Read Cómo no escribir una novela Online
Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman
Tags: #Ensayo, Humor
A veces un autor comprende que las descripciones son necesarias pero no capta la diferencia entre una descripción y un inventario. Si sus personajes están haciendo el amor en una cama, tienen el mismo peso y presencia que el mueble donde están.
Estos mismos autores tienden a centrarse en objetos comunes que casi siempre están presentes en cualquier escenario como el descrito, en vez de fijarse en esos detalles que hacen que un salón sea particular, que pertenezca a una persona en concreto: la manoseada revista de espeleología, la maza ensangrentada que asoma bajo el sofá. Ya sabemos que las jaulas de los zoos contienen animales. Lo que queremos ver es al sarnoso tigre dando vueltas alrededor del tronco de madera falsa, al cuidador maldiciendo en ucraniano porque el mono le ha quitado el cigarrillo, vamos, lo que pasa en un buen zoo.
Cuando el autor se repite
La tautología redundante
Un viejo, con los cabellos blancos y lleno de arrugas, el capitán Smothers, caminaba por la calle en dirección a su partida de cartas semanal. Por lo común solía encontrarse con Katz, y, efectivamente, allí estaba, caminando hacia él, el mayor Katz, que era tan viejo como él. Ése solía ser el día en que se reunían para jugar unas manitas con el contraalmirante Chortles. Los tres hombres, todos veteranos de las fuerzas armadas, jugaban unas manitas sin apostar dinero al Rabino, que así se llamaba en Irlanda el juego al que jugaban todos los domingos. Nunca habían dejado de reunirse para jugar su partida desde que empezaron con esa tradición. Katz llegó donde estaba Smothers y lo saludó:
—Hola —le dijo.
—Hola —lo saludó Smothers a su vez.
Katz, el anciano y decrépito abuelo, llevaba una camisa limpia y unos pantalones bien planchados con un par de zapatos. Siempre iba hecho un pincel. La camisa de Smothers, sin embargo, estaba arrugada y necesitaba un planchado. Él nunca había ido de punta en blanco como Katz, más bien iba desaliñado, a pesar de que él, como Katz, había estado en el Ejército, aunque no mucho más. Uno esperaría que un soldado se preocupara por su aspecto, pero Smothers, de alguna manera, nunca lo había hecho, y siempre iba muy descuidado. Se metieron en el café donde Chortles estaba esperándolos, sentado en una silla con su erguida apostura militar, su espalda perfectamente recta y tiesa. Los dos recién llegados se sentaron, cada uno en una silla. La camarera, sabiendo lo que tomarían después de tantos años de reunirse allí, les llevó sus acostumbradas jarras de cerveza a los tres amigos veteranos del Ejército, Smothers, Katz y Chortles.
Si ya has hecho una afirmación, resiste la tentación de reforzar esa idea repitiéndola. No vuelvas a decirlo de una forma más elaborada, y no hagas que tus personajes lo recuerden en un diálogo (
Será alemanote, el muy boche
). Vale la pena repetirlo: no te repitas.
Si has puesto una cicatriz en forma de relámpago a tu protagonista en la primera página, es razonable mencionarlo después, a modo de recordatorio para el lector. Pero decirlo dos veces en un mismo párrafo no es una ayuda para el lector, es poner a prueba su paciencia. (Ni que decir tiene que esto no se aplica a los pasajes que tratan específicamente de la cicatriz.)
Otra variante de esto son las frases tipo «llevaba un sombrero en la cabeza», «era un elefante muy grande de color gris» o «era una habitación con suelo, paredes y techo». Aunque no es una ofensa ultrajante caracterizar a un elefante con los atributos que todos los elefantes tienen, sí es una ofensa al sentido común, y de lo más aburrida. «Un elefante frenético y enfurecido» sí que compone una buena imagen en la mente del lector. «Un elefante muy grande de color gris» sólo aporta unas palabras innecesarias.
Un comunicado del Ministerio
Cuando predomina la jerga de los políticos
A partir de su previa interactuación los dos habían experimentado un vínculo interpersonal progresivamente más sólido junto con un clima de confianza mutua que sentaba las bases para que expresaran libremente sus crecientes sentimientos en un futuro no muy lejano y con vocación de presente. La inicial frialdad emocional que Jack había concitado en ella se vio modificada por momentos de gran intimidad en los que él ejercitó una gran capacitación para la alegría compartida que contenía una cuota parte de ternura. El rol de Melinda en este gradual acercamiento a la intimidad fue fundamental en su casi totalidad. Se había revelado como esencial que ella postergara sus preposicionamientos negativos sobre los miembros varoniles del género masculino y priorizara el marco mental comúnmente designado como «confianza».
Finalmente llegó el día en que Jack expresó su deseo de estrechar lazos más firmes con Melinda mediante el connubio marital. Esta propuesta de matrimonio no fue un evento del todo inesperado, toda vez que Melinda ya había contemplado la posibilidad potencial de dar una respuesta en sentido afirmativo. Ella mostró ciertas reticencias ante la reiterada insistencia de él en que la luna de miel precediera al enlace, aunque la preferencia que él expresó de que la ceremonia se llevara a término en su nativa Côte d’Eau, antes mencionada, modificó su toma de decisión precedente.
—Conforme —dijo ella cuando él la ayudó a bajar al muelle desde su yate—. Puedo empatizar con tus necesidades biológicas y culturales, al fin y al cabo, nos hemos interrelacionado en múltiples ocasiones.
—Melinda, creo que eres la mejor posibilidad para tomar medidas afirmativas conducentes a mi felicidad como hombre casado —dijo Jack dejándose llevar por la pasión.
La jerga administrativa, la política y la psicoanalítica son una epidemia creciente en las novelas. Tras pasarse muchos años escribiendo cartas de negocios, rellenando impresos y demandando a sus vecinos, el escritor novato se sienta a escribir una escena de amor y lo que sale de ahí parece una traducción automática del vulcaniano. El lenguaje de la psicología se mezcla con el del impreso de la declaración de la renta creando un guisote incomestible de archisílabos que significan «bonito». La larga lucha del autor para dominar el forzado y antinatural lenguaje de la burocracia le han hecho creer que la literatura debe emplear unas frases y unas palabras plomizas y sin vida para ser inteligente y elegante.
Especialmente indigesta es la versión de este error en la que el vocabulario se emplea con todo el desparpajo de la ignorancia (véase El peluche crepuscular).
Una exclusiva prosa de primera clase superior
Cuando el autor escribe como un publicitario
El mundialmente famoso y cosmopolita Linus Walping entró en su espacioso y completamente equipado apartamento y se acercó a sus cortinas artesanales hechas a mano y disfrutó de las salvajes e incomparables vistas de Aguas Gran Class que tenía ante sus propios ojos. Después de volver de unas apasionantes vacaciones de primera clase y un torbellino de nuevas sensaciones con su novia, la glamurosa modelo y actriz Rain Weste, en el lujoso marco incomparable del exclusivo hotel de cinco estrellas Splendidous Hotel & SPA en el mismo corazón de la meca de la más sofisticada vida nocturna y las tiendas de superlujo, Linus dirigió su mirada a aquellos exquisitos manjares, seguro de haber hecho realidad sus sueños.
Los redactores publicitarios hacen un trabajo muy distinto al de los novelistas. Por lo general ellos sólo tienen unas pocas frases para colocar su mensaje —unos segundos de la atención de un lector— y por esa razón han desarrollado un idioma muy concentrado y artificial, muy diferente del que solemos esperar de la literatura. Donde en una novela hay un vino añejo lleno de matices, en la publicidad hay un concentrado con sabor a uva. Y eso de que lo llamemos uva es una mera convención. Y si uno bebe demasiado de ese brebaje acaba enfermo.
La descripción de la trama que figura en la contracubierta de un libro es con mucha frecuencia más un texto publicitario que un texto literario. Este tipo de textos sólo caben «fuera» del libro y únicamente sirven para atrapar la atención de los potenciales clientes. Encontrar textos de este tipo en el interior de los libros hace que el lector responda como lo haría ante cualquier anuncio: cambiando de canal.
MARCAS REGISTRADAS®
En los últimos años setenta y principios de los ochenta del pasado siglo escritores como Stephen King y Ann Beattie desarrollaron un estilo que podríamos llamar Realismo de Supermercado (
Kmart Realism
). Apartándose de la tendencia general en las novelas norteamericanas escritas hasta entonces de considerar las marcas de los objetos como algo superficial, un detalle que no convenía especificar para asegurarse así la intemporalidad de esos textos, estos dos escritores juzgaron que indicar las marcas de ciertos objetos emblemáticos era un método efectivo de conectar con la sociedad. Sin embargo los escritores que siguieron su ejemplo a veces se excedieron y llenaron sus novelas con meras listas de la compra sin ton ni son. Emplear marcas de objetos puede ser una forma muy eficaz de transmitir cierta información, siempre y cuando realmente la transmita («Renovó por completo su cocina con muebles de Carolina Herrera, aunque nunca los utilizaba»), pero esto no aporta casi nada si se emplea una marca que ya es prácticamente un genérico («Se bebió una coca cola»).
Hola. Debo irme
Cuando el autor maneja mal los tiempos
El almuerzo se sirvió en el comedor del ático que daba a la Côte d’Eau de la que hablábamos antes. Los dos criminales inmensamente ricos se regalan con un urogallo biselado, blinis de ricos corpúsculos de mar y solomillo de
fausse maigre
en una delicada salsa de
bête noire
, todo regado con espumosos.
—Esta comida es deliciosa —dijo el hombre conocido como el Invitado, dando buena cuenta con apetito de todos los platos y del postre—. Pero el negocio del que vengo a hablarte…
—¡Shhh! —le respondió Jacques Derrida, alias la Hiena, el despiadado traficante de seres humanos llevándose un dedo a los labios—. Vayamos a otra parte a hablar de eso…
Se sentaron en el banco de un parque.
—Ah, Côte d’Eau es una maravilla todo el año. Pero no tanto como la muchacha cuyo corazón robaste en cierta discoteca de Estados Unidos —dijo con sorna el Invitado mientras encendía un cigarrillo.
La Hiena, tras la impresión, acierta a decir al punto:
—¿Cómo lo sabes? —fue su respuesta mientras saboreaba su puro belga.
El Invitado acabó su cigarrillo y pisó la colilla.
—
Ma petite
… —dijo en su mal francés y le contó todo lo referente a su amplia red de espías antes de informar a Jacques de que lo olvidaría todo bajo ciertas condiciones.