Buenos días, pereza (8 page)

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Authors: Corinne Maier

BOOK: Buenos días, pereza
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Todo esto explica que estemos dirigidos por
Homos Economicus cretinus
, la forma más lograda y extendida del hombre nuevo engendrado por la empresa.

INGENIEROS Y COMERCIALES: «MATCH» NULO

En vista de la inmensa cantidad de documentos que produce, se podría creer que la empresa está interesada en las personas capaces de construir una frase compuesta por sujeto, verbo y complemento. Curiosamente, no sucede así, ya que a la empresa no le gustan mucho la gente «de letras», expresión que aplica con afán despectivo. Los de letras «no saben hacer nada» y »son unos soñadores». En cambio, los ingenieros sí que saben hacer cosas: han estudiado matemáticas, y las mates, como todo el mundo sabe, son la ciencia de la racionalidad.

Según esto, el ingeniero observa directamente la realidad y trata de llegar al fondo de las cosas sin complicarse la vida; desconfía de los hombres (y más aún de las mujeres), que son poco fiables por naturaleza y constituyen una fuente de incesantes complicaciones. Su sueño es la automatización total, «con la máxima exactitud» y «en el tiempo real», a base de máquinas que funcionan de tal modo que basta con pulsar un botón para obtener un resultado. El ingeniero, estrafalario por naturaleza, suele resultar gracioso sin quererlo; por su aspecto marginal podría ser un compañero agradable en la cafetería de la empresa, si no fuera burro además.

Mientras aguardamos a que la vida en su conjunto funcione como una máquina bien engrasada, el ingeniero se dedica a resolver problemas y, cuando no los hay, a creárselos. Esto explica que sea una mina de actividades completamente inútiles: eso que le tenemos que agradecer. Por desgracia, para compensar la influencia de los ingenieros, la empresa contrata también a comerciales, que suelen ser cretinos pretenciosos convencidos de que todo se compra y se vende. Se entiende que haya frecuentes tiranteces entre los dos grupos. Cuando los ingenieros están al mando, los del área comercial se encargan de promocionar y comercializar la racionalidad aplicada por los del área técnica. ¡Pero es difícil! Acordémonos del Concorde y del Superphénix: eran joyas tecnológicas, pero también insoldables pozos de pérdidas. En cambio, cuando los que mandan son los comerciales, no hacen más que hablar de reducir costes y se comprometen a eliminar radicalmente las actividades superfluas pero a veces divertidas ideadas por nuestros imaginativos ingenieros.

La gran empresa, dividida entre la técnica y la cartera, se apoya en dos piernas que no van en la misma dirección; ¡no es raro que tropieces tantas veces!

EL CONSULTOR: CONSULTAMOS PERO NO SOMOS TONTOS

En nuestros días, es impensable educar a un niño sin:

  • un psicólogo para ayudarlo a superar su edipo,
  • un logopeda para enseñarle a leer y
  • un profesor particular para que pueda asimilar las estupideces con las que le llenan la cabeza en el colegio.

Vivimos en el mundo de la ayuda generalizada; casi nos parece increíble que la humanidad, sin apoyo exterior, sin psicólogo y sin cuidados paramédicos reembolsados por la Seguridad Social, lograra inventar la imprenta y levantar catedrales (es un verdadero misterio, que da crédito a la muy seria tesis de que las pirámides y otras construcciones faraónicas puedan haber sido erigidas por extraterrestres).

Sucede lo mismo en la empresa. Como se supone que las organizaciones actuales deben fomentar el «autoaprendizaje» y los individuos deben ser «creativos», hay que ayudar a que todo este mundillo adquiera nuevos sabores y nuevas ideas. Por eso ha surgido una nueva especialidad indispensable: el
coach
. Su cometido es ofrecer acompañamiento personalizado para que cada persona pueda desarrollar su potencial. Como las organizaciones necesitan las capacidades de la persona susceptible de desarrollarse plenamente, los
coachs
cuidan la semilla y se aseguran de que germine. De hecho no son más que asesores modernizados para conseguir un toque actual… y para responder a la importante demanda social de autenticidad y libertad. ¿No nos propone el
neomanagement
que dejemos de ser instrumento y nos liberemos llevando a la práctica nuestras aspiraciones más profundas
[11]
? Pero esta supuesta «libertad» es a la empresa lo que el porno a la liberación sexual: un mísero derivativo. En una versión algo deformada de una frase que hizo célebre el humorista Cabu, podríamos decir: «He hecho
coaching, team-building, e— learning
y… sigo tan
karting
como siempre».

El
coach
no es el único parásito que se alimenta del animal. La empresa se gasta millones en todo tipo de «especialistas» en auditoría y asesoramiento que cobran para decir lo que su interlocutor quiere escuchar y para apoyar las decisiones de los principales responsables. Las propuestas estratégicas y organizativas del consultor se presentan en forma de documentos muy austeros y a menudo ilegibles que incluyen largas listas de «ítems», acompañadas de gráficos con figuras geométricas y flechas que simbolizan las múltiples interacciones existentes y pretenden aportar coherencia al discurso. Cuando nuestro consultor no tiene más que dos ideas (lo cual ya es mucho), las expresa en forma de matriz. El mensaje de fondo de todo este rompecabezas empresarial se pone de manifiesto en banalidades como las siguientes: «Cuando el edificio funciona todo funciona», »La electricidad es esencial para la iluminación», «Este mercado ha llegado a la madurez, lo cual significa que muchos consumidores ya han comprado el producto», etc. Al consultor le encanta proponer soluciones obvias, como sugerir mecanismos de ahorro cuando ha habido malos resultados o aconsejar una diversificación a una empresa que está ganando dinero.

Por último, nuestro asesor no sirve más que para que los asalariados admitan la buena fe de las limitaciones impuestas en todos los ámbitos o normalicen su comportamiento: «¡Todos firmes!» es el credo del consultor, que se dedica a derribar puertas abiertas. En fin, es una categoría de personas que me cae bastante mal…

INÚTILES, SUMISOS Y GANDULES

A la empresa le gustan las tipologías, porque son tranquilizadoras. En la
neolengua
de la empresa, aparecen en primer lugar las familias de consumidores: de los «adulescents» (en inglés
kidults
, adultos con gustos adolescentes) a los «papyboomers» (de
papy
‘abuelo’ y
boomer
, adultos de entre cincuenta y cincuenta y cinco años), de las «célibattantes» (treintañeras ‘solteras’ y urbanas, de
célibataire
, soltera, y
tante
, ‘tia’) a los «dinks» (
double income, no kids
: parejas sin hijos y con dos sueldos), pasando por los «influenceurs» (‘influidores’), los «bobos» (de
bohemian bourgeois
, ‘burgueses bohemios’), los «early adopters» (los que adoptan pronto las tendencias)… Cada año se crean conceptos nuevos. Y, si hay categorías de compradores, ¿hay familias de trabajadores? Sí, están los «novatos con experiencias», los «jóvenes ejecutivos», los «ejecutivos con gran potencial» y los «ejecutivos sobredimensionados».

Pero a mí no me termina de convencer este batiburrillo, así que voy a dar dos tipologías diferentes que se aplican al mundo del trabajo. La primera es mía y la segunda es una propuesta del psicoanalista Jacques Lacan
[12]
, que no se dedicó solamente a decir cosas incomprensibles destinadas a los profesionales del inconsciente. En uno de sus seminarios, definió a las personas que frecuentan los grupos de psicoanalistas y de otro tipo; no profundizó mucho en la cuestión porque no era lo que pretendía, pero veamos lo que sugirió. Resulta sorprendente comprobar hasta qué punto se solapan las dos clasificaciones que paso a explicar.

Tipología de Maier
: hay tres categorías de personas, los seguidores, los molestos y los perezosos. Los seguidores son los más numerosos: avanzan poco a poco, no tratan de cambiar nada, nunca ponen en cuestión el orden establecido y no toman ninguna iniciativa susceptible de tener algún efecto; en resumidas cuentas, son totalmente inofensivos. Los molestos son los que desorganizan toda una sección, soliviantan los ánimos, envenenan el ambiente y provocan una depresión nerviosa en sus colegas. Son menos numerosos que los primeros, afortunadamente, pero mucho más perjudiciales. Los últimos, los perezosos, no son muy visibles; son discretos, desprecian vagamente a los seguidores y huyen de los molestos como de la peste; su único objetivo es trabajar lo menos posible.

Tipología de Lacan
: el canalla, el cínico y el débil. El canalla es el hombre o la mujer que se coloca en el lugar del Otro, es decir, el que pretende mandar por los demás en la causa del deseo. El canalla intenta gobernar a los que le rodean, modelarlos. Es el patrono que te explota, te paga menos de lo que debería e intenta hacerte creer que es por tu bien. El cínico, en cambio, no tiene más ley que su placer pero no intenta imponérselo a los demás (por otro lado, los demás le importan poco): es la persona que se coge dos semanas de baja con cada resfriado, que no se avergüenza de pasarles todo el trabajo a los demás con la excusa de que él en la vida tiene otras cosas más interesantes que hacer; judo, las mujeres, el póquer… da igual. Vuelca toda su energía en su pasión; en el gran juego de la vida, su participación es absolutamente «individual». ¿Sale vencedor? Sí, hay que reconocer que no le va mal, porque sabe mantenerse alejado del canalla. Estos dos personajes son muy diferentes del débil: dócil, crédulo, sumiso, el débil (que no es forzosamente estúpido) se deja captar por el discurso del Otro hasta el punto de no poder despegarse de él. En realidad, es suficientemente lábil para dejarse dirigir por quien desea hacer de jefe. En las empresas (y de hecho en todas partes), hay una legión de estos perfectos cumplidores, trabajadores celosos, serviles con los poderosos y altaneros con los demás, siempre dispuestos a identificarse con el modelo que les proponen. En realidad, ninguna empresa podría funcionar sin ellos, y es precisamente su abundancia lo que hace que cualquier cambio sea posible.

Ahora te toca a ti establecer la relación entre los dos paradigmas: «hacemos balance mañana, pero no hace falta que te quedes toda la noche trabajando».

No te cruzarás nunca con algunos cretinos, por dos motivos: en primer lugar, porque se mueven en esas altas esferas a las que tú no puedes acceder, y en segundo lugar, porque atraviesan la galaxia de la empresa como estrellas fugaces antes de perderse en un agujero negro que los absorbe irremediablemente…

Hagamos un poco de historia. Antes de los años ochenta, la empresa nunca había ocupado un lugar tan importante en la sociedad francesa. Hasta la época de Mitterrand, la empresa no gozaba de buena prensa en Francia: era el lugar de la explotación y la alienación, y el
self-made man
era visto como un nuevo rico en un país que aprecia las distancias sociales. Después cambiaron las cosas, en un contexto marcado por la crisis de la militancia y los grandes proyectos políticos: ¡como no podemos hacer nada más, hagámonos empresarios!

El símbolo de este cambio tan radical fue Bernard Tapie, el gran predicador del culto al rendimiento, modelo de dinamismo y ojito derecho de los medios de comunicación por su personalidad tan
show-biz
. Recuerdo el lamentable programa de televisión
Ambitions
, que se retransmitía en un horario de gran audiencia, en el que un Bernard Tapie poderoso, relajado y decidido atravesaba a grandes pasos el pasillo central antes de subir al podio al son de una cancioncilla que decía: «
Jamais trop tard pour changer / Fais ta révolution / Et contre vents et marées, défend tes ambitions
» (‘Nunca es tarde para cambiar / Haz tu revolución / Y contra viento y marea, / defiende tu ambición’). ¡Cuando pienso que en aquella época yo tenía veinte años! Pero hay cosas peores: mientras la imagen del ganador y el directivo empresarial se revalorizaba, la idea del «derecho a triunfar» cristalizaba en una opinión pública extremadamente exigente; tras el «derecho al hijo» de las mujeres estériles o el «derecho a la sexualidad» de los minusválidos, ¿cuánto tardará en llegar el «derecho a la clonación» de los fanáticos de la ciencia?

El sueño de Tapie duró bien poco, en realidad: la mitología de la empresa fue perdiendo fuerza a finales de la década de los ochenta. Se vio que no había logrado evitar del
crack
de 1987 y que no era una defensa contra el desempleo y menos aún contra Jean-Marie Le Pen, en pleno auge por entonces. Si la ilusión de la competencia que reinó en los años ochenta daba a entender que cualquiera podía triunfar, el discurso de hoy, mucho más negativo, sugiere que cualquier ciudadano puede caer en desgracia. Eso es lo que le sucedió a Bernard Tapie, convertido en paria del mundo de los negocios y de la vida política tras un carrera fulgurante que duró lo que dura una flor, antes de marchitarse y oler tan mal como el dinero sucio y los sobornos, Y el telespectador vio cómo se deshacía el sueño de Tapie, representado en directo, noche tras noche, en «Los pasos del oprobio», «La noche de los chorizos» y «Perderse de vista» que es una caída inapelable del telón.

Más avanzado el siglo, el culebrón continuó con Jean-Marie Messier, que también terminó tropezando con sus alas de gigante. Messier es el narciso regordete que se vio ensalzado antes de ser puesto en la picota. Como dice la frase célebre, «la roca Tarpeya está cerca del Capitolio», lo que significa que Messier tuvo un brillante éxito antes de fracasar clamorosamente. Sus tobillos hipertrofiados valieron a Messier, en
las noticias del guiñol
, el apodo de J6M, que significa: «Jean-Marie Messier, dueño del mundo». Al hombre le encantaba salir en las fotos y, en su momento de esplendor, sus casa de 20 millones de euros (pagada por Vivendi, su empresa) y los asientos de cuero de su jet privado salían en todas las revistas.

Deberíamos haberlo sospechado; este hombre sobradamente preparado (ex alumno del Instituto Politécnico y de la Escuela Nacional de Administración) pertenece a la arrogante casta de los inspectores de finanzas pasados por la función pública, donde, en determinado nivel, no hay que familiarizarse con ninguna especialidad porque uno ya es el dueño de Francia y de los franceses. J6M, a la cabeza de la Compañía General de Aguas (rebautizada como Vivendi) tenía que familiarizarse con el agua y los residuos; pero ¿para qué? El agua es insípida y los residuos huelen mal. En cambio, utilizar el dinero de estos dos sectores poco
glamourosos
para construir un imperio mediático
ex nihilo
, recurriendo a supuestas sinergias que no eran más que ilusiones, eso sí que había que hacerlo.

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