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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (58 page)

BOOK: Cazadores de Dune
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La mente de Murbella no dejaba de dar vueltas y, por un instante, se sintió incrédula y asombrada.

—¡No habéis tenido reparos en obedecer a un Danzarín Rostro! ¿Y ahora quién es el idiota? ¿Cuántas más de vosotras sois Danzarines Rostro?

Aunque seguían luchando, las Honoradas Matres que quedaban echaron un vistazo a la criatura de rostro inexpresivo que antes era Hellica. La mayoría se detuvieron, perplejas.

—¡Madre Superiora!

—¡No es humana!

—Mirad a vuestra líder —ordenó Murbella adelantándose—. Habéis estado obedeciendo las órdenes de un Danzarín Rostro infiltrado entre vosotras. ¡Habéis sido engañadas y traicionadas!

Solo una de las Honoradas Matres seguía luchando furiosamente. Las valquirias pronto la despacharon y a Murbella no le sorprendió cuando vio que la caída se transformaba en un segundo Danzarín Rostro.

Allí, y en Gammu… ¿hasta qué punto se extendía aquella insidiosa infiltración? Las acciones provocativas de Hellica siempre habían estado al servicio de los Danzarines Rostro, no de las Honoradas Matres. ¿Se trataba de un plan pergeñado por los tleilaxu perdidos o iba mucho más allá? ¿Para quién luchaban en realidad los cambiadores de forma? ¿Es posible que fueran una vanguardia del Enemigo, enviada al Imperio Antiguo para evaluar y debilitar al objetivo?

Todos aquellos enclaves rebeldes, la disensión, la violencia que habían agotado los recursos de la Nueva Hermandad… ¿es posible que todo formara parte de un plan para debilitar las defensas humanas? ¿Enfrentarlas entre ellas, hacer que murieran guerreras viables para que fueran más vulnerables y que cuando el Enemigo llegara pudiera acabar el trabajo sin problemas? En la ciudad la batalla estaba prácticamente acabada, y no dejaban de llegar valquirias a la sala del trono para consolidar la toma del estrafalario palacio. Por todo Bandalong, las seguidoras de Hellica que quedaban lucharon hasta la muerte, mientras el carguero de la Cofradía permanecía en una órbita estacionaria, observando la batalla desde una distancia segura.

Las dirigía su hija Janess, con aspecto agotado pero con ojos brillantes.

—Madre comandante, el palacio es nuestro.

85

El enemigo de tu enemigo no es necesariamente tu amigo. Podría odiarte tanto como cualquier otro rival.

Corolario estratégico de Hawat

Ahora que la mortífera cacería había terminado y las cinco Honoradas Matres estaban muertas, Sheeana y Teg bajaron los escalones de madera de la torre de observación. Había sido una experiencia emocionante, e inquietante. A su lado, Sheeana intuía que el joven Bashar se debatía con sus propias preguntas, extrapolaciones, sospechas, pero no podía hablar sin que los guardias les oyeran.

Los adiestradores se reunieron con sus futar en el claro cubierto de hojas donde la última de las Honoradas Matres había sido despedazada a la vista de todos. Hrrm y el futar de la franja negra habían luchado contra aquella ramera, y la redujeron entre los dos.

Había sido increíble, los dos futar moviéndose en círculo alrededor de la mujer, lanzándole zarpazos, evitando los golpes de sus manos y sus pies. Cuando finalmente la presa saltó en el aire, Hrrm la agarró por el tobillo, clavándole sus garras como un anzuelo, y la arrojó contra el suelo. El de la franja negra saltó para arrancarle la yugular. Gotas de color escarlata salpicaban el manto de hojas doradas.

Sheeana y Teg se apartaron de la plataforma de observación y se acercaron a los futar con fascinación y cautela. Hrrm la reconoció y le dedicó una sonrisa ensangrentada, como si esperara que se acercara y le acariciara la espalda. Sheeana intuía su necesidad de ser aceptado y, durante años, eso era algo que solo había podido encontrar en ella. Aunque los adiestradores —sus verdaderos amos— ahora estaban en el bosque, Sheeana dijo:

—Excelente trabajo, Hrrm. Estoy orgullosa de ti.

Un profundo ronroneo se formó en su garganta. Y entonces hundió el rostro en el cuerpo de la Honorada Matre y arrancó otro pedazo de carne. Sheeana no había visto a los otros tres futar de la no-nave, pero sabía que también se habrían unido a la cacería.

Cuatro de aquellos nativos larguiruchos, incluido el adiestrador mayor, contemplaban la espeluznante escena, visiblemente satisfechos.

—Ya habéis visto cuáles son nuestros sentimientos hacia las Honoradas Matres —dijo Orak Tho.

—En ningún momento hemos dudado de ellos —dijo Sheeana—. Pero se acerca otro Enemigo… un Enemigo al que estas rameras provocaron. Y es mucho peor.

—¿Peor? ¿Cómo lo sabéis? —dijo el adiestrador mayor—. ¿Y si resulta que no hay nada que temer de ese Enemigo? Quizá estáis equivocados.

Sheeana se dio cuenta de que los otros adiestradores los estaban rodeando discretamente. Teg también, aunque no hizo nada que lo demostrara.

En medio de los restos sangrientos de la cacería, de pronto Orak Tho cambió de tema.

—Y ahora que os hemos demostrado nuestra buena fe, me gustaría visitar vuestra no-nave. Llevaré conmigo una delegación de adiestradores.

Teg le hizo una discreta señal de advertencia a Sheeana.

—Sin duda es una idea a considerar —dijo ella—, pero primero hemos de hablarlo con nuestros compañeros. Tenemos mucho que contarles sobre vuestra hospitalidad y las cosas que nos habéis mostrado.

—Solo disponemos de una pequeña gabarra —añadió Teg, tratando de no delatar su preocupación—. Prepararemos un transporte para vuestra delegación.

—Tenemos nuestras propias naves. —El adiestrador mayor se volvió, como si la decisión ya estuviera tomada. Teg y Sheeana se miraron. ¿Sus propias naves? Los adiestradores ya habían comentado que tenían escáneres lo bastante sofisticados para detectar la presencia del
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en órbita. Aquella civilización tenía una tecnología mucho más avanzada de lo que parecía.

El olor de los adiestradores y la sangre y el olor animal de los futar se mezclaba con el aire del bosque formando un popurrí de aromas perturbadores y desconcertantes. Sheeana detectó también el leve y familiar toque de una tensión injustificada. Junto al cadáver medio devorado de la Honorada Matre, Hrrm y el de la franja negra levantaron la vista, intuyendo que pasaba algo. Los dos empezaron a emitir un gruñido bajo.

Sheeana habló.

—¿Cuándo se reunirán con nosotros el rabino y Thufir Hawat?

Orak Tho siguió como si no la hubiera oído.

—Haré señales a mi gente. Estoy seguro de que vuestros compañeros estarían de acuerdo. Haremos esto de la forma más eficaz posible.

Los adiestradores que estaban más cerca se pusieron tensos.

Sus movimientos eran sutiles, pero Sheeana se dio cuenta de que adoptaban posturas de ataque, con los codos doblados, las piernas listas para saltar.
¡Van a atacar!

—¡Miles! —gritó.

El joven Bashar golpeó con tal rapidez que para el ojo desnudo apenas fue un parpadeo. Sheeana estampó la palma de su mano en la cara de otro de los adiestradores al tiempo que se agachaba, y saltó hacia el lado cuando los otros cerraban el círculo.

Teg golpeó a uno en medio del pecho, tan fuerte que se le paró el corazón… una técnica de combate de las Bene Gesserit, antigua pero mortífera. Sheeana aferró el largo brazo de otro de los adiestradores y lo dobló hacia atrás para partir el hueso por encima del codo. No dejaban de aparecer más y más adiestradores entre los álamos, como predadores.

Los nativos luchaban con la intención de matar; ni siquiera les pidieron que se rindieran.
Pero ¿qué van a hacer cuando nos maten? ¿Cómo van a subir a la no-nave, si es eso lo que buscan?
Aunque solo eran dos, Sheeana y Teg resistían, por muy poco.

En un frenesí de músculo y garras, Hrrm también atacó… pero no a ella o al Bashar, sino al adiestrador mayor. Orak Tho abrió su gran boca con sorpresa y le ladró una orden áspera y gutural, pero Hrrm no se detuvo. El futar había superado sus condicionamientos. Derribó al adiestrador, mientras pronunciaba su nombre.
¡Sheeana!
Con una furia desbocada, mordió y sacudió, y al hacerlo partió el largo cuello de Orak Tho.

Hrrm, que no sabía nada de política ni de alianzas, defendió a Sheeana frente a los adiestradores. Lo hacía por ella.

Todo sucedió tan deprisa… Cuando el futar se apartó de su presa, Orak Tho cambió. Su cuerpo adoptó los rasgos no humanos de un Danzarín Rostro. El adiestrador al que Teg había matado también cambió. ¡Danzarines Rostro!

En el pasado, Sheeana siempre había confiado en su capacidad de reconocer a los cambiadores de forma por sus características feromonas, pero los nuevos Danzarines Rostro eran más sofisticados, y con frecuencia ni siquiera las Bene Gesserit podían detectarlos. Eso ya lo sabía cuando partió de Casa Capitular.

Las piezas empezaban a encajar. Si aquellos adiestradores eran Danzarines Rostro de nueva generación, eso significa que no eran aliados, sino enemigos. El hecho de que tanto los adiestradores como las Bene Gesserit odiaran a las Honoradas Matres no significaba necesariamente que compartieran una causa común.

Rugiendo, el futar de la franja negra saltó para atacar al traidor Hrrm. Los dos pelearon, gruñendo, forcejeando, revolcándose en un revuelo de garras y dientes. Sheeana no podía hacer nada por ayudarle, y se volvió para hacer frente a nuevas amenazas.

Varios de los hombres con máscara de bandido recuperaron su forma de Danzarín Rostro; ya no hacía falta que siguieran con el engaño. Por lo visto todos los adiestradores eran Danzarines Rostro.

Orak Tho quería subir a la no-nave. Las razones eran evidentes: los adiestradores querían capturar el
Ítaca
. ¡Para el Enemigo! El Enemigo siempre había querido la nave. Por eso el adiestrador mayor tenía tanto interés por matarles: los Danzarines Rostro podían sustituirlos fácilmente, no solo adoptando su apariencia, sino también una semblanza de sus recuerdos y su personalidad. Podían trabajar desde dentro para lograr lo que hasta la fecha sus perseguidores no habían podido lograr. ¡Tenía que avisar a Duncan!

Sheeana golpeó a otro adiestrador, que cayó hacia atrás sobre sus compañeros. Teg luchaba a su lado, mientras su conciencia de mentat procesaba los mismos datos. Sheeana estaba segura de que habría llegado a las mismas conclusiones.

—Están todos relacionados: el anciano y la anciana, la red, los adiestradores, los Danzarines Rostro. ¡Vamos… al menos uno de nosotros tiene que vivir!

Sheeana comprendió otra terrible verdad.

—Seguramente Thufir y el rabino están muertos. Por eso nos separaron. Divide y vencerás.

Desde el límite de árboles, otros dos futar llegaron dando brincos para unirse a la refriega, y atacaron instintivamente a Hrrm, que se había vuelto contra su gente. Era inconcebible que un futar hubiera atacado a un adiestrador.

Sheeana no creía que ella y el Bashar pudieran contra tantos atacantes. Hrrm seguía luchando, pero no aguantaría mucho más. En aquel momento se incorporó, agarró el cuello del futar de la franja negra clavándole las garras con fuerza y le arrancó la laringe de un bocado. Pero, aunque se estaba desangrando, el futar siguió dando dentelladas con sus afilados colmillos. Y entonces, Hrrm desapareció bajo la masa confusa de garras y pelo de los otros futar.

En cuestión de momentos, se volverían hacia ellos.

—¡Miles! —Sheeana golpeó a un adiestrador en plena cara y lo derribó.

De pronto, a su lado, Teg se «emborronó», moviéndose a tal velocidad que no fue capaz de seguir sus movimientos. Fue como si un viento veloz pasara entre los álamos. Todos los adiestradores que se estaban acercando cayeron al suelo como árboles talados. Sheeana apenas tuvo tiempo de pestañear.

Teg reapareció junto a ella, jadeando, con aspecto agotado.

—Ven. Tenemos que volver a la nave. ¡Ahora!

Sheeana corrió. Las preguntas podían esperar. Hrrm le había dado tiempo para escapar, y no dejaría que su sacrificio fuera en balde.

A su espalda oían a más futar, oían las hojas secas y las ramitas que crujían bajo sus manos y sus pies. ¿La ayudarían los otros tres futar de la no-nave como había hecho Hrrm? Mejor no hacerse ilusiones. Les había visto derribar a Honoradas Matres curtidas en el combate, y de todos modos tampoco confiaba en sus posibilidades frente a tantos enemigos.

Sin duda, habría más adiestradores esperando en las torres de madera de la ciudad. Y seguramente algunos ya habrían rodeado la gabarra. ¿Hasta qué punto estaba coordinado el plan de Orak Tho? ¿Eran todos los adiestradores Danzarines Rostro o, simplemente, se habían infiltrado entre ellos?

Sheeana y Teg pasaron a toda prisa ante el principal asentamiento de los adiestradores. Aquellas gentes con cara de mapache seguían saliendo de las estructuras cilíndricas de madera, reaccionando con bastante lentitud ante la nueva situación.

Allá delante, en el claro, la pequeña nave les esperaba. Tal como Sheeana temía, había dos adiestradores ante la escotilla, provistos de poderosas varas aturdidoras. Sheeana se preparó para una lucha a vida o muerte.

Pero Teg volvió a emborronarse y salió disparado como una bala, mucho más deprisa de lo que entraba en la capacidad de un humano. Los dos adiestradores se volvieron, pero ya era tarde. Teg golpeó y los otros cayeron como si hubieran sido fulminados por una fuerza invisible.

Sheeana corrió para alcanzarle, sintiendo que los pulmones le quemaban. El Bashar frenó lo bastante para reaparecer, y apartó de una patada las varas aturdidoras. Tambaleándose por el agotamiento, introdujo el código en los controles de la escotilla principal. Los engranajes hidráulicos zumbaron y la pesada compuerta empezó a abrirse.

—¡Adentro, deprisa! —Respiraba dando grandes bocanadas—. Tenemos que marcharnos.

Sheeana nunca había visto a un humano con un aspecto tan totalmente agotado. Su piel se había puesto gris y parecía estar al borde del colapso. Lo aferró por el brazo, temiendo que no estuviera en condiciones de pilotar la gabarra.

Quizá tendré que hacerlo personalmente.

Una riada de adiestradores salía de las torres con porras y varas aturdidoras. Ya no tenían nada que esconder, así que la mayoría habían vuelto a sus narices chatas de Danzarines Rostro. Sheeana temió que algunos llevaran lanza proyectiles o aturdidores de larga distancia.

De pronto, oyeron un grito y un cierto revuelo y dos hombres salieron del bosque, corriendo como locos. Sheeana empujó a Teg al interior de la nave y se detuvo ante la escotilla, desde donde vio a Thufir Hawat y el rabino corriendo atropelladamente hacia allí.

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