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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (41 page)

BOOK: Cazadores de Dune
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Poco después de que lo enviaran a Caladan por el trivial delito de sabotear el tanque axlotl donde estaba el ghola de Paul Atreides, el bebé nació en Bandalong… sano y salvo, a pesar de los esfuerzos de Vladimir. Khrone apartó al pequeño Atreides de Uxtal y lo llevó a Caladan para instruirle y tenerlo bajo observación. Por lo visto los Danzarines Rostro tenían una misión vital para Atreides, y necesitaban la ayuda de un Harkonnen.

El niño, al que llamaban Paolo para distinguirlo de su doble histórico, ya tenía tres años. Los Danzarines Rostro tenían mucho cuidado de tenerlo en un recinto separado, «a salvo» de Vladimir, que estaba impaciente por que pudieran… jugar juntos.

En tiempos pasados, Caladan había sido un mundo de sencillos pescadores, vinateros y granjeros. Con su inmenso océano, había demasiada agua y demasiada poca tierra para desarrollar grandes industrias. En la actualidad, la mayoría de pueblecitos habían desaparecido, y la población local no era más que un porcentaje muy pequeño de lo que fue. La Dispersión había roto muchos de los hilos que unían las civilizaciones intergalácticas y, dado que Caladan tenía tan pocas cosas de interés comercial, nadie se había molestado en volver a incluirla en el conjunto.

Vladimir había investigado a conciencia en el castillo reconstruido. De acuerdo con la historia escrita, la casa Atreides había gobernado aquel lugar «con mano firme pero benevolente», pero él sabía que no hay que tragarse la propaganda. La historia siempre lava la realidad y el tiempo distorsiona incluso los sucesos más dramáticos. Evidentemente, los archivos locales habían sido embellecidos con comentarios elogiosos del duque Leto.

Los Atreides y los Harkonnen eran enemigos mortales, y él sabía perfectamente que era su familia la que había tenido una actuación heroica. Cuando recuperara sus recuerdos, podría recordar aquellas cosas por sí mismo. Quería volver a sentir aquellos hechos con un realismo visceral. Quería saber hasta qué punto los Atreides eran traicioneros y los Harkonnen valerosos. Quería sentir la adrenalina de vivir una victoria real y probar la sangre del enemigo en sus dedos. Quería recuperar sus recuerdos ¡ya! No soportaba tener que esperar tanto para que le devolvieran los recuerdos de su antigua vida.

Solo en el prado, se puso a jugar con una pistola infernal que había encontrado en el castillo. Aquel entorno natural tan exuberante de los cabos le desagradaba. Quería que las máquinas lo cubrieran y lo pavimentaran. ¡Que abrieran paso a la verdadera civilización! Las únicas plantas que quería ver aparecer allí eran las de las fábricas. No soportaba ver tanta agua cristalina por todas partes; él quería que los productos químicos la enturbiaran y le dieran un olor sulfuroso.

Con una sonrisa diabólica, Vladimir activó la pistola y vio que el cañón se ponía de color anaranjado. Tocó el botón amarillo para activar el quemador del primer estadio y vio la fina capa de partículas incendiarias extenderse sobre el prado como semillas de destrucción. Tras desplazarse a una zona segura entre las rocas, tocó el botón rojo de la segunda fase y el cañón del arma vomitó una llamarada. Las partículas inflamables se encendieron y transformaron el prado en una conflagración.

¡Qué bonito!

Con una perversa felicidad, el niño se desplazó a un lugar más elevado para ver cómo las llamas ardían y chisporroteaban, enviando humo y chispas a cientos de metros de altura. En el otro lado del prado, el fuego lamía la superficie de roca, como si buscara una presa. Ardía con tanta intensidad que el calor agrietó la misma piedra e hizo que grandes fragmentos cayeran a la pacífica laguna en una ruidosa cascada.

—¡Mucho mejor!

El ambicioso joven había visto las imágenes holográficas de Gammu y las había comparado con imágenes de los tiempos en que se llamaba Giedi Prime y estaba bajo el dominio de los Harkonnen. Con los siglos, su hogar ancestral había degenerado a un estado primitivo y agrícola. Los signos de civilización, tan duramente conseguidos, habían quedado en algo sórdido y blando.

Mientras sentía el purificador olor del fuego y el humo en sus fosas nasales, deseó tener pistolas infernales más potentes y material pesado para cambiar la fisonomía de aquel lugar. Con el tiempo, con las herramientas y la fuerza de trabajo adecuados, podía convertir aquel planeta atrasado de Caladan en un lugar civilizado.

En el proceso, incendiaría vastas extensiones de verdes paisajes, para dejar sitio a nuevas fábricas, pistas de aterrizaje, minas a cielo abierto y plantas de procesamiento de metales. Las montañas que veía a lo lejos también eran feas, con sus cimas blancas. Le habría gustado allanar todo el terreno con poderosos explosivos y cubrirlo de fábricas que produjeran bienes para la exportación. ¡Con beneficios! Vaya, eso sí que devolvería Caladan al mapa galáctico.

Evidentemente, no destruiría los ecosistemas totalmente como habían hecho las Honoradas Matres con sus quemadores de planetas. En zonas remotas, poco aptas para la industria, dejaría la suficiente vegetación para mantener el nivel de oxígeno. Y los mares proporcionarían pescado y algas para alimentar a la población, porque importarlo todo de otros planetas sería excesivamente caro.

Tal como estaba, Caladan se estaba desaprovechando. Qué poco adorno veía allí… pero qué bonito podía ser con un poco de esfuerzo. Con bastante esfuerzo, en realidad. Pero valdría la pena… esculpir el planeta natal de sus enemigos mortales —la casa Atreides— según su propia visión. La visión de un Harkonnen.

Aquellas sensaciones y fantasías hicieron que se sintiera mucho, mucho mejor. Vladimir se preguntó si sus recuerdos ya estarían listos para regresar, poco a poco. Esperaba que sí.

Oyó ruido de piedras a su espalda y se volvió.

—Te he estado observando —dijo Khrone— y me alegra comprobar que tu pensamiento discurre por el camino adecuado, como el antiguo barón Harkonnen. Necesitarás algunas de estas técnicas cuando pongamos al joven Paolo a tu cargo.

—¿Cuándo podré jugar con él?

—Tu supervivencia depende de ciertos factores. Debes entender una cosa: ayudarnos con el ghola de Paul Atreides es el objetivo más importante de tu vida. Él es la clave para nuestros numerosos planes, y tu supervivencia depende de lo bien que lo haga.

Vladimir esbozó una sonrisa feroz.

—Es mi destino estar junto a Paolo y triunfar con él. —Besó al Danzarín Rostro en la boca, con desapasionamiento, y Khrone lo apartó.

Por dentro, Vladimir no sonreía. Incluso en aquella extraña representación de su vida, seguía sintiendo la necesidad de estrangular al ghola de Atreides.

59

El manso ve amenazas potenciales por todas partes. El valiente ve beneficios potenciales.

Memorando administrativo de la CHOAM

Más dolor, más torturas, más sustituto de especia. Pero seguía sin conseguir nada que se pareciera mínimamente a progresos en la creación de melange en los tanques axlotl. En otras palabras, lo de siempre.

Uxtal trabajaba en los laboratorios de Bandalong, subordinado a las necesidades de las Honoradas Matres. Al menos, aquellos dos críos ya hacía años que se habían ido: dos motivos menos para estar aterrado. En sus alojamientos, él había seguido tachando los días y buscando la forma de cambiar su situación. De escapar, esconderse. Pero ninguna de las soluciones parecía ni remotamente viable.

Con la excepción de Dios, odiaba a cualquiera que tuviera autoridad sobre él. Más allá de las cosas que sus superiores querían de él, más allá de las mentiras y las excusas que les contaba en relación con su trabajo, Uxtal buscaba señales y portentos, patrones numéricos, cualquier cosa que le revelara el significado de su misión sagrada.

¡Había sobrevivido tanto tiempo que tenía que haber un propósito en aquella pesadilla!

Desde que se llevaron al ghola recién nacido de Paul Atreides, los Danzarines Rostro no le habían ordenado que hiciera nada más, y sin embargo el pequeño investigador no se sentía aliviado. No era libre. Sabía que volverían y le pedirían alguna cosa imposible. Las Honoradas Matres seguían presionándole para que produjera melange auténtica con los tanques axlotl, y él realizaba extravagantes experimentos para demostrar que se esforzaba… aunque no obtuviera resultados.

Ahora que parecía que los Danzarines Rostro no tenían interés por él, estaba completamente a merced de la madre superiora Hellica. Cerró los ojos con fuerza y pensó en lo dura que era su vida desde hacía unos años.

Dado que la Nueva Hermandad había conquistado la mayoría de sus otros enclaves, las Honoradas Matres cada vez necesitaban menos cantidad de droga con base de adrenalina. Pero eso no le hacía las cosas más fáciles. ¿Y si a aquellas terribles mujeres se les metía en la cabeza, que ya no le necesitaban? Ya hacía tiempo que no conseguía progresos y seguro que pensaban que jamás lograría producir melange. (En realidad, él ya hacía años que lo sabía.)

Pensando solo en los negocios, los cargueros de la Cofradía y los mercaderes de la CHOAM iban y venían de las zonas devastadas de Tleilax. Con una neutralidad obligada en el conflicto, comerciaban sin intervenir en política. Las Honoradas Matres necesitaban ciertos suministros y objetos de planetas exteriores, sobre todo con aquellos extraños gustos que tenían en cuestión de ropa, joyas y comidas.

En otro tiempo, las Honoradas Matres habían sido fabulosamente ricas, controlaban el Banco de la Cofradía y llevaban valiosas divisas consigo en sus barridos por los sistemas estelares y planetas, y a su paso dejaban solo tierra quemada. Uxtal no las entendía, no entendía cómo habían podido aparecer unos monstruos semejantes, ni qué los había hecho huir de la Dispersión. Como siempre, a él nadie le decía nada.

— o O o —

Cuando los navegadores de la Cofradía se presentaron ante Hellica y sus rebeldes atrincheradas en Tleilax con una propuesta, Uxtal supo que su pesadilla estaba a punto de empeorar.

Un mensajero llegó a Bandalong desde un carguero que esperaba en órbita. Hellica en persona fue a buscar a Uxtal para escoltarlo ante las miradas recelosas de Ingva y los trabajadores apocados del laboratorio.

—Uxtal, tú y yo viajaremos para reunirnos con el navegador Edrik. Nos espera en el carguero de la Cofradía.

Uxtal se sentía confuso y asustado, pero no podía discutirle. ¿Un navegador? Tragó saliva. Nunca había visto ninguno. Ignoraba por qué le habrían elegido para algo tan importante, pero no podía ser nada bueno. ¿Cómo había sabido el navegador de su existencia? ¿Mediante la presciencia? ¿Tendría alguna oportunidad de escapar, o de conseguir un indulto… o le cargarían con alguna otra tarea imposible?

Cuando ya estaban en el carguero, aunque nadie podía oírles en la cámara acorazada, Uxtal seguía sin sentirse seguro. Permaneció en pie, en silencio, temblando, mientras Hellica caminaba pavoneándose delante del gran tanque blindado. Del otro lado de las paredes curvas de plaz, envuelta en la bruma, la figura de Edrik le pareció tan peculiar que no habría sabido decir si su voz filtrada llevaba una amenaza implícita.

El navegador parecía hablarle a él, no a la Madre Superiora, y eso seguro que la irritaba.

—Los antiguos maestros tleilaxu sabían crear melange con los tanques axlotl. Tú redescubrirás el proceso para nosotros. —El rostro inhumano y distorsionado del navegador flotaba detrás del cristal.

Por dentro Uxtal gimió. Ya había demostrado que no era capaz de hacerlo.

—Yo ya le he dado esa orden —dijo Hellica aspirando—. Durante años me ha fallado una y otra vez.

—Entonces debe dejar de fallar.

Uxtal se retorció las manos.

—No es una tarea sencilla. Mundos enteros de maestros tleilaxu trabajaron durante los tiempos de la Hambruna para perfeccionar ese complejo proceso. Yo soy un hombre solo, y los antiguos maestros no compartieron sus secretos con los tleilaxu perdidos. —Volvió a tragar. Sin duda la Cofradía ya lo sabía, ¿no?

—Si tu gente es tan ignorante, ¿cómo es posible que crearan unos Danzarines Rostro tan superiores? —preguntó el navegador. Uxtal se estremeció, porque (ahora) sabía que su gente no había creado ni a Khrone ni a su raza superior de cambiadores de forma. Por lo visto, se los habían encontrado en la Dispersión.

—No me interesan los Danzarines Rostro —espetó Hellica. Siempre le había parecido que estaba en malos términos con Khrone—. Me interesan los beneficios de la melange.

Uxtal tragó.

—Cuando todos los maestros murieron, sus conocimientos murieron con ellos. He trabajado con diligencia para recuperar esa técnica. —No mencionó que las Honoradas Matres eran responsables de la pérdida de aquellos secretos. Hellica no se tomaba muy bien las críticas, ni siquiera las veladas.

—Entonces enfoca el asunto de otra forma. —Edrik soltó las palabras como un golpe—. Trae a uno de ellos de vuelta.

La idea sorprendió a Uxtal. Ciertamente, podía utilizar un tanque axlotl para resucitar a alguno de los maestros, siempre y cuando tuviera células viables.

—Pero… están todos muertos. Incluso en Bandalong, los maestros fueron asesinados hace muchos años. —Pensó en el joven barón y en Hellica alimentando alegremente a los sligs con miembros de sus cuerpos—. ¿Dónde encontraremos células para un ghola?

La Madre Superiora dejó de andar arriba y abajo como un tigre y se volvió hacia él como si quisiera asestarle una estocada fatal.

—¿Eso es lo único que necesitabas? ¿Unas pocas células? ¿Trece años y no me has dicho que solo necesitabas unas cuantas células para resolver el problema? —Las motas naranjas de sus ojos se encendieron como ascuas.

Él se encogió. Nunca se le había ocurrido.

—¡No pensé en esa posibilidad! Los maestros desaparecieron…

Ella le rugió.

—¿Es que nos tomas por estúpidas, hombrecito insignificante? Jamás prescindiríamos de algo tan valioso. Si me garantizas que el plan de los navegadores puede funcionar, si podemos crear melange y vendérsela a la Cofradía, te daré las células que necesitas.

La enorme cabeza de Edrik se movió arriba y abajo detrás de las paredes de plaz, y sus ojos saltones miraron furiosos al investigador tembloroso.

—¿Aceptas el proyecto?

—Lo aceptamos. Este tleilaxu perdido trabaja para nosotras, y si vive es solo porque nosotras queremos.

Uxtal aún estaba aturdido por la revelación.

—Entonces… ¿alguno de los antiguos maestros sigue con vida?

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