Cómo no escribir una novela (15 page)

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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

BOOK: Cómo no escribir una novela
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Una escórpora anfractuosa

Cuando el autor exhibe su amplio vocabulario

Su padre era del IRA y su madre de Québec, y ambos dos habían abandonado los mortíferos ingenios de su conflagración fraticida para unificar sus posicionamientos separatistas. El nombre de pila que otorgaron sus progenitores al resultado de su consenso fue Ronald McDonald’s («como el payaso», infirió él con esa mirada adamantina de hito en hito privativa de todo regocijo). En sus días de reclusión a cargo del erario estatal, sin embargo, se había ganado el remoquete de Míster Descarga por sus hábitos sexuales.

Obtuvo un permiso de asueto de la penitenciaría por tres semanas y sus indesmayables peregrinaciones lo condujeron a ese umbral liminar, buscando la expiación en el permafrost de la tundra hiperbórea, que tenía su correlato en el permafrost de su corazón. Traspuso por sí mismo el umbral del caravasar con las más nimias de las expectaciones, que al punto se vieron confirmadas por las exiguas instalaciones disponibles para la confortabilidad. Pero entonces el hospedero alzó la vista del excusado de la mugrienta posada, la vista ojiplática mientras él eyaculaba al grito de: «¡Descarga va!»

Los escritores primerizos a menudo creen que los verdaderos genios sólo usan las palabras más arcanas del idioma, las entradas más olvidadas del diccionario, vamos, esas palabras que no podrían sobrevivir por sí mismas en un entorno natural.

Lamentamos decirte que la literatura no consiste en eso. Eso es exhibicionismo, y a muy poca gente le gustan esos espectáculos.

Por supuesto que hay palabras que uno escribe y que nunca diría en una conversación (
El vigía distinguió unas nubes de tormenta en lontananza
), pero esas palabras que llaman la atención por su rareza apartan la atención de la historia que se está contando y hacen que el lector piense en el autor y en su vocabulario. En el peor de los casos empieza ahí una partida de ping-pong entre el
Tesoro de la Lengua
que maneja el escritor y el diccionario del lector.

Cuando el lector debe detenerse por el asombro que le provoca tu acrisolado vocabulario, o peor aún, debe detenerse porque la palabra que has utilizado significa para él lo mismo que una sarta de letras en ruso, se descuelga de tu historia.

Esto no significa que debas escribir con una mano atada a la espalda, teniendo buen cuidado en emplear un lenguaje accesible para un niño de quinto de primaria. No hay nada malo en que el lector recurra al diccionario de vez en cuando. Sin embargo, la única razón legítima para que lo haga es que la
palabra que has escogido es la más perfecta para expresar tu idea
. Por lo general, si escribes «ebúrneos» en vez de «de marfil», eso no le dice nada al lector, aparte del hecho de que conoces la palabra «ebúrneo».

El peluche crepuscular

Cuando el autor hace gala del amplio vocabulario que no tiene

Henderson estaba manejándose con las cazoletas del bikini de Melinda, rumiante sobre sus anhelos.

—Ah, ¿ya te has despertado? —trinó él.

Ni que decir tiene que sabía que su sueño se debía a la híspida droga que había vertido de matute en su copa antes de que desembarcaran de su goleta privada. Acezante, observó su bikini desparramarse por el suelo y se zambulló en su estentóreo
bustier
.

Él, usurariamente, descargó una miríada de veces en la inocente y funámbula muchacha. Ella ni se conmutó, piruleta y enviscada como se encontraba.

—Por este pandero cualquier hombre pagaría lo que se le pidiese —peroró, palmeando el inmarcesible ruedo de sus cachetes.

Emplear palabras que tu lector no conoce es una mala idea, pero es una práctica que se puede defender, hay ciertas excusas. Lo que no tiene excusa es que uses palabras que tú mismo no conoces. Aquellos que nunca habéis escrito nada os preguntaréis cómo puede suceder esto y, sinceramente, de vez en cuando, nosotros también nos lo preguntamos, pero lo cierto es que ocurre y con una frecuencia escalofriante.

Si has leído una palabra una sola vez y no te has tomado la molestia de mirar en el diccionario qué significa, las posibilidades de que te salga el tiro por la culata cuando la emplees son muy altas.

Emplear una palabra casi correctamente o usar una palabra que no es la exacta, incrementa el número de discursos de balbuceos inarticulados de tu idioma. Puedes pensar que un descuido ocasional no tiene tanta importancia, pero el tipo de lenguaje que escojas son los ropajes con los que vistes tu historia, y decir «me es inverosímil» cuando quieres decir «me es indiferente» es el equivalente a presentarse a una reunión llevando la ropa interior por fuera.

No tenemos forma de saber qué palabras vas a emplear mal, así que no podemos hacer una lista. No obstante, lo que sí podemos ofrecerte es un test al que puedes recurrir siempre que te asalten las dudas.

TEST

¿REALMENTE CONOZCO ESTA PALABRA?

Pregúntate a ti mismo honestamente: «¿Realmente conozco esta palabra?»

Si la respuesta es «no», es que no la conoces.

La solución más fácil es emplear una palabra que realmente conozcas. Es decir, esas palabras que empleas con toda comodidad cuando estás hablando con ese amigo tuyo tan sarcástico y culto que no dudaría en reírse de ti si emplearas equivocadamente una palabra.

Si piensas que limitarte a las palabras que conoces te deja con un vocabulario demasiado pequeño para tus propósitos, debes saber que la solución no es fácil. El único remedio es dedicarte a leer más libros y de una temática más amplia. Puedes haber caído en la costumbre de leer únicamente a tus autores favoritos o leer sólo novelas de determinado género, o subgénero. Ampliando tus lecturas, ampliarás el número de palabras cuyo significado conocerás, de forma que inevitable, pero lentamente, tu vocabulario se hará más rico.

La mismicidad autoconsciente

Cuando el autor alardea de su intelecto

Haciendo un alto en su deambular por la verdura, el eutrapélico dúo vio a un can bimembre (esto es, dos Fidos, uno sobre otro) siguiendo el asincopado ritmo de un congreso venéreo entre los rododendros. La cadencia de la cinética amorosa casi mesmerizó a don Gerundio y doña Gerundia.

—Los ritos de la primavera —sentenció el Homo Sapiens en primer lugar (porque, en un periquete, fue consciente de que esas especies no eran como la suya, que gracias a su propia mismicidad autoconsciente de su yo, típica de los bípedos desarrollados, se díferenciaba de la desembarazada inconsciencia de los canes)—. Como diría Stravinsky, un
jeu d’esprit
.

—¡Que sulibeyante! —exclamó sin embozo y con cierto sonsonete muy puesto en compás la homínida que lo flanqueaba.

La atención viril de su galán recayó entonces, relajada como estaba, en el espectáculo de sus leves pero bien torneados atractivos mamarios. Paso previo a que el Homo Sapiens manifestara su alborozo igualito que un perro.

Algunos escritores no sólo se sienten atraídos por las palabras enrevesadas sino que además les gusta hacer juegos de palabras con ellas. Para estos escritores, ninguna frase es demasiado barroca, ninguna figura literaria es demasiado oscura.

Nigel Tufnel, en
This Is Spinal Tap
, ya dijo de forma memorable que la línea que separa la inteligencia de la estupidez es muy fina. Cuanto más te esfuerces en mostrarte inteligente, más posibilidades hay de que, llevado por la emoción, no te des cuenta de que has cruzado esa raya.

Algunos escritores especialmente dotados escriben a veces con una prosa muy barroca para causar mejores efectos, pero incluso entre los autores de más éxito, la inmensa mayoría evitan un estilo demasiado florido. Escribir no es un campeonato de patinaje artístico, en el que hay que hacer las figuras más difíciles para ganar. La prosa muy elaborada es característica de ciertos escritores y no una cima que todos los autores deben alcanzar.

Cómo ser un buen padre

Los autores a menudo dicen que sus novelas son como sus hijos, y seguro que quieres que tu novela, lo mismo que tus hijos, dé una buena imagen de ti. Al igual que ocurre con tus hijos, cuando tu novela se lanza al mundo esperas que te haga sentirte orgulloso. Pero, como cualquier padre, un escritor debe aprender que sus novelas tienen sus propios designios, y que no son exactamente iguales a su autor.

Sí, quieres que tu hijo tenga una relación con las mujeres que sea un reflejo de su amorosa relación con su madre. Sin embargo, si esa mujer de tu novela se pone a pensar sobre la relación con su pareja siempre que están juntos en la cama es que algo no está yendo bien.

Un pasaje humorístico o tan primorosamente escrito que hace que el lector aparque mentalmente la historia unos momentos para pensar en lo brillante que es el autor se parece más a una enojosa mosca que a un logro. De hecho, siempre que, al escribir, te admires de tu propia inteligencia no es mala idea hacer un alto y considerar si esas frases realzan la novela o te realzan a ti.

Todo aquello que lleva al lector a pensar en el autor a costa de olvidarse de la historia es el equivalente a ser un mal padre.

Tengo la cabeza como un biombo

Cuando el autor se lía con expresiones hechas

Herbert Hooviér era la crème de la mousse de la chantilly de los periodistas del mundo de la moda. Había pasado seis años metiendo sus periodísticas narices como corresponsal en el extranjero, y siempre había sido un viejo perro de mar. Por lo general él nunca confiaría en nadie que estuviera en su mismo puf, y siempre se aseguraba de que, antes de salir de la piscina, hubiera agua. Pero había conocido a su media mandarina, Vera Cruz, la diseñadora de moda.

Era tan bonita como las mesetas. Su cuerpo era una invitación que no se podía rechazar sin más ni menos. Era la chispa de sus ojos y la niña de su vida. Herbert, o Herb, trató de tomarse su tiempo, pero aquella plaza apenas ofrecía resistencia y su masculina contención no sucumbió a sus arrullos de gatita.

Cuando abrió la puerta la noche de su segunda cita, ella estaba de lo más cular y él se quedó estupefaciente.

—¿En tu cama o en la mía? —preguntó ella.


Touché
—respondió él, dando el francés por descontado.

Cuando alguien utiliza las frases hechas de un idioma erróneamente, da la impresión de que es de otro país, o de un planeta distinto. Equivocarte al utilizar esta o aquella palabra te puede hacer parecer un inculto; equivocarte con las frases hechas puede crear la impresión de que no hablas ningún idioma conocido.

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