Ash, La historia secreta (22 page)

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Authors: Mary Gentle

Tags: #Fantasía

BOOK: Ash, La historia secreta
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El hombre embistió, dos o tres veces. El coño de la mercenaria, húmedo, estremecido, lo sostuvo; un estremecimiento de sensaciones presentidas empezó a soltar los músculos femeninos; la joven sintió cómo se abría, cómo se desplegaba su carne.

El joven se agitó dos veces, como el conejo de un furtivo tras el golpe mortal, y su cálida semilla la inundó, copiosa, deslizándose por los muslos femeninos. El pesado cuerpo del joven se derrumbó sobre la mercenaria.

Ella olió, casi saboreó, la ligera cerveza alemana en su aliento.

Su polla se salió de ella, fláccida.

—¡Estás borracho! —dijo Ash.

—No. Ya te gustaría. Ojalá lo estuviera. —La miró con la cara desdibujada—. Era mi obligación y está cumplida. Y ya está, mi señora esposa. Ahora eres mía, sellada con sangre...

Ash dijo con sequedad:

—No creo.

La expresión del hombre cambió y ella fue incapaz de leerla. ¿Arrogancia? ¿Asco? ¿Confusión? ¿El simple y egoísta deseo de no estar allí, de no estar en esta barcaza, en esta cama, con esta problemática marimacho?

Si lo estuviera contratando sería capaz de leer su expresión. ¿Qué me pasa?

Fernando del Guiz se apartó de ella rodando y se tumbó boca abajo y medio vestido en el colchón. Solo el semen húmedo marcaba las sábanas.

—Tú ya has estado con hombres. Esperaba que hubiera una remota posibilidad de que fuera un rumor, que en realidad no fueras una puta. Como la doncella del rey francés. Pero no eres virgen.

Ash cambió de postura para mirarlo. Se limitó a parpadear. Tanto su expresión como su voz eran neutras, uniformes, apenas teñidas de humor negro.

—Dejé de ser virgen a los seis años. Me violaron por primera vez cuando tenía ocho. Y luego sobreviví haciendo de puta. —Buscó comprensión en los ojos masculinos pero no encontró ninguna—. ¿Has estado alguna vez con una doncellita?

La clara piel masculina enrojeció y se ruborizó desde las mejillas hasta la nuca pasando por la frente.

—:¡Desde luego que no!

—¿Una niña de nueve o diez años? Te sorprendería saber cuántos hombres quieren algo así. Aunque, para ser justos, a algunos no les importaba si era una mujer, una niña, un hombre o una oveja, siempre que pudieran meter la polla en algo cálido y húmedo...

—¡Por Dios y sus ángeles! —La conmoción era pura y horrorizada—. ¡Cierra el pico!

La mercenaria sintió el susurro del aire cuando se le movió el puño; subió el brazo por puro reflejo y el golpe quedo prácticamente absorbido por la parte carnosa del antebrazo femenino. Ahí tiene muchos músculos. Los nudillos masculinos solo rozan las cicatrices de la mejilla pero ese contacto le lanza la cabeza hacia atrás.

—Cállate, cállate, cállate...

—¡Oye!

Jadeante, con los ojos llenos de lágrimas brillantes y sin derramar, Ash vuelve a apartar su cuerpo del de él. Lejos de la piel cálida y sedosa que cubre duros músculos, lejos del cuerpo que ansia envolver con el suyo.

Con amargura, ya con todos los privilegios feudales, escupió:

—¿Cómo pudiste hacer todo eso?

—No fue difícil. —De nuevo es la voz de la comandante, áspera, práctica y con un toque de humor consciente. Ash sacudió la cabeza para aclararla—. Prefiero haber tenido mi vida de puta que ser la clase de virgen que tú esperabas. Y cuando entiendas por qué, quizá tengamos algo de qué hablar.

—¿Hablar? ¿Con una mujer?

La mercenaria quizá lo hubiera perdonado si hubiera dicho «contigo», incluso con ese tono de voz, pero la forma de decir «mujer» hizo que a Ash la boca se le curvara en una esquina, sin ningún humor.

—Te olvidas de quién soy. Soy Ash. Soy el león Azur.

—Lo eras.

Ash sacudió la cabeza.

—Joder. Menuda noche de bodas.

Pensó que ya lo tenía, podía jurar que estaba a menos de la anchura de una cuerda de arco de que Fernando estallara en carcajadas, de ver aquella sonrisa amplia, generosa, vencida que había visto en Neuss, pero se volvió a echar en la carriola, ocupándola toda, con los miembros extendidos y un brazo sobre los ojos y exclamó.


¡Christus Imperator!
Me han hecho uno con esto.

Ash se incorporó y se sentó con las piernas cruzadas en el jergón, con la postura relajada. No era en absoluto consciente de que ella estaba desnuda mientras que él todavía estaba parcialmente vestido, hasta que lo vio tumbado delante de ella y al contemplar el muslo desnudo, su vientre y su polla a la luz del farol hicieron que en su coño creciera el calor húmedo; se ruborizó y cambió de postura. Bajó las manos y las puso delante, sobre el dolor cálido e insatisfecho de su vagina.

—¡No eres más que una puta campesina! —exclamó él—. ¡Una perra en celo! Tenía yo razón la primera vez que te vi.

—Oh, hostia puta... —A la mercenaria le ardía la cara. Se llevó las manos a las mejillas y con las yemas de los dedos sintió que hasta las orejas las tenía calientes y dijo a toda prisa.

—No importa ya.

Sin quitarse la mano de la cara, el joven tanteó y se echó una manta por la mitad del cuerpo. La mujer sintió que se le calentaba la piel de la cara. Trabó las manos alrededor de los tobillos para evitar estirarlas y acariciar el terciopelo duro de la piel masculina.

La respiración de Fernando cambió y se convirtió en un ronquido. Su cuerpo pesado y sudoroso se hundió aún más en la cama: se había quedado dormido profunda e instantáneamente.

Al poco rato, la mercenaria envolvió con la mano la medalla del santo que llevaba en la garganta y la sostuvo. Con el pulgar acarició la imagen de San Jorge en un lado y la runa de fresno en el otro.

El cuerpo le gritaba.

No durmió.

Sí, lo más probable es que tenga que hacer que lo maten
.

No es tan diferente de matar en el campo de batalla. Ni siquiera me gusta. Solo quiero tirármelo
.

Más horas después de lo que podría contar una vela marcada, vio la luz del verano alrededor de los bordes de la cortina de brocado. El amanecer empezó a iluminar el valle del Rin y el desfile de barcas que se movían corriente arriba.

—Bueno, ¿y qué vas a hacer? —se dijo en voz baja y en tono retórico.

Se echó, desnuda, boca abajo, en el jergón y estiró el brazo para coger el cinturón donde yacía sobre la pila que formaban el jubón y las calzas. La vaina del cuchillo le vino con facilidad a las manos. Con el pulgar acarició la empuñadura redondeada de la daga de misericordia, deslizó los dedos para apretar y sacarla unos milímetros de la vaina. Una hoja de metal gris, con líneas duras plateadas sobre el filo tantas veces afilado.

Está dormido.

Ni siquiera trajo un paje con él, por no hablar ya de un escudero o un guardia
.

No hay nadie que pueda dar la alarma, ¡y no digamos ya defenderlo!

Había algo en la profundidad de la ignorancia de su marido, su incapacidad de concebir siquiera que una mujer podría matar a un señor feudal (Cristo Verde, ¿es que nunca se le ha ocurrido que podría acuchillarlo una puta?), y en su descuido, se había quedado dormido, así de simple, como si esta fuera una noche normal entre una pareja casada: hubo algo en todo eso que la conmovió, a pesar de él.

Se dio la vuelta y trajo consigo la daga. El pulgar probó el filo. Resultó estar lo bastante afilado para rebanar las primeras capas de la dermis, al tacto nada más, sin penetrar en la carne roja que había más abajo.

Lo que debería pensar es «murió de arrogancia», y matarlo. Aunque solo sea porque quizá no tenga otra oportunidad.

No saldría impune; desnuda y cubierta de sangre, va a ser bastante obvio quién lo hizo...

No. No es eso
.

Joder, sé muy bien que una vez hecho, un
fait accompli
como lo llamaría Godfrey, mis chicos tirarían el cuerpo por la borda, se encogerían de hombros y le dirían, «Debe de haber tenido un accidente de barco, mi señor», a cualquiera que preguntara; hasta al más alto, incluyendo al Emperador. Una vez hecho, hecho está; y me apoyarían
.

Es hacerlo. Esa es la objeción que tengo
.

Cristo y Su conciencia sabrán por qué, pero no quiero matar a este hombre
.

—Ni siquiera te conozco —susurró.

Fernando del Guiz siguió durmiendo, su rostro en reposo desprotegido, vulnerable.

Nada de enfrentamiento: compromiso. Compromiso. Cristo, ¿pero es que no me paso la mitad de mi vida encontrando compromisos para que puedan trabajar juntas ochocientas personas? No hay razón para que me deje el cerebro por ahí solo porque estoy en la cama.

Entonces:

Somos una compañía dividida; los otros están en Colonia: si mato a Fernando habrá alguien que ponga objeciones, siempre hay alguien que le pone objeciones a todo, y si esa persona fuera van Mander, por ejemplo, entonces hay otra división: sus lanzas quizá lo siguieran a él, no a mí. Porque del Guiz le cae bien; le gusta tener a un hombre, y además un hombre noble y un auténtico caballero por jefe. A van Mander no le caen muy bien las mujeres, aunque sean tan buenas en el campo de batalla como yo.

Esto puede esperar. Puede esperar hasta que hayamos soltado a los embajadores en Génova y hayamos vuelto a Colonia
.

Génova. Mierda.

—¿Por qué hiciste eso? —Habló en susurros, echada a su lado, el terciopelo eléctrico de su piel rozando la de ella. El joven cambió de postura, se dio la vuelta y le presentó una espalda llena de pecas—. ¿Eres igual que Joscelyn? ¿Nada de lo que haga será bastante porque soy mujer? ¿Porque lo único que no puedo ser es hombre? ¿O es porque no puedo ser una mujer noble? ¿Una de las tuyas?

El suave aliento masculino llenó la tienda del camarote.

El caballero volvió a darse la vuelta, inquieto, y su cuerpo se apretó contra el de ella. La mercenaria se quedó quieta, con la mitad del cuerpo bajo el peso cálido, húmedo, musculoso, de su marido. Levantó la mano libre para quitarle los delicados zarcillos de pelo de los ojos.

No recuerdo su cara de entonces. Solo veo en mi mente el aspecto que tiene ahora
.

El pensamiento la sobresaltó y abrió los ojos de golpe.

—Maté a mis primeros dos hombres cuando tenía ocho años —susurró sin interrumpir su sueño—. ¿Cuándo mataste tú a los tuyos? ¿En qué campos de batalla has luchado?

No puedo matar a un hombre mientras duerme
.

No por
...

La palabra la eludía. Godfrey o Anselm podrían haber dicho por resentimiento, pero los dos hombres estaban en otras barcazas del convoy fluvial, habían encontrado cosas que hacer que los alejasen tanto de la barcaza de mando como fuese posible, esta primera noche tras la boda.

Tengo que pensar bien todo esto. Hablarlo con ellos
.

Y no puedo dividir a la compañía. Hagamos lo que hagamos, tendrá que esperar hasta que volvamos a las Alemanias
.

La mano de Ash, sin ella pretenderlo, acarició las mechas de pelo empapadas de sudor de su marido y se las apartó de la frente.

Fernando del Guiz cambió de postura en sueños. La estrechez de la cama unía necesariamente sus cuerpos sobre los jergones apilados; piel contra piel; cálida, eléctrica. Ash, sin pensar mucho en ello, se inclinó hacia delante y apoyó la boca en el cuello masculino, sus labios sobre la piel humedecida y suave de él, respiró su aroma y sintió el vello delicado de su nuca. Las vértebras provocaban bultos duros entre los hombros salpicados de pecas.

Con un gran suspiro, el joven se dio la vuelta, le puso las manos alrededor de la cintura y la atrajo hacia su cuerpo caliente. Se apretó contra él, el pecho, el vientre y los muslos, y la polla de él, endurecida, que sobresalía entre ellos. Todavía con los ojos cerrados, una de sus manos fuertes y estrechas la buscó entre los muslos, los dedos se hundieron en la hendedura húmeda y cálida y la acariciaron. La luz del amanecer que cubría el camarote de neblina iluminaba sus pestañas rubias, que caían delicadas sobre las mejillas; es
tan joven
, pensó ella y luego,
¡ahh!

Un ligero ladeo de las caderas masculinas colocó la polla henchida en su interior. Él descansó, abrazándola aún con fuerza y a los pocos minutos empezó a mecer el cuerpo, empujándola hacia un orgasmo suave, inesperado pero totalmente placentero.

El joven hundió la cabeza y su rostro quedó posado en el hombro femenino. Ella sintió el roce de las pestañas contra su piel. Con los ojos aún cerrados, medio dormido, deslizó las manos por los hombros de la mujer, por los brazos, le rodeó la espalda. Una caricia cálida la medía. Erótica y dulce.

Es el primer hombre de mi edad que me toca con cariño
, comprendió la mercenaria; y cuando Ash abrió los ojos, igualmente sorprendida de encontrarse sonriéndole a aquel hombre, él la penetró con más fuerza y se corrió, luego volvió a hundirse desde el clímax en un sueño aún más profundo.

—¿Qué? —Se inclinó al oírlo murmurar algo.

El joven lo dijo de nuevo antes de deslizarse en un sueño agotado, demasiado inconsciente para volver a alcanzarlo.

Lo que ella creyó oír fue:

—Me han casado con el cachorro del león.

Había lágrimas de humillación, brillantes y húmedas, inmóviles sobre las pestañas masculinas.

Ash, al despertar una hora más tarde, se encontró sola en una cama vacía.

Quince días más tarde, quince noches de camas vacías, el día de San Swithun
[37]
, llegaron a unos ocho kilómetros de Génova.

Capítulo 2

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