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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Colmillos Plateados (9 page)

BOOK: Colmillos Plateados
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—Ya era hora de que hubiera alguien que la reconociera. Ya era hora, sí señor.

Los lobos volvieron a adoptar la forma Glabro y Albrecht introdujo de nuevo los pulgares en el cinturón. Los dos hombres encorvaron los hombros y se inclinaron ligeramente.

—Nos complace mucho conocerte —dijo el primer Colmillo Plateado.

—Nos honra —lo corrigió el segundo. A continuación se volvió hacia Mephi—. ¿Y éste es Evan?


Nyet
—respondió Mephi, un poco atribulado.

—Evan está en casa, con mi otra compañera de manada —dijo Albrecht—. Éste es Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte. Es un Caminante Silencioso de gran renombre allá en nuestro hogar y ha venido a presentar sus respetos a vuestra reina.

El primero de los Colmillos Plateados asintió.

—Sí, hemos oído mencionar su nombre a algunos de los otros visitantes.

—En tal caso tal vez podamos seguir con nuestros asuntos.

—Sí, Rey Albrecht —respondió el primer Colmillo Plateado—. Os llevaremos ante la Reina Tvarivich ahora mismo. Aunque puede que se muestre menos amable que nosotros. Arkady y ella estaban muy unidos. No confía en el juicio del margrave.

—Lo sé. Por eso estoy aquí. Llevadme ante ella.

Tal como les ordenaba, obedecieron. Se pusieron en marcha y Albrecht y Mephi los siguieron a unos diez pasos de distancia. Por educación, Albrecht recobró la forma Homínida mientras caminaba. Los centinelas los llevaron hasta una tienda amplia y alta flanqueada por varias más de menor tamaño. Tras ellas, unos quince Garou en diversas formas estaban practicando maniobras de combate. No repararon en la llegada de los visitantes. Mientras Albrecht y Mephi llegaban a su lado, uno de los centinelas abrió la cortina de la tienda y dijo algo. Un momento después, su ocupante salió y se plantó frente a los recién llegados.

Era una mujer esbelta y poderosa, aproximadamente de la misma edad que Albrecht y una cabeza más baja, más o menos. Llevaba una capa blanca sobre una túnica del mismo color y ambas prendas estaban decoradas con una delicada tracería de runas de diferente procedencia bordada en plata. Una maza pesada colgaba de su cadera bajo la capa y su peso no parecía molestarla un ápice. Llevaba el pelo negro como el azabache recogido en un cuidadoso moño, en lo alto de la cabeza, y una diadema de filigrana de plata sobre la frente. La mujer examinó a Mephi de arriba abajo con mirada fría y a continuación dirigió su atención a Albrecht. Sus ojos se encontraron con la corona que llevaba en la cabeza y enarcó las cejas. Con una mirada, despidió a los dos centinelas.

—Bienvenidos, invitados —dijo en un inglés con acento ruso—. Que la gracia de Gaia sea con vosotros. Soy la reina Támara Tvarivich, defensora del Clan de la Luna Creciente, vástago de la Casa Luna Creciente y Theurge del Sacerdocio de Marfil.

Se inclinó entonces y dirigió una mirada expectante a sus visitantes.

—Eh —dijo Albrecht con un rápido gesto de la cabeza—. Encantado de conocerte. Tenemos que hablar. Éste es Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte, de los Caminantes Silenciosos, y si no sabes quién soy yo, es que no eres un Colmillo Plateado.

Tvarivich pestañeó.

—He oído hablar de Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte y sí, a ti te reconozco, Albrecht de la Casa Enemigo del Wyrm —dijo, tratando de disimular un acceso de enojo—. Tu reputación te precede.

—Eso parece —gruñó Albrecht—. Supongo que ya te imaginas por qué estoy aquí.

—Has hablado con los generales de los demás clanes, que se reúnen allí dentro —dijo Tvarivich. Sus ojos eran sendas ranuras y su mandíbula se iba tensando a medida que hablaba—. Te han dicho que Arkady me contó algo sobre Jo’cllath’mattric pero que no se lo voy a revelar, a pesar de haber hecho todo este camino a petición del margrave Konietzko. Sin duda te habrán dicho el porqué, así que ahora vienes a hablar conmigo y a tratar de convencerme.

—Eso es bastante exacto —dijo Albrecht—. Salvo la última parte.

—¿Entonces no has venido a poner en tela de juicio mi opinión sobre Arkady del Clan del Pájaro de Fuego? —preguntó Tvarivich con una sonrisa sardónica—. Tenía entendido que no te era simpático.

—Yo diría que algo más que eso —musitó Mephi.

—Lo odio —dijo Albrecht—. No es ningún secreto.

—Sí —replicó Tvarivich—. Muchos aquí decidieron sentir lo mismo después de que los de ahí dentro pronunciaran su sentencia.

Albrecht bufó. Sabía muy bien a qué juicios se refería la reina. Las mismas y absurdas audiencias a las que con tanto interés había querido asistir Mari antes de verse implicada en el asunto de Jo’cllath’mattric.

—Pero tú no crees en la culpabilidad de Arkady —dijo Albrecht—. A pesar de lo que diga el Conde Drácula ahí dentro.

—No —reconoció Tvarivich—. Su «juicio» fue una farsa. No se le permitió tomar la palabra. No se permitió que ningún Colmillo Plateado estuviera presente. Contra lo que dicta el sentido común, esos necios aceptaron hasta la palabra de tres Danzantes de la Espiral Negra.

—Bueno, está el asunto de que tuviera un Wyrm de la Tormenta bajo su mando…

—¿Eso? —repuso Tvarivich—. Arkady posee una sangre de la máxima pureza hasta la vigésima generación. Estuvo con nosotros frente al dragón del Wyrm, Gregornous Ala de Muerte y combatió a los ejércitos de Baba Yaga a mi lado. El Wyrm conoce el nombre de Arkady y todos sus viles engendros tienen buenas razones para temerlo. Por esa razón fue capaz de frenar la furia de un Wyrm de la Tormenta. Y sin embargo todos le dan la espalda y lo expulsan. El margrave teme su poder porque amenaza el suyo y por eso ha preparado esta parodia de justicia para hacer que caiga en desgracia. Y hasta que Konietzko lo reconozca…

—Señora —dijo Albrecht mientras se colocaba delante de Mephi—. Recuerdo bien lo fuerte que era Arkady y he visto a líderes mejores que Konietzko hacer exactamente eso que estás diciendo. El mejor rey que jamás haya dado la casa Enemigo del Wyrm me lo hizo a

. Pero eso no es lo que ha ocurrido en este caso, te lo prometo.

—La Casa del Enemigo del Wyrm es un nido de decadentes niños americanos —bufó Tvarivich—. No trates de disimular la verdad, Lord Albrecht. Fueron tu casa y ese gran rey tuyo los que nos traicionaron. Nos disteis la espalda cuando más os necesitábamos. Tus promesas no valen nada.

—¿Cómo que os dimos la espalda?

—Arkady nos habló de ti —dijo Tvarivich. Su voz subió de volumen, como un reflejo del acceso de cólera e incredulidad que Albrecht tuvo que contener—. Antes de que la Cortina de Sombras cayera, Baba Yaga levantó seis ejércitos contra nosotros. El valiente Arkady se presentó voluntario para recorrer toda Rusia solo y traer refuerzos desde más allá de sus fronteras. Se abrió paso luchando hasta el túmulo de tu tatarabuelo pero el Rey Morningkill se limitó a apaciguarlo con vagas promesas.

»Cuando ese rey murió sin haber reclutado un solo hombre para ayudarnos, Arkady se hizo con el control del túmulo. Pero apenas acababa de hacerlo cuando tú regresaste del exilio, asegurando que habías encontrado la perdida Corona de Plata. Lograste engañar a todos para que te siguieran y expulsaron a Arkady cubierto de oprobio. A duras penas logró regresar con vida para hacernos saber que no contábamos con aliados en el Oeste. Puede que esperaras que Arkady pereciera durante el viaje de vuelta y que el relato de tu traición se perdiera con él pero era demasiado fuerte. Logró regresar y nos lo contó todo.

»Y ahora vienes a mí y apoyas a aquellos que conspiraron contra él. Has hecho todo este camino para bailar a su son y repetir las mentiras que te cuentan. ¡Tú, que ni siquiera te dignaste acudir en auxilio de tu propia tribu! ¡No me digas que me equivoco ni lo mucho que deseas creerme! ¡Ya basta de mentiras! ¡No pienso escuchar más…!

—¡Maldita sea, señora, todo eso son gilipolleces! —estalló Albrecht, incapaz de soportar la retahíla de la reina por más tiempo—. Hasta la última coma. Si Arkady te contó eso, te ha estado mintiendo desde que regresó. No vino a solicitar ayuda al Rey Morningkill; vino aterrorizado. Era un desecho cuando lo vimos por primera vez. Suplicó al rey que lo dejase entrar. Sí, yo no estaba allí cuando ocurrió, pero he oído la historia docenas de veces. Después de eso Arkady fue uno de los guerreros más valientes de Morningkill pero cuando llegó allí por vez primera era un hombre desesperado que corría para salvar su vida.

La Reina Tvarivich abrió la boca para protestar pero una idea cruzó sus pensamientos y se contuvo.

—¿Viste a Arkady cuando
regresó
a Rusia? —preguntó Albrecht—. Apuesto a que también entonces estaba en un estado penoso.

—Estaba consternado por no haber conseguido ayuda —dijo la reina, sin tanta convicción como un momento antes—. Sucumbió a la desesperación.

—Te estoy diciendo que nunca le pidió ayuda a nadie —dijo Albrecht—. Pero sí que trató de hacerse con el control. Poco después de que el Rey Morningkill muriera, intentó hacerlo. Ésa es la verdad. Lo que no te dijo es que
asesinó
a Morningkill. Comprometió las defensas del rey y permitió que una fuerza de ataque de Danzantes de la Espiral Negra llegara hasta el corazón mismo del túmulo. Hicieron pedazos a Morningkill y fue entonces cuando trató de reemplazarlo pero antes de que el rey muriera, revocó mi exilio. El último deseo del rey fue que yo lo sucediera.

—Una historia muy conveniente, sí. Él mismo te había exiliado —dijo Tvarivich—. ¿Por qué iba a…?

—Supongo que sospechó —dijo Albrecht.

—Y entonces, ¿para qué el truco de la corona, si Morningkill te había nombrado sucesor? —replicó Tvarivich.

—Porque Arkady me desafió —dijo Albrecht—. Me desafió a un duelo y lo preparó todo para que yo perdiera. El único recurso que me quedó fue ir a buscar la Corona de Plata. No es ningún truco, Tvarivich, seguí la pista a esta cosa de un lado a otro de la Umbra y tuve que sufrir lo que no está escrito sólo para tocarla. Y después de eso, el propio Halcón me juzgó digno de llevarla. Es la de verdad.

—Eso es lo que tú dices —dijo Tvarivich—. Como haría cualquier farsante.

—¿De veras crees que Halcón me hubiera permitido seguir adelante con semejante…
blasfemia
todo este tiempo? Me hubieran cogido y habría sido mucho peor que cuando estuve en el exilio.

—Quizá… —seguía teniendo los ojos entornados por el escepticismo pero su cólera se estaba disipando—. ¿Y dejaste que Arkady regresara a casa cuando la corona estuvo en tu poder? No me lo creo.

—Oh, yo quería que muriera —gruñó Albrecht—. En eso tienes razón. Pero aún más que eso, quería castigarlo. Quería que pasara por lo que yo había tenido que pasar por él y quería que supiera que todo era por su maldita culpa.

»Y lo hice. Le arrebaté todo lo que poseía. Su honor, su nobleza y hasta sus derechos de nacimiento. Lo exilié de la tribu y le ordené que regresara arrastrándose al lugar del que había salido. Y tal como cuentan todas las antiguas leyendas sobre la Corona, Halcón lo obligó a cumplir mi voluntad. Sólo por eso regresó a vuestro lado. Su verdadero rey se lo ordenó.

Tvarivich guardó silencio durante largo rato. Varias veces abrió la boca para hablar pero todas ellas titubeó, mientras la duda carcomía su fe tanto tiempo mantenida sobre la pureza de Arkady. Al fin, tras varias intentonas más, dijo:

—No tengo más que tu palabra. Tú, al igual que Konietzko, tienes razones más que de sobra para envidiar a Arkady y mucho que ganar con su desgracia.

—¡Maldición, mujer! —bramó Albrecht—. ¿De verdad estás tan ciega? ¡Estoy aquí para recordarte tu deber! Hay un espíritu del Wyrm amenazando con devorarnos y tú sigues sentada sobre una información importante por pura cabezonería.

—¡No te atrevas a decirme lo que debo hacer, falso rey! —las palabras de Tvarivich se convirtieron en gruñidos mientras crecía para adoptar la forma Crinos. Albrecht hizo lo propio en cuestión de instantes y los dos colosales hombres lobo intercambiaron miradas en una lucha furiosa por la supremacía. Una que se convertiría en una batalla cuerpo a cuerpo en cualquier momento.

—¡Esperad! —imploró Mephi mientras se interponía, aún en su pequeña forma Homínida, entre los gigantescos Colmillos Plateados—. ¿No hay manera de poder verificar lo que Albrecht está diciendo?

Albrecht bajó la mirada hacia el Caminante y, un instante más tarde, menguó y recobró la forma Homínida. Se dirigió a Tvarivich:

—Tú eres Theurge, ¿verdad? Sacerdocio de Marfil y toda esa mierda…

—Sí… —ella permaneció en Crinos pero retrocedió un paso.

—Bueno, ¿qué hay de la Corona de Plata? ¿Podrías verificar su autenticidad?

—Quizá —recobró la forma Homínida y giró sobre sus talones—. Seguidme.

Los condujo hasta un claro situado en los límites de su campamento, dominado por un solo árbol de grandes ramas. Albrecht no era ningún vidente de espíritus pero había tenido tratos suficientes con el tótem de su tribu como para reconocer el lugar preferido por Halcón para posarse cuando lo veía.

—Arrodíllate —dijo Tvarivich a Albrecht. Se sentó en la base del árbol, con la espalda apoyada contra su tronco y las piernas cruzadas debajo de ella—. No te preocupes, rey, te arrodillas ante Halcón, no ante mí.

—Sí, lo que tú digas —hizo lo que le pedía y se hincó sobre una rodilla. Pero no apartó la mirada de los ojos de la rusa. Observó mientras ella cerraba los suyos, se sumía en una especie de trance y empezaba a hablar en su lengua materna. Albrecht conocía las palabras pues las había escuchado en numerosas invocaciones que sus propios Theurge habían realizado allá en Tierra del Norte.

—Llamo al padre del honor y la verdad, al gran Halcón que sobrevuela todas las mentiras. Tus hijos necesitan tu ojo clarividente y solicitan tu ayuda.

El agudo grito de un ave de presa se alzó en los cielos y, antes de que se diera cuenta, Albrecht sintió unas garras afiladas en los hombros y la cabeza. Los servidores espirituales del mismísimo Halcón descendieron volando del árbol y se posaron sobre él y a su alrededor. Antes de que pasara mucho tiempo, el claro entero estuvo lleno de aves plateadas. Al principio parecieron deambular de un lado a otro pero no tardaron en orientarse todas ellas hacia Albrecht y la corona que llevaba. Entonces, al unísono, los espíritus realizaron un acto muy poco propio de aves: una reverencia, con las alas desplegadas hacia delante y las cabezas inclinadas. Al cabo de un instante volvieron a levantar el vuelo, como palomas perturbadas a mitad de su comida.

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