espera, inmóvil como una estatua.

Kaede se hincó de rodillas y aguardó a que su padre hablara.

—¿Qué insensatez es ésta, Kaede? ¡Tu descortesía es increíble!

—Perdóname, no me encuentro bien -murmuró ella-. Al ver que su padre no respondía, elevó el tono de voz ligeramente-. Padre, estoy indispuesta, regreso a casa.

Él continuó en silencio, como si al hacer caso omiso de las palabras de su hija pudiera impedir su marcha. La garza se dispuso a alzar el vuelo con un batir de alas. Dos hombres jóvenes aparecieron en el jardín y fueron a contemplar los pájaros enjaulados.

Kaede recorrió la habitación con la mirada, en busca de un biombo o algún otro objeto tras el que pudiera ocultarse, pero resultó inútil.

—¡Buenos días! -exclamó su padre con entusiasmo.

Los hombres se giraron para saludarle, y Mamoru se percató de la presencia de Kaede. Ésta pensó por un momento que el joven se marcharía del jardín sin aproximarse a ella, pero el modo en el que el señor Fujiwara la había tratado la noche anterior, al incluirla como única mujer en el grupo de hombres, debió de hacerle perder las formas. Junto al otro joven, Mamoru se acercó y procedió a realizar las presentaciones de cortesía ante su padre. La joven hizo una profunda reverencia con la esperanza de ocultar su rostro.

Entonces Mamoru mencionó el nombre de su acompañante, Kuba Makoto, el del templo deTerayama, y éste devolvió la reverencia.

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