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Authors: Friedrich Nietzsche

Así habló Zaratustra (11 page)

BOOK: Así habló Zaratustra
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Ay, existen tantos grandes pensamientos que no hacen más que lo que el fuelle: inflan y producen un vacío aún mayor. ¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento do­minante, y no que has escapado de un yugo.

¿Eres tú alguien al que le sea lícito escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servi­dumbre.

¿Libre de qué? ¡Qué importa eso a Zaratustra! Tus ojos de­ben anunciarme con claridad: ¿libre para qué?

¿Puedes prescribirte a ti mismo tu bien y tu mal y suspen­der tu voluntad por encima de ti como una ley? ¿Puedes ser juez para ti mismo y vengador de tu ley?

Terrible cosa es hallarse solo con el juez y vengador de la propia ley. Así es arrojada una estrella al espacio vacío y al so­plo helado de hallarse solo.

Hoy sufres todavía a causa de los muchos, tú que eres uno solo: hoy conservas aún todo tu valor y todas tus esperanzas. Mas alguna vez la soledad te fatigará, alguna vez tu orgullo se curvará y tu valor rechinará los dientes. Alguna vez grita­rás «¡estoy solo!».

Alguna vez dejarás de ver tu altura y contemplarás dema­siado cerca tu bajeza; tu sublimidad misma te aterrorizará como un fantasma. Alguna vez gritarás: «¡Todo es falso»!
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Hay sentimientos que quieren matar al solitario; ¡si no lo consiguen, ellos mismos tienen que morir entonces! Mas ¿eres tú capaz de ser asesino?

¿Conoces ya, hermano mío, la palabra «desprecio»? ¿Y el tormento de tu justicia, de ser justo con quienes te despre­cian?

Tú fuerzas a muchos a cambiar de doctrina acerca de ti; esto te lo hacen pagar caro. Te aproximaste a ellos y pasaste de largo; esto no te lo perdonan nunca.

Tú caminas por encima de ellos;
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pero cuanto más alto su­bes, tanto más pequeño te ven los ojos de la envidia. El más odiado de todos es, sin embargo, el que vuela.

«¡Cómo vais a ser justos conmigo!, tienes que decir: yo elijo para mí vuestra injusticia como la parte que me ha sido asignada.»

Injusticia y suciedad arrojan ellos al solitario: pero, herma­no mío, si quieres ser una estrella, ¡no tienes que iluminarlos menos por eso!

¡Y guárdate de los buenos y justos! Con gusto crucifican a quienes se inventan una virtud para sí mismos; odian al so­litario.

¡Guárdate también de la santa simplicidad!
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Para ella no es santo lo que no es simple; también le gusta jugar con el fuego, con el fuego de las hogueras para quemar seres humanos.

¡Y guárdate también de los asaltos de tu amor! Con demasia­da prisa tiende el solitario la mano a aquel con quien se en­cuentra.

A ciertos hombres no te es lícito darles la mano, sino sólo la pata: y yo quiero que tu pata tenga también garras.

Pero el peor enemigo con que puedes encontrarte serás siempre tú mismo; a ti mismo te acechas tú en las cavernas y en los bosques.

¡Solitario, tú recorres el camino que lleva a ti mismo! ¡Y tu camino pasa al lado de ti mismo y de tus siete demonios!

Un hereje serás para ti mismo, y una bruja y un hechicero y un necio y un escéptico y un impío y un malvado.

Tienes que querer quemarte a ti mismo en tu propia llama: ¡cómo te renovarías si antes no te hubieses convertido en ce­niza!

Solitario, tú recorres el camino del creador: ¡con tus siete demonios quieres crearte para ti un Dios!

Solitario, tú recorres el camino del amante: te amas a ti mismo y por ello te desprecias como sólo los amantes saben despreciar.

¡El amante quiere crear porque desprecia! ¡Qué sabe del amor el que no tuvo que despreciar precisamente aquello que amaba!

Vete a tu soledad con tu amor y con tu crear, hermano mío; sólo más tarde te seguirá la justicia cojeando.

Vete con tus lágrimas a tu soledad, hermano mío. Yo amo a quien quiere crear por encima de sí mismo y por ello perece.

Así habló Zaratustra.

* * *

De viejecillas y de jovencillas

Por qué te deslizas a escondidas y de manera esquiva en el crepúsculo, Zaratustra? ¿Qué es lo que escondes con tanto cuidado bajo tu manto?

¿Es un tesoro que te han regalado? ¿O un niño que has dado a luz? ¿O es que tú mismo sigues ahora los caminos de los la­drones, tú amigo de los malvados?»,

¡En verdad, hermano mío!, dijo Zaratustra, es un tesoro que me han regalado: es una pequeña verdad lo que llevo conmigo. Pero es revoltosa como un niño pequeño; y si no le tapo la boca, grita a voz en cuello.

Cuando hoy recorría solo mi camino, a la hora en que el sol se pone, me encontré con una viejecilla, la cual habló así a mi alma:

«Muchas cosas nos ha dicho Zaratustra también a nosotras las mujeres, pero nunca nos ha hablado sobre la mujer».

Y yo le repliqué: «Sobre la mujer se debe hablar tan sólo a varones».

«Háblame también a mí acerca de la mujer, dijo ella; soy bastante vieja para volver a olvidarlo enseguida.»

Y yo accedí al ruego de la viejecilla y le hablé así:
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Todo en la mujer es un enigma, y todo en la mujer tiene una única solución: se llama embarazo.

El varón es para la mujer un medio: la finalidad es siempre el hijo. ¿Pero qué es la mujer para el varón?

Dos cosas quiere el varón auténtico: peligro y juego. Por ello quiere él a la mujer, que es el más peligroso de los jugue­tes.

El varón debe ser educado para la guerra, y la mujer, para la recreación del guerrero: todo lo demás es tontería.

Los frutos demasiado dulces, al guerrero no le gustan. Por ello le gusta la mujer: amarga es incluso la más dulce de las mujeres.

La mujer entiende a los niños mejor que el varón, pero éste es más niño que aquélla.

En el varón auténtico se esconde un niño: éste quiere jugar. ¡Adelante, mujeres, descubrid al niño en el varón!

Sea un juguete la mujer, puro y delicado, semejante a la pie­dra preciosa, iluminado por las virtudes de un mundo que to­davía no existe.

¡Resplandezca en vuestro amor el rayo de una estrella! Diga vuestra voluntad: «¡Ojalá diese yo a luz el superhom­bre!»

¡Haya valentía en vuestro amor! ¡Con vuestro amor debéis lanzaros contra aquel que os infunde miedo!

¡Que vuestro honor esté en vuestro amor! Por lo demás, poco entiende de honor la mujer. Pero sea vuestro honor amar siempre más de lo que sois amadas y no ser nunca las se­gundas.

Tema el varón a la mujer cuando ésta ama; entonces realiza ella todos los sacrificios, y todo lo demás lo considera carente de valor.

Tema el varón a la mujer cuando ésta odia, pues en el fon­do del alma el varón es tan sólo malvado, pero la mujer es allí mala.

¿A quién odia más la mujer?, Así le dijo el hierro al imán: «A ti es a lo que más odio, porque atraes, pero no eres bastan­te fuerte para retener».

La felicidad del varón se llama: yo quiero. La felicidad de la mujer se llama: él quiere.

«¡Mira, justo ahora se ha vuelto perfecto el mundo!», así piensa toda mujer cuando obedece desde la plenitud del amor.

Y la mujer tiene que obedecer y tiene que encontrar una pro­fundidad para su superficie. Superficie es el ánimo de la mujer, una móvil piel tempestuosa sobre aguas poco profundas.

Pero el ánimo del varón es profundo, su corriente ruge en cavernas subterráneas: la mujer presiente su fuerza, mas no la comprende.,

Entonces me replicó la viejecilla: «Muchas gentilezas acaba de decir Zaratustra, y sobre todo para quienes son bastante jó­venes para ellas.

¡Es extraño, Zaratustra conoce poco a las mujeres, y, sin embargo, tiene razón sobre ellas! ¿Ocurre esto acaso porque para la mujer nada es imposible?
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¡Y ahora toma, en agradecimiento, una pequeña verdad! ¡Yo soy bastante vieja para ella!

Envuélvela bien y tápale la boca; de lo contrario grita a voz en cuello esta pequeña verdad.»

«¡Dame, mujer, tu pequeña verdad!», dije yo. Y así habló la viejecilla:

«¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!»
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Así habló Zaratustra.

* * *

De la picadura de la víbora

Un día habíase quedado Zaratustra dormido debajo de una higuera, pues hacía calor, y había colocado sus brazos so­bre el rostro. Entonces vino una víbora y le picó en el cuello, de modo que Zaratustra se despertó gritando de dolor.
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Al retirar el brazo del rostro vio a la serpiente; ésta reconoció en­tonces los ojos de Zaratustra, dio la vuelta torpemente y qui­so marcharse. «¡No, dijo Zaratustra; todavía no has recibido mi agradecimiento! Me has despertado a tiempo, mi camino es todavía largo.» «Tu camino es ya corto, dijo la víbora con tristeza; mi veneno mata.» Zaratustra sonrió. «¿En alguna ocasión ha muerto un dragón por el veneno de una serpien­te?, dijo. ¡Pero toma de nuevo tu veneno! No eres bastante rica para regalármelo.» Entonces la víbora se lanzó otra vez al­rededor de su cuello y le lamió la herida.

En una ocasión en que Zaratustra contó esto a sus discípu­los, éstos preguntaron: «¿Y cuál es, Zaratustra, la moraleja de tu historia?» Zaratustra respondió así:

Los buenos y justos me llaman el aniquilador de la mo­ral;
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mi historia es inmoral.

Si vosotros tenéis un enemigo, no le devolváis bien por mal, pues eso lo avergonzaría. Sino demostrad que os ha he­cho un bien.

¡Y es preferible que os encolericéis a que avergoncéis a otro! Y si os maldicen, no me agrada que queráis bendecir.
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¡Es mejor que también vosotros maldigáis un poco!

¡Y si se ha cometido una gran injusticia con vosotros, co­meted vosotros enseguida cinco pequeñas! Es horrible ver a alguien a quien la injusticia le oprime sólo a él.

¿Sabíais ya esto? Injusticia dividida es justicia a medias. ¡Y sólo debe cargar con la injusticia aquel que sea capaz de llevarla!

Una pequeña venganza es más humana que ninguna. Y si el castigo no es también un derecho y un honor para el prevari­cador, entonces tampoco me gusta vuestro castigo.

Es más noble quitarse a sí mismo la razón que mantenerla, sobre todo si se la tiene. Sólo que hay que ser bastante rico para hacerlo.

No me gusta vuestra fría justicia; y desde los ojos de vues­tros jueces me miran siempre el verdugo y su fría cuchilla.
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Decidme, ¿dónde se encuentra la justicia que sea amor con ojos clarividentes?

¡Inventad, pues, el amor que soporta no sólo todos los cas­tigos, sino también todas las culpas!

¡Inventad, pues, la justicia que absuelve a todos, excepto a los que juzgan!

¿Queréis oír todavía otra cosa? En quien quiere ser radical­mente justo, en ése, incluso la mentira se convierte en afabili­dad con los hombres.

¡Mas cómo voy yo a querer ser radicalmente justo! ¡Cómo puedo dar a cada uno lo suyo! Básteme esto: yo doy a cada uno lo mío.

¡En fin, hermanos, cuidad de no ser injustos con ningún eremita! ¡Cómo podría olvidar un eremita! ¡Cómo podría él resarcirse!

Cual un pozo profundo es un eremita. Es fácil arrojar den­tro una piedra; mas una vez que ha llegado al fondo, decidme, ¿quién quiere sacarla de nuevo?

¡Guardaos de ofender al eremita! Pero si lo habéis hecho, ¡entonces matadlo además!

Así habló Zaratustra.

* * *

Del hijo y del matrimonio

Tengo una pregunta para ti solo, hermano mío: como una sonda lanzo esta pregunta a tu alma, para saber lo pro­funda que es.

Tú eres joven y deseas para ti hijos y matrimonio. Pero yo te pregunto: ¿eres un hombre al que le sea lícito desear para sí un hijo?

¿Eres tú el victorioso, el domeñador de ti mismo, el sobera­no de los sentidos, el señor de tus virtudes? Así te pregunto. ¿O hablan en tu deseo el animal y la necesidad? ¿O la sole­dad? ¿O la insatisfacción contigo mismo?

Yo quiero que tu victoria y tu libertad anhelen un hijo. Mo­numentos vivientes debes erigir a tu victoria y a tu liberación. Por encima de ti debes construir. Pero antes tienes que es­tar construido tú mismo, cuadrado
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de cuerpo y de alma.

¡No debes propagarte sólo al mismo nivel, sino hacia arri­ba! ¡Ayúdete para ello el jardín del matrimonio!
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Un cuerpo más elevado debes crear, un primer movi­miento, una rueda que gire por sí misma; un creador debes tú crear.

Matrimonio: así llamo yo la voluntad de dos de crear uno que sea más que quienes lo crearon. Respeto recíproco llamo yo al matrimonio, entre quienes desean eso.

Sea ése el sentido y la verdad de tu matrimonio. Pero lo que llaman matrimonio los demasiados, esos superfluos; ay, ¿cómo lo llamo yo?

¡Ay, esa pobreza de alma entre dos! ¡Ay, esa suciedad de alma entre dos! ¡Ay, ese lamentable bienestar entre dos!
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Matrimonio llaman ellos a todo eso; y dicen que sus matri­monios han sido contraídos en el cielo.

¡No, a mí no me gusta ese cielo de los superfluos! ¡No, a mí no me gustan esos animales trabados en la red celestial!

¡Permanezca lejos de mí también el dios que se acerca co­jeando a bendecir lo que él no ha unido!
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¡No os riáis de tales matrimonios! ¿Qué hijo no tendría motivo para llorar sobre sus padres?

Digno me parecía a mí ese varón, y maduro para el sentido de la tierra, mas cuando vi a su mujer, la tierra me pareció una casa de insensatos.

Sí, yo quisiera que la tierra temblase en convulsiones cuan­do un santo y una gansa se aparean.

Éste marchó como un héroe a buscar verdades, y acabó trayendo como botín una pequeña mentira engalanada
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. Su matrimonio lo llama.

Aquél era esquivo en sus relaciones con otros, y selecciona­ba al elegir. Pero de una sola vez se estropeó su compañía para siempre: su matrimonio lo llama.

Aquél otro buscaba una criada que tuviese las virtudes de un ángel. Pero de una sola vez se convirtió él en criado de una mujer, y ahora sería necesario que, además, se transformase en ángel.
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He encontrado que ahora todos los compradores andan con cuidado y que todos tienen ojos astutos. Pero incluso el más astuto se compra su mujer a ciegas.

Muchas breves tonterías, eso se llama entre vosotros amor. Y vuestro matrimonio pone fin a muchas breves tonte­rías en la forma de una sola y prolongada estupidez.

Vuestro amor a la mujer, y el amor de la mujer al varón: ¡ay, ojalá fuera compasión por dioses sufrientes y encubiertos! Pero casi siempre dos animales se adivinan recíprocamente.

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