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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (61 page)

BOOK: Cazadores de Dune
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En menos de una hora, Waff subió a órbita, donde el carguero de la Cofradía esperaba el regreso de la fuerza de ataque de las valquirias. Aquella inmensa nave negra, más grande que la mayoría de ciudades, destellaba por efecto del sol. Otro carguero, dotado de un campo negativo, volaba en círculos alrededor del planeta en una órbita baja.

Tras conectar el sistema de comunicación de la lanzadera, Waff envió un mensaje identificándose por la frecuencia estándar de la Cofradía.

—Necesito reunirme con un representante de la Cofradía… un navegador si es posible. —Y buscó un nombre en su memoria reciente, del sangriento día en que sus siete hermanos idénticos fueron asesinados delante de él—. Edrik. Él sabe que tengo información vital sobre la especia.

Sin mayores argumentos, una señal de guía se hizo con los controles de su nave y la llevó hacia el carguero, hacia los puentes de la élite.

Un destacamento de seguridad formado por cuatro hombres con uniforme gris le esperaba. Hombres con ojos lechosos y más altos que él que lo escoltaron al compartimiento de inspección. Allá en lo alto, Waff vio a un navegador en su tanque, mirando a través del plaz con sus ojos enormes. Cuando supiera de su plan para recuperar la técnica para producir melange en masa, Edrik no informaría a las Bene Gesserit de su presencia a bordo.

Una voz distorsionada habló por los altavoces.

—Háblanos de la especia. Dinos lo que recuerdas sobre los tanques axlotl y te protegeremos.

Waff lo miró con gesto desafiante.

—Prometedme asilo y compartiré con vosotros el fruto de mi saber.

—Ni siquiera Uxtal ha exigido nunca nada semejante.

—Uxtal no sabía lo que yo sé. Y seguramente ha muerto. Ahora que mis recuerdos han despertado, no le necesitáis. —Waff tuvo mucho cuidado de no revelar las peligrosas lagunas que tenía su memoria.

El navegador flotó para acercarse más a la pared, con los ojos llenos de impaciencia.

—Muy bien. Te concedemos asilo.

Waff tenía un plan alternativo en mente. Recordaba hasta el último detalle de la Gran Creencia y su deber para con su profeta.

—Puedo hacer algo mucho mejor que crear una melange artificial e inferior utilizando las matrices y la química de las hembras. Para prever caminos seguros por el espacio, un navegador debería tener melange real, especia pura creada por los gusanos.

—Rakis ha sido destruido, y los gusanos se han extinguido, salvo los pocos que las Bene Gesserit tienen en su planeta. —El navegador le miró—. ¿Cómo traerás de vuelta a los gusanos?

—Tienes más alternativas de las que crees —dijo Waff sonriendo—. ¿No preferiríais tener vuestros propios gusanos de arena? Gusanos avanzados que puedan crear una especia más potente para los navegadores… para vosotros y solo para vosotros.

La figura de Edrik flotaba en su tanque, extraña, incomprensible, pero incuestionablemente intrigada.

—Continúa.

—Estoy en posesión de ciertos conocimientos genéticos —dijo Waff—. Quizá podamos llegar a un acuerdo que nos beneficie mutuamente.

89

Todos tenemos la capacidad innata de reconocer los errores y los puntos débiles de los demás. Sin embargo, hace falta mucho más valor para ver esos mismos defectos en nosotros mismos.

D
UNCAN
I
DAHO
,
Confesiones de algo más que un mentat

Después de que seis aparatos suicidas se empotraran en el
Ítaca
por diferentes lugares como puntas de lanza, los equipos de emergencia y sistemas automatizados corrieron a reparar el casco de la no-nave. En cuanto el campo atmosférico estuvo de nuevo activado, Duncan entró en el muelle en desuso donde una de las naves de los adiestradores había atravesado el casco. En otras cinco cubiertas, otras naves habían provocado destrozos y habían dejado pilotos muertos.

Buscando entre los restos retorcidos de la nave, Duncan descubrió un cuerpo calcinado. Un Danzarín Rostro. Miró aquel cuerpo ennegrecido e inhumano, tan calcinado que estaba irreconocible.

¿Qué quería aquella gente? ¿Qué relación tenían con el anciano y la anciana que le buscaban?

En aquella apresurada inspección, tras recibir informes de los equipos enviados a los otros cinco puntos de impacto, Duncan descubrió que en tres de las naves siniestradas había dos pilotos muertos, no uno. Sin embargo, en la nave que él tenía delante solo había uno, igual que en las de otras dos cubiertas.

Tres asientos vacíos. ¿Es posible que aquellas tres naves llevaran solo un piloto? ¿O que uno o más de los adiestradores hubieran saltado al espacio? ¿Habían sobrevivido de alguna forma al impacto y se habían escabullido al interior del
Ítaca
?

Tras el precipitado salto por el tejido espacial para huir de los adiestradores, mientras sus equipos respondían a la emergencia, habían tardado casi una hora en encontrar los diferentes aparatos en las seis cubiertas desocupadas.

Duncan estaba convencido de que no podían haber sobrevivido. Las naves habían quedado destrozadas, y los cuerpos de los Danzarines Rostro estaban atrapados en el interior. Nadie podía haber salido con vida. Y sin embargo…

¿Es posible que hubiera hasta tres Danzarines Rostro escondidos por los pasillos de la no-nave? ¡Imposible! Aun así, su mayor error sería subestimar al Enemigo. Miró a su alrededor, olfateando, percibiendo el olor del metal caliente, humo cáustico y los residuos granulosos de los supresores del fuego. Un leve toque a carne quemada flotaba en el ambiente.

Durante mucho rato estuvo mirando la nave siniestrada, debatiéndose con sus dudas. Finalmente dijo:

—Limpiad esto. Quiero muestras para analizar, pero, por encima de todo, tened cuidado, tened muchísimo cuidado.

— o O o —

Aquella prueba reciente era lo más cerca que el
Ítaca
había estado de que lo capturaran desde su huida de Casa Capitular. Miles Teg y Sheeana, ya recuperados, se habían unido a Duncan en el puente de navegación, donde esperaban en un silencio reflexivo. Las palabras que no decían pesaban en el ambiente, y hacían que el aire fuera casi irrespirable.

Aunque los adiestradores y los futar habían intentado matarlos, los cuatro miembros de la partida de exploración habían sobrevivido. Durante el trayecto de huida en la gabarra aérea, el viejo rabino había utilizado sus conocimientos como doctor suk para hacer un examen médico a sus compañeros, y declaró que estaban ilesos, salvo por algunos arañazos y moretones. Sin embargo, no había sido capaz de explicar el profundo agotamiento celular de Teg, y el Bashar tampoco dio ninguna explicación.

Sheeana miró a aquellos dos hombres, dos mentats, con su penetrante mirada de Bene Gesserit. Duncan sabía que quería respuestas… y no solo de él. Ya hacía años que sospechaba que Teg tenía capacidades ocultas.

—Necesito entender. —Sus palabras eran tan duras y punzantes, tan difíciles de ignorar, que Duncan pensó que estaba utilizando la Voz—. Al esconderme cosas,
escondernos
cosas, los dos ponéis nuestra supervivencia en peligro. De todos nuestros enemigos, los secretos podrían ser el más peligroso.

Teg miraba con mala cara.

—Un comentario interesante viniendo de alguien con tu posición, Sheeana. Como Bashar-mentat de las Bene Gesserit, sé que los secretos son una importante herramienta para la Hermandad. —Había comido con voracidad, había tomado varias bebidas energéticas cargadas de melange y luego había pasado catorce horas durmiendo. Aun así, seguía pareciendo diez años más viejo que antes.

—¡Ya basta, Miles! Puedo entender la carga que supone para Duncan su antiguo vínculo con Murbella. Le ha estado carcomiendo desde que huimos de Casa Capitular; eso ya lo sabía. Pero tu comportamiento es un misterio para mí. Ahí abajo te vi moverte a una velocidad que ningún humano podría igualar.

Teg la miró con calma.

—¿Insinúas que no soy humano? ¿Tienes miedo de que sea un kwisatz haderach? —Sabía que Duncan había visto lo mismo en dos ocasiones, y que las Honoradas Matres habían difundido rumores sobre las inexplicables capacidades del Bashar. Pero Duncan había optado por no cuestionarlas. ¿Quién era él para acusarle?

—Basta de jueguecitos. —Sheeana cruzó los brazos sobre el pecho. Llevaba el pelo desordenado. Utilizó el silencio como un martillo y esperó… y esperó.

Pero Miles Teg también había recibido el adiestramiento Bene Gesserit, y no cedió. Finalmente, con un suspiro, Sheeana preguntó:

—¿Te alteraron de alguna forma en el tanque axlotl? ¿Nos traicionaron los tleilaxu y te modificaron de alguna forma extraña?

Por fin, Miles rompió la pared helada de sus reservas.

—Se trata de una capacidad que el viejo Bashar ya tenía. Si tienes que culpar a alguien, tendrás que señalar a las Honoradas Matres y sus esbirros. —Teg miró a un lado y a otro, visiblemente reacio a revelar sus secretos—. Bajo sus torturas, desarrollé ciertos talentos excepcionales que puedo utilizar en momentos de gran necesidad.

—¿Acelerar tu metabolismo, moverte a velocidades sobrehumanas?

—Eso, y otras cosas. También puedo ver un campo negativo, aunque siguen siendo invisibles para todos los métodos conocidos de detección.

—¿Y por qué me lo has ocultado? —Sheeana estaba realmente confusa; se sentía traicionada.

Teg la miró frunciendo el ceño. Ni siquiera ella lo entendía.

—Porque desde los tiempos de Muad’Dib y el Tirano, las Bene Gesserit habéis demostrado muy poca tolerancia por los varones con capacidades excepcionales. Once gholas de Duncan fueron asesinados antes de que este sobreviviera… y no podéis achacar todos los asesinatos a las intrigas de los tleilaxu. La Hermandad fue cómplice, de forma pasiva y también activa.

Lanzó una mirada a Duncan, quien asintió fríamente.

—Sheeana, tú tienes la capacidad excepcional de controlar a los gusanos de arena. También Duncan tiene capacidades especiales. Además de ver la red del Enemigo, está genéticamente diseñado para la imprimación sexual, y mucho mejor que las Bene Gesserit o las Honoradas Matres… que es lo que le permitió doblegar a Murbella hace tiempo. Por eso las rameras estaban tan desesperadas por matarle. —Teg levantó un dedo para enfatizar un punto—. Y, conforme el resto de nuestros niños-ghola vayan creciendo y recuperen los recuerdos de sus vidas pasadas, sospecho que algunos, si no todos, manifestarán nuevas capacidades que pueden ayudarnos a sobrevivir. Tendrás que aceptar y abrazar estas capacidades anómalas, porque de lo contrario su existencia misma se verá comprometida.

Duncan respiró muy hondo.

—Estoy de acuerdo con lo que dice, Sheeana. No lo censures por ocultar sus dones. Nos ha salvado, y en más de una ocasión. Por otro lado, mis errores estuvieron a punto de arruinarlo todo. —Pensó en otros momentos en que su obsesión por Murbella le había distraído, entorpeciendo su capacidad de reacción ante una crisis inesperada—. No puedo liberarme de Murbella, del mismo modo que tú o cualquier otra Reverenda Madre no puede prescindir del uso de la especia. Es una adicción, y muy destructiva. Hace diecinueve años que no la veo ni la toco, pero la herida no ha cicatrizado. Sus poderes de seducción y los míos, junto con mi memoria perfecta de mentat, me impiden escapar de ella. Aquí en el
Ítaca
, encuentro cosas que me la recuerdan por todas partes.

Sheeana habló con voz tranquila y fría, sin compasión.

—Si en Casa Capitular Murbella sentía lo mismo que tú, las rameras habrán intuido su debilidad hace tiempo y ya la habrán matado. Si está muerta…

—Espero que siga con vida. —Duncan se levantó del asiento del piloto, tratando de reunir fuerzas—. Pero la necesidad que aún siento de ella afecta mi capacidad de funcionar, y necesito encontrar la forma de liberarme. Nuestra supervivencia depende de ello.

—¿Y cómo piensas hacerlo, si no has podido conseguirlo en todos estos años? —preguntó Teg.

—Pensé que había una forma. Y se la insinué al maestro Scytale. Pero ahora sé que me equivocaba. Que era una ilusión. Esa ilusión fue lo que me apartó del puente de navegación cuando más falta hacía mi presencia. Yo no podía saberlo, claro, pero aun así mi obsesión casi nos mata. Otra vez.

Duncan cerró los ojos y entró en un trance de mentat y se obligó a sumergirse en sus recuerdos, retrocediendo a través de sus vidas secuenciales. Buscaba alguna cualidad personal a la que aferrarse, y por fin la encontró: la lealtad.

La lealtad siempre había sido un rasgo definitorio de su carácter. Formaba parte de su ser. Lealtad a la Casa Atreides. Al viejo duque, que había hecho posible que huyera de los Harkonnen; a su hijo, el duque Leto, y su nieto, Paul Atreides, por quien había sacrificado su primera vida. Y lealtad al tataranieto Leto II, que fue un niño encantador e inteligente y luego se convirtió en Dios Emperador y resucitó a Duncan una y otra vez.

Pero ahora le costaba entregar su lealtad. Quizá por eso había perdido el rumbo.

—Los tleilaxu te conectaron a una bomba de relojería, Duncan. Tu misión era atrapar y destruir Honoradas Matres —dijo Sheeana—. Ese era el verdadero objetivo, pero Murbella te atrapó a ti primero y los dos quedasteis cogidos en la trampa.

Duncan se preguntó si aquella programación interna de los tleilaxu sería lo que le impedía superar su obsesión. ¿Le habían hecho así deliberadamente?
Maldita sea, yo soy más fuerte que eso.

Cuando la miró, Duncan vio que Sheeana tenía una expresión extraña y decidida en el rostro.

—Yo puedo ayudarte a romper tus cadenas, Duncan. ¿Confiarás en mí?

—¿Confiar en ti? Una pregunta algo extraña, ¿no crees?

Sin contestarle, Sheeana se dio la vuelta y abandonó el puente de navegación. ¿Qué tendría en la cabeza?

Duncan despertó en la oscuridad de sus habitaciones, y se puso alerta enseguida. Oyó el débil sonido del código de acceso a la habitación al activarse. ¡Nadie conocía ese código salvo él! Estaba sellado en los bancos de memoria de la nave.

Duncan se escabulló fuera de la cama, moviéndose como azogue, con los sentidos en guardia, absorbiendo cada detalle con la mirada. La luz del pasillo penetró en la habitación y vio el contorno de una figura… femenina.

—He venido por ti, Duncan. —La voz de Sheeana era baja y ronca.

Él retrocedió.

—¿Por qué estás aquí?

—Ya lo sabes, y sabes que debo hacerlo.

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