Caminos cruzados (14 page)

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Authors: Ally Condie

Tags: #Infantil y juvenil, #Romántico

BOOK: Caminos cruzados
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—¿No hay peligro? ¿Seguro que estás bien?

—Es culpa mía. Estás rocas son más blandas que las que yo escalaba. He apoyado demasiado peso en esa y la he roto.

Los arañazos de su pierna no sustentan su afirmación de que la roca es blanda, pero sé a qué se refiere. Aquí, todo es distinto. Ríos envenenados, roca blanda. Nunca se sabe qué esperar. Qué aguantará y qué cederá.

La segunda mitad de la escalada es menos accidentada. Indie tenía razón; la parte vertical ha sido la más difícil. Me agarro a finos rebordes de roca con solo las yemas de los dedos, ordeno a mis nudillos que permanezcan doblados y a mis pies que no resbalen. Encajo los brazos y las rodillas en grietas verticales y utilizo la ropa y la piel como Indie me ha enseñado: para mantenerme pegada a la pared gracias a la fricción.

—Ya casi estamos —dice por encima de mí—. Dame un minuto y sube. No es difícil.

Me detengo a descansar en una grieta y trato de recobrar el aliento. Advierto que aquí la roca sí me sustenta y sonrío, eufórica de lo alto que estamos.

«A Ky le encantaría esto. Puede que también esté escalando.»

Es hora de hacer un último esfuerzo.

No miraré abajo, atrás ni a ninguna parte que no sea arriba y adelante. Mi mochila vacía se desplaza un poco y me tambaleo antes de hundir las uñas en la roca. «Agárrate. Espera.» Algo liviano y con alas me roza al pasar y me asusto. Para serenarme, pienso en el poema que Ky me regaló para mi cumpleaños, el que trataba del agua:

La marea subía y las garzas se zambullían cuando tomé el camino

fronterizo del pueblo...

Aquí, en esta tierra pedregosa, me siento como una criatura que se ha quedado en la orilla después de que la ola se haya retirado. Que trata de cruzar a un lugar donde podría estar Ky. «Y, aunque no esté ahí, lo encontraré. No me detendré hasta que logre cruzar a ese lugar.»

Espero un momento hasta recobrar el equilibrio y después, pese a no querer hacerlo, vuelvo la cabeza.

El paisaje no se parece en nada al que Ky y yo veíamos juntos desde la cima de la Loma. No hay casas, ayuntamientos o edificios, sino tierra, piedras y arbustos. Sin embargo, aún es un lugar al que he subido y, una vez más, me parece que, de algún modo, Ky lo ha subido conmigo.

—Ya casi he llegado —les susurro a él y a Indie.

Me encaramo por el borde del farallón, con la cara sonriente, y alzo la vista.

No estamos solas.

Parece que se haya desatado el fuego del infierno. Ceniza, por doquier. Un viento atraviesa la Talla y me la mete en los ojos, que me lloran y se me empañan.

Trato de decirme que esto solo son los vestigios de un gran incendio. Palos colocados en fila, humo engullido por el cielo.

Pero la expresión de Indie me indica que ella ve la verdad y, en mi fuero interno, también la sé yo. Las figuras ennegrecidas que siembran el suelo no son palos. Son reales, estos montones de cadáveres en lo alto de la Talla.

Indie se agacha y, cuando se endereza, lleva algo en la mano. Una cuerda chamuscada, la mayor parte está en buen estado.

—Vamos —dice, con las manos ennegrecidas por la ceniza de la cuerda. Se aparta un mechón pelirrojo que se le ha soltado de la trenza y se marca la cara sin querer.

Miro a las personas. También tienen marcas en la piel, azules, líneas sinuosas. ¿Qué significarán?

«¿Por qué subisteis aquí? ¿Cómo fabricasteis esta cuerda? ¿Qué más habéis aprendido en estos cañones mientras el resto os olvidábamos? ¿O jamás supimos que existíais?»

—¿Cuánto tiempo llevan muertos? —pregunto.

—El suficiente —responde Indie—. Una semana, quizá más. No estoy segura. —Percibo crispación en su voz—. Quien haya hecho esto puede volver. Tenemos que irnos.

Por el rabillo del ojo, veo movimiento y me vuelvo. Altas banderas rojas colocadas a lo largo de la cresta ondean violentamente al viento. Aunque están clavadas al suelo en vez de atadas a ramas, me recuerdan las telas rojas que Ky y yo dejamos en la Loma.

¿Quién ha señalado esta cresta? ¿Quién ha matado a estas personas? ¿La Sociedad? ¿El enemigo?

¿Dónde está el Alzamiento?

—Tenemos que irnos ya, Cassia —repite Indie detrás de mí.

—No —digo—. No podemos dejarlos aquí.

¿Eran ellos el Alzamiento?

—Así es como mueren los anómalos —dice Indie, con frialdad—. Nosotras dos solas no podemos cambiarlo. Tenemos que encontrar a otra persona.

—Puede que estas sean las personas que intentábamos encontrar —me lamento. «Por favor, que el Alzamiento no termine antes de que hayamos tenido siquiera ocasión de encontrarlo.»

«Oh, Ky —pienso—. No lo sabía. Así que esta es la clase de muerte que has visto.»

Indie y yo echamos a correr por la cima y dejamos los cadáveres insepultos. «Ky aún está vivo —me digo—. Tiene que estarlo.»

En el cielo solo está el sol. Nada vuela. Aquí no hay ángeles.

Capítulo 15

Ky

No nos detenemos hasta habernos alejado de quienquiera que esté en el caserío. Ninguno de los tres habla mucho; caminamos a buen paso y seguimos el cañón principal. Al cabo de unas horas, saco el mapa para ver dónde estamos.

—Parece que subamos todo el rato —observa Eli, algo sofocado.

—Así es —digo.

—Entonces, ¿por qué parece que no ganamos altura? —pregunta.

—Las paredes del cañón también suben —respondo—. Mira. —Le enseño cómo han señalado los labradores la altitud en el mapa.

Eli mueve la cabeza, confundido.

—Imagínate la Talla y todos sus cañones como un gran barco —le dice Vick—. La parte por la que hemos entrado estaba casi hundida. La parte por la que vamos a salir sobresale mucho. ¿Lo entiendes? Cuando lleguemos al final, estaremos por encima de la llanura.

—¿Sabes de barcos? —le pregunta Eli.

—Un poco —responde—. No mucho.

—Podemos descansar un momento —digo a Eli mientras cojo la cantimplora. Bebo.

Vick y Eli también lo hacen.

—¿Te acuerdas del poema que decías por los muertos? —comienza a decir Vick—. ¿Por el que te pregunté?

—Sí. —Miro el pueblo de montaña señalado en el mapa. «Ahí es donde tenemos que ir.»

—¿Cómo lo conociste?

—Fue por casualidad —respondo—. En Oria.

—¿No en las provincias exteriores? —pregunta.

Sabe que sé más de lo que digo. Lo miro. Él y Eli están al otro lado del mapa, observándome. La última vez que Vick me desafió fue en el pueblo, cuando hablé de cómo mataba la Sociedad a los anómalos. Ahora percibo la misma mirada pétrea en sus ojos. Piensa que es hora de abordar el tema.

Tiene razón.

—Allí también —respondo—. Llevo toda la vida oyendo hablar del Piloto. —Y así es: en las provincias fronterizas, en las provincias exteriores, en Oria, y ahora aquí en la Talla.

—¿Y quién crees que es? —pregunta Vick.

—Algunos piensan que el Piloto es el líder de una rebelión contra la Sociedad —respondo, y a Eli se le ilumina la mirada.

—El Alzamiento —dice Vick—. Yo también he oído hablar de él.

—¿Hay una rebelión? —pregunta Eli, entusiasmado—. ¿Y el Piloto es el líder?

—Quizá —respondo—. Pero eso no tiene nada que ver con nosotros.

—Claro que lo tiene —dice Eli, enfadado—. ¿Por qué no se lo dijisteis a los demás señuelos? ¡A lo mejor podríamos haber hecho algo!

—¿Qué? —pregunto, con hastío—. Vick y yo hemos oído hablar del Piloto. Pero no sabemos dónde está. Y, aunque lo supiéramos, no creo que el Piloto pueda hacer nada aparte de morir y llevarse a demasiadas personas con él.

Vick niega con la cabeza, pero no dice nada.

—Podríamos haberles dado esperanzas —insiste Eli.

—¿De qué sirven las esperanzas si son vanas? —le pregunto.

Él tensa la mandíbula con obstinación.

—No es muy distinto a lo que intentaste hacer cuando trucaste sus pistolas.

Tiene razón. Suspiro.

—Lo sé. Pero hablarles del Piloto tampoco les habría hecho ningún bien. Solo es una historia que mi padre solía explicarnos.

De pronto, recuerdo que mi madre pintaba ilustraciones mientras él nos contaba el relato de Sísifo. Cuando él terminaba y las pinturas se secaban, yo siempre tenía la sensación de que por fin descansaba.

—A mí me habló del Piloto una persona de mi pueblo —dice Vick. Se queda callado un momento—. ¿Qué les pasó a tus padres?

—Murieron en un ataque aéreo —respondo. Al principio, no tengo intención de decir nada más. Pero sigo hablando. Tengo que explicar a Eli y a Vick lo que sucedió para que comprendan mi desencanto—. Mi padre solía organizar reuniones con todos los vecinos del pueblo.

Pienso en lo emocionante que era siempre, que todos se fueran sentando en los bancos y se pusieran a conversar. El rostro se les iluminaba cuando mi padre entraba en la sala.

—Mi padre descubrió una forma de desconectar el terminal del pueblo sin que se enterara la Sociedad. O eso creía él. No sé si el terminal aún funcionaba o si alguien informó a la Sociedad de las reuniones. Pero estaban todos reunidos cuando comenzó el ataque aéreo. La mayoría murió.

—Entonces, ¿tu padre era el Piloto? —pregunta Eli, asombrado.

—Si lo era, ahora está muerto —respondo—. Y se llevó a todo el pueblo con él.

—Él no los mató —dice Vick—. No puedes echarle la culpa.

Puedo y lo hago. Pero sé qué Vick tiene parte de razón.

—¿Quién los mató?, ¿la Sociedad o el enemigo? —pregunta al cabo de un momento.

—Las aeronaves parecían enemigas —respondo—. Pero la Sociedad no llegó hasta que todo hubo terminado. Eso era nuevo. En esa época, al menos fingía que nos defendía.

—¿Dónde estabas tú cuando pasó? —pregunta Vick.

—En una meseta —respondo—. Había subido para ver llover.

—Como los señuelos que intentaron coger la nieve —observa Vick—. Pero a ti no te mataron.

—No —admito—. Las aeronaves no me vieron.

—Tuviste suerte —dice Vick.

—La Sociedad no cree en la suerte —afirma Eli.

—Yo he decidido que es lo único en lo que creo —arguye Vick—. En la buena suerte y en la mala. Y parece que la nuestra siempre es mala.

—Eso no es cierto —dice Eli—. Escapamos de la Sociedad y conseguimos entrar en el cañón. Encontramos la cueva con los mapas y hemos huido del caserío antes de que nos descubran.

No admito nada. No creo en la Sociedad ni en el Alzamiento, ni tampoco en el Piloto o la suerte, sea buena o mala. Creo en Cassia. Si tuviera que decir que creo en algo aparte de eso, diría que creo en ser o no ser.

En este momento, soy, y no pienso dejar de hacerlo.

—Vamos —les digo mientras enrollo el mapa.

Cuando se pone el sol, decidimos pasar la noche en una cueva señalada en el mapa. Al entrar, nuestras linternas alumbran las pinturas y grabados que decoran las paredes.

Eli se queda clavado al suelo. Sé cómo se siente.

Recuerdo la primera vez que vi grabados como estos. En aquella estrecha grieta próxima a nuestro pueblo. Mis padres me llevaban allí cuando era pequeño. Intentábamos adivinar qué significaban los símbolos. Mi padre practicaba copiando las figuras en el suelo. Eso era antes de que supiera escribir. Él siempre quiso aprender, y quería hallar el significado de todo. Cada símbolo, palabra y circunstancia. Cuando no lo encontraba, se lo inventaba.

Pero esta cueva es asombrosa. Las pinturas rebosan color y los grabados son muy detallados. A diferencia de la tierra del suelo, esta piedra se aclara en vez de oscurecerse cuando se graba en ella.

—¿Quién hizo esto? —pregunta Eli, rompiendo el silencio.

—Muchas personas —respondo—. Las pinturas parecen más recientes. Parecen obra de los labradores. Los grabados son más antiguos.

—¿De cuándo? —pregunta Eli.

—De hace miles de años —respondo.

Los grabados más antiguos representan personas de espaldas anchas con los dedos extendidos. Parecen fuertes. Una da la impresión de tocar el cielo. Me quedo mucho rato mirando la figura y su mano alzada y recuerdo la última vez que vi a Cassia.

La Sociedad fue a buscarme de madrugada. El sol no había salido, pero ya apenas quedaban estrellas. Era esa hora intermedia en la que es más fácil llevarse cosas.

Me desperté cuando se inclinaron sobre mí en la oscuridad, con la boca abierta para decir lo mismo de siempre: «No hay nada que temer. Acompáñanos». Pero les pegué antes de que lograran hablar. Hice correr su sangre antes de que ellos pudieran llevárseme para derramar la mía. Mi instinto me dictó que peleara y lo hice. Por una vez.

Peleé porque había encontrado la paz en Cassia. Porque sabía que podía descansar en sus caricias, que me quemaban como el fuego y me limpiaban como el agua.

La pelea no duró mucho. Ellos eran seis y yo solo uno. Patrick y Aida no se habían despertado todavía.

—No grites —dijeron los funcionarios y los militares—. Será más fácil para todos. ¿Vamos a tener que amordazarte?

Negué con la cabeza.

—Al final, el estatus siempre es lo que cuenta —dijo uno de ellos al resto—. Se suponía que este no iba a causarnos problemas; lleva años siendo sumiso. Pero un aberrante siempre será un aberrante.

Casi estábamos fuera de la casa cuando Aida nos vio.

Y después recorrimos las calles a oscuras mientras Aida chillaba y Patrick hablaba en voz baja, con urgencia, sin nervios.

No. No tengo ganas de pensar en Patrick y Aida ni en lo que luego sucedió. Los quiero más que a nadie en el mundo aparte de Cassia y, si alguna vez la encuentro, los buscaremos juntos. Pero no soy capaz de pensar en ellos durante mucho tiempo, en los padres que me aceptaron y no recibieron nada a cambio salvo más sufrimiento. Demostraron mucho valor volviendo a querer. Eso me hizo creer que yo también podía hacerlo.

Sangre en mi boca y bajo mi piel, en cardenales que todavía no se han hecho visibles. Cabeza gacha, manos esposadas a la espalda.

Y entonces.

Mi nombre.

Ella gritó mi nombre delante de todos. No le importó quién supiera que me amaba. Yo también grité el suyo. Vi su pelo despeinado, sus pies descalzos, sus ojos mirándome solo a mí. Y después señaló el cielo.

«Sé que querías decirme que siempre me recordarías, Cassia, pero tengo miedo de que me olvides.»

Quitamos la broza y las piedras de una parte de la cueva para echarnos a descansar. Algunas de las piedras son pedernales y es probable que los labradores las guardaran aquí para encender fogatas. También encuentro una piedra arenisca, casi redonda, y pienso de inmediato en mi brújula.

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