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Authors: Paul Watzlawick

BOOK: Cambio.
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Todos los demás ejemplos presentados en este capítulo corresponden a casos en los que el cambio 1, sean cuales sean las propiedades del grupo implicadas, resulta incapaz de efectuar el cambio deseado, ya que aquí es la propia estructura del sistema la que ha de experimentar un cambio, y ello puede ser tan sólo efectuado al nivel de cambio 2. En nuestro ejemplo del automóvil, ello significa que se han de cambiar las marchas, más bien que pisar el acelerador a fondo; en términos de la teoría cibernética, ello significa que el cambio tiene que llevarse a cabo según una función-paso
[6]
. El intento de realizar un cambio 1 en tales circunstancias o bien contribuye a acentuar el problema que se supone ha de resolver o bien constituye en sí el propio problema.

A riesgo de parecer que nos enredamos en minucias semánticas, deseamos establecer aquí una clara distinción entre nuestro uso de los términos dificultades y problemas. Cuando en lo que sigue hablemos acerca de dificultades,) nos referiremos sencillamente a un estado de cosas indeseable que, o bien puede resolverse mediante algún acto de sentido común (por lo general de tipo de cambio 1, por ejemplo: calor contra frío) y para el cual no se precisan especiales capacidades para resolver problemas, o bien, con mayor frecuencia, nos referiremos a una situación de la vida, indeseable pero por lo general bastante corriente, y con respecto a la cual no existe solución conocida y que hay que saber sencillamente conllevar, al menos durante cierto tiempo. Cuando hablemos de problemas) nos referiremos a callejones sin salida, situaciones al parecer insolubles, crisis, etc., creados y mantenidos al enfocar mal las dificultades. Existen fundamentalmente tres modos de enfocar mal las dificultades:

1)
Intentar una solución negando que un problema lo sea en realidad: es preciso actuar, pero no se emprende tal acción.

2)
Se intenta un cambio para eliminar una dificultad que desde el punto de vista práctico es inmodificable (por ejemplo: el hiato generacional o bien un cierto porcentaje de alcohólicos dentro de la población general) o bien inexistente: se emprende una acción cuando no se debería emprender.

3)
Se comete un error de tipificación lógica y se establece un «juego sin fin» cuando se intenta un cambio 1 en una situación que tan sólo puede cambiarse a partir del nivel lógico inmediatamente superior (por ejemplo: el problema de los nueve puntos, o bien los errores de sentido común ilustrados en los ejemplos de la depresión, el insomnio y los celos) o bien, se intenta un cambio 2 cuando resultaría adecuado un cambio 1 (por ejemplo, cuando se exige de alguien un cambio de «actitud» y no simplemente un cambio determinado de comportamiento): la acción es emprendida a un nivel equivocado.

Con arreglo a nuestra experiencia son tan fundamentalmente importantes estos tres modos de enfocar mal el cambio, que trataremos acerca de ellos por separado en los tres capítulos próximos.

IV. Las terribles simplificaciones

Me propongo enseñaros a pasar de algo disimuladamente absurdo a algo que lo es abiertamente.

WITTGENSTEIN, Pbilosophical Investigations, § 464.

Parece bastante improbable que alguien intente solucionar situaciones difíciles negando que un problema lo sea en realidad. Sin embargo, incluso en el lenguage corriente se expresa esto y se refleja en expresiones tales como «seguir la política del avestruz», «hacer la vista larga», etc. En términos más abstractos, la típica fórmula que ello implica es la siguiente: no existe problema alguno (a lo sumo una dificultad) y cualquiera que lo considere como tal está loco o actuando de mala fe y esto, de hecho, es el único origen de cualquier dificultad que se admita. Es decir: la negación de los problemas y los ataques a aquellos que los señalan o que intentan enfrentárseles van unidos. Ya que creemos que la interacción humana supone una causalidad circular y no lineal y unidireccional (en cualquiera de sus distintos niveles: familia, organización empresarial, sistema político, etc.) no tenemos necesidad de vernos envueltos en cuestiones relativas a aquello que fue antes, si el huevo o la gallina, en cualquiera de los ejemplos que seguirán.

La mencionada mezcla de negación y ataque depende de groseras simplificaciones de la complejidad de la interacción en los sistemas sociales y de modo más general, de nuestro mundo moderno, cambiante, interdependiente y altamente complejo. Tal actitud tan sólo puede mantenerse rehusando ver la complejidad de la situación y definiendo la propia y restringida visión como una actitud real, genuina y honesta frente a la vida o como un «atenerse a los hechos». El término francés de
terribles simplificaleurs
utilizado tras los acontecimientos de mayo de 1968 parece especialmente adecuado para definir a los que mantienen tal actitud.

Nada de lo que llevamos dicho hasta ahora ha de interpretarse como afirmación de que las simplificaciones resultan siempre inadecuadas o que no dan lugar a cambios. De hecho, la historia de la ciencia demuestra claramente que en el curso del tiempo las teorías científicas tienden a hacerse cada vez más complejas al tiempo que los científicos intentan acomodar cada vez más excepciones e inconsistencias dentro de las premisas generales de una teoría. Quizá sea preciso un genio para suprimir tales superestructuras y encontrar nuevas y elegantes premisas aplicables a los fenómenos que se estudian
[1]
. Pero este modo de simplificación es precisamente un cambio 2. Inútil es decir que hay genios y «genios». El ingenio de muchos de los llamados genios puede no consistir más que en una incapacidad para captar la complejidad de una situación o bien en un insensible menosprecio hacia los derechos de los demás. Desde esta última perspectiva, la violación de reglas que no convienen personalmente u otras modalidades del comportamiento propio de un gángster pueden aparecer como la impronta del genio.

La función de la negación como mecanismo de defensa desempeña un importante papel en la teoría psicoanalítica, pero en ella queda por lo general limitada a necesidades y pulsiones inconscientes a las que se impide surgir en la consciencia mediante la negación de su existencia. En cambio, nuestra labor nos ha mostrado que los efectos interpersonales de negar problemas innegables (y que en sí pueden ser por completo conscientes) son más serios y más llamativos que aquellos que desde un monádico punto de vista puedan ser atribuidos al mecanismo de negación como defensa intrapsíquica.

No cabe duda de que gran parte del proceso de socialización consiste en enseñar al niño aquello que
no
debe ver,
no
debe oír,
no
debe pensar, sentir o decir. Sin reglas muy definidas acerca de aquello que debe permanecer como ignorado, una sociedad ordenada resultaría tan inimaginable como una sociedad que no lograra enseñar a sus miembros aquello que deben saber y comunicar
[2]
. Pero aquí, como siempre, existen límites y existe un extremo opuesto que es alcanzado cuando la distorsión de la realidad inherente a una negación comienza a exceder a las ventajas. El estudio de Laségue y Falret sobre la
«folie á deux»
(70) escrito hace casi un siglo, la obra de Lidz sobre la
transmisión de la irracionalidad
(73), el concepto de
pseudo-mutualidad
de Wynne (110), los conceptos de
colusión
(64) y de
mistificación
(66) de Laing, el de
dualidad terrible
de Scheflen (83), el de los
mitos familiares
de Ferreira (33), todos estos estudios están basados sobre la observación de aspectos particulares de negación de problemas en familias alteradas. La primera y principal razón para negar determinados problemas se debe probablemente a la necesidad de mantener una fachada social aceptable. Entre sus resultados inmediatos se cuentan los así llamados
«secretos a voces»
en estas familias, así llamados porque todo el mundo los conoce, y a pesar de ello se supone que nadie sabe que toda la familia lo sabe. Como ya hemos dicho, el elemento inconsciente está por tanto con frecuencia ausente y queda sustituido por un contrato interpersonal tácito o bien, como observa Ferreira:
«El miembro individual de la familia puede saber, y con frecuencia sabe, que gran parte de la imagen familiar es falsa y no representa mucho más que una especie de "línea del partido"»
(32). El término está sumamente bien escogido, ya que en realidad, las líneas de partido sirven precisamente al mismo propósito que los mitos familiares, si bien a una escala mucho mayor. Como se comprende, las situaciones de la índole que acabamos de describir pueden ser mucho más insidiosas y patógenas cuando no sólo es negada la existencia de un problema, sino incluso la negación misma
[3]
.

Éstos son, por tanto, los casos más llamativos de patología sistémica, cuando incluso el intento de aludir a la negación (y más aún una mención del problema mismo) se califica al punto de maldad o de locura, las que en realidad resultan de ese tipo de terrible simplificación, a no ser que el sujeto haya aprendido la crucial habilidad de ver; pero, al mismo tiempo, de ser muy cauteloso en lo que dice de ver. Pues quien ve detrás de la fachada es condenado si ve y dice que ve, o loco si ve, pero no admite lo que ve ni tan sólo en su fuero interno. O bien, como lo ha expresado Laing:

Están jugando a un juego. Están jugando a no jugar un juego. Si muestro que estoy viendo lo que hacen, rompería las reglas del juego y me castigarían. Debo jugar el juego. Debo jugar al juego de no ver que juego.

Y:

Si no sé que no sé, pienso que sé; Si no sé que sé, pienso que no sé (68).

Existen también simplificaciones en muchos contextos sociales más amplios. Ya hemos señalado la esencial similitud entre los mitos familiares y las «líneas de partido». Otra área es la representada por las promesas preelectorales de los políticos. Sus programas están con frecuencia repletos de simplificaciones y raramente fallan en cuanto a que estas últimas les suenen convincentemente a muchas gentes. Cuando son elegidos, dichos sujetos se dan cuenta de que resulta imposible cumplir lo que prometieron, ya que se ven enfrentados con dificultades inesperadas (si bien no inesperables) o bien se ven forzados al azar político. Sería ciertamente ideal que los problemas desapareciesen por el mero hecho de negarlos o mediante el uso de la fuerza. Así por ejemplo, es indudable que la revolución electrónica enfrente a la sociedad con problemas nuevos y hasta entonces desconocidos, deshumanizantes, pero lo cierto es que su solución no se llevará a cabo mediante alguna terrible simplificación tal como la siguiente: rompamos las computadoras y volvamos a una vida sencilla y honesta. Las conmociones causadas por la revolución industrial tampoco se resolvieron por la tentativa de destrozar las máquinas, por obvia que hubiese aparecido tal solución en su tiempo.

Resulta muy fácil separar las reglas de las necesidades concreas que condujeron a su formulación, y considerar luego como un acto heroico desafiar la regla, la norma o la ley interpretadas como una pura expresión de malevolencia o de prejuicio. Una persona de mediana edad que sentía gran simpatía por los problemas de los jóvenes nos refirió una típica desilusión experimentada al respecto. Había ofrecido a dos muchachos que se interesaban por coches un aprendizaje gratuito en su pequeño taller de reparaciones, oferta que ellos aceptaron muy contentos. Pero cuando les dijo que a fin de evitar serios accidentes en el trabajo tenían que recogerse sus largas melenas y llevar zapatos, ellos tan sólo vieron en esta recomendación un típico prejuicio de la vieja generación ante su peculiar modo de afirmarse como individuos libres.

Aun cuando este ejemplo parezca algo trivial, consideremos la misma actitud a una escala más amplia. En un estudio reciente, un equipo de psicólogos de la universidad del estado de Ohio entrevistaron a 102 pasajeros en el aeropuerto internacional de Columbus acerca de las medidas de seguridad en las líneas aéreas, correspondientes a los tres conceptos siguientes: conveniencia personal, eficacia y preferencia personal. Uno de los resultados fue que los pasajeros de edad inferior a 30 años

«son contrarios al registro de los pasajeros que tienen un aspecto sospechoso, al aumento de las tarifas aéreas, al encarcelamiento de por vida de los secuestradores y al entrenamiento para la lucha del personal de aviación. El hecho de que los pasajeros más jóvenes se manifiesten en contra de estas cuatro cosas quizás pueda ser interpretado como representativo de una actitud más general predominante entre la juventud contemporánea» (25).

Por desgracia, el proyecto para este estudio no incluía la cuestión referente a qué medidas alternativas recomendarían dichos pasajeros para combatir el problema mundial representado por la piratería aérea; aunque no se trate sino de una hipótesis, si bien muy plausible, cabe sostener que su «actitud más general» podría estar basada en la típica simplificación de que dicho problema no es un problema.

Ello nos conduce a otro ejemplo de simplificación, representada por el problema a escala mundial planteado en la mayoría de universidades norteamericanas y europeas en relación con la pertinencia de la moderna educación universitaria. Aquí hallamos también una amplia negación de los profundos problemas que han intentado resolver los más esclarecidos pensadores y maestros a través de los siglos. Eulau, en una disertación reciente, ha resumido tal estado de cosas. Para él, el debate en torno a la pertinencia (con mayúscula) como exigencia manifiestamente legítima y panacea de las dificultades que obstaculizan la educación universitaria, incuba su propia destrucción. Desde este punto de vista, señala, la pertinencia implicaría en primer término:

... una explicación sencilla e inmediatamente comprensible de lo que en realidad son cuestiones complicadas. Frecuentemente se trata de explicaciones basadas en la consideración de un solo factor: los problemas del medio ambiente son debidos a la avidez de ganancias, los problemas penitenciarios son imputables a la brutalidad de los guardianes, la guerra es provocada por el imperialismo económico, etc. Por tratarse de cuestiones urgentes, se requieren soluciones inmediatas, pero éstas no permiten análisis complicados; los análisis complicados son tan sólo una excusa para no hacer nada.

En segundo término, hablar de pertinencia supone que el contenido de la enseñanza y la investigación debe ser tan fresco y reciente como el noticiario matutino de la radio. Tratar los acontecimientos desde un punto de vista histórico o filosófico es una mera pérdida de tiempo. Sin embargo, vivir en la confusión producida por los acontecimientos recientes resulta intolerable...

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