Authors: Paul Watzlawick
FORMACIÓN DE PROBLEMAS
Levantamos primero la polvareda y luego nos quejamos de no poder ver.
BERKELEY
Y ahora que habéis roto el muro con vuestra cabeza ¿qué haréis en la celda de al lado?
SJ. LEC, New Unkempt Thoughts
Por lo general, lo que promueve el cambio (incluso en determinados aspectos del crecimiento y del desarrollo) es la desviación con respecto a alguna norma. Cuando llega el invierno y comienza a descender la temperatura, las habitaciones han de ser caldeadas y se han de llevar ropas de abrigo, a fin de permanecer a gusto. Si la temperatura desciende más aún, se precisa de más calefacción y de ropas de más abrigo. Es decir: el cambio resulta necesario para restablecer la norma, tanto para la comodidad como para la propia supervivencia. El cambio deseado se verifica mediante aplicación de lo contrario de lo que produjo la desviación (por ejemplo: calor contra el frío), de acuerdo con la propiedad
d
del grupo. Si esta acción correctora resulta insuficiente, la aplicación de
más de lo mismo
da eventualmente lugar al efecto deseado. Este tipo sencillo y «lógico» de solución de problemas no solamente se aplica a múltiples situaciones de la vida cotidiana, sino que se halla asimismo en la raíz de miríadas de procesos interactivos en fisiología, neurología, física, economía y muchos otros campos.
Sin embargo, esto no es todo. Consideremos algunas otras situaciones, evidentemente similares. El alcoholismo constituye un grave problema social. Se han de establecer por tanto restricciones en cuanto al consumo de alcohol y cuando ello no basta para eliminar el problema, se ha de llevar el principio de «más de lo mismo» hasta su última consecuencia: la prohibición. Mas la prohibición como cura de dicho mal social es peor que la enfermedad: el alcoholismo aumenta, surge toda una industria clandestina de fabricación de bebidas alcohólicas, la baja calidad de sus productos acentúa el problema de salud pública del alcoholismo, se hace precisa una policía especial para combatir a los contrabandistas de alcohol, la cual por lo general resulta a la larga corrompida, etc. Cuando el problema llega a agravarse de este modo, la prohibición se va haciendo cada vez más rígida, pero aquí, el principio de más de lo mismo no produce «sorprendentemente» el cambio deseado, sino que por el contrario, la «solución» contribuye en gran medida a aumentar el problema y, de hecho, se convierte eventualmente en el mayor de ambos males (es decir: por una parte el mal de un cierto porcentaje de alcohólicos dentro de la población general y, por otra, un extenso contrabando, una gran corrupción y un aumento de negocios delictivos,
además
de una elevada cota de alcoholismo).
Este ejemplo sirve asimismo para ilustrar otro importante punto, a primera vista contradictorio, acerca del cambio en las situaciones de la vida real. En los términos abstractos de la teoría de grupos, los miembros de un grupo (por ejemplo: números enteros, partículas) son concebidos como no cambiantes en cuanto a sus propiedades particulares; aquello que puede experimentar considerables cambios es su secuencia, sus relaciones mutuas, etc. En la vida real, si bien ciertos problemas humanos pueden continuar a un nivel constante de gravedad, hay muchos que no permanecen igual durante mucho tiempo, sino que tienden a aumentar y acentuarse si no se alcanza ninguna solución o la solución alcanzada es errónea y sobre todo si se aplica
más
de la misma solución equivocada. Cuando esto sucede, la situación puede permanecer similar o idéntica desde el punto de vista estructural, pero la intensidad de la dificultad y del sufrimiento impuesto aumenta. El lector debe tener en cuenta esta distinción, ya que por otra parte nuestros próximos ejemplos parecen implicar una contradicción consistente en que, por una parte, el problema es presentado como permaneciendo sin modificar, mientras que por otra es descrito como empeorando constantemente.
¿Es la pornografía un pernicioso mal social? Para muchas gentes la respuesta consiste en un sí indudable (y jamás puesto en tela de juicio). Es por tanto lógico combatir y reprimir la pornografía mediante todos los medios legales disponibles. Pero el ejemplo danés ha mostrado que la liberalización completa de la pornografía no sólo no ha abierto las compuertas que nos inunden con el pecado y la depravación generales, sino que ha hecho que el público llegue a ridiculizarla y a ignorarla
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. En el caso de la pornografía, por tanto, la solución consistente en «más de lo mismo » no es meramente el mayor de dos problemas, sino que es el problema, ya que sin la «solución» no existiría problema.
Resulta extraño observar cómo, por una parte, resulta patente lo absurdo de este tipo de solución, mientras que, por otra, se vuelve a intentar una y otra vez esta forma de cambio, como si aquellos que son responsables de llevar a cabo el cambio fuesen incapaces de deducir las necesarias conclusiones a partir de la historia
[2]
. El hiato existente entre las generaciones puede considerarse como un ejemplo más. Los dolorosos roces entre la generación de los viejos y la de los jóvenes ha existido evidentemente durante mucho tiempo y ha sido lamentada en términos notablemente estereotipados a través de milenios
[3]
. Mas por antiguo que sea el problema, nadie parece haber encontrado un camino para modificarlo y existen así motivos para creer que no tiene solución. En la actualidad, sin embargo, hay mucha gente convencida de que el hiato entre las generaciones puede y debe desaparecer. Esta convicción, y no el hiato entre las generaciones, es lo que crea un sinnúmero de problemas — sobre todo a través de una polarización aumentada entre las generaciones — mientras que antes existía tan sólo una dificultad con la cual la humanidad se había acostumbrado al parecer a vivir. Mas ahora que se ha incrementado una incipiente polarización, son cada vez más numerosos los que comienzan a advertir que es preciso hacer más. «Más de lo mismo» es su receta para obtener un cambio y esta «solución» es el problema.
Opinamos que la misma complicación está en la raíz de numerosos problemas humanos, de índole contumaz, en los que el sentido común indicaría que el modo de contrarrestar un hecho doloroso o perturbador consistiría en introducir su contrario en la situación. Así por ejemplo ¿qué sería más natural para los parientes y amigos que intentar animar a una persona deprimida? Pero lo más seguro es que esta última no sólo no se beneficie con ello, sino que hunda más aún en su depresión. Esto, a su vez, hace que los demás intensifiquen sus esfuerzos para que el deprimido vea las cosas con algo más de optimismo. Guiados por la «razón» y el «sentido común», son incapaces de ver (y el paciente es incapaz de decir) que lo que esta ayuda involucra es una exigencia de que el paciente tenga ciertos sentimientos (alegría, optimismo, etcétera) y no otros (tristeza, pesimismo, etc.). El resultado de ello es que si el paciente presentaba en un principio una tristeza tan sólo temporal, ésta se mezcle ahora con sentimientos de fracaso, de maldad y de ingratitud con respecto a aquellos que le aman tanto y están esforzándose tanto por ayudarle. Es esto último lo que constituye entonces la depresión y no la tristeza original. Tal estado de cosas puede observarse con frecuencia en familias en las que los padres están firmemente convencidos de que un niño criado en un ambiente confortable ha de ser un niño feliz y consideran como un silencioso reproche incluso el más normal y-pasajero estado de tristeza o de irritabilidad de su hijo, estableciéndose por tanto la ecuación «tristeza = maldad». La orden de «vete a tu cuarto y no salgas de él hasta que no se te quite esa cara de mal genio» es uno de los múltiples modos como los padres pueden intentar provocar un cambio en el niño. El estado de ánimo del niño no solamente implicará ahora un sentimiento de culpa por no sentir aquello que «debe» sentir para ser «bueno» y aceptado por los demás, sino también una rabia impotente por aquello que se le hace; dos sentimientos que los padres pueden agregar entonces a la lista de los que el niño no debe tener. Una vez que se ha establecido este patrón consistente en tratar inadecuadamente una dificultad, que en el fondo carece de importancia, y se ha convertido en algo habitual, el refuerzo exterior (que aquí consiste en los esfuerzos realizados por los padres para dar lugar a un cambio) no es ya necesario. La experiencia clínica muestra que el individuo se aplicará eventualmente a sí mismo la «solución» causante de depresiones y quedará así apto para ser etiquetado como paciente.
Una forma esencialmente idéntica y contraproducente de resolver problemas es la intentada por una persona que tiene dificultad en dormirse, trastorno muy corriente y conocido prácticamente por todo el mundo. El error en que incurren la mayoría de los que padecen insomnio es el de intentar forzarse a sí mismos a dormir mediante un acto de voluntad, con lo que únicamente logran mantenerse aún más despiertos. El sueño, por su propia naturaleza, es un fenómeno que tan sólo puede tener lugar espontáneamente, pero no puede ocurrir por sí solo si se le desea mediante un esfuerzo de voluntad. Pero el insomne que se desespera de manera creciente al ver que va transcurriendo el tiempo y que no se duerme, está haciendo precisamente eso, y la «cura» que intenta se convierte en realidad en su enfermedad. La fórmula de «más de lo mismo» puede dar aquí lugar a cambios dietéticos, a modificaciones en el horario de irse a la cama, a la toma de hipnóticos y a una subsiguiente dependencia con respecto a fármacos; cada uno de estos pasos, en lugar de resolver el problema, lo intensifica.
En la psicoterapia conyugal, se puede observar frecuentemente cómo ambos esposos adoptan comportamientos que cada uno de ellos considera como la reacción más apropiada frente a algo mal hecho por el otro. Es decir, cada uno de ellos considera el comportamiento correctivo particular del otro como aquel comportamiento que precisa corrección. Así por ejemplo, una mujer puede tener la impresión de que su marido no es lo suficiente abierto a su respecto, como para decirle dónde va, qué es lo que piensa, qué es lo que hace cuando está fuera de casa, etc. Como es natural, intentará obtener la información que desea dirigiéndole preguntas, vigilando su comportamiento y sometiéndole a prueba de otros modos. Si él, por su parte, considera la conducta de su mujer demasiado entrometida, se negará a proporcionarla una información que en sí puede ser bastante inocente y carecer de importancia — «para enseñarle a no meterse en lo que no le importa» —; pero en lugar de conseguir que ella renuncie a su actitud, tal tentativa de solución no solamente no da lugar a que ella cambie de comportamiento en el sentido que él desea, sino que hace que aumenten las preocupaciones y la desconfianza de ella: «si no me quiere contar ni esas pequeñas cosas, es que debe haber algo más». Cuanto menos la informa él, más insistirá ella en enterarse, y cuanto más insista ella, tanto menos cederá él. Cuando por último acuden al psiquiatra, éste diagnosticará el comportamiento de la esposa como de celos patológicos, siempre que no preste atención al modo de interacción de los cónyuges y a las soluciones que intentan y que constituyen el auténtico problema.
Lo que los ejemplos antes citados tienen en común y desean demostrar es que, en determinadas circunstancias, pueden surgir problemas como mero resultado de un intento equivocado de cambiar una dificultad existente
[4]
y esta clase de formación de problemas puede surgir en cualquier aspecto del funcionamiento humano: individual, dual, familiar, sociopolítico, etc. En el caso de los dos esposos, que acabamos de mencionar, el observador tiene la impresión de que se trata de dos marineros, inclinado cada uno de ellos a un lado de la barca a fin de mantener el equilibrio de ésta; cuanto más se incline uno de ellos fuera de la borda, tanto más se ha de inclinar el otro para compensar la inestabilidad creada por el primero en sus tentativas para estabilizar la embarcación, mientras que esta última permanecería bastante estabilizada a no ser por los acrobáticos esfuerzos de sus tripulantes (ver figura 3).
Figura 3: La pareja intenta frenéticamente estabilizar una barca que está ya en posición estable
No resulta difícil observar que para hacer cambiar tan absurda situación, uno de ellos debe hacer algo que parece bastante irracional, es decir: inclinarse menos y no más fuera de la borda, ya que ello forzará inmediatamente al otro a hacer lo mismo (a no ser que quiera acabar cayendo al agua) y así ambos acabarán confortablemente instalados en el interior de la embarcación, permaneciendo ésta bien equilibrada. Este modo de efectuar un cambio, que parece ir contra el sentido común, será tema del capítulo VII. Terminaremos el presente capítulo mostrando cómo los ejemplos arriba citados se ajustan a nuestra teoría del cambio.
Como ilustra el primer ejemplo (calor contra frío), existen innumerables situaciones en las que una desviación de una norma puede retornar a esta última mediante la aplicación de su contrario. En términos de la teoría cibernética, se trataría de un sencillo fenómeno de feedback negativo
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mediante el cual un sistema recupera y mantiene su estabilidad interna. Desde el punto de vista de la teoría de los grupos, este proceso homeostático posee la cuarta propiedad de grupo, ya que su resultado es el miembro de identidad o cambio cero. Como hemos mencionado, existen innumerables casos en los que esta forma de resolver problemas y de cambio proporciona una solución válida y satisfactoria. En todos estos casos, el potencial de cambio 1 inherente al sistema puede compensar la alteración, permaneciendo inmodificada la estructura del sistema.