Cita con Rama (25 page)

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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Cita con Rama
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—Dos de nuestros miembros tienen manifestaciones que hacer —dijo—. En primer término concederé el uso de la palabra al profesor Davidson.

Corrió un susurro de excitación entre los otros científicos del Comité. La mayoría de ellos tenía la impresión de que el astrónomo, con su bien conocido punto de vista cósmico, no era el hombre apropiado para presidir el Consejo Consultivo del Espacio. En ocasiones el profesor Davidson daba la impresión de que las actividades de la vida inteligente no eran más que una incongruencia infortunada en un Universo majestuoso de estrellas y galaxias, y que era mala educación atenderlas demasiado. Esto no había contribuido a su popularidad entre exobiólogos como el doctor Perera, que sostenía el punto de vista exactamente opuesto. Para ellos, el único propósito del universo era la producción de inteligencia, y eran capaces de expresarse con desdén sobre los fenómenos puramente astronómicos. «Simple materia inerte», era una de sus frases favoritas.

—Señor Embajador —comenzó el científico—, he estado analizando el curioso comportamiento de Rama durante los días últimos, y me gustaría exponer mis conclusiones. Algunas son sobrecogedoras.

El doctor Perera pareció sorprendido, y luego complacido. Aprobaba con vehemencia cualquier cosa capaz de sobresaltar o alterar en alguna forma al profesor Davidson.

—En primer término, hubo la notable serie de sucesos cuando ese joven oficial voló sobre el Hemisferio Sur. Las descargas eléctricas en sí mismas, aunque espectaculares, carecen de importancia; es fácil demostrar que contenían relativamente poca energía. Pero coincidieron con un cambio en la velocidad de rotación de Rama, y en su posición, esto es, su orientación en el espacio. Eso debió implicar una enorme cantidad de energía; las descargas que casi le cuestan la vida al señor... esto... Pak, no eran más que un residuo, tal vez un exceso que había que reducir al mínimo mediante esos gigantescos conductores eléctricos del Polo Sur.

»De lo cual extraigo dos conclusiones. Cuando un vehículo del espacio —y debemos llamar a Rama un vehículo del espacio a pesar de sus fantásticas dimensiones— hace un cambio de posición, ello significa por lo general que está a punto de realizar un cambio de órbita. Debemos por lo tanto considerar muy en serio las opiniones de aquellos que creen que Rama puede estar preparándose para convertirse en otro planeta de nuestro sol, en lugar de reintegrarse a las estrellas.

»Si ese es el caso, el
Endeavour
debe obviamente estar preparado para partir en cualquier momento. Puede correr serio peligro mientras sigue físicamente unido a Rama. Imagino que el comandante Norton ya tiene plena conciencia de esta posibilidad, pero de todos modos opino que debemos enviarle una advertencia adicional.

—Muchas gracias, profesor Davidson. ¿Sí, profesor Solomons?

—Me gustaría añadir un comentario sobre esto —expresó el historiador de la ciencia—. Rama parece haber hecho un cambio de rotación sin utilizar jets, ni aparato de reacción. Esto, en mi opinión, deja sólo dos posibilidades: la primera es que Rama tiene giróscopos internos, o sus equivalentes. Deben ser enormes. ¿Dónde están?

»La segunda posibilidad —que trastornaría toda nuestra física— es que tiene un sistema de propulsión sin reacción. El llamado 'impulso espacial', en el cual no cree el profesor Davidson. Si tal es el caso, Rama podrá hacer casi cualquier cosa. Y nosotros estaremos totalmente incapacitados para prever su comportamiento, aun en un burdo nivel físico.

Los diplomáticos estaban visiblemente desconcertados por ese intercambio, y el astrónomo se negó a recoger el guante. Ya se había salido bastante de su limbo para un solo día.

—Seguiré siendo fiel a las leyes de la física, si a ustedes no les importa, hasta que me vea obligado a renunciar a ellas —agregó Solomons—. Si no hemos descubierto giróscopos en Rama es porque no hemos buscado bien, o en el lugar adecuado.

Bose se dio cuenta de que Perera se estaba impacientando. En circunstancias normales, el exobiólogo se hubiera alegrado tanto como el que más de entregarse a especulaciones; pero ahora, por primera vez, poseía hechos concretos. Su ciencia, tanto tiempo empobrecida, se había vuelto rica de la noche a la mañana.

—Muy bien. Si no hay otros comentarios, sé que el doctor Perera posee información importante.

—Gracias, señor Embajador. Como todos han visto, hemos obtenido por fin un ejemplar de una forma de vida de Rama y hemos observado varias otras de cerca. La Comandante Médico Ernst, oficial del
Endeavour
, envió un informe completo del ser con forma de araña cuya disección y análisis realizó. Debo admitir que algunos de los resultados obtenidos son desconcertantes, y que en cualesquiera otras circunstancias me habría negado a darles crédito.

»La araña es definitivamente orgánica, aunque su química difiere de la nuestra en muchos respectos. Contiene considerables cantidades de metales ligeros. No obstante, vacilo en llamarla animal, por varias razones fundamentales:

—En primer lugar, parece no tener boca, ni estómago, ni intestinos; ningún sistema de ingerir alimentos. Carece igualmente de aparato respiratorio, pulmones, sangre, sistema de reproducción...

—Se preguntarán ustedes qué tiene. Bueno, hay una musculatura simple que controla las tres patas y las tres finas colas o tentáculos. Hay un cerebro, bastante complejo, y en su mayor parte relacionado con la visión triocular notablemente desarrollada de esa criatura. Pero el ochenta por ciento del cuerpo consiste en una especie de panal constituido por grandes células, y eso es lo que causó a la doctora Ernst una desagradable sorpresa cuando comenzó su disección. Con un poco de suerte la habría reconocido al punto ahorrándose un mal momento, porque ésa es tal vez la única estructura de Rama que existe en la Tierra, si bien sólo en un reducidísimo número de animales marinos.

»La mayor parte de la araña es simplemente una batería, muy semejante a las halladas en las anguilas eléctricas y rayas. Pero en este caso no es utilizada al parecer como arma de defensa. Es la fuente de energía del ente. Y por eso no está preparado para comer ni respirar; no necesita medios tan primitivos. Y al margen diré que se sentiría perfectamente cómodo en un ambiente de vacío.

—Así pues tenemos un ser que es, en definitiva, nada más que un ojo móvil. No posee órganos de manipulación; esos tentáculos son demasiado débiles. Si se me hubiesen proporcionado sus especificaciones, yo habría dicho que es simple y llanamente un aparato de reconocimiento.

»Y su comportamiento encaja con esa descripción. Lo único que hacen las arañases recorrerlo todo y observar los objetos. Es lo único que pueden hacer.

»Pero los otros animales son distintos. El cangrejo, la estrella de mar, los tiburones —a falta de otras denominaciones acaso más adecuadas— todos ellos pueden manejarse en su ambiente, y parecen especializados para varias funciones. Presumo que también están provistos de energía eléctrica ya que, como la araña, parecen no tener boca.

»Estoy seguro de que todos ustedes apreciarán los problemas biológicos surgidos de cuanto se acaba de exponer. ¿Pueden esos seres evolucionar en forma natural? Yo no lo creo. Parecen haber sido diseñados, como máquinas, para realizar tareas específicas. Si tuviese que describirlos, diría que son robots —robots biológicos— algo que no tiene analogía con nada en la Tierra.

»Si Rama es una nave del espacio, tal vez ellos son parte de su tripulación. En cuanto a cómo nacen, o son creados, es algo que no sé decirles. Pero apostaría a que la respuesta está allá, en Nueva York. Si el comandante Norton y sus hombres pueden esperar el tiempo suficiente, es posible que se encuentren con criaturas cada vez más complejas y de comportamiento imprevisible. En alguna parte, en algún momento, tal vez tropiecen con los propios ramanes, los verdaderos hacedores de ese mundo.

—Y cuando eso ocurra, caballeros, ya no habrá dudas al respecto.

Entrega especial

E
l comandante Norton dormía profundamente cuando su intercomunicador personal le arrancó de un sueño feliz. Soñaba que estaba de vacaciones con su familia en Marte, y que volaban sobre la impresionante cuna nevada del pico de Nix Olímpica, el más grande volcán de sistema solar. La pequeña Billie había empezado a decirle algo; ahora ya nunca sabría qué.

El sueño se desvaneció, la realidad era su oficial ejecutivo allá arriba, en la nave espacial.

—Siento despertarle, jefe —dijo Kirchoff—. Acaba de llegar una prioridad triple-A desde el cuartel general.

—Pásemelo —pidió Norton, adormilado.

—No puedo. Está en clave. Para los ojos del Comandante solamente.

Norton despertó en seguida del todo. Había recibido un mensaje semejante sólo tres veces en toda su carrera y en cada ocasión había significado problemas.

—¡Maldición! —exclamó—. ¿Qué hacemos ahora?

Su segundo no se molestó en responder. Ambos comprendían el problema, y era de esas reglas vigentes para la nave espacial no previstas. En circunstancias normales, un comandante nunca estaba más que unos pocos minutos fuera de su despacho, y el libro para descifrar la clave lo guardaba dentro de su caja de hierro personal. Si emprendía ahora el viaje de regreso, Norton llegaría a la nave —exhausto— tal vez dentro de cuatro o cinco horas. Y ésa no era manera de manejar una prioridad Triple-A.

—Jerry —dijo por fin—, ¿quién está en el conmutador?

—Nadie. Yo mismo he hecho la llamada.

—¿La grabadora está desconectada?

—Por alguna extraña infracción al reglamento, sí.

Norton sonrió. Jerry era el mejor oficial ejecutivo con el que le había tocado en suerte trabajar: estaba en todo y pensaba en todo.

—Bien. Tú sabes dónde guardo mi llave. Vuelve a llamar después.

Esperó, tan pacientemente como pudo, durante los diez minutos siguientes, tratando sin mucho éxito de pensar en otros problemas. Odiaba desperdiciar esfuerzo mental; no era probable que adivinara el contenido del mensaje, y pronto se lo comunicarían. Entonces podría empezar a preocuparse con eficacia.

Cuando Kirchoff volvió a llamarle se hizo evidente que hablaba bajo una gran tensión.

—No es en realidad urgente, jefe. Una hora no importará gran cosa. Pero prefiero evitar la radio. Se lo enviaré con un mensajero.

—Pero, ¿por qué?... ¡Oh, está bien, confío en tu criterio! ¿Quién atravesará los pasajes y cerraduras aéreas?

—Iré yo mismo. Le llamaré cuando llegue al Cubo.

—Lo cual deja a Laura a cargo de la nave.

—A lo sumo por una hora. Regresaré inmediatamente.

Un oficial médico no poseía los conocimientos especializados necesarios para actuar como capitán, así como no se podía esperar de un capitán de nave espacial que pudiera hacer una intervención quirúrgica. Ambos cargos fueron intercambiados con éxito, alguna vez, en casos de emergencia; pero el procedimiento no se recomendaba. Bien, de todas maneras el reglamento ya había sido quebrantado una vez esa noche.

—Para el registro, tú nunca abandonaste la nave. ¿Has despertado a Laura?

—Sí. Y está encantada de que se le ofrezca la oportunidad.

—Por suerte los médicos están acostumbrados a guardar secretos. ¡Ah!, ¿has enviado el acuse de recibo?

—Por supuesto, en su nombre.

—Entonces te estaré esperando.

Ahora era imposible eludir las especulaciones ansiosas.

—No es en realidad urgente, pero prefiero evitar la radio...

Una cosa era cierta: el comandante no iba a dormir mucho más esa noche.

Vigía de los «biots»

E
l sargento Pieter Rousseau sabía por qué se había ofrecido como voluntario para ese trabajo; en muchos sentidos era la realización de un sueño infantil. Los telescopios empezaron a fascinarlo desde que tenía seis o siete años, y pasó la mayor parte de su adolescencia coleccionando lentes de todas formas y tamaños. Las montaba en tubos de cartón, haciendo instrumentos cada vez más poderosos, hasta que se familiarizó con la Luna y los planetas, las estaciones espaciales más próximas y todo el paisaje en treinta kilómetros a la redonda de su casa.

Tuvo suerte con el lugar de su nacimiento, entre las montañas de Colorado. En casi todas las direcciones, el panorama era espectacular e inagotable. Pasaba las horas explorando, sin moverse de su casa, las cumbres que todos los años se cobraban su cuota de escaladores imprudentes. Aunque había visto mucho, imaginaba aún más; le gustaba pretender que sobre cada cresta de roca, fuera del alcance de su telescopio, había reinos mágicos llenos de maravillosas criaturas. Y así, durante años, evitó visitar los lugares que sus lentes le aproximaban, porque sabía que la realidad no estaría a la altura del sueño.

Ahora, en el eje central de Rama, contemplaba maravillas que sobrepasaban las fantasías más disparatadas de su juventud. Un mundo entero se extendía delante de él. Un mundo pequeño, en verdad; sin embargo, uno podía pasarse una vida explorando cuatro mil kilómetros cuadrados, aunque estuvieran muertos y fueran inmutables.

Pero ahora la vida, con todas sus infinitas posibilidades, había irrumpido en Rama. Si los robots biológicos no eran criaturas vivientes, eran por cierto muy buenas imitaciones

Nadie sabía a ciencia cierta a quién correspondía la invención del término «biot»
[ 5 ]
; pareció entrar en uso instantáneamente por una especie de generación espontánea. Desde su posición ventajosa en el cubo, Rousseau era «Vigía en jefe de los Biots», y estaba empezando, así lo creía al menos, a comprender algo de sus esquemas de comportamiento.

Las arañas eran sensores móviles, que utilizaban la visión, y probablemente el tacto, para examinar todo el interior de Rama. En algún momento hubo miles de ellas corriendo de un lado para otro a tremenda velocidad, pero en menos de dos días la mayoría desapareció. Ahora resultaba inusitado ver siquiera una.

Fueron reemplazadas por toda una colección de seres aún más extraños, y no fue fácil hallarles un nombre adecuado. Estaban los «limpiadores de ventanas», provistos de grandes pies almohadillados, y que aparentemente limpiaban a su paso toda la extensión de los seis soles artificiales de Rama. Sus enormes sombras, proyectadas a través del diámetro del mundo, causaban a veces pasajeros eclipses en el otro extremo.

El cangrejo que había despedazado la
Libélula
parecía ser un «barrendero». Una serie de criaturas idénticas se aproximaron al Campamento Alfa y se llevaron todos los desechos acumulados en las inmediaciones; se habrían llevado todo lo demás si Norton y Mercer no se hubieran puesto firmes, desafiándolos. El enfrentamiento fue angustioso, pero breve. En adelante los «barrenderos» parecieron comprender qué se les permitía recoger y qué no, y llegaban a intervalos regulares para ver si eran necesarios sus servicios. Era un arreglo muy conveniente, e indicaba un alto grado de inteligencia, por parte de los propios «cangrejos barrenderos» o de algún ente encargado en alguna parte de su control.

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