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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Cazadores de Dune (38 page)

BOOK: Cazadores de Dune
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La amenaza era mayor de lo que imaginaba. Tendría que ocuparse inmediatamente.

Equipos de obreros masculinos retiraron los destructores de aspecto ominoso con ayuda de paletas suspensoras. Dos en las escotillas que había bajo cada una de las fragatas de las Honoradas Matres. Aquellas rebeldes salvajes habrían destruido un planeta entero con todos sus habitantes solo para decapitar a la Nueva Hermandad. Había que castigarlas.

—Tenemos que estudiar estas armas —dijo Murbella entusiasmada ante la perspectiva de duplicarlas—. Y recrear esta tecnología. Las necesitaremos a miles cuando llegue el Enemigo.

Janess miró con expresión sombría al cadáver de la sacerdotisa y las rameras masacradas que yacían como muñecas por los pasillos de la nave. La ira tiñó sus mejillas de color.

—Tal vez tendríamos que utilizar uno de esos destructores contra Gammu y eliminar de una vez por todas a esas mujeres.

Murbella sonrió por la expectación.

—Oh, sin duda, nuestro próximo objetivo será Gammu, pero será un ataque mucho más personal.

53

No vemos la mandíbula del cazador cerrándose sobre nosotros hasta que los colmillos hacen brotar la sangre.

D
UNCAN
I
DAHO
,
Un millar de vidas

Duncan tocó las almohadillas táctiles de la consola de mando para alterar ligeramente el rumbo del
Ítaca
por el vacío del espacio.

Sin mapas ni registros, no tenía forma de saber si algún humano había llegado tan lejos en la Dispersión. No importaba. Durante catorce años habían viajado a ciegas, sin un destino concreto. Para reducir el riesgo de accidentes, Duncan rara vez activaba los motores Holtzman.

Al menos los había mantenido a salvo. Algunos de los pasajeros —sobre todo Garimi y su facción, así como la gente del rabino— estaban cada vez más inquietos. Ya habían nacido docenas de niños, y las supervisoras Bene Gesserit se encargaban de criarlos en secciones aisladas de la nave. Todos querían un hogar.

—¡No podemos seguir huyendo para siempre! —había dicho Garimi durante una de sus recientes reuniones.

Sí podemos. Y quizá tendremos que hacerlo.
Aquella nave gigante y autosuficiente solo necesitaba repostar una o dos veces cada siglo, puesto que extraía casi todo lo que necesitaba del mar enrarecido de moléculas del espacio.

La no-nave llevaba años navegando, sin dar ningún salto por el tejido espacial. Duncan los había llevado más allá de los límites imaginables para quienes habían cartografiado el paisaje espacial. No solo había evitado al Enemigo, también había huido del Oráculo del Tiempo, pues nunca sabía en quién confiar.

En todo ese tiempo, no había visto señal de la red titilante, pero le inquietaba pasar demasiado tiempo en una misma zona.
¿Por qué nos buscan el anciano y la anciana con tanto afán? ¿Es a mí a quien buscan? ¿Es la nave? ¿O alguna otra persona de a bordo?

Mientras esperaba, sus pensamientos empezaron a vagar con la nave y sintió que sus vidas se superponían,
sus muchas vidas
. La fusión de carne y conciencia, el flujo de experiencia e imaginación, las grandes enseñanzas y los acontecimientos épicos que había vivido. Buscó en sus incontables vidas, remontándose hasta su infancia original en Giedi Prime, bajo la tiranía Harkonnen, y luego hasta Caladan, donde fue leal maestro de armas de la casa Atreides. Dio su primera vida por salvar a Paul Atreides y dama Jessica. Luego los tleilaxu lo recuperaron como ghola con el nombre de Hayt, y sus encarnaciones posteriores sirvieron al caprichoso Dios Emperador. Tanto dolor, tantas alegrías…

Él, Duncan Idaho, había estado presente en muchos momentos críticos de la historia, la caída del Imperio Antiguo y el advenimiento de Muad’Dib, el largo mandato y la muerte del Dios Emperador… y mucho más. Y en todo momento, la historia no había dejado de destilar acontecimientos, de procesarlos y cribarlos a través de los sucesivos Duncan, de renovarlos.

En un pasado lejano, amó a la hermosa Alia, a pesar de su carácter extraño. Siglos más tarde, amó profundamente a Siona, aunque era evidente que el Dios Emperador los juntó a propósito. En sus múltiples vidas-ghola había amado a muchas mujeres exóticas y hermosas.

Entonces, ¿por qué le costaba tanto olvidar a Murbella? No podía romper el vínculo debilitador que le unía a ella.

Aquella semana había dormido muy poco, porque cada vez que se metía en la cama y se agarraba a la almohada no podía dejar de pensar en ella y sentir su ausencia. Después de tantos años… ¿por qué no disminuían el dolor y aquel anhelo adictivo?

Inquieto, deseando poner una mayor distancia entre él y el canto de sirena de Murbella, borró las coordenadas de navegación que la nave tenía en aquellos momentos y utilizó su intuición temeraria (o despiadada) para saltar aleatoriamente por el tejido espacial.

Cuando llegaron a una nueva sección no cartografiada del espacio, Duncan dejó que su mente flotara en un estado de amnesia más profundo que el trance de un mentat. Aunque no quería admitirlo, estaba buscando indicios de la presencia de Murbella, aunque sabía que no podía estar allí.

Obsesión.

Duncan no podía concentrarse, y sus ensoñaciones le pusieron a merced de la red delicada pero mortífera que había empezado a formarse alrededor de la no-nave sin que él se diera cuenta.

— o O o —

Teg llegó al puente de navegación y vio a Duncan ante los controles, sumido en sus pensamientos, como solía, sobre todo últimamente.

Su mirada se fue a los módulos de control, la pantalla panorámica, el rumbo que había seguido la nave. Estudió los patrones en la consola, luego contempló los patrones en el vacío. Pero incluso sin los sensores y las pantallas, él podía percibir el volumen de espacio vacío que los rodeaba. Un nuevo vacío, una región sin estrellas distinta de la que acababan de dejar.

Duncan había saltado de forma implacable por el tejido espacial. Pero la naturaleza de lo aleatorio era tal que la nueva localización podía estar muy cerca del Enemigo o muy lejos.

Algo inquietaba a Teg. Sus capacidades de Atreides le permitían concentrarse en ciertas anomalías y discernir cosas que no estaban. Duncan no era el único que veía cosas extrañas.

—¿Dónde estamos?

Duncan contestó con un enigma.

—¿Quién puede saber dónde estamos? —Y de golpe salió del trance, y exclamó—. ¡Miles! La red… se está cerrando a nuestro alrededor, como una soga.

Duncan no había lanzado la nave a una región yerma y segura, sino directa al Enemigo. Como arañas hambrientas que reaccionan ante una vibración inesperada en su tela, el anciano y la anciana los estaban rodeando.

Ya alerta a causa de su premonición, Teg reaccionó con un arranque de velocidad, sin pensar. Su cuerpo entró en modo
overdrive
, sus reflejos se activaron, sus actos se aceleraron a unas velocidades indefinibles. Moviéndose con un metabolismo que ningún cuerpo humano podía aguantar, se hizo con los mandos de navegación. Sus manos se movían en un revoltijo. Su mente corría de un sistema a otro y volvió a activar los motores Holtzman cuando aún se estaban recargando. Inconmensurablemente despierto y rápido, como una parte más de la nave… les hizo dar un nuevo y alarmante salto por el tejido espacial.

Podía intuir la red, los hilos
racionales
que intentaban atraparlos en un último intento, pero Teg liberó la nave, la hizo saltar por uno de los pliegues del espacio y desgarró la red. Saltaron a un lugar, y luego a otro, alejando la nave de la trampa. Atrás intuía dolor, graves daños a la red y quienes la habían arrojado, y luego indignación por haber vuelto a perder a la presa.

Teg volaba por el puente, haciendo ajustes, enviando órdenes, moviéndose con una rapidez tal que nadie —ni siquiera Duncan— sabría que estaba reparando el error del otro. Finalmente, volvió a velocidad normal, agotado, hambriento.

Asombrado por lo que Teg había hecho en menos de un segundo, Duncan meneó la cabeza para apartar de ella el pozo negro de los recuerdos de Murbella.

—¿Qué acabas de hacer, Miles?

Derrumbado ante una consola secundaria, el Bashar dedicó a Duncan una sonrisa misteriosa.

—Solo lo que era necesario. Estamos fuera de peligro.

54

Un simple jugador no tendría que dar por sentado que puede influir en las reglas del juego.

B
ASHAR
M
ILES
T
EG
, lecciones de estrategia

¡Ras!

Las hojas de la podadora se movían, y cortaron varias ramas para modificar la forma de las plantas.

—¿Ves cómo la vida se empeña en salirse de sus fronteras definidas? —Molesto, el anciano avanzó metódicamente junto al arbusto que había en el lado del césped, podando los tallos y hojas que sobresalían, cualquier cosa que lo apartara de la perfección geométrica—. Los setos díscolos son tan irritantes…

Y atacó las zonas más altas con un insistente sonido de las tijeras. Cuando acabó, su superficie estaba totalmente plana, lisa, tal como exigían sus especificaciones.

La anciana estaba echada en su tumbona, con una expresión divertida en la cara. Levantó su vaso de limonada.

—Yo lo que veo es a alguien que insiste en imponer un orden en lugar de aceptar la realidad. Lo aleatorio también tiene su valor.

Dio otro sorbito y pensó en activar mentalmente un grupo de aspersores para mojar al anciano y hacer así una demostración de lo impredecible. Pero ese tipo de broma, aunque divertida, solo serviría para provocar tirantez. Así que se limitó a contemplar el trabajo innecesario de su compañero.

—En lugar de volverte loco apegándote a una serie de normas ¿por qué no cambiar las normas? Tienes el poder para hacerlo.

Él la miró furioso.

—¿Estás sugiriendo que estoy loco?

—Solo era una figura retórica. Hace tiempo que te recuperaste del daño que hubieras podido sufrir.

—Me provocas, Marty. —El pequeño destello de peligro pasó y el anciano volvió a concentrarse en sus tijeras con renovado vigor. De nuevo atacó los setos, dándoles forma, moldeando, y no quedó satisfecho hasta que cada hoja estuvo en el sitio que él quería.

La anciana dejó su vaso y se acercó a los lechos de flores, donde una profusión de tulipanes y lirios daban pinceladas de color.

—Yo prefiero sorprenderme… saborear lo inesperado. Hace la vida mucho más interesante. —Frunciendo el ceño, se inclinó para examinar una planta espinosa que se estaba extendiendo entre sus flores—. Aunque hay límites, por supuesto. —Y la arrancó con un tirón rencoroso.

—Teniendo en cuenta que aún no tenemos la no-nave bajo nuestro control, te veo muy tranquila. ¡Cada vez que consiguen escapar me enfurezco más! Kralizec se nos echa encima.

—Esta vez ha estado muy cerca. —La mujer avanzó entre su jardín de flores, sonriendo. A su espalda, las flores que se estaban marchitando de pronto se animaron, cuajadas de un nuevo color. El cielo era de un azul perfecto.

—No parece que te preocupe el daño que nos han hecho. Invertí una gran cantidad de esfuerzo para crear y arrojar la última red de taquiones. Adorables zarcillos que se extendieran muy lejos… —Sus labios se crisparon en una mueca—. Y ahora está rota, enmarañada, deshilachada.

—Oh, pero puedes rehacerla con un pensamiento. —La mujer agitó una mano bronceada—. Estás molesto porque las cosas no han salido como querías. ¿No se te había ocurrido que la reciente huida de la no-nave es una prueba más de la proyección profética? Sin duda significa que la persona a la que esperas (lo que los humanos conocen como el kwisatz haderach) está realmente a bordo. ¿Cómo, si no, pudieron escapar? ¿No crees que podría ser la demostración tangible de la proyección?

—Siempre hemos sabido que estaba a bordo. Por eso debemos capturar la no-nave.

La anciana rió.

—Hemos «predicho» que está a bordo, Daniel. No es lo mismo. Siglos y siglos de proyecciones matemáticas nos han llevado a la conclusión de que la persona que necesitamos estaría allí.

El anciano clavó sus afiladas tijeras en la hierba como si fuera un enemigo.

La proyección matemática era tan sofisticada y compleja que era prácticamente como una profecía. Los dos sabían muy bien que necesitaban al kwisatz haderach para ganar la inminente batalla-tifón. En otro tiempo habrían considerado la profecía como poco más que una leyenda de gentes supersticiosas y primitivas. Pero, con aquellas proyecciones analíticas tan imposiblemente detalladas, junto con milenios de profecías humanas misteriosamente exactas, la pareja de ancianos sabía que para lograr la victoria necesitaban tener aquella carta en su poder, un cañón humano.

—Hace tiempo, otros descubrieron lo absurdo de intentar controlar a un kwisatz haderach. —La mujer dejó lo que hacía con las malas hierbas y se incorporó. Se llevó la mano a la rabadilla, como si tuviera algún dolor muscular, aunque no era más que un gesto afectado—. Casi los destruyó, y tuvieron que pasar mil quinientos años lamentándose por lo que había sucedido.

—Eran débiles. —El anciano cogió un vaso medio lleno de limonada de la mesa de jardín donde lo había dejado y se lo bebió de un trago.

Ella fue a su lado y, a través de un hueco con bordes perfectos del seto, miró hacia las extravagantes y complejas torres y los edificios interconectados de la lejana ciudad que rodeaba su perfecto santuario. Le tocó el codo.

—Si me prometes que no te enfurruñarás, te ayudaré a reparar la red. De verdad, debes aceptar que es normal que los planes se desbaraten.

—Entonces tendremos que hacer mejores planes.

Aun así, los dos se concentraron y una vez más empezaron a entrelazar las delicadas hebras por el tejido del universo, reconstruyeron la red de taquiones y la arrojaron al exterior a una gran velocidad, cubriendo distancias imposibles en un abrir y cerrar de ojos.

—Seguiremos intentando atrapar la nave —dijo la anciana—, pero será mejor que concentremos nuestros esfuerzos en el plan alternativo de Khrone. Gracias a lo que ha descubierto en Caladan, tenemos una segunda oportunidad para lograr la victoria. Tendríamos que trabajar en las dos alternativas. Sabemos que Paul Atreides fue un kwisatz haderach, y que el ghola del chico ya ha nacido, gracias a la previsión de Khrone…

—Una previsión puramente accidental, estoy seguro.

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