Antes bruja que muerta (8 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Antes bruja que muerta
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De forma que, sin saberlo, convertí a Nick en mi familiar, lo cual estábamos tratando de deshacer, pero luego empeoré las cosas desmesuradamente al proyectar una enorme cantidad de energía luminosa a través de él para someter a Piscary. Desde entonces apenas me había tocado. Pero eso había sido hacía tres meses. No lo había vuelto a hacer. Tenía que superarlo. No era como si estuviera utilizándolo para practicar la magia de las líneas luminosas. No mucho.

Intranquila, me enderecé para expulsar mi ansiedad de un resoplido y realizar unas flexiones laterales que provocaron el balanceo de mi coleta. Tras haber aprendido que era posible establecer un círculo sin trazarlo previamente, me había pasado tres meses aprendiendo a hacerlo, sabiendo que podría ser mi única oportunidad de escapar a Algaliarept. Había comenzado a practicar a las tres de la mañana, cuando sabía que Nick estaba dormido, y siempre extraía el poder directamente de la línea, de forma que no pasara antes a través de Nick; aunque puede que lo despertara de todas formas. Él no me había dicho nada pero, conociendo a Nick, nunca lo haría. El traqueteo de la verja al abrirse me hizo detenerme y bajar los hombros. El zoo estaba abierto; unos cuantos corredores salían desordenadamente con las mejillas coloradas y expresiones de agotamiento y satisfacción, todavía flotando en el éxtasis del corredor.
Maldito sea. Podía haber llamado
.

Molesta, abrí mi riñonera y saqué el teléfono móvil. Tras apoyarme en el coche y mirar hacia abajo para evitar los ojos de los que pasaban, accedí a la agenda. Nick estaba el segundo, justo después del número de Ivy y justo antes del de mi madre. Tenía los dedos helados, y los entibié con mi aliento mientras sonaba la llamada.

Respiré aliviada al escuchar una respuesta, pero me quedé sin aire cuando la voz grabada de una mujer me dijo que aquel número estaba fuera de servicio. ¿
Problemas de dinero
?, pensé. A lo mejor esa era la razón por la que no habíamos salido en tres semanas. Preocupada, lo intenté con su teléfono móvil.

Aún estaba sonando cuando el familiar ronroneo ahogado de la camioneta de Nick sonó con fuerza. Cerré la tapa del teléfono con un resoplido. La destartalada camioneta Ford azul de Nick dejó la calle principal y entró en el aparcamiento maniobrando despacio, mientras que los coches que salían ignoraban las líneas y acortaban cruzando la explanada. Guardé el teléfono y permanecí con los brazos sobre mi pecho y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos.

Al menos ha aparecido
, pensé mientras me ajustaba las gafas de sol e intentaba no fruncir el ceño. A lo mejor podíamos ir a tomar un café o algo así. No lo había visto durante días, y no quería fastidiarlo con mi mal humor. Además, durante los últimos tres meses había estado muy preocupada por evitar mi trato con Al y, ahora que lo había hecho, deseaba sentirme bien durante un tiempo.

No se lo había contado a Nick, y la ocasión de confesarlo sería como quitarme otro peso de encima. Me engañé a mí misma al convencerme de que guardaba silencio porque temía que él tratase de cargar con mi condena, al ver que poseía una vena caballerosa más larga y extensa que una autopista de seis carriles; pero en realidad tenía miedo de que pudiera llamarme hipócrita, ya que yo siempre estaba insistiéndole en los peligros de tratar con demonios, y ahí estaba yo, convirtiéndome en el familiar de uno de ellos. Nick poseía una preocupante falta de temor cuando se trataba de demonios; pensaba que, mientras los manejases de forma apropiada, no eran más peligrosos que, digamos… una serpiente de cascabel.

Así que me quedé allí, moviéndome nerviosamente bajo el frío mientras él aparcaba su fea y oxidada camioneta a unos cuantos espacios de distancia. La imprecisa silueta se movía en el interior al maniobrar de un lado a otro; finalmente salió y cerró la puerta con una intensidad que yo sabía que no iba dirigida a mí, sino que era necesaria para que encajara el ruinoso pestillo.

—Ray-ray —me llamó mientras sostenía su teléfono y rodeaba la parte delantera a grandes zancadas. Tenía buen aspecto con aquella delgada complexión y caminaba de forma rápida. Había una sonrisa en su cara; su anterior enjutez se había suavizado hasta una agradable y áspera seriedad—. ¿Acabas de llamar?

Asentí, dejando que mis brazos cayeran a ambos lados. Obviamente, no venía preparado para correr, ya que vestía con unos desgastados vaqueros y unas botas. Llevaba desabrochado un abrigo de un grueso tejido, que mostraba una camisa de franela abotonada y sosa. La llevaba meticulosamente remetida y su rostro estaba bien afeitado, pero aún conseguía parecer ligeramente desaliñado, con su pelo negro ligeramente demasiado largo. Tenía un aspecto intelectual, en lugar del matiz de peligro que habitualmente me gustaba en los hombres. Pero quizá yo hubiese llegado a la conclusión de que el peligro de Nick yacía en su inteligencia.

Nick era el hombre más listo que conocía, con sus brillantes impulsos de lógica ocultos tras una subestimada apariencia y un engañoso carácter templado. Tras conocerle, probablemente era esa extraña mezcla de intelecto perverso y humano inofensivo lo que me atraía de él. O posiblemente que me había salvado la vida al sujetar a Al cuando este se disponía a cortarme la garganta.

Y a pesar del interés de Nick por los libros antiguos y la electrónica moderna, no era un
friki
: sus hombros eran demasiado anchos y su culo demasiado prieto. Sus largas y delgadas piernas podían seguirme el ritmo mientras corríamos y sus brazos poseían una fuerza sorprendente, como demostraban nuestras, antes frecuentes y ahora preocupantemente ausentes, luchas de broma, las cuales solían terminar convirtiéndose, a menudo, en una actividad más íntima. Era el recuerdo de nuestra anterior cercanía lo que mantenía alejado el ceño fruncido de mi rostro cuando llegó desde la parte delantera de su camioneta con los ojos entornados a modo de disculpa.

—No se me ha olvidado —aseguró, agrandando aún más su cara al retirarse el flequillo de su frente. Tenía la señal de una marca de demonio en lo alto de la frente, obtenida la misma noche en la que yo recibí la primera y única que me quedaba—. Me he quedado absorto con lo que estaba haciendo y he perdido la noción del tiempo. Lo siento, Rachel. Sé que lo estabas deseando, pero ni siquiera me he metido en la cama y estoy muerto de sueño. ¿Quieres que lo aplacemos para mañana?

Reduje mi reacción a un suspiro, tratando de disimular mi decepción.

—No —respondí en mitad de un largo resoplido. Él se acercó rodeándome con sus brazos en un pequeño achuchón. Me apoyé en él, a pesar de la habitual vacilación de Nick, queriendo más. La distancia llevaba allí tanto tiempo que casi parecía normal. Arrastró los pies al retirarse.

—¿Mucho trabajo? —pregunté. Aquella era la primera vez que lo veía en una semana, sin incluir alguna llamada de teléfono ocasional, y no quería marcharme sin más.

Nick tampoco parecía estar ansioso por irse.

—Sí y no. —Entornó sus ojos hacia el sol—. Estaba rebuscando entre viejos mensajes en una lista de salas de chat, después de encontrar una mención a ese libro que Al se llevó.

Mi atención se centró al momento.

—¿Tú has…? —me tambaleé, con el pulso acelerado.

Mi súbita esperanza se quedó en nada cuando dejó caer su mirada y sacudió la cabeza.

—No era más que un aspirante a
friki
. No tiene una copia. No eran más que tonterías manipuladas.

Estiré la mano y le toqué el brazo, perdonándole por perderse nuestra carrera matutina.

—No pasa nada. Tarde o temprano encontraremos algo.

—Claro —murmuró—. Pero preferiría que fuese temprano.

Me inundó la tristeza y me quedé petrificada. Estábamos tan bien juntos, y ahora, todo lo que quedaba era esta horrible distancia. Al advertir mi depresión, Nick cogió mis manos y dio un paso hacia delante para darme un ligero abrazo. Sus labios rozaron mi mejilla mientras me susurraba.

—Lo siento, Ray-ray. Ya se nos ocurrirá algo. Lo estoy intentando. Quiero que esto salga bien.

Me quedé quieta, respirando el aroma a libros mohosos y a loción para el afeitado, moviendo mis manos hacia él mientras buscaba consuelo; y finalmente lo encontré.

Mi aliento luchó por estallar y lo contuve, negándome a llorar. Llevábamos meses buscando la maldición que invirtiera el efecto, pero Al había escrito el libro sobre cómo convertir humanos en familiares, con una corta tirada de un solo ejemplar. Y no podíamos hacer algo como poner un anuncio en los periódicos, buscando un profesor de líneas luminosas que nos ayudase, ya que era más probable que él o ella me entregasen por emplearme en la magia negra. Y entonces estaría realmente atrapada. O muerta. O algo peor.

Lentamente, Nick me soltó y yo retrocedí. Al menos, sabía que no se trataba de otra mujer.

—Oye, eh, el zoo está abierto —le dije, revelando con mi voz el alivio que sentía debido a que la torpe distancia que él había estado manteniendo pareciera estar atenuándose—. ¿Quieres entrar a tomar un café, mejor? He oído que su Monkey Moca hace resucitar a los muertos.

—No —respondió, aunque había un sincero arrepentimiento en su voz que me hacía preguntarme si había estado percibiendo mi preocupación por Al durante todo este tiempo, creyendo que estaba enfadada con él y por eso se adelantaba. Puede que más cosas de las que había supuesto fuesen por mi culpa. A lo mejor habría podido forjar una unión más fuerte entre nosotros si se lo hubiese contado, en lugar de ocultárselo y alejarle de mí.

La magnitud de lo que podría haber hecho con mi silencio cayó sobre mí y sentí que mi cara palidecía.

—Nick, lo siento —suspiré.

—No fue culpa tuya —replicó él; sus ojos marrones llenos de perdón ignoraban mis pensamientos—. Fui yo quien le dijo que podía llevarse el libro.

—No, es que…

Me tomó en un abrazo, silenciándome. Se me formó un nudo en la garganta y no pude decir nada mientras mi frente caía sobre su hombro. Debería habérselo contado desde la primera noche.

Nick sintió mi reacción y lentamente, tras pensarlo durante un instante, me dio un inseguro beso en la mejilla, pero era una inseguridad surgida de su larga ausencia, no su habitual indecisión.

—¿Nick? —pregunté, percibiendo en mi voz las incipientes lágrimas.

Se retiró inmediatamente.

—Oye —comenzó a decir con una sonrisa, mientras su amplia mano descansaba sobre mi hombro—. Tengo que irme. Llevo despierto desde ayer y tengo que recuperar algo de sueño.

Di un paso atrás de mala gana, esperando que no se diera cuenta de lo próxima al llanto que estaba. Habían sido tres meses largos y solitarios. Por fin había algo que parecía estar arreglándose.

—De acuerdo. ¿Quieres venir a cenar esta noche?

Y, finalmente, después de semanas de rápidas negativas, hizo una pausa.

—¿Qué tal una película y una cena? Yo invito. Una auténtica cita… o algo así.

Me incorporé, sintiéndome crecer en mi interior.

—Una cita o algo así —dije, alternando patosamente mi apoyo de un pie a otro, igual que una adolescente tonta a la que han pedido su primer baile—. ¿Qué tienes en mente?

Nick sonrió suavemente.

—Algo con montones de explosiones, montones de armas… —no llegó a tocarme, pero vi en sus ojos el deseo de hacerlo—, uniformes ajustados…

Asentí sonriente y él miró su reloj.

—Esta noche —afirmó, mirándome a los ojos mientras regresaba a su camioneta—. ¿A las siete?

—A las siete —respondí, sintiendo crecer mi buen humor. Se subió y cerró la puerta, provocando un temblor en la camioneta. El motor rugió al recobrar la vida y se marchó agitando su mano alegremente.

—A las siete —repetí, contemplando el destello de las luces traseras mientras se incorporaba a la carretera.

5.

Apilé la ropa sobre el mostrador, junto a la caja registradora, produciendo un repiqueteo con las perchas de plástico. La aburrida rubia de bote, cuyo pelo le llegaba por las orejas, ni siquiera levantó la mirada mientras sus dedos manipulaban aquellos desagradables clips de metal. Mientras mascaba chicle, pasaba todo bajo su pistola y se iba sumando lo que había comprado para Ceri. Tenía un teléfono pegado a su oreja y la cabeza inclinada, su boca no se detenía mientras charlaba con su novio acerca de haber colocado a su compañera de piso la noche anterior a base de azufre.

La observé meditabunda, inhalando el tenue aroma de la droga callejera que permanecía en ella. Si andaba tonteando con azufre es que era más tonta de lo que parecía, especialmente ahora. Últimamente había estado llegando a las calles material con un pequeño ingrediente adicional que había dejado un buen numero de muertes que habían afectado a todos los niveles socioeconómicos, puede que fuera lo que Trent entendía como regalo de Navidad.

La chica delante de mí parecía ser menor de edad, de forma que podía o bien poner a los del Servicio de Salud del Inframundo detrás de ella, o llevar su culo hasta la prisión de la SI. Lo segundo podría ser divertido, pero sería un verdadero estorbo en mi tarde de compras de solsticio. Todavía no sabía qué comprarle a Ivy. Las botas, vaqueros, calcetines, la ropa interior y los dos jerseys eran para Ceri. No iba a salir por ahí con Keasley vestida con mis camisetas y las zapatillas rosas de peluche.

La chica dobló el último jersey; su manicura era de un rojo intenso estridente. Unos amuletos tintineaban alrededor de su cuello, pero el de complexión que ocultaba su acné necesitaba ser retocado. Debía de ser una hechicera, porque a una bruja no la pillarían ni muerta con un amuleto tan desastroso como ese. Miré mi anillo rosa de madera. Podía ser pequeño, pero era lo bastante potente para ocultar mis pecas ante un amuleto antihechizo menor.
Aficionada
, pensé sintiéndome mucho mejor.

Me llegó un zumbido que parecía no venir de ninguna parte y me sentí satisfecha de no pegar un brinco como la chica de la caja registradora cuando Jenks casi se cae sobre el mostrador. Vestía con dos mallas negras, una encima de la otra, y llevaba puesto un sombrero rojo y unas bota:, contra el frío. Realmente la temperatura era demasiado baja para que estuviera en la calle, pero la marcha de jih le había deprimido, y antes nunca había estado de compras de solsticio. Mis ojos se abrieron de golpe al ver la muñeca que había arrastrado hasta el mostrador. Tenía tres veces su tamaño.

—¡Rache! —exclamó jadeante mientras empujaba aquel curvilíneo pedazo de plástico con pelo negro, homenaje a los sueños húmedos de los muchachos adolescentes—. ¡Mira lo que he encontrado! Estaba en la sección de juguetes.

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